Sin tiempo para morir (2021), de Cary Joji Fukunaga

Con un año y medio de retraso, llega por fin a las pantallas Sin tiempo para morir, y lo primero que cabe decir es que la espera ha valido la pena. Se entiende la resistencia de lanzarla directamente en las plataformas de streaming y el film tiene todos los ingredientes para arrasar en las pantallas, por su ritmo trepidante, su tono crepuscular, la fuerza de la historia de amor, y la buscada sensación de fin de ciclo.

James Bond se ha jubilado. Le espera un retiro dorado con su amada Madeleine Swann en la idílica población de Matera, en la región italiana de Basilicata. La idea es dejar atrás el pasado, aunque olvidar todo lo que les ha pasado y gestionar los secretos personales no es tarea sencilla. En efecto, Spectre intenta liquidar a Bond, y él se queda convencido de que Madeleine la ha traicionado. Cinco años después, la CIA a través de Felix Teiler, le pide que vuelva al tajo en una operación relacionada con el robo de un virus letal en un laboratorio clandestino del MI6 que supervisaba M. Lo que le lleva a Cuba, lugar donde su enlace es la agente local Paloma, aunque le toca rivalizar con una nueva 007, mujer y negra, y finalmente a volver a colaborar con los servicios secretos británicos, lo que supone un vis a vis con el villano Blofeld. Y por supuesto, como en la emblemática “En busca del tiempo perdido” de Proust, la Madeleine no se olvida, y además tiene sorpresas.

Al parecer Sin tiempo para morir es la película más larga de la saga Bond, 163 minutos. Tal vez habría ganado el film si se hubiera aligerado un poco. Pero hay que reconocer que el guión Neal Purvis, Robert Wade, Cary Joji Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge es sólido, y contribuye a humanizar aún más al personaje creado originalmente por Ian Fleming, una tendencia marcada en los últimos filmes protagonizados por Daniel Craig. La misma decisión de haber ido fichando a directores de prestigio –Sam Mendes en las dos anteriores entregas y ahora Fukunaga– es señal clara de querer elevar a la saga a cotas más altas que las de acción sofisticada y persecuciones espectaculares, mientras se suavizaban aquellos rasgos que asociaban a 007 con el machismo. Aquí se juguetea con la idea de un nuevo 007 representante de la diversidad, pero la sensación es que la idea se quedará en juego, aunque no haya mientras escribo estas líneas una decisión tomada al respecto.

El film que dirige Fukunaga depara bastantes sorpresas argumentales, que suponen tomar riesgos, y que funcionan. Algunas, en torno al corazoncito de Bond, no conviene desvelarlas, por supuesto. Mencionemos, eso sí, que la clásica escena de apertura de las películas de 007, que habitualmente es pura pirotecnia, muy bien coreografiada, se la somete aquí a una vuelta aportando algo distinto: hay amplio lienzo y emoción, pero ni siquiera Bond tiene presencia, y es más propia de un thriller que de una cinta al uso de nuestro agente secreto favorito. Pero no falta la acción trepidante, y la persecución en Matera, es de quitarse el sombrero, pues aprovecha el bello entorno, bien combinando con las piruetas de los especialistas.

Es evidente que un film de estas características no da para un desarrollo en profundidad de personajes, que están definidos sobre todo por sus acciones y motivaciones. En este aspecto se ha puesto con Bond y Swann, estupenda Léa Seydoux, la mayor parte de la carne en el asador. Pero esto no impide que se trabaje bien con los personajes que nos son familiares (el M de Ralph Fiennes, la Monneypenny de Naomie Harris, el Tanner de Rory Kinnear, el Q inventor de Ben Whishaw, el agente de la CIA Jeffrey Wright, el villano Christoph Waltz) y se nos presenten a los recién llegados (la agente aparentemente ingenua Ana de Armas, el científico David Dencik, la nueva 007 Lashana Lynch, el enlace de la CIA Billy Magnussen, el villano que busca venganza Rami Malek) con los rasgos mínimos capaces de despertar nuestra atención y que nos interesemos por ellos.

No obstante no falta un poquito de filosofía en el film, que habla de que no basta con ser o existir, sino que hay que vivir. Disponemos de tiempo limitado para lograr una vida plena. La otra cuestión de entidad es cómo ponemos bases para establecer una confianza que nos permitan alcanzar esa vida plena, donde parece esencial contar con algo tan importante como el amor, en su sentido más hondo.