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Historia del comunismo en México (introducción)

El movimiento comunista, como corriente de ideas y como partido político, comenzó a integrarse en México a partir del Congreso Socialista realizado en la capital de la República entre agosto y septiembre de 1919.

Este congreso resultó una mezcla abigarrada de activistas sindicales de filiación anarquista, de socialistas descontentos con la conducta de la socialdemocracia europea y de jóvenes inspirados por la victoria de la revolución rusa decididos a seguir “el camino de los bolcheviques”, aunque carentes de una noción clara de la teoría y la política comunistas. No cumplió de inmediato su objetivo de organizar un partido, pero constituyó un espacio y un núcleo inicial en torno del cual se iría organizando la expresión principal del comunismo en México: el Partido Comunista Mexicano.

 

 

Partido Comunista Mexicano

 

No era ésta, sin embargo, la primera temporada del socialismo marxista en nuestra patria. Desde que la lucha de los obreros mexicanos comenzó a gestarse cuando transcurría el último tercio del siglo XIX, hicieron su aparición las distintas teorías socialistas y comunistas y se organizaron los primeros grupos y círculos marxistas. Fue entonces cuando se publicaron por vez primera en México, en las páginas de periódicos obreros, algunos trabajos de Marx y Engels como el “Llamamiento inaugural de la I Internacional” (la Asociación internacional de los Trabajadores) y el Manifiesto Comunista, al tiempo que se realizaban los esfuerzos iniciales por crear un partido obrero revolucionario y alcanzar una organización sindical de los trabajadores de naturaleza clasista.

El primer vínculo de los obreros mexicanos con el comunismo marxista se puede situar en el momento de mayor desarrollo de la I Internacional y muy especialmente a partir de la victoria de la Comuna de París en marzo de 1871 y las grandes jornadas de solidaridad de la prensa obrera y artesanal ante la derrota y persecución de los comuneros. Pero estos acontecimientos marcaron, simultáneamente, el declive de la I Internacional y su casi inmediata disolución. La represión contra los obreros de París y el acoso a que fueron sometidas las secciones de la Internacional en Europa, fueron algunas de las causas del debilitamiento de esta organización; la otra fue la escisión en su seno que provocaron los bakuninistas. En los países latinos de Europa las sectas de Bakunin comenzaban a dominar en el movimiento revolucionario de los trabajadores.

Tal circunstancia influyó en el movimiento obrero mexicano hasta las dos primeras décadas del presente siglo. La literatura anarquista que se editaba en España y la emigración de obreros españoles nutrieron durante varias décadas la avidez de conocimientos de los obreros mexicanos. El anarquismo aseguró por largo tiempo una firme hegemonía entre la parte activa de los obreros. El triunfo temporal de los libertarios y la represión antiobrera que se desató a partir de la primera reelección de Porfirio Díaz, obstaculizaron la organización de los trabajadores y la constitución de un partido obrero independiente.

No obstante, al inicio de la década de los 80, aun sin que el marxismo hubiera echado raíces, se pueden registrar diversos intentos por organizar grupos y partidos en los que está presente la necesidad de dar una expresión política a la lucha de los obreros. No fue hasta 1911, en el periodo inicial de la revolución cuando un grupo de obreros e intelectuales emprende el esfuerzo más duradero, aunque todavía incipiente, por crear un partido obrero inspirado en el socialismo científico de Marx. El 20 de agosto de aquel año surge el Partido Socialista Mexicano bajo el impulso de Adolfo Santibáñez, Lázaro Gutiérrez de Lara y el artesano de origen alemán Pablo Zierold. A través de distintas reorganizaciones y de conflictos marcados por la lucha contra el anarquismo declinante y el reformismo en ciernes, el PSM emprende la tarea de convocar al Primer Congreso Socialista a escala de todo el país, donde se formará el núcleo que va a tomar a su cargo la organización del Partido Comunista Mexicano a finales de 1919.

Desde que el historiador Luis Chávez Orozco escribió en los años treinta su conocida conclusión acerca de que los mexicanos conocemos más del hombre del Pedregal que de los orígenes del socialismo en México, la situación ha cambiado radicalmente. Durante los últimos 15 años la investigación sobre el movimiento obrero mexicano se desarrolla en extensión y profundidad por lo que ya puede hablarse de un verdadero boom en los estudios sobre esta materia.

Sin embargo, no existe todavía un trabajo de conjunto sobre la trayectoria del movimiento comunista en México. Numerosos. investigadores y equipos se dedican en la actualidad al estudio de este aspecto insoslayable del movimiento social y político de México, y algunos han hecho relevantes aportes al esclarecimiento de diversos aspectos de su historia. Poco a poco se va haciendo luz sobre los más variados aspectos de la lucha de los obreros mexicanos por intervenir en la vida política nacional con sus propias armas teóricas y políticas.

Los autores de este volumen —en su mayoría protagonistas que transmiten su propia experiencia y su visión de los sucesos— se propusieron presentar una imagen panorámica de la trayectoria de seis décadas del Partido Comunista Mexicano (1919-1981). No confunden la historia de este partido con la del movimiento comunista, que tendría que estudiarse a través de diversas organizaciones y grupos; parten, sin embargo del hecho indiscutible de que el PCM es su tronco principal, la organización más permanente y de mayor influencia de las que en México han enarbolado la bandera del comunismo.

La tarea de presentar en un volumen breve 62 años de actividad de una organización política tan compleja, supone muchos riesgos, de los que no queremos excusarnos. Pedimos sólo al lector que lo tome como el primer esbozo de una investigación en proceso, que aspira a enriquecerse con el debate y la crítica de militantes y estudiosos.

 

De la anarquía al comunismo

 

El quinquenio de 1916 a 1921 es de intensa inquietud social y búsqueda de nuevos caminos para el desarrollo de México. Mientras los combates armados perdían intensidad a medida que los constitucionalistas afirmaban su hegemonía sobre los ejércitos unidos de zapatistas y villistas al tiempo que estos se replegaban a sus reductos originales, afloraba un conflicto ideológico y político no menos importante para el futuro del país que la disputa en los campos de batalla. Nuevas ideas y fuerzas sociales irrumpen en la vida nacional o adquieren diferente contextura. La revolución tiende a su fin y aparecen los heraldos de una contienda.

La principal de estas fuerzas nuevas, la más agresiva y amenazante, era la clase de los obreros. De 1916 a 1921 transcurre una inusitada actividad de los trabajadores, indicativa de que ha entrado en escena un nuevo personaje: el movimiento obrero nacional. En asambleas locales y congresos nacionales, lo mismo que en el combate huelguístico y callejero, aparecen las tendencias que van a dominar la vida sindical y política de los obreros en las siguientes seis décadas y se prefigura ya lo que serán las relaciones entre aquellos y los nuevos gobernantes.

 

Antecedentes

 

En el puerto de Veracruz del 5 al 17 de marzo de 1916 se efectuó lo que pasó a la historia como primer congreso obrero nacional del presente siglo, bajo la presidencia de uno de los más limpios dirigentes de la época, el sastre Herón Proal. El congreso constituyó la Confederación del Trabajo de la Región Mexicana y eligió a Proal secretario general del Comité Central. No era todavía una organización estable, sino un paso inicial que abriría el camino a estructuras más desarrolladas de unidad obrera. El hombre que eligen como dirigente demostrara poco después, durante las huelgas inquilinarias de 1922, que es un militante entregado a la causa de los trabajadores.

Entre mayo y julio de 1916 estallan en el Distrito Federal las dos huelgas generales más importantes de la historia de México. La primera transcurre del 22 al 23 de mayo y termina con una victoria parcial de los huelguistas. Del 31 de julio al 2 de agosto, la segunda huelga general paraliza la electricidad y todos los servicios públicos y empresas de la capital de la República. Venustiano Carranza, el fundador del nuevo estado y exponente de la tendencia victoriosa en la revolución, decreta la ley marcial y desempolva la Ley del 25 de enero de 1862 para castigar con la pena de muerte a los huelguistas y a quienes los apoyen. Había pasado sólo un año desde que el Primer Jefe firmara el pacto con los líderes de la Casa del Obrero Mundial, pero una vez que se sabía triunfador, descargaba su odio contra los obreros en lucha. Un tribunal militar se levanta para juzgar a los miembros del Comité de huelga y al titubeante líder de los electricistas, Ernesto Velasco. De modo que antes de que Carranza asuma la presidencia constitucional, los obreros ya saben a qué atenerse con el régimen de los vencedores.

Mas la violencia carrancista no amedrenta a los obreros. Uno tras otro se suceden los hechos reveladores de que el movimiento obrero adquiere proporciones nunca vistas hasta entonces. En su primer discurso en el Congreso Constituyente de Querétaro, inaugurado el 30 de noviembre de 1916, Nicolás Cano, un minero de Guanajuato elegido diputado y que poco después abrazaría la causa del comunismo, condena la represión contra los huelguistas del Distrito Federal y demanda a la asamblea “que no se declare alteradores del orden ni de la paz pública a los huelguistas”.

Poco después, en octubre de 1917, tiene lugar el Segundo Congreso obrero, esta vez en Tampico, y en mayo de 1918 se realiza en Saltillo, en esta ocasión bajo patrocinio oficial, el congreso del que surge la CROM y se convierte en dominante el ala reformista del sindicalismo mexicano bajo la dirección de Luis N. Morones. Pero antes de que ésta se convierta en la tendencia hegemónica, los obreros revolucionarios le opondrán una resistencia a veces heroica y no le darán cuartel hasta su eclipse.

Sólo habían transcurrido dos meses desde la constitución de la CROM cuando Morones y su grupo unen su suerte a Samuel Gompers, el dirigente de la American Federation of Labor, y acceden a realizar la primera conferencia conjunta en Ciudad Juárez el 13 de noviembre de 1918. La respuesta de los sindicalistas revolucionarios no se hace esperar y surge así la primera alternativa al sindicalismo amarillo con la creación del Gran Cuerpo Central de Trabajadores, en el que se unen los anarcosindicalistas, los activistas agrupados en el Partido Socialista Mexicano y otros sindicalistas revolucionarios. El GCCT será el núcleo generador de otras iniciativas obreras relevantes de estos años.

Pero no solo entre los obreros surgían los impulsores de nuevas formas de abordar los conflictos planteados a la sociedad mexicana a finales de la revolución de 1910. En las labores del Congreso Constituyente había aparecido un grupo de diputados hostil al proyecto carrancista de Constitución y portador de nuevos enfoques de la cuestión social: el que podría ser caracterizado como expresión de la democracia-revolucionaria, a cuya cabeza se encontraba Francisco J. Múgica. Este grupo coincide con la posición directamente obrera representada por el ya mencionado Nicolas Cano y por el maestro de San Luis Potosí, Luis G. Monzón, que poco después pasaría al comunismo. Estas dos corrientes denunciaron el proyecto inicial de Carranza e impulsaron la aprobación de los artículos más avanzados de la Constitución de 1917.

En este ambiente llegan a México las noticias del derrocamiento del zarismo en Rusia y poco después de la primera revolución socialista victoriosa. Las noticias del triunfo de los bolcheviques y de los primeros decretos del régimen soviético se reciben en un ambiente de euforia y se debaten en largas reuniones, especialmente en un local situado en las calles de Nezahualcóyotl donde tenía sus instalaciones el sindicato de panaderos y su hogar el movimiento obrero revolucionario de la capital.

Se vislumbra entonces una alternativa, y comienza a tomar cuerpo entre los que se decepcionaron del rumbo tomado por la revolución de 1910 y entre los obreros e intelectuales que habían vivido el fracaso de la Casa del Obrero Mundial a partir de sus compromisos con Carranza, la idea de “seguir el camino de los bolcheviques”. Desde su campamento en Tlaltizapán, Emiliano Zapata escribe el 14 de febrero de 1918 al general Genaro Amezcua sus conocidas palabras: “Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de Rusia la irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos”.[2]

Y unos días después, en el número de Regeneración correspondiente al 16 de marzo, Ricardo Flores Magón) escribía desde su celda en la prisión de Leavenworth: “Nikolai Lenin, el líder ruso, es en estos momentos la figura revolucionaria que brilla más en el caos de las condiciones existentes en todo el mundo, porque se halla al frente de un movimiento que tiene que provocar, quiéranlo o no lo quieran los engreídos con el sistema actual de explotación y de crimen, la gran revolución mundial que ya está llamando a las puertas de todos los pueblos; la gran revolución mundial que operará cambios importantísimos en el modo de convivir de los seres humanos.”

El impacto de la revolución rusa podía advertirse también en el discurso de Antonio Díaz Soto y Gama en la Cámara de Diputados a fines de octubre de 1920, donde la puso como ejemplo de solución rápida e integral del problema agrario.[3]

 

El Congreso Socialista de 1919

 

En este ambiente político, cuando era ya evidente la crisis del primer gobierno constitucional de la revolución y el grupo obregonista preparaba el dispositivo que llevaría al derrocamiento de Carranza y a su asesinato, tuvo lugar en la Ciudad de México el congreso socialista de agosto-septiembre, en el que comienza a integrarse la corriente comunista.

El Partido Socialista de México, cuya actividad se había incrementado desde 1917 al calor del movimiento de masas y con motivo del ingreso a sus filas de un grupo de emigrados norteamericanos[4] y del revolucionario indio Manabendra Nath Roy, toma la decisión de promover un congreso obrero para abordar la cuestión del socialismo. La convocatoria tenía fecha de marzo de 1919 y fijaba la iniciación del congreso para el 15 de agosto en la capital de la República.[5] En realidad, el congreso inició sus trabajos diez días después, el 25 de agosto y los terminó el 4 de septiembre.

Firmaban la convocatoria de marzo, como integrantes del comité organizador del congreso, en primer lugar Adolfo Santibáñez, el más conocido de los socialistas mexicanos de la época, uno de los fundadores del Partido Socialista Mexicano en 1911 y miembro de la Casa del Obrero Mundial. Abogado laboralista de renombre, Santibáñez había sido el principal defensor de los huelguistas de la Federación de Sindicatos Obreros del DF en el segundo consejo de guerra formado en julio y principios de agosto por exigencia del presidente Carranza para juzgar a los dirigentes. Su padre, Luis Santibáñez era conocido como un antiguo proudhonista miembro de la Sociedad de Artesanos de Oaxaca.[6]

En segundo lugar suscribió la convocatoria Francisco Cervantes López, “impresor propietario de su máquina” y uno de los más activos organizadores del movimiento obrero nacional; representó a los trabajadores de Oaxaca y a la sección de la capital del Partido Socialista en el Congreso Obrero de Tampico en 1917. Junto con Nicolás Cano y Mauro Tobón organizó el “Grupo Marxista Rojo”. Combatió desde sus orígenes el sindicalismo amarillo de Morones y después de la escisión del Partido Socialista en noviembre de 1919, encabezó la corriente que sostuvo el PSM hasta su extinción en 1921. Posteriormente siguió ligado al movimiento obrero y comunista y fue el recopilador de las obras del poeta proletario de los años veinte, Carlos Gutiérrez Cruz[7] y editor de literatura marxista.

Firmaba en tercer lugar el zapatero Timoteo García, militante de la Casa del Obrero Mundial y poco después uno de los organizadores de la Federación de Sindicatos Obreros del DF. En marzo de 1916 había asistido como delegado del Sindicato de Carroceros Forjadores y Similares al Primer Congreso Obrero Nacional efectuado en Veracruz y en julio del mismo año fue uno de los 9 miembros del primer comité de la segunda huelga general de los obreros del DF. Junto con los otros 8 integrantes del comité participó en la entrevista con el presidente Carranza el primer día de la huelga, fue arrestado en el despacho presidencial y juzgado en el primer consejo de guerra del 11 de agosto de 1916. Tras la disolución de la Casa formó parte del grupo editor del periódico Lucha, de filiación anarcosindicalista.[8] Permaneció hasta el final del congreso socialista y fue uno de los firmantes de la Declaración de Principios y del Programa de Acción.

De Felipe Dávalos, el cuarto firmante de la convocatoria al congreso de agosto-septiembre, es poco lo que sabemos. Al parecer, como muchos otros, se extravió en el fragor de la lucha de grupos, antes de que el proyecto de partido obrero marxista pudiera cristalizar.

El plan de los organizadores consistía en reunir a las más distintas expresiones del movimiento obrero nacional. Invitaban a participar a todos los partidos socialistas existentes en la República, los sindicatos, ligas de resistencia y publicaciones obreras y radicales. No pretendían reunir a los representantes de una determinada corriente, sino a las fuerzas que disponían de una presencia organizada, local o nacional, para discutir el tema del socialismo. En los congresos obreros anteriores, decían en la convocatoria, “sólo se ha tratado la cuestión sindicalista a base de anarquismo, pues ningún problema socialista se ha llevado al tapete de la discusión. Esperamos que las agrupaciones de obreros sindicalistas y socialistas concurrirán a este congreso porque va a tratarse de su porvenir, hoy que las ideas socialistas las están llevando a la práctica los bolshevikis rusos, los comunistas húngaros y los espartacos alemanes”.[9]

Esto explica lo heterogéneo de la composición del congreso y en parte también las dificultades para arribar a conclusiones comunes. Una virtud, sin embargo, se debe reconocer a los organizadores del congreso: su aspiración a discutir los problemas del socialismo en el ámbito de las fuerzas reales del movimiento proletario, sin exclusiones preconcebidas ni discriminaciones.

Organizadores y participantes del congreso socialista actuaban en la linde de dos épocas del movimiento obrero nacional e internacional y algunas de las cuestiones que más agudamente discutirían, como era la de los vínculos internacionales del nuevo partido, se resolverían por el congreso de manera diferente a como se enfocaban en la convocatoria de marzo.

Los antiguos, si bien escasos, vínculos del PSM con la socialdemocracia alemana y probablemente su desconocimiento de que precisamente en marzo, cuando ellos firmaban la convocatoria, se creaba en Moscú la III Internacional, los llevaban a proponer la designación de un delegado “para que represente a los socialistas de México en el próximo Congreso Internacional, acordado en las conferencias de Berna, Suiza”, en el cual los socialdemócratas se proponían restablecer la II Internacional. Este Congreso se celebraría en Ginebra en julio de 1920. Pero entre marzo y septiembre se produjo un viraje en relación con los vínculos internacionales de los obreros revolucionarios de México. Por mandato del congreso, los delegados de México no se dirigieron a Ginebra, sino a Moscú, al II Congreso de la Internacional Comunista.

M.N. Roy describe así el ambiente político en los dos años de su estadía en México: “Los bolcheviques acababan de tomar el poder en Rusia y un leve eco de la revolución llegó a través del Atlántico. Todos los socialistas de izquierda estaban en un estado de ánimo exuberante y vivían en una atmósfera sobrecargada de grandes expectativas. Todos eran potencialmente comunistas. Yo fui absorbido por esa atmósfera electrizante. En mi caso no se trataba sólo de una elevación de la temperatura revolucionaria. Representaba un cambio en mi evolución política: un repentino salto del nacionalismo recalcitrante al comunismo.”[10] Y un poco más adelante, agrega: “En el contacto con Santibánez y con los dirigentes del PS decidí asumir la lucha por el socialismo.”[11]

Todavía no se han encontrado las actas del congreso de agosto-septiembre ni se conocen testimonios que aclaren el contenido preciso de los debates o la relación completa de los participantes. En su tiempo fueron publicados los documentos que aprobó la mayoría y los nombres de quienes los firmaron. Entre los testigos, sólo Linn A. E. Gale, M. N. Roy y José Allen dejaron referencias fragmentarias de la discusión de agosto-septiembre y de sus protagonistas.

Al iniciarse el congreso, se hallaban presentes los más destacados exponentes de las corrientes que dominaban la escena obrera de entonces: los anarco-sindicalistas, cuya figura más relevante era Jacinto Huitrón, uno de los dirigentes del Gran Cuerpo Central de Trabajadores; los líderes amarillos de la CROM, Luis N. Morones y Samuel O. Yúdico, que andaban en busca del partido que no habían podido organizar hasta entonces; los socialistas revolucionarios de orientación marxista, entre los que se hallaban José Allen y Eduardo Camacho, del Grupo de Jóvenes Socialistas Rojos; Manabendra Nat Roy y su compañera Elena Trent; el slacker Frank Seaman,[12] en representación de la sección del Partido Socialista de la capital, así como los dirigentes nacionales de éste, Adolfo Santibánez y Francisco Cervantes López, además de algunos delegados de partidos socialistas locales y grupos obreros simpatizantes del marxismo. Entre los que se mantuvieron hasta el final del congreso figurarón el sindicalista Leonardo Hernández, Miguel A. Quintero y Miguel A. Reyes, del Partido Socialista Michoacano; Aurelio Pérez y Pérez, del Partido de Trabajadores de Puebla; José I. Medina y Francisco Vela, de la Cámara Obrera de Zacatecas[13] y su periódico Alba Roja, así como el norteamericano Linn A. E. Gale y el filipino Fulgencio C. Luna, representantes del Gale's Magazine.

El congreso designa como su secretario a José Inés Medina, uno de los más activos y persistentes organizadores del movimiento obrero mexicano. Su incorporación a éste data de antes de 1915, con motivo de las conferencias que Lázaro Gutiérrez de Lara dictó en el teatro Calderón de Zacatecas. Medina había sido uno de los fundadores de la CROM y posteriormente dirigió la local Comunista de Zacatecas.

El congreso decide crear el Partido Nacional Socialista,[14] cuyo comité quedaba integrado provisionalmente por los 22 delegados que aceptaron la Declaración de Principios y el Programa de Acción, los cuáles deberían elegir entre sus miembros un comité ejecutivo  general que funcionaría con carácter provisional, en tanto se preparaba una convención nacional que nombraría un comité ejecutivo de duración determinada. El comité ejecutivo provisional designó su secretario general a José Allen, quien junto con José I. Medina firmaría los documentos aprobados.

Era inevitable que de principio a fin del congreso se desarrollara una lucha de tendencias que se prolongaría durante los dos años siguientes.

La primera disputa fue alrededor de la aceptación de Morones y su grupo en el congreso, que se decidió por diferencia de un voto, según los testigos, el voto de M. N. Roy, lo cual motivó que Santibánez y otros dirigentes del PSM abandonaran temporalmente las sesiones. El lugar de Santibánez fue ocupado a partir de ese momento por Frank Seaman, que era su suplente. Pero los moronistas no llegan al final del congreso, pues todo indica que se negaron a aceptar la Declaración de Principios “de socialismo revolucionario” que se convirtió en el punto definitorio de la pertenencia al partido.

El otro tema importante de discrepancia fue la actitud ante la lucha política, particularmente en torno de las elecciones, contradicción que se expresaba entre la parte anarquista y anarcosindicalista de los delegados y los de filiación o simpatía marxista. En este aspecto, las resoluciones del congreso son todavía ambiguas y aun contradictorias, aunque expresan un progreso respecto del abstencionismo predominante entre la mayoría de los obreros revolucionarios.

El Programa de Acción aprobado por la mayoría formulaba del siguiente modo esta cuestión: “Como estamos en favor de la acción política en cooperación con el comunismo industrial para unificar la actividad de la clase trabajadora, no negamos el valor del voto y del éxito de elegir candidatos a puestos públicos, siempre que esto no desvíe la acción de efectiva lucha de clases: por tanto, el Partido Nacional Socialista tomará parte en campañas electorales, no como medio de acción política de oficio, sino, como medio de propaganda. En todas las elecciones, ya sean federales de los estados, el PSN postulará sus candidatos que deberán ser miembros de dicho partido.”[15]

En cambio, el punto sexto de la Declaración de Principios establecía que: “El CNS considera que el medio de la acción múltiple no desorienta al socialismo revolucionario, y que sí le abre paso hacienda posible la realización de este ideal. Pero declara que no toma oficialmente esta determinación, dejando a las agrupaciones en él representadas seguir sus propias inclinaciones, hasta llegar a unificar el criterio proletarial.”[16]

Pero aun este titubeante paso del abstencionismo a la participación política fue modificado muy pronto la “sesión extraordinaria” del PSM donde se decidió adoptar el nombre, de Partido Comunista Mexicano, lo cambió por completo. En el comunicado de la reunión se afirmaba: “El Partido no tomará participación en las luchas electorales e invita al proletariado a hacer lo mismo, apartándose de senderos que los llevan a seguir en su esclavitud.”[17]

Tendrían que pasar cinco largos años para que la concepción abstencionista y antiparlamentaria fuera superada en los textos y en la práctica del PCM. Por cierto, la mayoría de los miembros responsables de la dirección en sus primeros cinco años asumía la actitud abstencionista como si correspondiera a la orientación de la Internacional Comunista. Lo mismo que otros aspectos de la experiencia rusa, los primeros comunistas interpretaban su actitud ante el parlamento en clave anarcosindicalista.

Sin embargo, no se deben subestimar las diferencias entre el enfoque de la convocatoria de marzo y los acuerdos de septiembre. Aquella planteaba los elementos principales de un programa democrático avanzado, pero allí se detenía; en cambio, los acuerdos del congreso asumían plenamente un objetivo socialista, planteaban la cuestión del poder y de la dictadura del proletariado, se deslindaban de la socialdemocracia y decidían enviar sus representantes al II Congreso de la Internacional Comunista.

 

 

La primera división

 

No bien había terminado el congreso, el 7 de septiembre, comenzó a desgajarse el partido recién formado. Dos de los delegados que habían firmado la Declaración de Principios y el Programa de Acción, Linn A. E. Gale y Fulgencio C. Luna, en unión de otros militantes, se apartaron del PSM y proclamaron la creación de un Partido Comunista de México. La razón inmediata de este paso parecía obedecer, más que a discrepancias de naturaleza política y teórica, a una disputa por la dirección y, especialmente por la delegación que debería asistir al II Congreso de la IC.[18] La dirección del PCdeM dada a conocer en ese momento (tres días después de clausuradas las labores del congreso socialista) estaba integrada, además de los mencionados, por Geo Barreda, como secretario internacional, Enrique H. Arce, secretario para México, C. F. Tabler como tesorero y J. C. Parker, José Estrada y Enrique H. Rodríguez.

La actividad de este grupo se expresó esencialmente en la lucha contra la mayoría del congreso de agosto-septiembre y de modo particular contra Roy, Allen y Manuel Díaz Ramírez.

La dirección del Partido Socialista, por su parte, procede a preparar la aplicación de los acuerdos del congreso y como primer paso publica sus resoluciones. Fue entonces cuando arriba a México y establece aquí su leyenda, el enviado bolchevique Mijail Borodín, que alcanzó renombre como representante de la Comintern en China, siete años después. Al parecer, eran dos las tareas que debía cumplir en México el emisario soviético: establecer relaciones comerciales y diplomáticas con el gobierno mexicano y vincular a los socialistas de izquierda y comunistas de este país con la Internacional Comunista, que preparaba entonces su segundo congreso.

Como Frank Seaman lo relata 35 años después,[19] Borodín se vincula con los organizadores del PSM y directamente con Roy a través de los redactores de la página en inglés de El Heraldo de México y seguramente influye en la adopción de tres decisiones importantes por parte del grupo Roy-Allen: la convocatoria a una asamblea de miembros del Partido Socialista residentes en el Distrito Federal, que deciden adoptar el nombre de Partido Comunista Mexicano, el envío de una delegación al II Congreso de la Comintern, integrada precisamente por Roy y Seaman, y la creación de un Buró Latinoamericano de la Tercera Internacional, de vida efímera. El principal resultado de la visita de Borodín parece haber sido la vinculación directa del grupo encabezado por Allen y Roy con la Internacional Comunista.[20]

La asamblea de miembros del PSM en el Distrito Federal, que tuvo lugar el 24 de noviembre, además de los anteriores acuerdos, resolvió adoptar el Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios del mundo y ratificar a José Allen como secretario general. Pero en esta sesión se produce la segunda escisión entre los firmantes de los documentos fundamentales adoptados por el congreso de agosto-septiembre. Francisco Cervantes López, que había sido nombrado miembro del Comité Ejecutivo del PSM, decide mantenerlo y se une a la campaña organizada por Gale contra la aceptación de Roy por el II Congreso de la IC y contra el reconocimiento del PCM. De este modo, antes de que se cumplieran tres meses de terminado el congreso de agosto-septiembre, sus participantes habían quedado divididos en tres grupos principales.

Al finalizar diciembre, Borodín emprende el viaje de regreso a Rusia acompañado por Seaman. A su paso por España, el emisario bolchevique y su acompañante entran en contacto con los partidarios de la III Internacional en el Partido Socialista Obrero Español y contribuyen a su organización en partido comunista.[21]

Por otro lado, Roy y su esposa, con la ayuda de Manuel Díaz Ramírez, que residía entonces en Veracruz, viajan a Rusia vía Berlín, donde se encuentran con Borodín. En los registros de delegados al II Congreso de la IC, Roy aparece con el nombre de Roberto Allen, que era el estampado en su pasaporte mexicano: días antes de partir, José Allen le había entregado el pasaporte de su hermano, Roberto Allen y Villagarcía, con un simple cambio de fotografía. Roy y Seaman fueron dotados por el congreso de voto decisorio y la compañera de Roy, registrada como Elena Allen, con voto consultivo. En la primera sesión del congreso, el 19 de julio de 1920, Roy interviene como representante de la India Británica y con ello terminan sus vínculos orgánicos con el PCM. En los años siguientes de su trabajo en la IC mantendrá relaciones esporádicas con los delegados del PCM.

José Allen y el pequeño núcleo que se mantuvo alrededor del PCM, tendrían que afrontar el cumplimiento de las tareas y los ataques de tres grupos de descontentos con los resultados del Congreso de agosto-septiembre y de la reunión del 24 de noviembre: el de Gale, que emprendía una campaña de prensa, especialmente en el extranjero; el de los que siguieron actuando en nombre del PSM y el de los moronistas. Los dos primeros se colocaban en el terreno del comunismo y disputaban el reconocimiento de la IC;[22] el tercero comenzó entonces su labor anticomunista.

El 8 de diciembre aparece el “Manifiesto del Buró Latinoamericano de la III Internacional a los Trabajadores de la América Latina”, en el que se informa de su constitución y de su objetivo de “trabajar en el continente americano en el estrechamiento de relaciones entre todas las organizaciones y grupos cuyos principios sean comunistas, similares a los de dicha tercera internacional.”[23] El Buró se había integrado con Elena Torres, Leopoldo Urmaechea, Martín Brewster, Antonio Ruíz y José Allen. La primera dirigía el Consejo Feminista Mexicano y era la más activa de los miembros del Buró. Bajo su dirección y la de María del Refugio García apareció en enero de 1920 el periódico La Mujer. Urmaechea era un obrero peruano, de oficio panadero, que intervino en el movimiento social mexicano durante los primeros años de la década de los veinte y Brewster era un slacker, que rompió poco después con el comunismo. De Antonio Ruíz no tenemos ninguna información.

El 8 de agosto de 1920 el Buró Latinoamericano de la IC comienza a publicar su órgano periodístico Boletín Comunista, que continúa editándose hasta noviembre del mismo año. En esos meses, el Buró se reorganiza a petición de Felipe Carrillo Puerto y Francisco J. Múgica, y el primero pasa a formar parte de su dirección, pero muy pronto se desliga de los comunistas, ocupándose de la propaganda en favor de Obregón y de restablecer sus relaciones con Morones. En adelante sólo mantendrá vínculos ocasionales con los dirigentes del PCM, en especial con José Allen.

El Buró mantuvo su actividad durante todo 1920, aunque sus relaciones con la IC eran esporádicas e imprecisas hasta el arribo a México de Sen Katayama, que había sido comisionado por el CEIC para establecer lo que se llamó Oficina Panamericana de la IC, junto con Louis C. Fraina (del PC de Estados Unidos) y Frank Seaman, este último encargado especialmente de organizar una oficina de la Internacional Sindical Roja. La oficina panamericana, al parecer, cesó su actividad hacia octubre de 1921, después de que Seaman fue expulsado del país y a Katayama se le hizo imposible seguir actuando.

Las relaciones entre la oficina y los dirigentes del PCM no parecen haber sido cordiales, si juzgamos por las quejas que Allen expresó el 7 de septiembre de 1922 en un escrito dirigido al CEIC y la carta que el mismo día enviaron al órgano internacional Manuel Díaz Ramírez y Rosendo Gómez Lorenzo en nombre del Comité Nacional Ejecutivo del PCdeM, en donde dicen que “después de haber estudiado y revisado detenidamente y con todo cuidado los acontecimientos habidos durante el año próximo pasado y considerando la participación que en ellos tuvo la Agencia Pan-Americana, hace constar que no está de acuerdo con los trabajos efectuados por dicha Agencia… Este Comité se permite llamar la atención del CE de la IC, sobre el hecho de que el establecer agencias sin previa preparación y contacto con los comités nacionales respectivos, no conduce a los resultados que son de desearse.”[24]

La mayoría de los historiadores de la IC deja de lado la actividad de estos dos centros creados por su iniciativa, aunque seguramente poco significativos. Es hasta febrero de 1925 cuando el CEIC decide dar una forma organizada a su actividad en América Latina y crea el Secretariado Sudamericano de la IC, que tuvo su sede en Buenos Aires hasta 1930 y después en Montevideo, donde actuó hasta mediados de los años treinta.[25]

Durante 1920, se incorporan a las filas del PCM algunos de los cuadros más estables, que ocuparán posiciones dirigentes en las siguientes dos décadas. Manuel Díaz Ramírez, quien inicio en enero de 1920 la publicación del periódico Irredento, órgano del grupo marxista “Antorcha Libertaria” de Veracruz, y en julio se trasladó a la Ciudad de México donde a partir de agosto editó la revista Vida Nueva como órgano de un grupo cultural del mismo nombre; Rafael Carrillo, que junto con José C. Valadés y el joven suizo Alfredo Stirner[26] fue uno de los organizadores de la Federación de Jóvenes Comunistas en agosto de 1920; el obrero textil Mauro Tobón, uno de los más tenaces organizadores de los sindicatos textiles de Puebla y Orizaba; el estudiante y después periodista Rosendo Gómez Lorenzo, el veterano zapatista y organizador campesino Luis Vargas Rea y el ebanista Jesús Bernal, entre otros.

 

Frente único contra el reformismo

 

Al calor del ascenso huelguístico de los meses de junio y julio de 1920, que coincide con el interinato de Adolfo  la Huerta,[27] comienza a generarse un nuevo agrupamiento sindical, con base en las organizaciones que habían constituido en 1918 el Gran Cuerpo Central de Trabajadores, que para entonces estaba prácticamente desintegrado, aunque una buena parte de sus dirigentes seguía manteniendo relaciones estrechas. Esta organización sería la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, que se integra el 11 de agosto a partir del Sindicato de Obreros Panaderos del DF, la Federación de Obreros y Empleados de la Compañía de Tranvías de México, la Union de Obreros y empleados de la Compañía telefónica Ericsson, la Federación de Obreros de Hilados y Tejidos del DF, la Unión de Obreros, Obreras y Empleados de “El Buen Tono” y la Unión de Obreros y Obreras de “El Palacio de Hierro”. El centro de estas actividades seguía siendo el local del sindicato de panaderos en la calle de Nezahualcóyotl número 162.[28]

El 19 de septiembre la FCPM celebra su primer mitin en el teatro-cine Garibaldi, al que asisten 3,000 obreros de la capital. Diez días después, el Consejo Federal nombra al equipo coordinador de la FCPM, integrado de la siguiente manera: Secretario General, Alberto Araoz de León; secretario del interior, José C. Valadés; secretario del exterior, Manuel Díaz Ramírez; Comisión de Hacienda, Javier Yáñez y Jerónimo Calvo.[29]

La particularidad de esta organización, además del carácter democrático de la estructura de su dirección, residía en que era el resultado de la colaboración entre comunistas y anarcosindicalistas, que se prolongaría hasta la fundación y los primeros meses de la Confederación General de Trabajadores. Pero la relación entre comunistas y anarquistas no siempre fue producto de una clara relación entre aliados, sino más bien de una indefinición política, en la que podía encontrarse, por una parte, el tránsito del anarquismo al comunismo y, por otra, la huella del predominio anarquista en el movimiento obrero entre los primeros comunistas. Alberto Araoz de León, por ejemplo, un telefonista del sindicato de la Ericsson, que figuró como secretario General de la FCPM, era al mismo tiempo secretario general de la Local Comunista de la Ciudad de México, pero en el momento de la ruptura entre comunistas y anarquistas en el interior de la Confederación General de Trabajadores, se identificó como anarquista. Caso distinto es el de José C. Valadés, secretario del interior de la FCPM, que en el momento de ingresar al PCM no disponía de un pasado anarquista, y adoptaba la posición de los comunistas en la FCPM y en la CGT, pero acabó convirtiéndose en uno de los principales propagandistas del anarquismo a partir de 1923. En cambio, el secretario del exterior de la FCPM, el tabaquero veracruzano Manuel Díaz Ramírez, que ingresa al comunismo después de una trayectoria relativamente larga en la IWW norteamericana y en el magonismo, se convirtió en uno de los dirigentes históricos del Partido Comunista Mexicano.

Por esto indudablemente es acertado definir los esfuerzos organizativos y las luchas emprendidas por los obreros en defensa de sus intereses y contra la tendencia reformista creciente representada por la CROM, como expresión de “los rojos”. La diferenciación ideológica y política entre comunismo y anarcosindicalismo es parte integrante del proceso de formación del Partido Comunista.

La FCPM fue una organización transitoria; que continuaba la lucha emprendida desde noviembre de 1918 por el Gran Cuerpo Central de Trabajadores y se prolongó en la constitución de la Confederación Genera Trabajadores a principios de 1921. En esencia, estas tres organizaciones respondían a la necesidad de enfrentar el giro oportunista que imprimía al movimiento obrero el grupo encabezado por Luis N. Morones, que obtuvo la hegemonía entre los sindicatos a partir del Tercer Congreso Obrero celebrado en Saltillo en mayo de 1918. El grupo dirigente de la CROM se había comprometido a identificar los sindicatos con la política de los caudillos y sus gobiernos desde el pacto secreto que firmó con Obregón el 6 de agosto de 1919.

El 15 de febrero de 1921, inicia sus labores en el salón de actos del Museo Nacional de la Ciudad de México, la Convención Radical Roja convocada por la FCPM, de la que habría de salir la Confederación General de Trabajadores. La convención de la FCPM muestra ya la extensión de la influencia del sindicalismo revolucionario a una tercera parte de los estados de la República y el desarrollo de los vínculos de los primeros comunistas con el movimiento obrero en ascenso. Presiden el congreso los miembros del Comité Ejecutivo de la Federación: Alberto Araoz de León, secretario general; José C. Valadés, secretario del interior y Manuel Díaz Ramírez, secretario del exterior.

Después de una semana de labores, la convención decide constituir la CGT como una organización basada en el reconocimiento de la lucha de clases y de la “acción directa”, y cuyo objetivo es “la emancipación total de la clase proletaria”. La primera resolución reconocía al Partido Comunista Mexicano “como una organización netamente revolucionaria en la lucha, con los mismos derechos que el preámbulo concede a los Grupos Culturales”; condenaba a la Confederación Panamericana del Trabajo y se planteaba convocar a un congreso de los trabajadores de toda América en el que estarían representados “todos los comunistas, sindicalistas y anarquistas del continente americano”. En su tercera resolución, la convención acordó la adhesión, en principio, a la Internacional Roja de Sindicatos y Uniones de Trabajo, y someter dicha adhesión a la aprobación de sus representados.[30]

El 4 de abril, la CGT solicita su ingreso a la internacional Sindical Roja y nombra a Manuel Díaz Ramírez su delegado ante el congreso fundacional de la ISR convocado para el primero de mayo,[31] pero que en realidad no se realiza hasta mediados de julio.

Para febrero de 1921, en vísperas del congreso constituyente de la CGT, un pleno ampliado del Comité Central (al que se le ha llamado también conferencia), realiza cambios importantes en la dirección del PCM. El pleno sustituye a José Allen como secretario general y designa un secretariado compuesto por Manuel Díaz Ramírez, José C. Valadés y el propio Allen, del cual Díaz Ramírez es designado secretario general[32], puesto que ocupa hasta abril de 1924, cuando en su lugar se nombra a Rafael Carrillo. El pleno de febrero elige también a Díaz Ramírez como delegado al III Congreso de la Internacional Comunista, que tendría lugar en Moscú del 22 de junio al 12 de julio de 1921. Era el primer comunista mexicano que participaría en las labores de la IC.

En el Congreso de la Internacional Sindical Roja, Díaz Ramírez mantiene las posiciones adoptadas por el congreso constitutivo de la CGT. Forma parte de la “minoría sindicalista” del Congreso y junto con los delegados de la CNT de España, la Unión Sindical Italiana, una parte de las delegaciones francesa y holandesa, la IWW de Estados Unidos y Tom Mann, de Inglaterra, firma el “Manifiesto de Solidaridad con la ISR lanzado por la Minoría Sindicalista”, en el que establecían: “Nosotros, los sindicalistas revolucionarios venimos a Moscú para defender nuestros principios en el congreso organizador de la Internacional Roja. Sin embargo, la tendencia que nosotros representamos no probó ser la más fuerte. Los sindicatos obreros de la Europa central no concuerdan enteramente con nuestro sindicalismo, pero como quiera que sea, ellos se distinguen por una gran fuerza revolucionaria… Nosotros estamos separados por una opinión contraria en lo que se refiere a ciertas fases de la lucha, pero estamos unidos por el mismo ardor revolucionario y la misma fe en el triunfo de la causa del proletariado.” Y más adelante agregaban: “Es patente que no quedamos satisfechos con todas las decisiones del congreso y que nuevas concesiones mutuas serán necesarias. Sin embargo, consideramos necesario permanecer dentro de la Internacional Roja y reforzarla si queremos llevar a cabo una labor realmente revolucionaria.”[33]

En los días del III congreso de la IC, el delegado mexicano tiene la oportunidad de conversar con Lenin. En abril de 1984, Rodolfo Ghioldi, delegado argentino al mismo congreso, relató que en una conversación de pasillo, Lenin preguntó a Díaz Ramírez sobre el funcionamiento del sistema ejidal.[34] Pero en otro momento del congreso, a solicitud de delegados de 7 países entre los que estaba Ramírez, se le plantean a Lenin dos cuestiones centrales: la de los anarquistas presos, que el líder bolchevique promete resolver tomando en cuenta la petición de los delegados de que fueran dejados en libertad y la del parlamentarismo. Ramírez explicó a Lenin la posición antiparlamentaria sostenida por el PCM como una conducta temporal y pasajera, a lo cual Lenin contestaría: “Que en México se pueda permitir —temporalmente— tal actitud antiparlamentaria, dadas las condiciones del país, su poco desarrollo industrial, su débil proletariado numérica e ideológicamente, puede pasar, pero que en Alemania, el Canadá y otros países ocurre lo mismo es intolerable; es un crimen contra el proletariado y la revolución...”[35]

Esta idea es llevada por Díaz Ramírez a las resoluciones del Primer Congreso Nacional del PCM y sirvió para afianzar por un tiempo más la posición abstencionista adoptada desde el momento en que del PSM se desprendió el grupo organizador del PCM. De cualquier forma, la lucha contra el infantilismo de izquierda, que Lenin había iniciado desde el II Congreso de la IC llega a México a partir del III Congreso y contribuye a la superación paulatina de los arraigados residuos anarquistas de los dirigentes y militantes del PCM.

De sus actividades, lo mismo que de las resoluciones adoptadas por el congreso de la ISR y de las discrepancias entre anarcosindicalistas y comunistas, informó detalladamente Díaz Ramírez en la asamblea convocada por el ejecutivo de la CGT el 11 de octubre.[36] Pero ya para entonces había estallado la ruptura entre comunistas y anarcosindicalistas en la dirección de la CGT. Entre las causas del conflicto estaba el cambia de actitud de anarquistas y anarcosindicalistas hacia la revolución rusa motivado por las contradicciones entre bolcheviques y anárquicos. En la literatura de la época, algunos hicieron responsable de la escisión a la intemperancia de determinados delegados comunistas al congreso de septiembre de la CGT, particularmente de Luis Vargas Rea y José C. Valadés.

La terminación del trabajo sindical conjunto de comunistas y anarquistas, que se extendió de 1918 a 1921, dio base a un cambio en la táctica sindical del PCM, que a partir de entonces se planteó trabajar en la base de las dos centrales y continuar la actividad organizadora de sindicatos.

 

La misión de Sen Katayama

 

Una vez conocidas las decisiones de la reunión de noviembre y especialmente la designación de Roy como delegado al II Congreso de la IC llovieron sobre el Comité Ejecutivo de ésta las protestas del grupo de Gale, del Partido Socialista y de la organización mexicana de la IWW. Gale llevaba la batuta y no siempre la manejaba con rectitud. Tan pronto concluyó el congreso de agosto-septiembre escribió un extenso manifiesto en inglés bajo el título de “Gompers domina el congreso socialista mexicano”, con el propósito de causar impresión en el extranjero. Su argumento central era la admisión de Morones en el congreso, pero el líder laborista ni siquiera había llegado al final de las sesiones y menos aún había firmado los documentos constitutivos, condición indispensable para pertenecer al PSM. El objetivo de Gale era inhabilitar a Roy como delegado al II Congreso y obtener el reconocimiento de la IC para su grupo.

La campaña de Gale era tan ruidosa como contradictoria. En sus escritos de 1920, acusaba a los dirigentes del PSM y posteriormente del PCM de haberse colocado al servicio de Morones, pero ya en los primeros meses de 1921, durante las conversaciones de unidad con el PCM difundió un escrito en el que culpaba a sus dirigentes de actuar contra el líder amarillo.

De cualquier forma, sus apelaciones tuvieron algunos resultados. La IC emprendió una investigación acerca del estado del movimiento comunista en México y encargó esta tarea a Sen Katayama, que había llegado al Congreso de la IC procedente de Estados Unidos. El comunista japonés pidió informes, reunió la documentación de todos los grupos y arribo a México los últimos días de 1920, como ya hemos dicho.

José C. Valadés relató en un capítulo de sus memorias la parte de la historia en la que fue protagonista. Katayama afrontó de inmediato la tarea de constituir el equipo que organizaría a los partidarios mexicanos de una central sindical internacional cercana a los comunistas y para ello se apoyó fundamentalmente en Valadés. La oficina mexicana de la ISR comenzó a editar un semanario, El Trabajador, y a desarrollar nuevos vínculos con el efervescente movimiento sindical.

En relación con los grupos que se disputaban el reconocimiento de la III Internacional, el líder japonés se mantuvo equidistante de todos ellos, estudió los documentos y realizó entrevistas con los actores principales. El 11 de abril de 1921 llegó a conclusiones y dirigió una carta a los miembros del PCM y del PCdeM en la que, después de subrayar la necesidad de que existiera en México un sólo partido comunista, proponía a los dos grupos emitir un manifiesto de sus comités ejecutivos a más tardar el 30 de abril, llamando “a todos los verdaderos comunistas” a participar en un congreso de unificación. El nuevo partido se llamaría Partido Comunista de México y admitiría en sus filas a todos aquellos que aceptasen los principios y acuerdos de la IC. El Comité central del nuevo partido se formaría provisionalmente con un miembro designado por cada uno de los partidos y tres elegidos directamente por el congreso de unificación. Katayama apelaba a todos los militantes a poner fin a la desunión y a la confusión existentes y a elegir una delegación al III Congreso de la IC que hablara en nombre de todos los comunistas mexicanos.[37]

El autor de este ensayo no conoce testimonios directos de la actitud de cada grupo ante las propuestas del representante de la lC. Pero el hecho es que el congreso de unificación no se llevó a cabo. Las necesidades políticas de Obregón y especialmente su empeño por obtener el reconocimiento del gobierno de Estados Unidos llevaron al astuto caudillo sonorense a emprender una acción para congraciarse: de pronto descubrió que había revolucionarios extranjeros en México, principalmente norteamericanos reclamados por la justicia de su país de origen y procedió a organizar una extensa cacería de rojos bajo su personal y exclusiva dirección.

Algunos cronistas atribuyen la expulsión de los extranjeros a los sucesos del 13 de mayo,[38] cuando un grupo de trabajadores miembros de la Federación de Sindicatos del DF, especialmente de Artes Gráficas, penetró en la Cámara de Diputados gritando ¡Viva la revolución rusa! ¡Viva la bandera rojinegra! ¡Viva el bolchevismo!, y algunos obreros ocuparon la tribuna para protestar por la muerte del líder del Partido Socialista Michoacano, Isaac Arriaga, ocurrida el día anterior en Morelia.

En efecto, estos hechos fueron utilizados para justificar la represión obregonista, pero no son la causa de tan graves medidas, ya que la persecución contra los rojos comenzó el 3 de abril, cuando Linn Gale fue aprehendido y expulsado de México.[39] Las causas de este cambio en la política de Obregón debemos buscarlas en la presión que sobre él ejercían las autoridades norteamericanas y en el afán del caudillo por obtener el reconocimiento diplomático de Estados Unidos.

En marzo de 1921 al ascender a la presidencia de Estados Unidos Warren G. Harding de inmediato se reanudo la campaña para imponer a México un tratado de amistad y comercio en el que se establecieran los derechos de propiedad de los ciudadanos norteamericanos en nuestro país, así como la no-retroactividad de los preceptos constitucionales en cuanto a las propiedades del suelo y el subsuelo, la restitución de las propiedades confiscadas desde el  1o de enero de 1911 y otras estipulaciones humillantes. Todo ello como condición para otorgar reconocimiento al gobierno de Obregón. Las autoridades norteamericanas presionaban al presidente sabedoras del marcado interés de éste por obtener el reconocimiento de Estados Unidos, que lo veía como una condición indispensable para reanudar las relaciones con Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza y Cuba, que habían interrumpido sus vínculos con México a raíz del asesinato de Carranza. Como resultado de un trabajo diplomático previo, el encargado de negocios de los Estados Unidos en México entregó al presidente Obregón un proyecto de tratado el 27 de mayo de 1921.[40]

Entre abril y mayo de 1921 fueron expulsados del país la mayoría de los slackers miembros del PCM, los activistas de la CGT de origen sudamericano y español, así como los organizadores de la IWW en México.

El presidente ordenó la detención y la aplicación de artículo 33 contra los “extranjeros perniciosos” e hizo como si ignorara la calidad de mexicano por nacimiento de José Allen, expulsándolo también.

Al conocerse la detención de Seaman y Sebastián Sanvicente, el comité de la CGT nombró una comisión integrada por Rodolfo Aguirre y Rafael Quintero, a la que se agregó José Allen, para entrevistar a Obregón y solicitarle que no deportara a los detenidos o, en último caso, que no fueron enviados a Estados Unidos los que tenían problemas con las autoridades del norte. Según los testimonias de Seaman y Allen, el presidente se comprometió a enviar a los detenidos al país que ellos mismos eligieran, pero sólo cumplió esta promesa en los casos de Seaman y Sanvicente, los cuales fueron expulsados a Guatemala, de donde regresaron clandestinamente a México. En cuanto a José Allen, fue detenido al día siguiente de su entrevista con Obregón y entregado a las autoridades norteamericanas de la frontera, junto con un slacker amigo de Seaman de apellido Foertmayer.[41]

El Presidente Obregón inauguró entonces una tradición de los gobiernos de la revolución: hizo detener y expulsar por “extranjeros perniciosos” a José Rubio, M. Paley, José Allen y A. Foertmayer el 16 de mayo, pero el acuerdo legal lo firma hasta el día 23, ya cuando los afectados estaban en el extranjero.[42] De igual modo procedió en los demás casos.

La expulsión de los extranjeros provocó cambios de relativa trascendencia en el mundo de los grupos anarquistas y comunistas y en el conjunto del movimiento obrero. En el interior de la CGT, se debilito el núcleo partidario de la colaboración entre anarquistas y comunistas, particularmente debido a la expulsión de Sebastián Sanvicente y José Rubio. Y lo más importante, las deportaciones interrumpieron definitivamente las negociaciones unitarias de Katayama y pusieron fin a la actividad del llamado Partido Comunista de México y del Partido Socialista, los cuales no volvieron a dar señales de vida. Sólo se mantuvo en actividad el Partido Comunista Mexicano, gracias principalmente a los esfuerzos de Valadés y Gómez Lorenzo. Valadés era el único de los tres miembros del secretariado nombrado en febrero que se encontraba en México, pues Díaz Ramírez estuvo en Moscú hasta la tercera semana de octubre y José Allen ya no se incorporó a la dirección del PCM después de su retorno al país en julio de 1921.

Pero lo anterior no quiere decir que había llegado a su fin la lucha de grupos. El 1o de mayo de 1921, mientras la CGT organizaba la manifestación obrera más importante de aquel tiempo, surgía bajo la dirección de Nicolás Cano, el Partido Comunista Revolucionario Mexicano, que algunos historiadores confunden indebidamente con el PCM. Este día fueron aprobados sus documentos fundamentales, la Declaración de Principios, el Programa de acción y las Bases Constitutivas. Su primer Comité Ejecutivo estuvo integrado por el propio Nicolás Cano como secretario general, Diego Aguillón, que había sido del Grupo de Hermanos Socialistas Rojos, secretario general del Gran Cuerpo Central de Trabajadores y miembros del comité de la Local Comunista del DF, como secretario del exterior, y Teódulo Loman, como tesorero.

La principal diferencia entre el partido dirigido por Cano y el PCM se situaba en este momento en la actitud hacia la acción política. Cano llamaba a la ruptura franca con la concepción anarquista de la “acción directa” exclusiva y se pronunciaba por colocar al movimiento obrero en el terreno de la acción política, en la que también incluía la actividad de los sindicatos, mientras el PCM se mantenía en una posición abstencionista.

Al criticar a los dirigentes de la CROM, del Partido Laborista, del Partido Socialista de Yucatán y del Partido Nacional Agrarista, los documentos del PCRM afirmaban que su actitud dañina no obedecía a que realizaran acción política, como decían los anarquistas, sino al contenido de esta política, que estaba al servicio de los intereses de la burguesía.[43]

Pero el PCRM actuó siempre como un grupo local, del estado de Guanajuato, donde lanzó candidatos al congreso estatal y publicó sistemáticamente, entre 1921 y 1924, el semanario Rebeldía. Poco después de constituido, el PCRM entabló relaciones con el PCM y su dirigente, Nicolás Cano, asistió como invitado a las reuniones nacionales de este último desde 1922, hasta que en noviembre de 1924 unió su grupo al PCM. Este acuerdo quedó formalizado el 10 de enero de 1925.[44] Las intervenciones de Cano en los consejos del PCM, aunque escasas, revelaban su larga experiencia y espíritu constructivo. Por diferencias en torno a la política local, el PCM rompió sus vínculos con Cano pocos años después de la disolución del PCRM.

Ahora bien, ¿cuál fue la causa determinante de la permanencia del PCM y de la desaparición del PCdeM y del PSM? Algunos investigadores argumentan que la razón de este hecho reside en la mayor amplitud de los vínculos internacionales del primer grupo, mientras otros atribuyen la causa a una supuesta ventaja teórica.

Pero basta una somera comparación de los textos de uno y otro grupo para convencerse de que los del PCdeM disponían de innumerables relaciones con el movimiento obrero internacional, así como de una más amplia información e inclusive un mayor conocimiento teórico. Mas estas cualidades no convierten a un grupo en factor político.

La respuesta, desde mi punto de vista, se relaciona con los vínculos que mantenían con el movimiento obrero y popular real, los dirigentes y militantes del Partido Comunista Mexicano. La actividad desplegada por estos cuadros entre 1919 y 1922 revela claramente que el núcleo inicial del comunismo en México disponía de una capacidad para vincularse al movimiento de masas y para abrirle a éste un cauce organizativo, de la que nunca dieron pruebas los integrantes de los otros grupos.

Gale, por ejemplo, gastaba su tiempo en una correspondencia con el exterior destinada a atraerse apoyo de fuera, mientras los del PSM se quedaron sin programa y confundidos frente a las alternativas reales del momento. Esto se hizo claro a partir de 1920, cuando adquirió forma la agrupación de los núcleos sindicales hostiles al rumbo impuesto por Morones a la dirección de la CROM con la creación de la Federación Comunista del Proletariado Mexicano y, a partir de ésta, de la Confederación General de Trabajadores. Gale, Cervantes López y Santibáñez permanecían al margen de estas iniciativas, porque su preocupación medular no estaba en el movimiento de masas, sino en el predominio de sus pequeños grupos.

De esta manera la salida de los comunistas de la dirección de la CGT en septiembre de 1921 no representó su desvinculación de los sindicatos cegetistas ni el cese de su actividad organizadora de los obreros. Apoyándose en la oficina local de la ISR, contribuyeron a la organización de nuevos sindicatos y establecieron vínculos con otros sectores de las masas a partir del gran movimiento inquilinario desplegado desde la primera mitad de 1922, lo que les permitió abrir un nuevo frente de su trabajo: la organización del movimiento campesino a escala nacional. Pero estas acciones están ligadas a un antecedente: el Primer Congreso del PCM, que se reunió del 25 al 31 de diciembre de 1921.

 

José Allen en el banquillo

 

Con su expulsión del país por el gobierno de Obregón el 19 de mayo de 1921 terminó la vida militante de José Allen. Al regresar a México de la deportación el 26 de julio del mismo año, ya no se vinculó sino esporádicamente a la actividad política, aunque permaneció de manera formal dentro del PCM hasta principios de diciembre de 1923, cuando el Comité Nacional Ejecutivo decidió expulsarlo de la organización. Las razones que se adujeron entonces fueron las de que desconoció al comité dirigente, se negó a entregar documentación partidaria que mantenía en su poder y propaló intrigas contra Manuel Díaz Ramírez y otros dirigentes del PCM.

La personalidad de Allen quedó en entredicho desde que en una nota de su libro sobre el movimiento obrero y la política en México, el historiador inglés Barry Carr lo denunció como “un agente de la Oficina del Servicio de Inteligencia Militar de Estados Unidos durante el periodo 1918-1921.”[45] y poco después dio a conocer pormenores de su hallazgo en los archivos del Departamento de Estado norteamericano.[46] Últimamente, dos historiadores mexicanos, Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno, que realizaban una investigación paralela a la de Carr ampliaron la información y aportaron nuevos datos tomados de la misma fuente documental.[47]

En sentido contrario, algunos contemporáneos de Allen, particularmente Rafael Carrillo, que lo conoció personalmente y fue testigo de sus actividades a partir de 1920, ponen en tela de juicio la veracidad de las fuentes de la información recogida por Carr, Taibo y Vizcaíno tomando en cuenta, por una parte, los conocidos métodos de los órganos de provocación del gobierno de Estados Unidos, uno de los cuales consiste en “implantar” textos en los archivos difamatorios para introducir la desconfianza y descalificar a determinadas personas y, por otra, hechos relevantes de la conducta de Allen, como su intervención en el incidente suscitado durante el mitin del 17 de marzo de 1922 en la glorieta del Salto del Agua, de la Ciudad de México, donde se inició el movimiento inquilinario en la capital de la República. Carrillo, presente en ese acto, recuerda que durante la represión policíaca, José Allen fue herido de bala en una pierna debido a que intentó desarmar a un agente de la policía en el momento en que éste se disponía a disparar su arma contra José C. Valadés, y afirma que esta no es la conducta de un agente del enemigo.[48]

En las escasas referencias que hemos podido encontrar sobre las causas de la expulsión de Allen del PCM en documentos partidarios no existe ninguna que haga mención de sus vínculos con el espionaje norteamericano. Es el mismo Allen quien en un informe destinado a la Internacional Comunista, con fecha 7 de septiembre de 1922, se lamenta de la forma como fue recibido por sus compañeros cuando regresó de la deportación y de lo doloroso que le resultó la respuesta de Valadés a sus preguntas. “Valadés le informó —escribe Allen en ese informe— que Morones había dicho públicamente en el Congreso que la Regional había celebrado en Orizaba, que los deportados lo habían sido por estar mezclados con el servicio de espionaje norteamericano, que estaba establecido desde la guerra.” Y a continuación se queja de que “nadie defendió a Allen y demás deportados,” motivo que lo lleva a retirarse a la vida privada y a “no mezclarse s con semejante gente.”[49]

Del mismo informe de Allen y de su correspondencia con Stirner puede deducirse que entre 1919 y 1921, años de su mayor intervención en el PCM, Allen se desvincula del trabajo cuando menos en dos ocasiones, la primera en febrero de 1920 y la segunda en febrero de 1921, con motivo de que había sido relevado de puesto de secretario general, lo que muestra el carácter irregular de su militancia.

Carr opina que “no existe ninguna evidencia de que las actividades secretas de Allen dañaran a las actividades del PCM en sus primeros años”[50] y Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno afirman que “Allen nunca colaboró con el gobierno mexicano” y que al parecer “los motivos de Allen para que ingresara al servicio de espionaje yanqui se afincan en su convicción de ser ciudadano norteamericano...”[51]

Sin embargo, hace falta una investigación a fondo para determinar los fines precisos de la actividad de Allen en los años de su participación dirigente y el sentido con que en años posteriores realizó algunas tareas ligadas al PCM. Por ejemplo, en noviembre de 1926 firma el manifiesta de la sección mexicana de la Liga Antiimperialista de las Américas y El Machete dice que “el ciudadano José Allen es el secretario de la sección mexicana de la Liga Antimperialista...”[52] aunque por otro lado, es claro que después de su expulsión no intentó regresar a las filar del PCM.

Aunque ninguno de los historiadores arriba mencionados ha dado a conocer el texto de los documentos que les sirvieron de base, sino sólo citas fragmentarias tomadas de los archivos nacionales de Estados Unidos, y el autor de este ensayo no ha tenido acceso a las fuentes citadas, los datos que han aportado son suficientes para excluir a José Allen del movimiento revolucionario y comunista. Son una demostración de que el espionaje norteamericano se ha empeñado siempre por introducir a sus agentes en todas las esferas de la actividad social y política de México y especialmente en las organizaciones revolucionarias, pero también de la debilidad de la estructura organizativa de las primeras organizaciones comunistas.

 

El primer congreso

 

Al regresar Díaz Ramírez del III Congreso de la IC recibieron un impulso los trabajos de preparación del Primer Congreso del PCM, que se reunía en la Ciudad de México del 25 al 31 de diciembre de 1921. Por vez primera los comunistas definieron sus criterios sobre algunos de los problemas principales del movimiento obrero nacional y adoptaron posiciones programáticas sobre aspectos centrales de la vida política de aquel momento.

La orientación de la asamblea se basaba en las conclusiones del III Congreso de la IC, particularmente en la lucha por aplicar la política de frente único de todas las organizaciones obreras. “El Partido Comunista de México no se distanciará de las masas obreras y campesinas, ni aun de aquellas que están bajo la influencia reformista”, se explicaba en el punto V, inciso b) de las resoluciones. Y más adelante: “Es tarea de los comunistas explicar a los proletarios que su salvación no estriba en abandonar las uniones conservadoras creando otras nuevas… Los trabajadores revolucionarios deben tener presente que la necesidad es revolucionar a las uniones conservadoras, extirpando su espíritu reformista y echando fuera de ellas a los líderes oportunistas y traidores, hasta llegar a convertir a los sindicatos en un apoyo real y decidido del proletariado militante.”

El congreso mantuvo la posición abstencionista que venía desde la reunión de noviembre de 1919. En la resolución se consideraba como “un desgaste de fuerzas la participación en las lides parlamentarias, máxime cuando al hacerlo, (el PCM) tendría que sustraer energías a su primordial tarea, que es la construcción de un partido de los trabajadores.” La lC seguiría insistiendo en los años siguientes en que el PCM modificara esta posición, pero es significativo que esta exigencia no apareciera entre las condiciones que la IC presentó en abril a través de Katayama.

El congreso adoptó también resoluciones sobre la cuestión agraria, en las que se pronunció por el trabajo colectivo de la tierra y la organización de los obreros agrícolas en sindicatos; sobre el militarismo, la dictadura del proletariado, el trabajo entre los intelectuales y la educación de las masas, así como acerca del apoyo a la Federación de Jóvenes Comunistas, al movimiento femenino, a la unidad de acción con los partidos comunistas de América, a la disciplina que se debía a los estatutos y acuerdos de la Internacional Comunista y, de modo particular, a la aplicación de las resoluciones de su III congreso.

En la resolución sobre la Federación de Jóvenes Comunistas se hacía constar el aporte de sus dirigentes al fortalecimiento del PCM con el paso de los más experimentados de ellos a la actividad de dirección del partido. “La juventud comunista… contribuirá a formar el Partido Comunista -se decía en el punto V inciso h) de la resolución-; para nadie se oculta que la juventud tendrá una disminución de fuerzas con esto. Dando vida a una organización que la supera, la juventud le da asimismo mucho de su vida. Sus mejores elementos, sus miembros más activos y más inteligentes, salen de su seno y van a desarrollar sus energías en la organización que cristaliza su doctrina y que llevará a la práctica sus tácticas.”[53] Esto se refería particularmente al hecho de que los dos principales dirigentes de la FJC, Rafael Carrillo y José C. Valadés, se integraban al órgano dirigente del PCM.

De conformidad con las resoluciones de la IC, el Primer Congreso decidió adoptar el nombre de Partido Comunista de México (Sección de la Internacional Comunista), el cual mantuvo hasta 1939, cuando por una decisión de su Congreso, volvió al primitivo nombre de Partido Comunista Mexicano.

El Congreso tomó posición frente a los pronunciamientos militares y de modo particular contra las facciones opuestas al gobierno de Obregón. Para explicar la resolución sobre este punto, José C. Valadés escribió el folleto Revolución social y motín político, que fue además su primer trabajo sobre historia nacional. Según la versión de Valadés, la resolución del congreso afirmaba: “El Partido Comunista de México recomienda a los trabajadores no tomar participación alguna en los motines que se preparan por diversos grupos de políticos, porque la participación de los trabajadores en estos motines no hace sino debilitar las fuerzas del proletariado mexicano, que debe guardar estas fuerzas para la revolución social. El Partido Comunista de México señalará a los trabajadores el momento oportuno para entrar al combate y aprovechar el motín político transformándolo en revolución proletaria.”[54]

La resolución más importante del congreso, por su oportunidad y sus consecuencias sociales y políticas, consistió en emprender una campaña nacional contra los altos alquileres. El pequeño núcleo comunista mostraba así la capacidad de convertir en directivas para la acción lo que sólo aparecería como un síntoma: el deterioro de uno de los componentes esenciales de la condición de vida de los trabajadores como es su vivienda.

 

Estoy en huelga, no pago renta

 

El movimiento inquilinario se desarrolló impetuosamente durante los primeros 7 meses de 1922. Se inicia en Veracruz con la creación del Sindicato Revolucionario de Inquilinos en el mes de enero, bajo la dirección de Herón Proal y con la activa participación de los comunistas. El 5 de marzo estalla la huelga de pagos, momento en que “el ochenta por ciento de la población porteña secundaba la huelga” en opinión de uno de sus primeros cronistas.[55] Poco después se extiende a Orizaba y a Córdoba.

En la Ciudad de México, el movimiento se inicia el 17 de marzo con un mitin convocado por la Local comunista de la capital en la Plaza del Salto del Agua. La policía ataca la manifestación posterior al mitin, de la que resultan algunos heridos y varios detenidos. Comienzan a realizarse mítines en distintos barrios de la capital, que promueven la organización de decenas de comités de vecindad. El 28 de abril en una asamblea integrada por delegados de comités de zona se designa el comité central del sindicato, resultando electos Manuel Díaz Ramírez como secretario general, José Díaz, secretario del interior, Enedina Guerrero, tesorera; José C. Valadés, Luis Vargas Rea y Simeón Morán secretarios de organización y conflictos y Jesús Bernal, Rafael Carrillo y Rosendo Gómez Lorenzo como secretarios de prensa y propaganda, todos ellos miembros del PCM y la FJC. El 1o de mayo se inicia la huelga de pagos; alrededor de 35,000 inquilinos se niegan a pagar la renta y se involucran en un poderoso movimiento que mantuvo algunos miles de inquilinos en constantes manifestaciones, mítines y acciones de defensa contra los desalojos y la represión de la policía.

Hacia mayo, el movimiento se ha extendido a Guadalajara, San Luis Potosí, Ciudad Juárez, Puebla, Tampico, Aguascalientes y Monterrey, donde surgen los sindicatos correspondientes.

En Veracruz, el programa del sindicato se expresaba en 4 exigencias: suspensión del pago de rentas hasta que los propietarios acepten el 2 por ciento sobre el valor catastral de la propiedad; abolición de las fianzas; suspensión de los juicios de lanzamiento y revisión de contratos, y reconocimiento del Sindicato Revolucionario de Inquilinos por los propietarios de casas.[56] Con ligeras variantes, este era el programa que levantaban los sindicatos inquilinarios en las ciudades donde surgió.

El 6 de junio, el movimiento fue aplastado en el puerto de Veracruz mediante una sangrienta represión ordenada por el gobierno de Obregón, con saldo de decenas de muertos y 140 detenidos, entre ellos Herón Proal que estuvo preso durante los 9 meses siguientes. En el DF el sindicato ocupa el 12 de junio el exconvento de los Ángeles, en la calle Arteaga de la colonia Guerrero donde instala su cuartel general, que después del declive del movimiento se convertirá en la sede del Partido Comunista. A partir de la represión de Veracruz, Jalapa y Orizaba, las autoridades del DF incrementan las represalias contra los inquilinos; prohíben las manifestaciones y persiguen a los activistas; el mero de detenidos se eleva a más de 100.

Tres años después, una serie de artículos de El Machete dedicada a combatir a Ia dirección del PCM que actuaba durante la huelga y cuyo responsable era Manuel Díaz Ramírez, establece los siguientes juicios sobre el fracaso del movimiento: “... La falta de disciplina fue el factor principal de la derrota inquilinaria de 1922. La lucha interna en el partido no fue abordada en una forma comunista por el Ejecutivo entonces en gestiones. Se fomentó la lucha fraccional, se llevó al último extremo a la Juventud Comunista y en la lucha contra José C. Valadés se estranguló a la Juventud Comunista...”[57]

Pero esta condena sumaria estaba en buena parte motivada por necesidades pasajeras de lucha interna. La organización del movimiento inquilinario mostró una nueva cualidad del naciente partido: su capacidad para generar una acción reivindicativa y política a escala de varios estados. Además, la lucha inquilinaria extendió las relaciones del PCM con nuevos núcleos obreros, lo que le permitió fortalecerse principalmente entre los ferrocarrileros, los trabajadores de la construcción y los portuarios. En el curso de la huelga, la Local de Veracruz publicó diariamente el periódico El Frente Único y en el Distrito Federal el Comité Central editó el periódico La Plebe, que durante algunos meses estuvo bajo la dirección de Diego Rivera. Y algo de lo más importante y duradero: del Sindicato de Inquilinos de Veracruz surgieron los organizadores del movimiento campesino veracruzano, principalmente Úrsulo Galván y Manuel Almanza, que recorrieron el estado con fondos proporcionados por el sindicato y crearon los primeros núcleos de lo que sería la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz.

Ya cuando había pasado el apogeo del movimiento inquilinario, pero todavía bajo su impulso, los comunistas entran en relación con una capa de la sociedad que hasta entonces había permanecido lejos de su influencia: la intelectualidad, a lo que llegan a través de la figura más atrayente del momento, la del pintor Diego Rivera.

Desde su regreso a México en julio de 1921, tras quince años de vivir en Europa, Rivera comenzó a agrupar al núcleo más activo de la intelectualidad artística del país, a revelarle la riqueza del marxismo y la necesidad del vínculo con la clase obrera. El primer resultado fue la creación del Grupo Solidario del Movimiento Obrero, en cuya constitución trabajan el pintor y Vicente Lombardo Toledano. Juntos elaboran las bases del funcionamiento del Grupo, designan comisiones para organizar sucursales en Morelia y Guadalajara y preparan su asamblea constitutiva. Además de Rivera y Lombardo forman parte de esta organización los pintores José Clemente Orozco, Xavier Guerrero y Adolfo Best Maugard; los escultores Ignacio Asúnsolo y Germán Cueto; los escritores Pedro Henríquez Ureña y Julio Torri; el poeta Carlos Pellicer; el crítico de arte Jorge Juan Crespo de la Serna; la actriz Lupe Rivas Cacho, el arquitecto Alberto Vázquez del Mercado y el antropólogo Alfonso Caso. El 31 de agosto de 1922, en un banquete al que asisten los dirigentes de la CROM encabezados por Luis N. Morones, se da por constituida esta organización,[58] aunque tal padrinazgo no ayudaría a la unidad ni a la persistencia del Grupo.

David Alfaro Siqueiros no figura en esta agrupación porque regresa de Europa hasta septiembre de 1922, y es invitado de inmediato por Vasconcelos y Lombardo a incorporarse a la decoración del antiguo Colegio de San Ildefonso.[59]

En noviembre de ese año, Rosendo Gómez Lorenzo entra en contacto con Diego Rivera y un mes después el pintor hace su ingreso al PCM. Poco después se incorporan Siqueiros, Xavier Guerrero, Fermín Revueltas, Jorge Juan Crespo de la Serna, Germán Cueto, Amado de la Cueva, Máximo Pacheco y otros. En unión de José Clemente Orozco, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Fernando Leal, Emilio Amero y con la activa participación de Rosendo Gómez Lorenzo, forman el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, del que Rivera y después Siqueiros serian dirigentes.[60]

Por las mismas fechas en que se realizaba este encuentro fecundo para el arte mexicano y el movimiento político de los obreros, una noticia estremece a los trabajadores del país. El 21 de noviembre muere en su celda de la prisión norteamericana de Leavenworth el luchador anarquista Ricardo Flores Magón, la figura más respetada del movimiento obrero de su época. El 15 de enero de 1923, sus restos llegan a la ciudad de México, después de un largo recorrido, en el que multitudes de trabajadores, entre ellos los pequeños grupos comunistas, le rendían homenaje en las estaciones del ferrocarril desde Ciudad Juárez.

En esta situación se reúne el 10 de abril de 1923 el II Congreso Nacional del PCM. La información de que se dispone sobre esta asamblea es todavía muy escasa. Los núcleos principales del partido formados hasta ese momento se localizaban en Veracruz, Michoacán, Tamaulipas, la Ciudad de México, Oaxaca, Sonora y Yucatán, los cuales se hicieron representar en la reunión.

Al parecer, el acuerdo más relevante del congreso fue la modificación de la táctica abstencionista. La asamblea también ratifica, las resoluciones del primer congreso y eligió un Comité Nacional Ejecutivo de 5 propietarios: Manuel Díaz Ramírez, Rosendo Gómez Lorenzo, Diego Rivera, Úrsulo Galván y Carlos Palacios y 5 suplentes: Rafael Mallén, Simeón Morán, Luis Vargas Rea, Jorge Juan Crespo de la Serna y Rafael Carrillo. El congreso nombró, además, a Diego Rivera director del periódico La Plebe y creó una sección femenina integrada por Concha Michel, Sara López, Luz García y Laura Mendoza.

Unos días antes, en el mismo mes de abril, tuvo lugar el III Congreso de la Federación de Jóvenes Comunistas, que restableció las relaciones interrumpidas con el PCM, resolvió impulsar la edición de Juventud Rebelde y eligió un comité integrado por Rafael Carrillo, Jesús Bernal, Juan González, Lázaro Aguirre y Carlos Becerra.

Después de estas asambleas se inicia en el partido la discusión sobre la táctica a seguir en las elecciones presidenciales de 1924. Con ligeras discrepancias, el Comité se orientó a apoyar la candidatura de Plutarco Elías Calles, previa condición de que aceptara un programa surgido de una asamblea de organizaciones obreras y campesinas. El punto de vista del PCM sobre los aspectos determinantes de tal programa fue formulado el 25 de agosto y contenía como puntos básicos la efectividad del reparto de tierras y aguas, el refaccionamiento de los campesinos dotados, con implementos agrícolas, semillas y préstamos en efectivo; la aplicación de una política tendiente a irrigar todo el territorio útil para el cultivo; la reglamentación del artículo 123 constitucional y una legislación precisa sobre el problema habitacional.

En septiembre, junto con delegados de otros grupos, Rosendo Gómez Lorenzo visitó a Calles en su hacienda de Soledad de la Mota, N. L., para exponerle los puntos del programa que presentarían a una convención de partidos y grupos revolucionarios de obreros y campesinos, de donde resultaría el candidato que ellos apoyaría. El 17 de septiembre, Manuel Díaz Ramírez informa a Stirner que “nosotros apoyaremos al candidato de la mayoría de obreros y campesinos reunidos en convención de partidos revolucionarios y cuyos postulados sean aceptados por el candidato; ya Calles dijo que estaba de acuerdo y que apoyaría con todos sus elementos para que se efectuara la convención.”[61] Sin embargo, la aplicación de este proyecto se vio interrumpido por los conflictos en la dirección y por el levantamiento que los delahuertistas iniciaron en diciembre de 1923

La actividad del PCM había descendido al agotarse el movimiento inquilinario, de modo que el comité elegido por el II Congreso, muy pronto se encontró en crisis. Dos miembros del Comité habían ido a Mos; Carrillo, para asistir al congreso de la Internacional Juvenil Comunista y Galván a la fundación de la Internacional Campesina (Crestintern). El trabajo de dirección lo mantenían Díaz Ramírez y Gómez Lorenzo, a los que esporádicamente acompañaba Diego Rivera. Esta situación se agudizó en noviembre, cuando las secciones de Veracruz, México y Yucatán demandaron la celebración de un congreso extraordinario y el Comité Nacional decidió convocarlo para la última semana de diciembre. Pero ante la lentitud de su preparación, Díaz Ramírez se dirigió a las secciones locales del PCM y de la FJC en la Ciudad de México llamándolas a tomar en sus manos la solución de las cuestiones planteadas y a crear un comité provisional que organizara el congreso.[62]

 

Demócratas revolucionarios y comunistas

 

El movimiento inquilinario incrementó el prestigio de los comunistas y permitió el crecimiento de las filas PCM, pero su derrota provocó una dispersión momentánea y generó una escisión: la de José C. Valadés, quien al ser expulsado se adhirió al anarquismo. De cualquier forma, los comunistas habían dado un paso adelante en su inserción en la política nacional.

Después de la ruptura con los libertarios, los primeros comunistas enfrentaron la relación con otra corriente del movimiento social y político mexicano de tanta influencia que dominó la escena durante las décadas de los veinte y los treinta: la democracia revolucionaria. Si el anarquismo representaba en México una primera forma de conciencia teórica proletaria y mantenía una indudable preeminencia entre los obreros de vanguardia, la democracia revolucionaria expresaba los intereses y las aspiraciones de los campesinos, la clase oprimida más activa y de mayor experiencia política de los primeros treinta años del siglo XX mexicano.[63]

Los comunistas entraron en relación con esta corriente de manera natural, es decir, a través de la coinciden política que se estableció entre ellos en la actividad práctica y sin que mediara una reflexión teórica previa. Es más, algunos de los representantes más conspicuos del democratismo revolucionario, como ya hemos visto, se identificaron con los comunistas en el periodo inicial de la integración de éstos como partido. Tal es el caso del mártir yucateco Felipe Carrillo Puerto, que figuró en el segundo Buró Latinoamericano de la IC organizado por el PCM y del general revolucionario y diputado constituyente Francisco J. Múgica, aunque la mayoría de ellos formaba parte de los agrupamientos creados en torno de los caudillos revolucionarios.

El exponente más riguroso y coherente del democratismo-revolucionario y el más desconocido por la generación actual, es el general Adalberto Tejeda, dos veces gobernador de Veracruz (1920-1924 y 1928-1932), activo oponente a la creación del partido oficial, organizador del Partido Socialista de las Izquierdas y candidato suyo a la Presidencia de la República en 1934, aunque estas últimas acciones las emprendió en el momento de declive de su influencia política.

A esta corriente debe inscribirse también al miembro del gabinete de Obregón, Ramón P. de Negri, al gobernador de Jalisco en la segunda mitad de los años veinte José Guadalupe Zuno, al general Lázaro Cárdenas y algunos de los colaboradores más cercanos de su gobierno como Narciso Bassols, el general Heriberto Jara, Ignacio García Téllez, los líderes de la izquierda cardenista en la Cámara de Diputados Gilberto Bosques y Luis Mora y Tovar; el obregonista Manlio Fabio Altamirano, entre otros.

La mayoría de los investigadores mexicanos y del extranjero llama impropiamente “populistas” o “nacionalistas revolucionarios” a los representantes de esta corriente. Ambos conceptos fueron vulgarizados y se convirtieron en epítetos de contenido muy difuso, que lejos de contribuir al análisis de las corrientes políticas, lo oscurecen.

Las relaciones entre demócratas-revolucionarios y comunistas fueron siempre contradictorias. De una parte, por el carácter caudillista de la mayoría de los primeros y porque su proyecto político (solución radical y rápida del problema agrario[64] e independencia plena del país respecto del imperialismo) no fue apoyado en una organización política propia, lo que dio a su movimiento un carácter desarticulado y en algunos casos puramente local.

El otro aspecto que hacía problemáticos los lazos entre demócratas revolucionarios y comunistas era la debilidad teórica de estos últimos, particularmente en el periodo 1919-1929, que no siempre comprendieron la naturaleza social y las particularidades de la ideología del democratismo-revolucionario mexicano, lo cual los hacía oscilar del seguidismo a la contraposición sin matices, como la que se inicia en 1929, particularmente en relación con el gobierno de Adalberto Tejeda en Veracruz, y en general con esta corriente.

La posición de la Internacional Comunista tampoco ayudaba a resolver con acierto este aspecto esencial de la formación del partido obrero en México, que era su actitud frente a los representantes ideológico-políticos de su aliado natural, los campesinos. Mientras en la lC predominó la orientación hacia el frente único formulado bajo la influencia directa de Lenin, los dirigentes del PCM actuaban en alianza con la democracia revolucionaria y defendían su independencia. El ejemplo más destacado de esta actitud fue la organización de la Liga Nacional Campesina, que se basaba en una alianza de comunistas y tejedistas. Los vaivenes en la conducción de la IC y especialmente el viraje sectario que se inició en 1927 y culminó en 1928 durante el VI Congreso, condujeron al PCM a un periodo en el que sólo tomaba en cuenta la contraposición con los demócratas revolucionarios.

Sin embargo; estas relaciones, que habían adquirido una base práctica con motivo de la resistencia ofrecida por el gobernador Adalberto Tejeda a la represión del movimiento inquilinario en Veracruz ordenada por el Presidente Obregón, se fortalecieron especialmente con motivo del levantamiento de los delahuertistas a fines de 1923.

El Comité Ejecutivo del PCM decidió oponerse a la rebelión militar y participar en la lucha armada contra los alzados. Según su opinión, tras los delahuertistas estaban los intereses de los latifundistas, el clero y el gran capital; la dirección del PCM, en algunos de sus textos, llegó a calificar de “fascista” el movimiento rebelde, basándose en la conducta del general Guadalupe Sánchez que, como comandante militar de Veracruz, se había distinguido por su hostilidad al movimiento campesino. Era una versión simplificada, que no tomaba en cuenta que el delahuertismo era un complejo agrupamiento de fuerzas del ejército, articulado contra la candidatura de Calles a la Presidencia, pero al que se habían unido algunos de los generales más cercanos al pueblo, como Francisco J. Múgica, Salvador Alvarado, J. D. Ramírez Garrido, Cándido Aguilar y Manuel M. Diéguez, entre otros.

La dirección del PCM decidió que sus militantes de la capital se dirigieran en pequeños grupos, cada uno acompañado de un militar encargado de la instrucción, a los lugares donde había estallado la rebelión o donde se realizaban preparativos insurreccionales de unidades del ejército, con el objetivo central de “organizar militar y socialmente a los campesinos.”[65] El 15 de diciembre se habían formado ya cuatro grupos para dirigirse a Veracruz, Puebla, Guerrero y Guanajuato, mientras se trabajaba por la formación de otros. Tales grupos, según Díaz Ramírez, actuarían con el consentimiento y acuerdo del Presidente Obregón.

Fue en Veracruz donde la actividad militar de los comunistas adquirió relevancia. La local del partido adoptó el siguiente programa, como base para integrar un comité de acción de la Federación local de trabajadores y la Liga de Comunidades Agrarias: armamento de los campesinos, reparto inmediato de las tierras a los pueblos que carecen de ellas, confiscación de las tierras de los terratenientes rebeldes e indemnización de las familias de los agraristas asesinados; integración de las juntas de conciliación y arbitraje por representantes obreros, creación de bolsas de trabajo, ayuda a los obreros sin trabajo y aprobación de una ley de inquilinato.[66]

Al estallar la rebelión, los líderes de la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz, en ese momento bajo la dirección de Manuel Almanza debido a que Úrsulo Galván aun no regresaba del viaje a Moscú, procedieron a organizar grupos de campesinos armados que actuaban en la retaguardia de las tropas de Guadalupe Sánchez que en los primeros días del levantamiento habían ocupado el puerto de Veracruz y Jalapa, la capital del estado. Las milicias campesinas se unieron poco después en lo que sería el 86 batallón de infantería, organizado bajo la dirección del coronel Juan B. Gómez, ayudante del general Heriberto Jara y con posterioridad combatiente en la guerra de España, del escritor y teniente coronel José Mancisidor, jefe del estado mayor de Jara, así como del coronel Gonzalo Portilla y el teniente coronel Úrsulo Galván.

Galván y Carrillo se enteraron del levantamiento cuando el barco en que regresaban de la Unión Soviética arribó a La Habana. Desembarcaron clandestinamente en Veracruz el 13 de diciembre y se incorporaron a la resistencia. Galván se distinguió especialmente en esta lucha y fue ascendido a mayor del ejército al ser aplastada la rebelión. Carrillo, por su parte, intentaba llegar a la Ciudad de México, pero no pudo hacerlo hasta febrero.

Entre diciembre de 1923 y enero de 1924 las fuerzas delahuertistas asesinaron al dirigente popular y presidente municipal de Acapulco Juan R. Escudero, al gobernador de Yucatán Felipe Carrillo Puerto, a los dirigentes campesinos veracruzanos José Cardel, Juan Rodríguez Clara, José Fernández Oca, al dirigente local de la juventud comunista Guillermo Lira y a muchos otros.

A mediados de febrero se hizo claro que los alzados no contaban con la fuerza suficiente para vencer, aunque habían arrastrado a su movimiento al 60 por ciento de los efectivos del ejército. Uno tras otro fueron cayendo sus reductos principales, hasta que el mismo De la Huerta tuvo que abandonar el país, mientras otros jefes del levantamiento eran detenidos o morían en combate. Entonces se planteó la campaña para el desarme de los agraristas y la lucha de éstos por mantener los fusiles que habían recibido. Los miembros del PCM organizaron la resistencia al desarme y contaron con el apoyo de Tejeda, uno de los pocos jefes militares y políticos que defendía el armamento de los campesinos.

Así se realizó la primera experiencia militar de los comunistas mexicanos y seguramente también de los de América Latina. De entonces parten las relaciones del PCM con algunos jefes militares y su comprensión de que también en el ejército podían echar raíces las ideas del comunismo.

 

El PCM y la Comintern

 

Desde los primeros años de su integración en partido, los comunistas mexicanos adoptaron el punto de vista del internacionalismo, tanto en el aspecto de la composición de sus filas, en las que eran admitidos con iguales derechos los militantes de otras nacionalidades, como en el de sus deberes solidarios hacia la lucha de otros pueblos. Muchos revolucionarios latinoamericanos que desempeñaron un papel destacado en sus países actuaron dentro del PCM y en ocasiones ocuparon posiciones dirigentes.

En la formación internacionalista del PCM desempeña un papel relevante la actividad de la Comintern, a la que el PCM estuvo ligado hasta su disolución en 1943. En la literatura histórica de los cazadores de brujas se hace aparecer al PCM como un simple instrumento de la IC, mas la verdad está lejos de esta versión maniquea. En el breve espacio de este ensayo es imposible detenerse en un análisis detallado de las relaciones entre los comunistas mexicanos y la III Internacional. Pero existen datos suficientes para afirmar que en los primeros nueve años de vida del PCM, estas relaciones no fueron idílicas, ni mucho menos de supeditación. Los primeros representantes de la IC en México, Mijail Borodín y Sen Katayama contribuyeron a encauzar el grupo en formación y lo mismo puede decirse de las relaciones entre los comunistas mexicanos y la dirección de la IC hasta el momento en que la llamada bolchevización de los partidos comunistas se convirtió en una camisa de fuerza, lo que se expresó en México a partir del VI Congreso de la IC, en 1928.

En los años que aquí examinamos, de 1919 a 1924, se desempeñó un papel positivo, impulsando al naciente partido a asumir en la política y las cuestiones de organización las posiciones de un partido obrero revolucionario de filiación marxista, que tomaba en cuenta la tradición revolucionaria mexicana y las condiciones particulares de la situación económico-social e internacional del país. A esto último contribuyeron algunos militantes que, habiéndose incorporado al comunismo en México, trabajaron en el aparato de la Comintern, como el suizo Edgar Woog (Stirner), el norteamericano Richard Francis Phillips (Frank Seaman o Manuel Gómez) en los años veinte, y Julio Gómez-Rosovsky en la década de los treinta.

Ejemplo del tipo de relaciones que existían entre la organización internacional y los comunistas mexicanos en estos años es el destino de la carta que el Comité Ejecutivo de la IC dirigió el 23 de agosto de 1923 al PCM. Era la primera vez que la Internacional se ocupaba de forma tan extensa y de manera pública de la “cuestión mexicana”. El CEIC tomaba como base de su enfoque las resoluciones del II Congreso del PCM y las informaciones verbales que había recibido de los delegados mexicanos al congreso de la Internacional Juvenil Comunista. La Carta comenzaba saludando la decisión del II Congreso de romper con la táctica antiparlamentaria para luego detenerse en los riesgos del oportunismo al adentrarse en la actividad electoral. Frente a la proximidad de las elecciones, la IC coincidía con la disección del PCM en la conveniencia de apoyar la candidatura de Plutarco Elías Calles, pero le planteaba que no lo hiciera como seguidor del gobierno, sino como una fuerza que mantiene una táctica orientada a conquistar un gobierno obrero y campesino, lo cual implicaba actuar contra cualquier ilusión acerca de la capacidad de Calles para enfrentar las presiones de la reacción y del clero. Enseguida la Carta apremiaba al PCM a impulsar la lucha contra el imperialismo norteamericano y la solidaridad con los pueblos de Centroamérica y el Caribe.

El Comité Nacional del partido discutió acaloradamente la carta del CEIC durante los meses de septiembre y octubre y la mayoría, con el voto en contra del secretario general, Manuel Díaz Ramírez, se opuso a que fuera publicada, aunque se trataba de una “carta abierta”. No se han encontrado documentos que expliquen las razones de esta posición, aunque puede suponerse que se relacionaban con el tono de la Carta, más que con su contenido. El caso es que en noviembre apareció en inglés con el título de Estrategia de los comunistas, pero nunca se conoció en español. Se editó en Chicago, precedida de una introducción de C. E. Ruthenberg, en la que este dirigente del Workers Party of America afirma que la Carta se publica en inglés porque, aunque dirigida al PCM, “contiene un esbozo de la estrategia de los comunistas en todos los países.”[67]

Otro aspecto poco estudiado de la historia del PCM es su relación con el movimiento revolucionario latinoamericano. A pesar de lo reducido de sus propias fuerzas, el partido contribuyó a la organización de los partidos comunistas en los países más cercanos. Desde los primeros años de la década de los veinte, militantes del PCM establecieron contacto con los revolucionarios centroamericanos y los impulsaron a constituir partidos comunistas. Las relaciones más estrechas se desarrollaron con los comunistas guatemaltecos, que crearon su partido en 1922 y poco después, en 1925, lo transformaron en Partido Comunista de Centroamérica.[68] En nombre de este partido el dirigente guatemalteco Max M. González presentó un informe al III Congreso del PCM, en abril 1925. Dirigentes del PCM como Jorge Fernández Anaya participaron en el proceso de fundación del Partido Comunista de El Salvador y uno de sus líderes, Miguel Ángel Vázquez, militó durante largos años en las filas del PCM.

Es conocida la participación de Enrique Flores Magón[69] en el congreso constituyente del Partido Comunista de Cuba durante el mes de agosto de 1925 y su aporte a las resoluciones que adoptó,[70] pero poco se sabe de que por los mismos días, el historiador Rafael Ramón Pedrueza, embajador de México en Ecuador y militante del PCM, contribuía decisivamente a organizar el primer núcleo de lo que sería el Partido Comunista del Ecuador.

Desde 1924, militantes del PCM emprendieron la creación de la Liga Antiimperialista de las Américas, que respondía a un acuerdo entre los comunistas latinoamericanos y la IC. En su sede mexicana tuvieron una actuación notoria diversos exiliados de países de América Latina. Grandes jornadas de solidaridad se desarrollaron en defensa del joven Estado soviético y en demanda del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la  URSS, que se iniciaron el 4 de agosto de 1924. El Frente Único pro Sacco y Vanzetti, bajo la dirección inmediata de Luis G. Monzón, movilizó grandes grupos de trabajadores con el objetivo de salvar la vida de los valientes anarquistas italianos. Desde el mismo momento en que se inició la intervención norteamericana en Nicaragua, los comunistas asumieron la responsabilidad de la acción solidaria y fueron el alma del Comité Manos Fuera de Nicaragua (Mafuenic), y lo mismo hicieron en defensa de la vida de los muchachos de Scottsboro, en el apoyo a las víctimas del machadato y en la lucha contra la tiranía de Juan Vicente Gómez en Venezuela.

Este aspecto de su actividad fue un factor determinante en el periodo de formación del Partido Comunista Mexicano.

 

Hacia el movimiento de masas

 

El periodo de la historia del PCM que se alarga de 1924 a 1929 es uno de los más ricos y complejos, tanto desde el punto de vista de su desarrollo como organización articulada y coherente, como desde el ángulo de su inserción en la vida política de México. A la mitad de este periodo, especialmente a partir de 1927, puede hablarse ya de que se ha cumplido la etapa formativa, el momento en que el PCM elabora los rubros esenciales de su programa, así sea en forma inicial y embrionaria, y los aspectos más importantes de su táctica política, que le permiten relacionarse con el universo político de la época, tanto con el grupo gobernante, como con otras corrientes de pensamiento y acción.

Es en este periodo en que adquiere forma el núcleo estable de dirección y se establecen los lazos más duraderos con los sectores activos de la clase obrera y especialmente con el impetuoso movimiento de los campesinos. El partido se nutre con fuerzas intelectuales que le aportan nuevos elementos de cultura y le abren la posibilidad de relacionarse con otro sector de la sociedad.

Entre los rasgos más relevantes de la actividad de los comunistas en la segunda mitad de los veinte se encuentra su actividad como organizadores del movimiento obrero y campesino. Nadie podrá negar que, gracias a su esfuerzo, surgió en 1926 la primera gran organización de los campesinos mexicanos con un programa que vinculaba claramente la solución de fondo de la cuestión agraria y campesina a la transformación socialista México y que al mismo tiempo defendía los intereses más inmediatos de los trabajadores del campo. Debido también al esfuerzo de los militantes del PCM se impidió la disgregación del movimiento sindical emprendida por los gobiernos del Maximato desde el inicio de su conflicto con la CROM. Tal era el sentido del surgimiento en enero de 1929 de la Conferencia Sindical Unitaria de México (CSUM) que sería uno de los afluentes de la unificación del movimiento sindical a principios de 1936.

Sin embargo, el PCM existió durante este periodo como un pequeño grupo de militantes que sólo pudo elevar su número de los 200 que tenía en 1925, a poco más de 1 500 en 1928. Sólo a partir de la conferencia de abril de este año empezó a desarrollarse desde el punto de vista organizativo. Un año después, cuando se desató la represión, había doblado el número de sus miembros.[71] Ciertamente, se trataba de hombres estrechamente ligados al movimiento de masas, pero sometidos a una disciplina rígida y frecuentemente grotesca. Todos los llamamientos de la Internacional —que se repitieron en el curso de estos cinco años — a convertir al PCM en un partido de masas, no fueron capaces de modificar una concepción de partido que tomaba el modelo leninista en sus versiones más mecánicas y estrechas. Esto le resultaría muy caro cuando llegó el momento de la división, pues un partido pequeño carecía de la capacidad indispensable para sostener una influencia directa en el gran movimiento de masas que había contribuido a organizar.

Ese momento llegó durante la guerra civil de marzo a mayo de 1929, cuando todas las fuerzas sociales y políticas entraron en tensión. El PCM se involucró a fondo en la lucha contra el levantamiento militar reaccionario, pero trato de mantener su independencia del gobierno constituido y su propia influencia política y militar. Las intrigas del gobierno de Portes Gil y las vacilaciones de los dirigentes campesinos, principalmente de Úrsulo Galván, condujeron a la división del partido. Derrotada la rebelión escobarista, el gobierno de Portes Gil y los subsecuentes gobiernos del Maximato se esforzaron por aplastar a los comunistas como grupo político. Los agredieron en todas las formas, pero no pudieron liquidarlos.

 

El núcleo dirigente

 

Durante la primera quincena de marzo de 1924 hizo su aparición el periódico El Machete. Como responsables de su redacción figuraban Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero. José Clemente Orozco elaboró las ilustraciones principales en los primeros números; Graciela Amador hizo el epígrafe,[72] escribió corridos y se encargó de la administración y, desde el primer momento, hasta que el periódico dejo de existir, Rosendo Gómez Lorenzo fue su más asiduo y competente redactor.

En el transcurso de su primera etapa, El Machete fue el órgano del Sindicato de Obreros técnicos, Pintores y Escultores, organizado para defender los intereses de los trabajadores del arte y para establecer un vínculo directo con el sindicalismo obrero, que Diego Rivera había iniciado desde su regreso a México, junto con Orozco y otros intelectuales.

En noviembre, el periódico pasó a ser órgano de la Liga de Impresores, Escritores y Dibujantes Revolucionarios; en mayo de 1925 se convierte en el órgano oficial del Partido Comunista. En la realidad, aunque no de forma expresa, lo había sido desde el primer número con el consenso de sus redactores. No era casual que el texto principal de; aquella entrega fuera el llamamiento titulado “Hacia el gobierno obrero y campesino”, donde el PCM hacía el balance de la rebelión delahuertista y se oponía a la campaña del gobierno para desarmar a los campesinos, así como el artículo de Alfonso Goldschmidt en el que este economista de origen alemán iniciaba su aporte a la difusión del marxismo en México.

El Machete no fue obra exclusiva de los pintores, ni aun desde el punto de vista de los recursos materiales. El 12 de noviembre de 1923, el secretario nacional del PCM Manuel Díaz Ramírez, llamaba a los miembros del partido y de la Federación de Jóvenes Comunistas a reunir un fondo de cinco mil pesos para adquirir una imprenta y asegurar la edición de un periódico obrero y campesino de carácter nacional, que terminara con la irregularidad y el carácter local de los órganos de prensa partidarios. “Aquí se ha logrado en determinadas ocasiones (en la época álgida del Sindicato de Inquilinos) —decía Ramírez— hacer un semanario, en Veracruz un diario por idéntica circunstancia. Pero ni aún así se sostenían efectivamente.[73]

La publicación de El Machete era resultado de la extensión de los vínculos de los primeros comunistas con el movimiento obrero e intelectual y al mismo tiempo el inicio de la consolidación del primer núcleo dirigente estable del comunismo en México. Este núcleo se perfila claramente en el año que transcurre de la aparición de El Machete al III Congreso del Partido, celebrado en abril de 1925.

El peso de la labor organizativa y política, así como las relaciones con el movimiento obrero, campesino e intelectual del país recaía ya entonces en algunos de las figuras permanentes del comunismo, entre ellas Manuel Díaz Ramírez, Rafael Carrillo y Hernán Laborde, quienes ocuparon sucesivamente la secretaria general del PCM de 1921 a 1939; los pintores Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero y Amado de la Cueva; el periodista Rosendo Gómez Lorenzo; organizadores sindicales como los ferrocarrileros Elías Barrios y Carlos Rendón, el obrero textil de Veracruz Mauro Tobón, el ebanista y después minero en Jalisco José F. Díaz; los dirigentes campesinos más importantes de la década de los veinte, entre los que descollaban los veracruzanos Úrsulo Galván y Manuel Almanza, el michoacano Primo Tapia, el duranguense J. Guadalupe Rodríguez; el diputado constituyente y educador Luis G. Monzón, quien se adhirió al PCM en abril de 1923, siendo Senador de la República; el historiador y diplomático Rafael Ramos Pedrueza; a ellos se incorporaron a partir de 1926 el ferrocarrilero Valentín Campa, el panadero Miguel Ángel Velasco, el escritor Juan de la Cabada y algunos otros.

Este equipo dirigente no sólo aseguraba la continuidad de la labor comunista y el desarrollo de la influencia política, social y cultural del marxismo en México: colocaba al PCM entre las fuerzas políticas principales del país, como comenzó a quedar en claro después del III Congreso del partido.

Antes del congreso, entre el 25 de abril y el 10 de mayo de 1924, se efectuó en la capital la conferencia nacional del partido, en la que fue elegida una nueva dirección. A la conferencia asistió Nicolás Cano, invitado a participar con todos los derechos, aunque su partido no se incorporaba todavía de manera formal al PCM. La reunión eligió a Bertram D. Wolfe delegado al V Congreso del Comintern y le encomendó plantear en los debates la necesidad de que la IC volviera los ojos América Latina y tomara en cuenta en sus análisis la particularidad de la región. El nuevo comité dirigente quedó integrado por Rafael Carrillo, Juan González, Jesús Martínez, B. D. Wolfe y Roberto Hernández, como propietarios; Mauro Tobón, Manuel Almanza, Manuel Díaz Ramírez, Luis Vargas Rea y Carlos Becerra, como suplentes. Rafael Carrillo fue designado secretario nacional en sustitución de Manuel Díaz Ramírez. A partir de la conferencia, éste se trasladó a Jalapa y concentró su actividad en la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz.

Después del declive del movimiento inquilinario, los comunistas habían concentrado su actividad en la organización de los campesinos. Bajo su dirección o con su concurso activo se crearon en algunos estados las primeras organizaciones campesinas de nuevo tipo (no militares, ni directamente políticas), que se planteaban la lucha por la tierra y por la organización de la producción a partir de las unidades controladas por los mismos campesinos.

De este modo surgió en Michoacán, bajo la dirección inmediata de Primo Tapia, la primera Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos, el 15 de diciembre de 1922. Poco después se creó en Veracruz la Comisión Organizadora de Comités Campesinos, de la cual era presidente Úrsulo Galván, como núcleo impulsor del primer Congreso de la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz, celebrado en marzo de 1923. Este congreso eligió a Úrsulo Galván presidente del comité ejecutivo y a José Cardel primer secretario, entre otros. Cuando Cardel fue asesinado por los delahuertistas durante la ocupación militar de Jalapa, en su lugar quedó Manuel Díaz Ramírez.[74]

Poco después se organizaron las ligas de comunidades agrarias de Jalisco, México, Puebla, Durango, Chihuahua y Oaxaca, entre otras, con base en la experiencia de Michoacán y Veracruz. El Sindicato Revolucionario de Inquilinos, como recuerda Manuel Almanza, contribuyó “con sus elementos humanos y económicos” a la fundación de la Central Campesina de Veracruz., pero aclara que “no fue de ellos la iniciativa”.[75] Esta había sido asumida con toda precisión por la dirección del PCM desde el momento en que se desarrollaba el movimiento inquilinario.

Fue el III Congreso del PCM, reunido del 7 al 13 de abril de 1925, el que precisó el paso de las organizaciones campesinas locales a una organización nacional. “La creación de una liga nacional campesina está en manos de nuestros camaradas de Veracruz, tarea que debe secundar el partido con todas sus fuerzas”, resolvió el congreso el 8 de abril. Y agregó: “En nuestra tarea por la constitución de una liga campesina nacional, debemos agitar la necesidad de la unidad con las fuerzas obreras independientes y de la CROM, para alcanzar el frente único de la clase obrera y campesina contra nuestros enemigos”.[76]

Este congreso representó un impulso al carácter organizado del partido y a su actividad entre las masas. En el informe que rindió al Comintern el delegado fraternal del Workers Party of America, nuestro conocido Frank Seaman —que actuaba con el seudónimo de Manuel Gómez— señaló que había entonces en el PCM 191 miembros agrupados en 9 locales, más 25 o 30 miembros de la FJC, la que en ese momento se hallaba en proceso de reorganización. Sin embargo, —escribía Seaman—dirigían núcleos importantes de obreros y campesinos. Según él, eran comunistas los secretarios generales de los sindicatos de obreros y empleados de la Transcontinental Oil Corp. y de la Mexican Eagle, en Tampico; el responsable de la comisión sindical, Carlos Rendón, era un dirigente de ferrocarrileros; Primo Tapia encabezaba una organización campesina en Michoacán que contaba entre 10 y 15,000 miembros; la liga de Veracruz, dirigida por comunistas, agrupaba entre 20 y 25,000 campesinos; Luis Vargas Rea, que en ese momento estaba suspendido como miembro del partido, dirigía una organización campesina del Estado de México con varios miles de afiliados.

En el congreso, el partido hizo el balance de su primera labor en órganos del Estado. Integraban lo que podía considerarse como la fracción parlamentaria comunista Luis G. Monzón, Úrsula Galván, Francisco J. Moreno, Gregorio Turrubiates y Roberto Calvo Ramírez, ninguno de los cuales había sido electo “por esfuerzo directo del Partido, sino gracias a la táctica de frente único en cuestiones electorales”.[77] Luis G. Monzón había sido elegido senador por San Luis Potosí y venía del campo del obregonismo; Galván había llegado al cargo de diputado local de Veracruz después de haber lanzado su candidatura como independiente; Roberto Calvo Ramírez que más tarde se destacaría por su labor en el ejército era diputado local por Oaxaca y Turrubiates regidor del ayuntamiento de Tampico.

Entre el III y el IV Congresos, el gobierno de Calles realiza diversos actos de represión contra dirigentes del PCM. Así, por ejemplo, el 10 de junio de 1925, Siqueiros fue cesado como maestro de dibujo por la Secretaría de Educación Pública, motivo que lo llevó a trasladarse a Jalisco, donde efectúa intensa actividad sindical y política como organizador de los mineros y de la Federación Obrera de Jalisco. Dos semanas después, el 26 de junio, B. D. Wolfe fue expulsado del país por su militancia comunista. Pero el hecho más grave tiene lugar el 14 de septiembre, cuando el obrero ferrocarrilero y diputado a la XXX Legislatura de Veracruz, Francisco J. Moreno cae asesinado por el comandante de la Guardia Civil del Estado, general Lindoro Hernández, en el interior del palacio municipal de Jalapa. La muerte de Moreno causa indignación entre los obreros y campesinos de Veracruz y del país, y su entierro se convirtió en una protesta contra la política del gobernador Heriberto Jara. Al mismo tiempo Luis G. Monzón se trasladó al lugar y habló en el sepelio, junto con Úrsulo Galván y otros militantes. El 23 de septiembre, la Liga de Comunidades Agrarias lanzó un manifiesto condenando el crimen y llamando a los obreros y campesinos a fortalecer su organización, pero la actitud de los dirigentes de la liga ante el asesinato de Moreno agudizó las contradicciones con el Comité Ejecutivo del PCM, especialmente porque se negaron a responsabilizar a Jara por el asesinato.

El IV Congreso sesionó del 21 al 27 de mayo de 1926 en media del conflicto planteado entre la delegación de Jalapa, dirigida por Manuel Díaz Ramírez con el apoyo de Galván, Almanza y los dirigentes campesinos, y el comité ejecutivo encabezado por Rafael Carrillo, que habían llegado al borde de la ruptura.

En los días previos al congreso, la Local de Jalapa distribuyó un largo alegato en el que mostraba su descontento con la conducción del partido desde el momento en que Díaz Ramírez fue separado de la dirección. En resumen señalaba que el PCM se había apartado de las masas, a diferencia de los años 1919-1922; consideraba que el trabajo de los comunistas en el interior de la CROM había adquirido una orientación sectaria, especialmente a partir de mayo de 1924; acusaba al Comité Ejecutivo de imponer al periódico El Machete un antigobiernismo a ultranza, como expresión del agudo izquierdismo en que la dirección había caído. En resumen, decía que la nueva dirección “vino cobijada con la banda del izquierdismo dizque a enmendar supuestas desviaciones del partido o de su dirección a la derecha...”[78]

Al parecer, el congreso se ocupó fundamentalmente de la discusión planteada por los compañeros veracruzanos, y su resultado principal consistió en evitar la escisión. Esto fue lo que destacó El Machete en su nota sobre los resultados del congreso. “La discusión sobre el conflicto interno, que llegó en graves momentos a una agudeza extrema, tuvo la virtud de reafirmar la unidad de nuestra organización…”[79]

Según la misma fuente, el congreso se abocó a una serie de rectificaciones “sobre cuestiones de vital importancia” para el partido, entre las cuales destacaba un cambio en la apreciación de la conducta del gobierno laborista, el cual no debía ser calificado de simple lacayo del imperialismo norteamericano, como se venía haciendo. El congreso admitió que la táctica del partido en la lucha por el frente único no había sido justa y tomó el acuerdo de combatir con todas sus energías la tendencia izquierdista de impulsar la salida de los sindicatos de las organizaciones consideradas reaccionarias. El congreso también precisó el trabajo de los comunistas en el campo e impulsó la unificación de los campesinos; planteó claramente la tarea de reorganizar el partido sobre la base de células y llamó la atención sobre la importancia de la lucha contra el imperialismo. En este sentido, definió a México como una semicolonia, lo que correspondía a la clasificación que había empezado a imponerse en la Comintern, en contradicción con el criterio expuesto por Lenin, que incluía a la mayor parte de los países latinoamericanos, entre ellos a México, en el grupo de países políticamente independientes, pero envueltos en la malla de la dependencia financiera y diplomática de las potencias imperialistas.

Las conclusiones del IV congreso y especialmente la solución unitaria del conflicto interno estimularon lo que sería el avance más importante de los comunistas hasta entonces: la unificación del movimiento campesino posterior a la revolución en una gran organización de masas: la Liga Nacional Campesina.

 

La batalla por la dirección de los campesinos

 

El primer congreso de unificación de las organizaciones campesinas se realizó del 15 al 20 de noviembre de 1926. Estaban presentes 158 delegados, entre efectivos y fraternales, en representación de 310 mil campesinos de 16 estados de la república. Era la culminación de un largo trabajo de organización, lo mismo que de estudio y acción en defensa de los intereses de los trabajadores del campo.

La tarea de crear una organización nacional de los campesinos fue precisada dos años antes, en noviembre de 1924, cuando el II Congreso de la Liga de Comunidades Agrarias de Veracruz ratificó “su propósito de laborar en pro de la organización nacional económica de los campesinos de México” y adoptó medidas para iniciar la creación de una liga similar a la de Veracruz en cada estado de la república. Con este objetivo, la liga veracruzana designó un comité de propaganda pro-organización nacional campesina, facultado para convocar el congreso nacional.

El siguiente paso consistió en convocar a la primera conferencia nacional campesina, que tuvo lugar en la Ciudad de México del 22 al 25 de julio de 1925, con asistencia de representantes de las ligas de Morelos, Oaxaca, Michoacán, México, Distrito Federal y Veracruz. Allí se firmó un pacto de solidaridad entre las organizaciones asistentes, cuyo punto 8 decía: “La unión general de los campesinos de México, propugnará por el ejido en contraposición con la tendencia hacia la propiedad privada de la tierra”.

La convocatoria al congreso de unificación campesina fue firmada el 1o de octubre de 1926, por una comisión organizadora constituida por Úrsulo Galván, Isaac Fernández, Carolino Anaya, Julio Cuadros Caldas y Manuel P. Montes.

Al final del congreso, se eligió el primer Comité Nacional Ejecutivo de la LNC, integrado por Úrsulo Galván como presidente, Manuel P. Montes como secretario, J. Guadalupe Rodríguez como tesorero y Ángel G. Castellanos, Ismael Velasco y Cosme R. Sedano como suplentes.

La composición del comité y la presencia de algunos delegados dan idea de lo que representaba la LNC. Úrsulo Galván era uno de los primeros organizadores del PCM, al que se adhirió en 1920 junto con su compañero de lucha de toda la vida, Manuel Almanza, el dirigente de la local de Jalapa del PCM. Manuel P. Montes era un general del ejército, que ocupó el puesto de gobernador del estado de Puebla y fue asesinado por los cromianos el 29 de agosto de 1927. Como delegado de la Liga de Comunidades Agrarias de Michoacán[80] asistió al congreso el antiguo zapatista Antonio Díaz Soto y Gama, dirigente principal del Partido Nacional Agrarista, que había sido consultado desde julio de 1925 acerca la creación de la liga y había mostrado su acuerdo. Otros participantes en el congreso, como Marte R. Gómez, que años después aparecerían dirigiendo agrupaciones campesinas oficialistas, merodeaban entonces en torno de la LNC y tenían las puertas abiertas para intervenir en ella, porque era una organización de frente único y aún no se efectuaba la incorporación de los campesinos al Estado.

La LNC mantuvo el apoyo del coronel Adalberto Tejeda durante los dos periodos en que fue gobernador de Veracruz, de Francisco J. Múgica, José G. Zuno y muchos demócratas revolucionarios, pero hasta 1929 fue una organización de los pobres del campo. Su programa era la expresión más avanzada del movimiento campesino nacional. Estaba precedido de un largo esfuerzo de los comunistas por elaborar un programa agrario que conjugara los intereses tanto de la clase obrera como de los campesinos pobres y se convirtiera en el fundamento de la alianza obrero-campesina, objetivo que apareció en la preocupación del PCM desde los primeros años de su fundación. Ya a fines de 1924 el Comité Nacional Ejecutivo publicó un proyecto de programa que prestaba una atención destacada al problema agrario y en 1928 sometió a discusión un proyecto específico de programa agrario. Estos textos fueron pioneros en el movimiento comunista latinoamericano y sirvieron de base al trabajo organizativo y político del PCM en el campo.[81]

Manuel Almanzán resumió, años después, la esencia del punto de vista de los comunistas mexicanos sobre la cuestión agraria y campesina al explicar que la diferencia de los líderes del agrarismo veracruzano con los de otras regiones consistía en la manera de enfocar el problema, “pues en tanto que los primeros afirmaban que el agrarismo es tan sólo una fase de la compleja cuestión social en conjunto, que no podrá resolverse integralmente si no es por el triunfo definitivo del proletariado y la implantación del socialismo en todos los países de la tierra, los demás opinaban que el agrarismo constituye por sí mismo un problema específico...”[82]

 

Viraje en la política sindical

 

Desde la salida de los comunistas de la CGT, su actividad sindical se mantuvo en la base de las dos centrales históricas. Se fue haciendo cada vez más difícil actuar en los sindicatos de la CROM a los miembros del PCM a medida que la dirección de Morones desarrollaba una labor persistente para eliminarlos de los sindicatos y aplastar todo movimiento en que ellos participaran. En 1924, la convención nacional de la CROM celebrada en Ciudad Juárez expulsó al delegado de los sindicatos de Morelia Alfonso Flores Soria, por pertenecer al PCM y adoptó una resolución que prohibía la militancia de los comunistas en la central.

Sin embargo, las direcciones del PCM se esforzaron por aplicar una política de frente único sindical, que permitiera la unidad de acción de los trabajadores de las dos centrales y de las agrupaciones independientes.

Después del II Congreso del PCM, que dedicó gran parte de sus trabajos a discutir la táctica sindical, se acordó impulsar la organización de sindicatos, de modo que junto a las organizaciones de la CGT y la CROM comenzaron a desempeñar un papel relevante los sindicatos independientes de ambas centrales. Una de las principales organizaciones independientes era la de los ferrocarrileros, en la que los comunistas actuaban desde la huelga de 1921. En la segunda mitad de los años 20, trabajaban entre los ferrocarrileros algunos de los dirigentes más destacados del PCM, como Hernán Laborde, Elías Barrios y Carlos Rendón, que fueron el alma de la gran huelga de finales de 1926 y principios de 1927.

La preparación de esta huelga se desarrolló durante varios meses y, en el curso de ésta, Laborde se convirtió en uno de los principales dirigentes de los trabajadores del riel. Durante la huelga, la Confederación de Sociedades Ferrocarrileras, que la había iniciado, se transformó en Confederación de Transportes y Comunicaciones, de la cual fue nombrado secretario general Elías Barrios. La CROM organizó esquiroles, mientras la empresa y el gobierno realizaban diversos actos represivos. Uno de ellos fue la aprehensión de Laborde en Altamira, Tamaulipas, por la policía privada de Valente Quintana que actuaba por encargo de la compañía de ferrocarriles. Laborde fue conducido a México y encarcelado en la prisión militar de Santiago Tlatelolco a disposición del jefe del Estado Mayor Presidencial. El 5 de marzo se declaró en huelga de hambre y no la levantó hasta el 12, en que fue puesto en libertad.

Para entonces la huelga ferrocarrilera se había convertido en uno de los más importantes movimientos de alcance nacional, que en su transcurso atrajo la solidaridad de numerosos sindicatos. La acción más importante en este sentido fue la huelga solidaria de 5 días que realizó la CGT.

A pesar de esta movilización; la huelga fue derrotada por el sabotaje de los moronistas y el gobierno. Pero el sindicalismo ferrocarrilero se fortaleció y se elevó la tendencia a la construcción del sindicato nacional.

El otro foco de la influencia sindical de los comunistas surgió a partir de 1925 en Jalisco, donde desarrollaron una intensa actividad David Alfaro Siqueiros y José F. Díaz. Después de tensas jornadas en la zona de las minas, se organizaron en sindicatos los trabajadores de La Mazata, La Jiménez, Piedra Bola, Cinco Minas, el Amparo, Marquetas y Favor del Monte. Con base en estos siete sindicatos, se organizó el 18 de octubre de 1926 la Federación Minera y poco después la Confederación Obrera de Jalisco[83], las que empezaron a intervenir activamente en el impulso el movimiento obrero y democrático nacional.

Antes de la culminación de estos esfuerzos, el 23 de mayo de 1926 fue asesinado en “Cinco Minas” el dirigente comunista José F. Díaz, uno de los más activos organizadores sindicales de la década de los veinte. Había ingresado a la FJC en 1920, cuando trabajaba como ebanista en los talleres de “El Palacio de Hierro”; participó en la organización de la CGT y en 1922 fue miembro del Comité Central del Sindicato de Inquilinos del DF. En homenaje a la memoria de Díaz, los obreros de “Cinco Minas” dieron su nombre al sindicato.

La más antigua zona de influencia de los comunistas se localizaba en la región petrolera de Tampico, donde los miembros del PCM habían sido factor activo en la organización de los sindicatos de empresa de las compañías extranjeras.

La actividad sindical de los comunistas no se limitaba a estos centros fundamentales. Durante los años 20, en las regiones de Puebla y Orizaba los comunistas desplegaron una intensa actividad entre los obreros textiles, a pesar de las medidas de violencia de los cromianos, muchas veces en connivencia con las empresas. El más destacado militante del PCM entre los textiles era entonces sin duda Mauro Tobón, uno de los fundadores del partido. En 1920 trabajaba en la fábrica textil de Metepec, del municipio de Atlixco, Puebla, la segunda empresa textil más grande del país, con 5 mil trabajadores. La decisión de la empresa de prohibir las colectas económicas de tipo solidario en el interior de la fábrica y el despido de Mauro Tobón provocaron los acontecimientos del 9 de agosto, cuando los obreros “toman por asalto las oficinas de la empresa y apuñalan al administrador y al cajero que intentaron disparar contra la comisión.”[84]

Para 1928, Tobón trabajaba en la fábrica textil “Cocolapan”, de Orizaba, Veracruz, de la que lo despiden el 12 de abril. Lo mismo que en Metepec, las represalias contra Tobon provocaron la ira de los obreros y estalló un conflicto con los cromianos, en el que perdió la vida el obrero Reinaldo Pantoja. Las autoridades responsabilizaron de su muerte al obrero comunista Roberto Celis, que permanece en prisión durante ocho meses. A pocos días del conflicto, el 28 de abril, una brigada de choque de los líderes de la CROM asalta la casa de Tobón en Orizaba y lo asesina.[85]

Estos ejemplos dan sólo una idea de las difíciles condiciones en que se desarrollaba la actividad sindical de los comunistas, cuando los líderes de la CROM utilizaban sus posiciones en el gobierno y su dominio de los tribunales del trabajo, además de los métodos gansteriles que habían copiado del sindicalismo norteamericano, para imponer su hegemonía sobre los sindicatos. A pesar de todo ello, algunos militantes lograban realizar un trabajo prolongado en sindicatos adheridos a la CROM, como Miguel Ángel Velasco entre los panaderos de Jalapa.

La ruptura de Portes Gil con Morones, a raíz del asesinato de Obregón, puso en claro la debilidad de la organización sindical construida al amparo del aparato del Estado y una vez abierto el conflicto comenzaron a abandonar la CROM algunos de sus sindicatos más importantes. A excepción de un núcleo reducido de partidarios leales, los demás no estaban dispuestos a correr la suerte del grupo moronista. Una parte de los sindicatos siguió a la Cámara del Trabajo impulsada por grupos oficiales, mientras la otra se mantuvo provisionalmente independiente.

Los comunistas no se dejaron arrastrar por su hostilidad a la dirección de Morones. Defendieron a la CROM del ataque gubernamental de los obregonistas y en especial de Portes Gil y lo denunciaron como una burda injerencia los sindicatos, pero subrayaron la responsabilidad de Morones y su camarilla por la manipulación politiquera que hacían de los sindicatos. La ofensiva contra Morones resultó ser también un ataque al movimiento sindical que defendía sus derechos, y se extendió a los comunistas y otras corrientes obreras.

En estas condiciones surgió entre los dirigentes del PCM, y luego se extendió a los activistas sindicales, una discusión que condujo a modificar radicalmente la táctica sindical de los comunistas. Comenzó a tomar cuerpo la idea de organizar una tercera central, para hacer frente a la disgregación de la CROM, o como se le llamó entonces, al “desmoronamiento de Morones”, y a la crisis de la CGT. Esta cuestión fue apasionadamente discutida en la V Conferencia, de abril de 1928, pero la mayoría rechazo las propuestas de quienes mantenían la iniciativa de la nueva central. Esta asamblea hizo cambios importantes en la dirección del PCM; Julio Gómez pasó a ocupar la secretaría de organización, y algunos sindicalistas como Valentín Campa y Miguel Ángel Velasco fueron incorporados al Comité Central. La conferencia eligió también la delegación del PCM al VI Congreso de la Comintern, integrada por Rafael Carrillo, Carlos Contreras y Manuel Díaz Ramírez y nombró a este último representante del PCM ante el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Según los recuerdos de Carrillo, la delegación discutió la cuestión de la nueva central con Bujarin y otros miembros del CEIC, mismos que se opusieron a esta orientación.

Mas ello no clausuró el debate. La posición de los “terceristas” (es decir, partidarios de la tercera central) comenzó a ganar la opinión de la mayoría de los dirigentes del PCM. El 13 de agosto, la Local de México DF. con base en las propuestas de Jesús Martínez, Jesús Bernal, Julio Antonio Mella y Leonardo Fernández Sánchez, dirigió al CC una resolución en la que defendía el punto de vista de crear la tercera central. Además de los señalados, sostenían esta posición David Alfaro Siqueiros, Hernán Laborde, Úrsulo Galván, Jorge Fernández Anaya y Manuel Díaz Ramírez. Rafael Carrillo se oponía y, al parecer, mantuvo esta posición hasta el final. En su intervención en la Mesa Redonda de 1947, Carrillo relató así aquella historia:

“Cuando este problema fue planteado en agosto de 1928 ante la Internacional Comunista, ésta se pronunció categóricamente en contra de la constitución de una nueva central... Sin embargo, cuando la decisión de la Comintern fue dada a conocer al Pleno del Comité Central sobre este asunto, estalló una sublevación general y aquellos que hablan de subordinación incondicional a la Internacional Comunista, deben saber que el Comité Central del partido aprobó rechazar la directiva de la IC y lanzarse por la senda de una nueva central sindical”.[86]

A partir del Pleno de septiembre, el PCM se orientó decididamente a promover la creación de la tercera central. El 17 de noviembre, quedó constituido el consejo organizador de la Asamblea de Unificación Obrera y Campesina por las siguientes organizaciones: Confederación de Transportes y Comunicaciones, Federación Obrera de Tamaulipas, Confederación Obrera de Jalisco, Liga Obrera y Campesina de Coahuila, Cámara de Trabajo de Nuevo León, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Durango, Confederación de Sindicatos Obreros y Campesinos de Occidente, Federación Obrera de. Nuevo León, Federación de Obreros y Campesinos de Michoacán y Confederación de Sindicatos Obreros de Nayarit.[87] A su vez, el consejo nombró un Comité Ejecutivo integrado por Siqueiros (de la COJ), Isaac Fernández (de la LNC) y Felipe Quintana (de la CGT), pero este último no llegó hasta el final.

Del 26 al 30 de enero de 1929, tuvo lugar la Asamblea de unificación con la presencia de 397 delegados que representaban a 116 mil obreros y 300 mil campesinos agrupados en 315 sindicatos y 80 federaciones agrarias.

La asamblea decidió constituir la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM) y nombró secretario general a Siqueiros y secretario general honorario a Julio Antonio Mella, asesinado 15 días antes, en homenaje a su contribución al programa y la táctica de la CSUM.

La nueva organización se dirigió de inmediato a la CROM y a la CGT instándolas a emprender acciones de frente único en defensa de los intereses obreros frente a la crisis que se iniciaba, destacando las siguientes consignas: “Ni un minuto menos de trabajo con perjuicio para los trabajadores; ni un centavo menos en los salarios; ni un obrero menos en las fábricas, minas, talleres y haciendas.”

Desde el momento de su creación, la CSUM se convirtió en una de las fuerzas impulsoras del Congreso Sindical Latinoamericano promovido por la Internacional Sindical Roja, que se realizó a fines de mayo en Montevideo. A este congreso asistieron David Alfaro Siqueiros, Elías Barrios y Macario Martínez, por la CSUM y Manuel Rodríguez Cerrillo, por la LNC. El congreso dio vida a la Confederación Sindical Latinoamericana (CSLA), por cuya creación habían trabajado varios años los comunistas de América Latina.

Terminada la reunión, Barrios regreso a México, mientras Siqueiros y Rodríguez Cerrillo se trasladaban a Buenos Aires para intervenir en nombre del PCM en la primera Conferencia Comunista Latinoamericana.[88] En las actas de la conferencia de Buenos Aires, Siqueiros figura con el seudónimo de Suárez y Rodríguez Cerrillo con el de Rosáenz.

La conferencia se realizó del 1 al 12 de junio de 1929, en ella participaron representantes de 14 partidos comunistas. Sus labores mostraron el impulso que había tomado el movimiento comunista en América Latina y al mismo tiempo su inmadurez. Los representantes de la Comintern, el suizo J. Humbert-Droz (quien aparece en las actas con el seudónimo de Luis), el argentino-italiano Victorio Codovilla, el dirigente de la Internacional Juvenil Comunista, Ghitor, y otros, se esforzaron por trasladar a los partidos latinoamericanos la orientación del VI Congreso de la IC, especialmente la preocupación por el llamado peligro de derecha, que daba a sus orientaciones una marcada inclinación sectaria, y el vicio de colgar etiquetas sin correspondencia con la realidad, como llamar “fascistas” al gobierno de Portes Gil y otros del continente.

La conferencia tomó al PCM en condiciones difíciles, ya que al momento de su realización se vivía en México un agudo conflicto interno y los comunistas estaban bajo el acoso de la represión gubernamental. La delegación del PCM fue nombrada a última hora, ante la imposibilidad de que salieran del país otros dirigentes del partido.[89] Ello explica en parte que Siqueiros declarara en la sesión del 5 de junio: “Muchos de los conceptos que he vertido en mis intervenciones anteriores, no representa la opinión del partido, sino un criterio personal.” Se refería a su defensa del terrorismo, que había sido rechazada por diversos delegados y que justificaba del siguiente modo: “En general, por ejemplo, ya creo que el atentado individual no soluciona nada, pero tomando en consideración algunos casos particulares, es posible que esa táctica nos sea beneficiosa”.[90]

 

El Bloque Obrero y Campesino

 

Una particularidad de la Liga Nacional Campesina consistía, desde su creación, en el esfuerzo por incorporar a los trabajadores del campo a una defensa integral de sus intereses, tanto en el aspecto económico como en el político, lo cual implicaba la búsqueda de una alianza real entre obreros y campesinos. Por esto, la LNC adoptó en forma clara una posición activa en la política nacional y combatió los residuos abstencionistas que se expresaban también entre sus miembros.

Con base en esta orientación táctica, el pleno del Comité Central de la LNC, que se llevó a cabo del 12 al 16 de noviembre de 1928, resolvía proponer a las organizaciones revolucionarias convocar una convención obrera y campesina con el objetivo de elaborar un programa común frente a las elecciones y lanzar su propio candidato a la presidencia de la república, en resuelta oposición al callismo. Poco antes habían aparecido las precandidaturas de Gilberto Valenzuela y Antonio I. Villarreal, quienes al unirse después a la rebelión de Escobar quedaron descartados de la campaña, así como las de José Vasconcelos y Aarón Sáenz.

De inmediato se adhirieron a la iniciativa de la liga, el Comité Central del PCM y la dirección del Partido Ferrocarrilero Unitario.

A finales de enero, la convención constituye el Bloque Obrero y Campesino y designa candidato a la presidencia al general magonista Pedro V. Rodríguez Triana, “un viejo luchador contra el porfiriato desde el levantamiento de Las Vacas en 1908 y, posteriormente, miembro de las huestes zapatistas.”[91] Triana era además miembro de la LNC y hombre cercano al PCM. Se puede comprender que la formación del bloque y la proclamación de su candidato presidencial se viviera en un ambiente de euforia. No sólo era esta la primera vez que los comunistas, en unión con organizaciones de masas que les eran afines, lanzaban su propio candidato en elecciones presidenciales; se trataba, además y esencialmente, de una expresión de la personalidad propia de obreros y campesinos con espíritu revolucionario, y de un enfrentamiento claro y oportuno a los planes del callismo, que ya marchaba hacia la constitución del partido oficial.

La convención nombró la mesa directiva del bloque, encargada de modo directo de la organización de la campaña electoral, cuyos principales miembros eran Úrsulo Galván como presidente, Diego Rivera como vicepresidente, e Isaac Fernández, Valentín Campa, Donaciano López y Rodolfo Fuentes López, como secretarios.

Además del PCM, la LNC y el Partido Ferrocarrilero Unitario, en la convención participaron con sus delegados el Partido Unidad Obrera y Campesina de Veracruz, el Partido Durangueño del Trabajo, el Partido Unidad Obrera de Córdoba, y las siguientes organizaciones locales: la Confederación Obrera de Occidente, la Confederación Obrera y Campesina de Durango, la Federación del Trabajo de Michoacán y el Sindicato de Inquilinos de Córdoba, Ver.[92]

La convención aprobó el programa del BOCN, en cuyos puntos principales destacaron estos: abolición del Poder Legislativo y su sustitución por asambleas representantes obreros y campesinos; supresión del gabinete presidencial, y sustitución del Poder Judicial por consejos locales de justicia civil y penal; el armamento de los campesinos; sueldo tope para los funcionarios públicos; disolución de los latifundios y entrega de tierra a los campesinos; salario mínimo de dos pesos diarios en todo el territorio nacional.[93]

El bloque adoptó como su lema: “¡La tierra y fábricas para los trabajadores! ¡No motín político sino revolución social! ¡Obreros y campesinos, uníos!”.

Una vez terminada la convención, los delegados regresaron a sus puntos de origen a organizar los comités locales del bloque, y poco después comenzaría a publicarse su órgano central, el periódico Bandera Roja.

 

El PCM y el régimen de los caudillos

 

La crisis política desatada con el asesinato de Obregón el 17 de julio de 1928 generó una modificación sustancial de la situación política, del curso del movimiento obrero y de la trayectoria del PCM.

La muerte del principal caudillo revolucionario revelaba algo más que la agudización del conflicto entre el grupo dominante y la alta jerarquía de la Iglesia: la crisis en que había entrado el bloque de fuerzas que mantenía la dirección del país. La “familia revolucionaria” afronto entonces una fractura que no se restañaría sino hasta seis años después, con la expulsión de Calles, Morones y sus allegados. Pero ya desde 1929 se perfilaba un nuevo agrupamiento de fuerzas. El gobierno de Calles había realizado tal número de retrocesos y concesiones al imperialismo y a los terratenientes, que implicaban un cambio de calidad: la revolución daba paso a un periodo de reacción política.

Pero tal viraje, que los comunistas y algunos demócratas supieron advertir y denunciar a tiempo, generaba un movimiento de masas de gran envergadura, que crecía día a día y amenazaba la hegemonía del grupo callista.

Durante toda la segunda mitad del gobierno de Calles, el PCM desarrolla en su prensa un examen sistemático del curso de la situación política y denunció el significado de los retrocesos, con el propósito de conformar una gran corriente opositora. Cuando se hizo pública la decisión de Obregón de reelegirse, el Comité Central del PCM consideró que el regreso del caudillo sonorense podría constituirse en freno del viraje reaccionario de Calles y se orientó a apoyar su candidatura. Pero al hacerlo tomaba en cuenta también la debilidad del movimiento obrero y campesino y su incapacidad para sostener con éxito una alternativa electoral propia. El Pleno del Comité Central de julio de 1927 efectuó el análisis político más objetivo y riguroso desde la fundación del PCM y formuló las posiciones políticas y las orientaciones organizativas más acertadas de este periodo. La resolución de aquella asamblea plenaria guió la actividad de los comunistas hasta mediados de 1929, cuando la situación política se modificó radicalmente y la Comintern impuso un viraje radical de infaustas consecuencias.

La resolución de julio de 1927 definió del siguiente modo la posición de los comunistas ante la reelección de Obregón:

“No teniendo aún ni la cohesión indispensable ni la necesaria dirección, las masas obreras y campesinas pueden entablar por ahora una lucha independiente para la conquista del poder. Por eso, y ante los esfuerzos de la reacción y del clero para derrumbar el gobierno de la pequeña burguesía, es un deber de la clase proletaria apoyar la candidatura de la burguesía y pequeña burguesía nacionales, o sea la candidatura del general Obregón, los generales Gómez y Serrano representan los intereses de la reacción, o sea de las clases conservadoras.”[94]

El texto dejaba en claro que esta actitud no debía conducir a ninguna clase de ilusiones en el caudillo: “Pero el Partido Comunista no es ‘obregonista’ ni espera del general Obregón la resolución de los problemas fundamentales de las clases desposeídas. El Partido Comunista apoya la candidatura de Obregón sin pacto ni compromisos, sólo como una medida defensiva contra el enemigo común, contra la reacción clerical.”[95]

En su último informe de gobierno el 1o de septiembre de 1928, Calles pronuncia sus conocidas palabras sobre el fin del caudillismo y la apertura a un régimen de instituciones y leyes. Solicitó del Congreso que designara un presidente provisional y fijara fecha para nuevas elecciones presidenciales. De esta manera el 25 de septiembre, el Congreso designó Presidente provisional a Emilio Portes Gil y fijó el 20 de noviembre de 1929 para la celebración de nuevas elecciones presidenciales. El mismo día que Portes Gil tomaba posesión, el 1o de diciembre de 1928, apareció un manifiesto que informaba de la integración del comité organizador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), cuya constitución formal se realizaría en marzo siguiente. Entretanto, había estallado la pugna entre la CROM de Morones y Portes Gil y las discrepancias en el interior del grupo oficial en torno a la designación del candidato presidencial, lo que conduciría poco después, el 3 de marzo de 1929, al levantamiento de buena parte del ejército contra el gobierno constituido.

Esta nueva asonada militar no era un hecho aislado, sino la apertura de un nuevo frente de lucha contra el gobierno. Si tomamos en cuenta que durante estos días se mantenía en actividad la guerra cristera y que poco después estallaría la huelga estudiantil por la autonomía de la universidad, la rebelión de los 44 generales llevaba la crisis política a una agudeza jamás vista desde el asesinato de Venustiano Carranza.

 

El PCM y la rebelión de 1929

 

Para el 3 de marzo de 1929, mientras se celebraba la asamblea constitutiva del PNR, comenzó el levantamiento encabezado por los generales Escobar, Aguirre, Manzo, Urbalejo, Caraveo y otros que en conjunto comandaban cerca de 30 mil soldados. Desde los primeros días de marzo quedaron fuera del control del gobierno federal los estados de Veracruz, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila, parte de Nuevo León, Zacatecas y Durango.

No sorprendió al PCM la noticia de los levantamientos, ya que en los meses anteriores había denunciado sus preparativos y demandado medidas precisas para impedir el estallido de la rebelión o reducir sus efectos.

Una vez iniciada la sublevación el gobierno de Portes Gil comprendió que necesitaba el apoyo de las masas campesinas, de los obreros de la ciudad y de las organizaciones que disponían de influencia entre ellas, una las cuales era el Partido Comunista. No podía confiar plenamente en el ejército y disponía de la experiencia de 1923-1924, cuando los campesinos, una parte de los cuales actuaba ya bajo la dirección de los comunistas y los demócratas revolucionarios, se habían levantado a combatir a los alzados contribuyendo de manera destacada a sofocar la rebelión.

Tan pronto como se inició la sublevación, el Comité Central Ejecutivo del PCM condenó resueltamente a los alzados, pero criticó con energía al gobierno de Portes Gil, sobre todo, por su notoria pasividad frente a los preparativos del golpe. Similar posición asumieron organizaciones en las que los comunistas tenían influencia decisiva: la LNC, la CSUM y el BoyCN.

En el manifiesto aprobado el 5 de marzo, y sin las referencias de que hablan algunos autores[96], el PCM llama a obreros y campesinos a combatir resueltamente a los alzados, pero los instaba también a “organizar nuestra propia fuerza... a organizar nuestros propios contingentes para la lucha contra la reacción” y formulaba un programa concreto orientado a asegurar la derrota del levantamiento. En este programa se puede advertir el contenido preciso de la posición de los comunistas frente a la sublevación de marzo. Como esta posición ha sido ocultada y tergiversada, con distintos fines y desde distintas posiciones, vale la pena reproducir los aspectos centrales del llamamiento; eran estos:

  • 1. Debe exigirse del poder ejecutivo federal y de todos los poderes locales la entrega inmediata de todas las armas y de todo el parque disponible a las organizaciones obreras y campesinas, que junto con las fuerzas federales leales al gobierno, tienen que garantizar la defensa de las regiones y ciudades atacadas por las tropas reaccionarias.
  • 2. Pedir la depuración inmediata del ejército federal y eliminación de todos los elementos enemigos de la clase trabajadora que están en el aparato administrativo del gobierno y su sustitución por elementos nombrados por las mismas organizaciones obreras y campesinas. 3. Proceder desde luego a la disolución de las haciendas y latifundios, fortalezas de la reacción, y a la repartición de las tierras y de la maquinaria agrícola a los peones y campesinos pobres y sin tierra.
  • 4. En las fábricas y demás centros industriales en los campos mineros y petroleros especialmente, debe establecerse el control obrero, constituyendo con los elementos obreros más revolucionarios los comités de fabrica encargados de vigilar la producción y de hacer respetar todos los derechos y garantías de la clase trabajadora.
  • 5. Debe reclamarse que en todas las ciudades y poblaciones se ponga a disposición de las organizaciones obreras y campesinas locales apropiados (teatros, cines escuelas, etc.) para organizar mítines y asambleas contra la rebelión clerical y contra los elementos que abierta o solapadamente apoyan el levantamiento armado. Asimismo, deben quedar a disposición de los trabajadores las imprentas del gobierno y las de los periódicos reaccionarios, para la impresión de volantes, manifiestos y demás trabajos necesarios.
  • 6. Debe declararse disueltas y fuera de la ley a las asociaciones reaccionarias, tales como la Liga de Defensa Religiosa, el Sindicato Nacional de Agricultores y los Caballeros de Colón. Al mismo tiempo, deben incautarse a favor del pueblo los bienes (especialmente tierras y casas) de todos los elementos que en la capital o en los estados dirigen la rebelión clerical.
  • 7. Para realizar y garantizar el cumplimiento de todos los puntos mencionados y de todas las reivindicaciones obreras y campesinas en general, se organizarán en todas las regiones, en todas las ciudades y poblaciones, los Comités Obreros y Campesinos contra la Reacción.[97]

El manifiesto recordaba también el objetivo estratégico de los comunistas cuando afirmaba que “sólo un gobierno de obreros y campesinos podrá garantizar la paz y el pan, la tierra y la libertad”, pero en ninguna parte llamaba a su implantación como una tarea a realizar en el curso de la lucha contra los militares alzados.

Con esta orientación, una parte de los miembros del Comité Central se dirigió a las regiones donde era mayor la influencia del partido para organizar la resistencia a los rebeldes. Otro tanto hicieron los dirigentes de la Liga Nacional Campesina. Y nada indica que entre marzo y mayo de 1929, es decir, cuando se decidió la suerte de rebelión escobarista, los miembros del PCM y de la LNC que participaban en los destacamentos guerrilleros hubieran intentado “cambiar de hombro el fusil”.

 

Una breve primavera

 

En el momento en que se disponían a combatir a muerte al último de los grandes levantamientos militares del periodo postrevolucionario, los comunistas podían hacer un balance optimista de los primeros 10 años de su accidentada labor. Habían organizado y dirigían en alianza con los demócratas revolucionarios la más importante organización campesina surgida en el país desde que los ejércitos de Villa y Zapata fueron derrotados y diezmados. Como resultado de su audacia y larga labor entre los obreros, habían dado vida a lo que en ese momento era la segunda central sindical por su número y la primera por su prestigio y autoridad entre los obreros. Bajo la influencia de los comunistas se desarrollaba el movimiento cultural más trascendente de la historia del país: la pintura mural, y crecían nuevas expresiones en la literatura y en la música. Los vínculos del PCM con el ala radical derivada de la revolución de 1910 eran más fuertes que nunca, a pesar de que siempre fueron contradictorios. El prestigio de los comunistas nunca había sido mayor entre la población trabajadora y la intelectualidad.

Después de la organización del Bloque Obrero y Campesino, los comunistas y sus aliados intervenían con su propio candidato en unas elecciones presidenciales. Los dos meses que habían transcurrido desde la proclamación de Pedro V. Rodríguez Triana mostraban el gran entusiasmo que su candidatura despertaba: cientos de comités locales del Bloque así lo indicaban. El 4 de marzo, el oficial mayor de la Secretaría de Gobernación, Ignacio García Téllez, había firmado el registro electoral del BoyCN.[98]

El congreso del bloque señaló el momento más alto de unidad de los comunistas y las fuerzas democráticas. Por primera vez las corrientes reales surgidas de la vida política nacional se alistaban para una confrontación de programas y alternativas, y los comunistas ocupaban el lugar que habían conquistado en 10 años de acción organizativa y política.

Poco después, el congreso constituyente del PNR lanzaría la candidatura de Pascual Ortiz Rubio en medio del descontento generalizado de los primeros integrantes del partido oficial, y se formaría el complejo agrupamiento en torno del antiguo obregonista José Vasconcelos, que iba a arrastrar en su campaña a la juventud y gran parte de la intelectualidad. Por su parte, la CSUM y sus principales dirigentes se abstendrían de participar tanto en el Bloque Obrero y Campesino como en la campaña electoral, para dejar clara su naturaleza de organización de frente único, pluralista y respetuosa de la afiliación política de sus miembros.

Al paso de los meses anteriores al levantamiento de los generales-terratenientes, las organizaciones locales del partido crecían impetuosamente y aparecían otras tantas en centros donde no había existido nunca organización comunista. Según los recuerdos del secretario organización del Comité Central, los miembros del PCM, que en la V Conferencia, de abril de 1928, llegaba escasamente a los 1,500, que para el México de entonces no eran muchos, pero representaban el 20 por ciento de todos los comunistas organizados en América Latina para el momento de la rebelión eran ya más de 3 mil. Por su parte, El Machete había alcanzado un tiraje de mil ejemplares y era, según opinión de la IC, el mejor periódico comunista del continente.

Si en México dirigir una fuerte central obrera había sido y es todavía signo de supeditación de los líderes al poder establecido y encabezar una organización campesina más aún si ésta es la única, sólo sería concebible como instrumento del Estado, podemos concluir que la fuerza alcanzada por los comunistas mexicanos a 10 años de su constitución como partido era algo parecido a lo que Gabriel García Márquez escribió para calificar la ascensión de los Beatles: la apoteosis de los que nunca ganan.

 

Hasta después de muertos somos útiles

 

Pero la primavera de los comunistas mexicanos sería corta. El año 29 se había anunciado trágicamente cuando la noche del 10 de enero un pistolero asesina por la espalda al joven revolucionario cubano Julio Antonia Mella mientras caminaba por las calles de Abraham González en compañía de Tina Modotti. Mella tenía entonces 26 años. En febrero de 1926 había entrado a México por la frontera con Guatemala, huyendo de la persecución del dictador Gerardo Machado. No obstante su juventud, Mella era en el momento de su muerte un líder reconocido de los obreros y estudiantes cubanos y figura legendaria.

Durante los tres años que transcurren desde su llegada a México hasta su asesinato, Mella desplegó una intensa actividad organizadora, teórica y política. Fue el alma de la solidaridad de los mexicanos hacia el pueblo de Cuba y el organizador de la ANERC (Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos); editó periódicos, intervino en numerosas asambleas y mítines; fue un activo impulsor de la Liga Antiimperialista de las Américas y de la solidaridad con la causa de Sandino; se integró plenamente en las filas del PCM y durante los meses de junio a septiembre de 1928, cuando el secretario general asistía a los debates del VI Congreso de la Comintern, actuó como secretario general interino del PCM. En calidad de tal viajó por distintos lugares del país atendiendo reuniones de comités locales, dirigió circulares con el seudónimo de Juan José Martínez y participó intensamente en la preparación de la asamblea de unificación obrera y campesina. Pero la parte más importante de la actividad de Mella en México fue su labor teórica y propagandística en las páginas de El Machete.[99] A de Mella le correspondió revelar en sus inicios el contenido de las concepciones del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA, y dar fundamento al vínculo entre la lucha antiimperialista y el programa nacional de la clase obrera.

En el momento de su muerte, Mella dirigía la formación de un grupo expedicionario que emprendería la lucha armada contra la dictadura de Machado; viajó a Estados Unidos y envió a Cuba representantes autorizados para coordinar acciones con la oposición burguesa al dictador; reunía armas y preparaba el núcleo de la expedición. Esta actividad llegó a conocimiento del dictador cubano, quien pidió la intervención del gobierno de Portes Gil y envió a México agentes con el objetivo de asesinar a Mella.

El organizador del asesinato, un polizonte de nombre José Magriñat encargó del crimen a un jefe policíaco cubano, Arturo Sarabia, a quien sólo se conocía como “el hombre de la Cunagua” y a José Agustín López Valiñas, un maleante que vivía en México desde años atrás. Los asesinos echaron un volado para ver a quién le tocaba disparar y el señalado fue Sarabia, pero en el momento de los hechos tardó en hacerlo, y se adelantó López Valiñas.

El asesinato de Mella causó una verdadera conmoción no sólo entre los comunistas, sino en los medios políticos de México y del extranjero. En distintos lugares del país se realizaron mítines y manifestaciones de homenaje al líder cubano y en demanda de castigo para los culpables. Durante la manifestación que precedió a su sepelio hablaron los dirigentes del PCM, Rafael Carrillo, Hernán Laborde, Úrsulo Galván y Luis G. Monzón, los líderes estudiantiles Alejandro Gómez Arias y Baltazar Dromundo, el dirigente de la Federación de Jóvenes Comunistas, Jorge Fernández Anaya y algunos dirigentes obreros cubanos.[100]

Prensa y policía en el ambiente de crisis política y de rumores sobre los preparativos del golpe militar, actuaron con insolencia y falsedad; protegieron a los asesinos e intentaron arrojar la responsabilidad sobre las víctimas. Valente Quintana, el jefe de las comisiones de seguridad, lanzó la especie de que se trataba de un crimen pasional.

Y aunque el siniestro polizonte fue apartado de la investigación del caso bajo presión de la opinión pública, la prensa mercenaria continuó su campaña e hizo víctima a Tina Modotti de una vergonzosa campaña de calumnias que culminó el 23 de enero de 1930 con su expulsión del país.

Magriñat, el organizador del crimen fue detenido y declarado formalmente preso el 19 de enero, pero el 2 de mayo la sexta sala del Tribunal de Justicia del DF revocó el auto de formal prisión y lo puso en libertad “por falta de méritos”. Una vez libre, Magriñat desapareció para reaparecer poco después en Cuba. Pero su impunidad duro poco; en 1933, durante el levantamiento popular contra Machado, lo encontró y ajustició un comando de la organización juvenil “Pro Ley y Justicia”, de la corriente de Antonio Guiteras.[101] Al otro cómplice, “el hombre de la Cunagua”, nunca lo detuvieron y pudo regresar tranquilamente a la isla. El asesino López Valiñas permaneció en México hasta que 2 años después fue denunciado ante el Ministerio Público por su propia mujer, la mexicana Guadalupe Gil Oceguera, y fue hasta entonces cuando se le abrió juicio.

Pero antes de estos hechos, el gobierno de Portes Gil desató una sistemática represión contra los comunistas extranjeros, especialmente contra los miembros de la emigración cubana. Esto sucedió el 19 y 20 de diciembre de 1929; en un ambiente de cacería de brujas decenas de comunistas y demócratas extranjeros, la mayoría acogidos al derecho de asilo, fueron detenidos y expulsados del país.

No obstante el anticomunismo no se inmuta frente a la verdad histórica. Todavía en 1983, cuando el Museo Nacional de Arte rendía un homenaje a Frida Kahlo y Tina Modotti con la exposición de sus obras, volvieron a oírse, aunque cada vez más aisladas, las mismas insidias con las cuales en 1929 se trató de relevar de culpa a la tiranía de Machado y de cubrir de lodo a Tina Modotti y a sus compañeros. Octavio Paz deslizó en su revista[102] la insinuación de que el nombre de Tina “estuvo mezclado en varios asesinatos políticos” y publicó una nota de un tal Phillippe Cheron donde éste reproduce viejos infundios que aparecieron años después de los sucesos que se relatan, como el de que Mella fue ultimado por sus mismos camaradas debido a discrepancias políticas. Esta versión fue propalada por algunos renegados que habían actuado en el Secretariado Latino de la IC, con base en una adulteración de datos reales.

A su regreso de la conferencia sindical realizada en abril de 1928 en Montevideo, David Alfaro Siqueiros informó al Comité Central del PCM que en las reuniones de la fracción comunista donde se discutió la designación del Buró Sindical de Montevideo (que organizaba la Conferencia Sindical Latinoamericana) y en una reunión anterior el argentino Vittorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez, habían acusado a Mella de mantener posiciones trotskistas y de haber viajado a Estados Unidos sin autorización del PCM en vísperas de la revuelta de 1927.

En su oportunidad el Comité Central del PCM discutió este informe y resolvió por unanimidad dirigirse al Secretariado Latino de la IC (que funcionaba en Moscú) rechazando los infundios y demandando que si existían documentos contra Mella, debían ser mostrados al PCM para su conocimiento e investigación, pero que de hacerse así, el PCM no confiaba en la veracidad de tales documentos. La carta fue firmada por el secretario de organización del Comité Central, Julio Gómez el 14 de junio de 1928. En la misiva se decía además, que en el PCM no había división ni lucha fraccional y mucho menos trotskismo; que el mismo Julio Antonio Mella fue el autor de las Tesis del Comité Central en las que se definía la posición del PCM sobre el trotskismo en la URSS y en la IC y él mismo fue vocero del CC sobre esta cuestión. La carta mencionaba también que Mella había viajado a los Estados Unidos con el permiso expreso del CC para atender problemas relativos al movimiento revolucionario en Cuba y que cuando se inició la revuelta[103] telegrafió ofreciéndose a regresar, pero el CC decidió no llamarlo debido a la corta duración del levantamiento. A despecho de las intrigas, Mella ocupaba entonces el cargo de secretario general interino del PCM, y de ello se informaba también en la carta.[104]

Los testigos a quienes se ha consultado afirman que con la carta de Julio Gómez,[105] este incidente se dio por terminado.

 

No se ahoga uno en el mar, sino en un charco

 

Desde el estallido de la rebelión de marzo, Úrsulo Galván y otros dirigentes de la LNC y del PCM fueron objeto de la presión del gobierno para que suspendieran toda actividad política oposicionista durante la lucha armada, especialmente la campana electoral del BOCN Uno de los vehículos de esta presión era el gobernador de Veracruz Adalberto Tejeda, con quien algunos militantes comunistas y especialmente los líderes de la LNC mantenían relaciones estrechas.

La dirección del PCM se negó a suspender la campaña electoral y la crítica al gobierno de Portes Gil, lo cual inició—un agudo conflicto con Úrsulo Galván, que llevaría a éste a romper con su partido. El 23 de marzo, en el momento más tenso de la guerra civil, Galván y. Comité de la Liga publicaron un manifiesto anunciando su decisión de apartarse del Bloque y suspender toda actividad electoral. Según el criterio de los dirigentes del PCM, el manifiesto era obra personal de Galván, ya que por lo menos dos de los firmantes (uno de ellos J. Guadalupe Rodríguez) no habían sido consultados. Al día siguiente, el secretario general del PCM dirigió un telegrama a Galván instándolo a suspender la difusión del manifiesto y a discutir sus puntos de vista con el Comité Central, pero el líder campesino guardó silencio.[106]

Especial importancia tenía para los comunistas impedir que Rodríguez Triana, miembro destacado de la Liga, adoptara el punto de vista de Galván, ya que ello daría al traste con la actividad electoral; pero el candidato presidencial se mantuvo en las posiciones del PCM y del Bloque hasta el día de las elecciones. Sin embargo, la inmensa mayoría de los dirigentes campesinos siguió a Galván; una parte pequeña se mantuvo en las posiciones del PCM y otra adoptó una actitud vacilante.

El 14 de mayo, una noticia conmovió el ánimo de los campesinos y llevó al extremo la tensión entre Galván y el PCM. J. Guadalupe Rodríguez, Manuel Gómez y otros activistas campesinos fueron fusilados sin formación de causa por el jefe de las operaciones militares de Durango, general Manuel Medinaveitia. J. Guadalupe Rodríguez era miembro del Comité Central del PCM y tesorero de la LNC, además de un conocido líder popular de Durango. Un mes antes de su asesinato había regresado, con el destacamento campesino que comandaba, de la campaña contra las tropas del general Urbalejo. De manera sorpresiva y violenta, el comandante militar de la zona desarmó a los campesinos arrebatándoles también sus caballos y otras pertenencias y encarceló a Guadalupe, junto con Joaquín Antuna y Sixto Fernández. Pero ante la protesta nacional y la falta de elementos para un proceso, fueron dados libres el 26 de abril.[107] Sin embargo, esto no dejó contentos a los altos círculos gubernamentales y del Ejército, que habían decidido ajustar cuentas con los comunistas, con el evidente propósito de impedirles poner en juego su influencia política y su prestigio, especialmente entre obreros y campesinos. Por órdenes directas del ministro de guerra, que todavía era el general Plutarco Elías Calles[108], Rodríguez y sus compañeros fueron nuevamente detenidos para ser fusilados en el acto dentro del cuartel de la guarnición de la plaza.

El asesinato de J. Guadalupe Rodríguez agudizó la división de los comunistas, ya que el grupo de Úrsulo Galván responsabilizó a la dirección del PCM por estos hechos, pretendiendo justificar su conducta capituladora. Colocado en esta actitud, Galván se adhirió de modo más abierto a las posiciones de Tejeda y comenzó a coquetear con el gobierno de Portes Gil. La LNC entró en una división que la llevaría poco tiempo después a su disgregación.

El 22 de mayo, Galván y la mayoría de los miembros del Comité de la LNC y de la Liga de Veracruz, fueron expulsados del PCM.[109] Otro tanto hizo el Secretariado de la Internacional Campesina, del que Galván formaba parte desde su creación.

Este momento fue aprovechado por los líderes agraristas oficiales para elevar su influencia y preparar un golpe definitivo contra la organización de los campesinos, que no habían podido someter a su control. Unos meses después, el dispositivo gubernamental estaba completamente preparado y entró en acción al tercer día del V Congreso Nacional de la LNC. En el periodo de preparación del congreso, las ligas estatales donde predominaba la influencia del PNR movilizaron centenares de campesinos con recursos del Estado, a fin de hacer de una mayoría ficticia en el congreso, valiéndose de que Galván y sus compañeros mantenían la práctica de realizar sus congresos con delegados elegidos en proporción al número de miembros de los comités locales y no a base de acarreados. Esta maniobra fue encabezada por el penerreano Wenceslao Labra, quien aportó la mayor cantidad de campesinos del Estado de México, así como por los líderes de las ligas de Tamaulipas y Nayarit.

El V Congreso Nacional de la LNC se inició el 15 febrero de 1930 en el Teatro Nacional. Galván rindió su informe y fue elegido presidente de la mesa directiva de la asamblea junto con una mayoría de sus partidarios.[110] Al tercer día de los trabajos, en el receso para comer, fuerzas de la policía ocuparon el local, desarmaron a los delegados e impidieron la entrada a los miembros de la directiva, entre ellos a Úrsulo Galván. En estas condiciones, nombraron otra mesa directiva y llamaron a funcionarios del gobierno para que se dirigieran a los campesinos. El callista Luis L. León, secretario de Industria, Comercio y Trabajo hizo un largo discurso contra el programa agrario de los comunistas; acusó a Galván y a los líderes de la Liga de “enamorados de la doctrina rusa” y de proponer el comunismo, y llamó a los campesinos a no permitir “que gentes de extrañas razas insulten a nuestro gobierno y que extranjeros apedreen nuestras legaciones”.[111]

Galván y sus compañeros de mesa directiva se trasladaron a la Secretaría de Gobernación para protestar por el atropello y exigir garantías, pero después de una larga antesala les informaron que la asamblea acababa de nombrar una nueva dirección de la Liga y ya no había nada que hacer. El líder veracruzano reunió a sus partidarios y trató de mantener la continuidad de la LNC; seguía representando a la mayoría, pero su política errónea le cobraba un alto precio. Otro tanto hicieron los miembros del PCM que habían asistido a la V Convención; se retiraron, condenaron la agresión gubernamental y la política de Galván y eligieron un Comité Pro Nueva Organización Nacional Campesina, bajo la dirección de Rodolfo Fuentes López, de la Liga de Chihuahua, como presidente; Felipe Zárate, de la Laguna, como secretario, y Doroteo Flores, como tesorero.[112] La LNC había muerto.

Unos meses después, Galván enfermó gravemente de un tumor en la pierna. La trasladaron a una clínica de Rochester (EUA), donde mur el 28 de julio de 1930 en forma todavía oscura. Sus restos fueron trasladados a Veracruz y sepultados en la cumbre del cerro Macuiltépetl, donde reposan junto a los héroes campesinos asesinados por los delahuertistas durante la rebelión de 1923.

 

Viejos infundios

 

Los acontecimientos de marzo a mayo de 1929 y su repercusión en el Pleno de julio interrumpieron bruscamente el curso del desarrollo del PCM. Pero las causas incluso las motivaciones inmediatas de la represión que se desató entonces contra los comunistas y una parte del movimiento obrero y campesino, fueron oscurecidas mediante una falsificación de la historia de este periodo. La conducta de los dirigentes del PCM en los meses de la guerra civil comenzó a ser tergiversada por algunos de los protagonistas ya en mayo de 1929, con el fin de justificar su ruptura con las posiciones del PCM, pero muy pronto una parte de la historiografía norteamericana sobre México comenzó a darle visos de verdad histórica a la versión de los renegados.

Se trata, entre otros, de Donald L. Herman y, más recientemente, de Heather Fowler Salamini[113], quienes interpretan las acciones represivas del gobierno de Portes Gil y particularmente el asesinato de J. Guadalupe Rodríguez como medidas defensivas y de respuesta a la decisión de los comunistas de utilizar el levantamiento de marzo para iniciar una acción armada antigubernamental e implantar un gobierno obrero-campesino y hasta un régimen soviético.

Este infundio se extendió con tal profusión que algunos de los más competentes y agudos estudiosos de este periodo lo asumieron como cosa sabida, que no hace falta demostrar. Así, en su brillante trabajo sobre el movimiento obrero mexicano, el historiador inglés Barry Carr habla de “la incomprensible participación de un movimiento comunista en la rebelión escobarista de marzo de 1929...” Y Arnaldo Córdova, en su más reciente investigación escribe que “...los delegados de la Comintern en México, destacadamente el suizo Stirner, obligaron a la dirección del Partido a promover la resistencia armada en contra del gobierno.” Y agrega: “A punto de extinguirse la rebelión, los dirigentes comunistas ordenaron a sus grupos campesinos que se negaran a entregar las armas que poseían y exigieron al gobierno nacional que armara a todos los trabajadores del campo.” Y concluye que “el motivo (de la represión estatal, AMV) lo dio el sectarismo del comunismo nacional e internacional.”[114]

El origen de esta interpretación se encuentra en los libros de Julio Cuadros Caldas y Bernardo Claraval, que son tomados como fuente directa y verídica.[115] En el periodo de su ruptura con el PCM y más precisamente, durante su militancia trotskista, Diego Rivera se ocupó de agregar nuevos elementos a la falsificación, que Donald Herman y otros parecen haber asumido como la verdad revelada. Según el pintor, el Comité Central “...acordó poner en El Machete las instrucciones a los campesinos para la insurrección, estando ya declarado por el partido el estado de insurrección… de manera que conteniendo el periódico las instrucciones para la insurrección, y yendo sus ejemplares dirigidos a los diferentes compañeros, era ésta objetiva y prácticamente una denuncia… Esta maniobra dio por resultado el fusilamiento y aprisionamiento de muchos compañeros, especialmente campesinos.”[116]

El famoso pintor y militante no pudo citar el número de El Machete con tan ingenuas revelaciones porque simplemente no existió. Los números del periódico recogidos por la policía pueden ser hoy consultados y en ninguna parte aparecen tales “autodenuncias” como él las califica. Algo similar hizo Diego al inventar una polémica con Manuilski, al que quiso identificar con “Pedro”, el representante de la IC en México en los días del Pleno de julio del Comité Central.[117]

La versión de que los comunistas decidieron tomar Ias armas contra el gobierno durante la rebelión de marzo o una vez que fue aplastada, carece de cualquier fundamento. Los llamamientos y resoluciones que el PCM aprobó en el curso de estos acontecimientos y aún después, lo demuestran contundentemente. Pero el PCM estaba entonces en la oposición al gobierno de Portes Gil y desde antes de 1929 venía denunciando el viraje reaccionario de Calles. Y la historia justificó esta conducta. Su participación en la lucha armada contra los alzados no podía reducirse a un simple llamado a apoyar al gobierno del Maximato, como pretendía Portes Gil. El PCM intervino con sus propios objetivos y consignas y no como una simple fuerza de apoyo, que era lo que pretendían Úrsulo Galván y los dirigentes de la LNC. En la posición de los comunistas frente al levantamiento no había una motivación sectaria; el sectarismo se manifiesta en la forma de tratar a algunos representantes de la democracia revolucionaria y en los métodos internos del partido. La conducta política sectaria la adoptó el PCM precisamente después de aplastado el levantamiento, cuando hacia el balance de estos acontecimientos y el análisis de la evolución del país en los años anteriores, es decir, en el Pleno de julio de 1929, como veremos enseguida. Pero ni aun entonces resolvió emprender una acción armada contra el gobierno, como pretendían algunos de sus militantes, entre ellos David Alfaro Siqueiros.

Para destruir el infundio del levantamiento comunista y del asesinato de J. Guadalupe Rodríguez como su consecuencia basta citar el juicio que Portes Gil hizo 12 años después, en su libro Quince años de política mexicana. El expresidente escribió que “el general Manuel Medinaveitia, comandante militar en aquel estado, ordenó el fusilamiento, sin formación de causa, del jefe agrarista Guadalupe Rodríguez, a quien se acusaba de haber mandado herrar con la hoz y el martillo cierta partida de mulas propiedad de un rico hacendado... existía la circunstancia de que ya la rebelión escobarista estaba totalmente vencida y no había razón alguna que justificara procedimiento tan riguroso...” y en un esfuerzo por eludir su responsabilidad como presidente, agregó que “...cuando el propio secretario de Guerra sometió a mi aprobación los ascensos de generales, jefes y oficiales que se habían distinguido en sofocar la revuelta... expresé al propio general Calles... que, de los ascensos que la Secretaría de Guerra sometía a mi consideración no aprobaba el del general Medinaveitia, quien aparecía como responsable del fusilamiento del jefe agrarista Rodríguez.”[118]

Ni en este ni en ningún otro texto, el presidente provisional acusó a los comunistas de levantarse en armas contra su gobierno. El asesino material, el general Manuel Medinaveitia, que cumplía órdenes directas de Calles (según Hernán Laborde, en el telegrama número 4204), acusó a Rodríguez de comprar parque robado, hacer labor subversiva y ser “un individuo peligroso para la paz pública.”[119]

Es verdad que en su llamamiento del 5 de marzo, el PCM demandaba del gobierno federal y de los poderes locales la entrega inmediata de todas las armas y de todo el parque disponible a las organizaciones obreras y campesinas, así como la depuración del Ejército Federal, y que más tarde, a medida que los destacamentos rebeldes eran derrotados, se opuso persistentemente al desarme de los campesinos y condenó todas las acciones del Ejército en este sentido. El PCM no hacía en este caso más que continuar una tradición del movimiento revolucionario mexicano, que partía de que los campesinos sólo podían conservar la tierra y defenderse de los terratenientes, de los “cristeros” y de los generales reaccionarios, si estaban armados. Esta tradición, que honra a los comunistas y que mantuvieron también los demócratas-revolucionarios como Tejeda, Múgica y en determinados periodos también Cárdenas, tomaba en cuenta que ante cada rebelión militar, el gobierno llamaba a los campesinos a apoyarlo y les entregaba armas, pero una vez terminado el peligro emprendía grandes batidas para dejarlos inermes, como había sucedido especialmente después de la derrota del levantamiento encabezado por Adolfo de la Huerta en 1923-1924. “El que no sabe mantener el rifle no merece conservar la tierra”, era una consigna reiterada de los comunistas. Pero la “familia revolucionaria” no podía confiar en campesinos armados.[120]

El asesinato de J. Guadalupe Rodríguez y sus compañeros no era sino la señal de un amplio despliegue represivo. Por los mismos días en que Rodríguez estaba encarcelado, en Tuxtepec, Oaxaca, tropas federales detuvieron el 24 de abril, en el cuartel de la guerrilla, al comunista Pedro P. Palacios, acusándolo de ser el culpable de un choque armado que al parecer se realizó entre el rondín agrarista que hacía la vigilancia en un poblado llamado El Hule y un grupo de cromianos armados.[121] El 1o de mayo la policía reprime violentamente la manifestación organizada por la CSUM y detiene al secretario general del PCM, Rafael Carrillo. El 27 de mayo, después de una feroz campaña que pretendía incluirlo entre los partidarios de Gilberto Valenzuela, la Cámara de Diputados desafora a Hernán Laborde, que había sido elegido por el Partido Ferrocarrilero Unitario. El 6 de junio, el gobierno clausura las oficinas del Comité Central del PCM y de su periódico El Machete. El 15 de julio, fuerzas federales rodearon y detuvieron por sorpresa al jefe de las guerrillas campesinas de la región de Acayucan, el comunista Hipólito Landero, dirigente local del Socorro Rojo Internacional, y lo fusilan en el acto.[122] El 29 de agosto grupos policíacos saquean y destruyen los talleres de El Machete.

Es claro que estos ataques no transcurrían sin respuesta. La tensión entre el PCM y el gobierno de Portes Gil crecía frente a cada embestida gubernamental. El 13 de julio, en una decisión que lo honra, el Comité Ejecutivo de la IC hizo publicar en Pravda un manifiesto a los obreros y campesinos de México y del mundo, en el que condenaba las represiones del gobierno de Portes Gil contra el PCM y llamaba a los obreros y campesinos de todos los países a levantar su voz de protesta “contra el fascismo mexicano”.[123] Si bien no era exacto que existiera un fascismo mexicano, estaba en curso una feroz represión reaccionaria. El manifiesto de la Comintern acusaba al gobierno de haber “vendido completamente la independencia de México al imperialismo norteamericano”, la que si bien era exagerado, no fallaba en cuanto a la gravedad de las concesiones de Calles-Portes Gil. En respuesta a este llamado, grupos de trabajadores de distintas partes del mundo acudieron a las misiones diplomáticas mexicanas en son de protesta.[124]

El 23 de enero de 1930, el gobierno de Portes Gil rompió las relaciones diplomáticas con la URSS y la policía allanó la sede de su embajada en México; detuvo por unos días a los funcionarios soviéticos y expulsó al embajador A. Makar después de haber saqueado equipaje.

 

El Pleno de julio de 1929

 

Dos meses después de liquidada la revuelta y franco ascenso la violencia anticomunista, se reúne el Pleno de Comité Central para hacer un balance de la actividad del PCM y trazar las líneas principales de su actuación futura. Por las características de los documentos aprobados puede deducirse que su preparación fue prolongada y minuciosa, aunque sin relación directa con la elaboración política precedente. Todo indica que los textos aprobados en la reunión expresaban el punto de vista de los que dirigían la política latinoamericana de la Comintern, mas no la opinión de los dirigentes del PCM, que los acataron no tanto por convencimiento como por respeto a la autoridad de la organización internacional de los comunistas.

Según los testigos que pudimos consultar[125], el autor de los proyectos era “Pedro”, el representante de la IC. Lo primero que estos documentos prueban es la falsedad de las acusaciones de quienes atribuyeron a la dirección del PCM haberse embarcado en la aventura de un movimiento armado contra el gobierno. Precisamente por no haberlo hecho, las resoluciones del Pleno de julio condenaron a la dirección del PCM y su táctica en el periodo precedente.

Las resoluciones de julio revelaron que frente a la rebelión escobarista se presentaron dentro del PCM tres posiciones bien determinadas: la del Comité Central, que expresaba el punto de vista mayoritario contenido en el manifiesto del 5 de marzo, y que el Pleno condenó calificándola de conciliadora; la de los dirigentes de la CSUM, que habían llamado a los obreros a mantenerse al margen del conflicto por considerar que se trataba de una lucha entre dos grupos de la burguesía, en la que los obreros y campesinos no tenían por qué intervenir; y la tercera, que proponía la “insurrección inmediata” y simultánea contra el gobierno y los alzados.

La resolución concentraba el fuego contra la mayoría del Comité Central y la acusaba de haber adoptado en los meses anteriores a la rebelión una conducta de “pasividad oportunista” y de no luchar contra el gobierno de Portes Gil “desde un punto de vista político general, sino desde el punto de vista de problemas particulares, principalmente huelgas”. Afirmaba que ante la rebelión, el PCM, “no supo tomar la única resolución justa: comenzar, en los lugares donde fuera posible, la lucha contra los dos frentes, bajo sus propias consignas. En vez de esto -dice- al final de cuentas el punto de vista oficial del partido llegó a concretarse de esta manera: ‘Lucha contra la reacción'. Y en el manifiesto lanzado por el partido, este punto de vista tuvo su expresión práctica en el llamamiento a los campesinos armados ‘para luchar junto al Ejército Federal’ contra la rebelión. De este modo —concluye— el partido se convirtió de hecho en una parte del frente único para luchar contra la reacción en la misma línea que el gobierno de Portes Gil-Calles...”

La segunda posición fue calificada por el Pleno como el punto de vista de los “neutrales”. “Esta tendencia —dice el texto— era representada por algunos compañeros activos en los sindicatos y llegó a convertirse en punto de vista oficial de la CSUM, expresándose en su manifiesto de fecha 8 de marzo...” y que se reducía a la creación de comités de fábrica para la lucha contra los despidos, el alza de los precios de los artículos de primera necesidad y de las rentas. Y a continuación hacía el siguiente comentario: “El punto de vista del CC era erróneo, porque acercaba las masas a la burguesía y las alejaba del Partido y del movimiento independiente, el punto de vista de la CSUM, que a primera vista parece radical (“no es asunto nuestro, de los revolucionarios, el meternos en la lucha de dos grupos burgueses”) equivale a entregar a los obreros y campesinos en manos de la influencia burguesa, del imperialismo y del reformismo, puesto que negarse a luchar contra los rebeldes equivalía a perder por completo el contacto con las masas”.

La tercera posición, que la resolución atribuyó a una minoría del CC y que se expresó quince días después de estallar la rebelión, pero no fue expuesta en ningún documento, “se sintetizaba en el lema de insurrección inmediata, que era, por lo menos, prematuro, puesto que para la insurrección faltaba el factor más importante: la movilización de las masas desde septiembre de 1928. Además —continúa—, este punto de vista de la minoría, que no contenía nada relacionado con la lucha contra la reacción, no daba ninguna posibilidad de mantener el contacto con las masas obreras y campesinas.”[126]

El Pleno de julio no sólo hizo el balance de la actuación del PCM durante el levantamiento escobarista; intentó enjuiciar el desarrollo de México desde la revolución y “poner al día” al PCM en lo que se llamaba entonces la bolchevización de los partidos comunistas. Fue en este Pleno donde se trasladaron al interior del PCM los aspectos más sectarios, primitivos y dogmáticos de la línea aprobada por el VI Congreso de la IC. Es verdad que algunos de estos elementos sectarios ya se habían implantado en el interior del PCM, aunque no del modo absolutista como se establecían en las resoluciones de julio. Si en Europa la orientación de la IC consideraba que los enemigos más peligrosos del movimiento comunista eran los representantes del ala izquierda de la social democracia, había que encontrar sus equivalentes en México y estos no eran otros que los aliados más cercanos que había tenido el PCM en uno u otro momento de sus diez años de existencia. El Pleno de julio convertía a Tejeda, a Ran P. Denegri y a otros hombres de izquierda dentro del gobierno en los peores enemigos del movimiento obrero y campesino, y llamaba a combatir en primer lugar contra ellos.

Además, el Pleno aprobó algunas tesis extravagantes, que tuvieron que ser rectificadas al poco tiempo, como la que llamaba a preparar dos revoluciones simultáneas, “en el campo una revolución pequeñoburguesa democrática para derrocar al latifundismo, y en las ciudades una revolución socialista”.[127]

Mas sería erróneo considerar que el aluvión izquierdista que se plasmó en las resoluciones de julio provenía sólo de la influencia y el peso de la Comintern en las posiciones del PCM. Había otra fuente, no menos significativa: el proceso de derechización del bloque gobernante, las concesiones al imperialismo, la persecución contra los comunistas, las acciones para dividir al movimiento sindical y campesino, la campaña antisoviética.

El texto de las resoluciones de julio, unas noventa apretadas cuartillas bajo la forma de una “autocrítica” fue publicado a fines de 1929 en la revista del Secretariado Sudamericano de la IC que se editaba en Buen Aires[128] y de la que sólo llegaron unos cuantos ejemplares a México. La edición local de estas resoluciones nunca vio la luz, porque fue recogida por la policía el 29 agosto, durante el saqueo y destrucción de la imprenta de El Machete ordenados por el gobierno.

 

El partido devora a sus hijos

 

Las consecuencias de la división de la LNC, de la represión del gobierno de Portes Gil y de las resoluciones del Pleno de julio de 1929 fueron un golpe demoledor al PCM en el momento en que alcanzaba el punto más alto de su desarrollo, y del que tardaría seis largos años en recuperarse.

Acosado por el gobierno y por las divergencias internas que no pudo superar e imbuido por la política de depuración de los llamados elementos derechistas emprendida por la IC, el PCM perdió entonces gran parte de los dirigentes políticos, intelectuales y de masas que había logrado agrupar.

Después de la expulsión de Úrsulo Galván en mayo, un Pleno del Comité Central realizado el 10 de julio, expulsó del PCM a los dirigentes principales de la LNC: Celso Cepeda, Francisco Caldelas, Epigmenio Guzmán, Sóstenes Blanco, Manuel Almanza, Isaac Fernández, Julián Calderas y Guillermo Cabal. También corrió la misma suerte, Rodolfo Fuentes López, el dirigente de la Liga en Chihuahua, pero su exclusión se retiró al separarse poco después de las posiciones de Galván.[129]

El 27 de septiembre, una nueva reunión del Comité Central decidió expulsar, por distintas razones, pero englobándolos a todos bajo la acusación de oportunistas de derecha, a Diego Rivera, Luis G. Monzón, Enrique Flores Magón, Roberto Reyes Pérez, Federico Bach, Luis Vargas Rea y otros. Los motivos de la expulsión de Rivera fueron expuestos con detalle en la carta que dirigió Tina Modotti a Edward Weston al día siguiente de la reunión del Comité Central y su testimonio adquiere mayor relieve por los vínculos personales que ligaban a la fotógrafa con el gran muralista.

“¿Razones? —escribe Tina— que los múltiples trabajos que ha aceptado a últimas fechas del gobierno, la decoración del Palacio Nacional... son incompatibles con un miembro militante del partido. E incluso el partido no le pidió que dejara sus puestos, todo lo que le pidieron fue que hiciera una declaración pública de que el tener esos trabajos no le impedía luchar contra el actual gobierno reaccionario. Toda su actitud últimamente ha sido muy pasiva en relación con el partido y no quiso firmar la declaración, así que lo echaron... Todos sabemos que esos puestos se los endilgó el gobierno precisamente para sobornarlo y poder decir: ‘Los rojos dicen que somos reaccionarios, pero miren, estamos dejando que Diego Rivera pinte todas las hoces y martillos que quiera en Ios edificios públicos’. ¿Ves la ambigüedad de su posición?”[130]

Ya hemos dicho que las resoluciones del Pleno de julio eran una severa condena de la dirección que había encabezado al PCM hasta entonces, lo cual según la práctica de la IC implicaba su inmediata sustitución. Por razones que desconocemos, esta cuestión no fue planteada ante el Pleno y Rafael Carrillo siguió al frente de la dirección hasta la reunión del Comité Central del 2 de diciembre en que presentó su renuncia por razones de enfermedad. En su lugar fue elegido Hernán Laborde, que había ingresado al PCM en 1925, siendo empleado de los ferrocarriles. Originario de Jalapa, llegó a la capital y se introdujo al movimiento intelectual y político a través del grupo de Raziel Cabildo, el alma de la huelga de los estudiantes de artes plásticas de 1911. Laborde había publicado un pequeño libro de poemas, pero muy pronto lo ganó la actividad revolucionaria, misma que no abandonaría hasta el día de su muerte el 1o de mayo de 1955. Al momento de ser elegido era miembro del Buró Político del Comité Central y dirigente del Bloque Obrero y Campesino.

El Pleno de diciembre realizó otros cambios significativos en la dirección; nombró a Miguel Ángel Velasco secretario de organización, a Valentín Campa y Ángel Aguirre secretarios sindicales y a Vicente Guerra secretario agrario. Así se formó el núcleo dirigente del PCM en el periodo de la clandestinidad, que ya se había iniciado.

 

[1]     Arnoldo Martínez Verdugo, Historia del comunismo en México, México, Grijalbo, 1985, pp. 11-126.

[2]     Liberación, revista del CC del PCM, no. 8, noviembre-diciembre de 1957, p. 72.

[3]     John W. F. Dulles, Ayer en México, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, p. 94.

[4]     Principalmente Frank Seaman, el novelista Michael Gold y el caricaturista Henry Glintencamp.

[5]     Nueva Civilización, México, no. 1, agosto de 1919, p. 27.

[6]     J. Huitrón, Orígenes e historia del movimiento obrero en México, México, 1974, p. 57. Rosendo Salazar, José G. Escobedo, Las pugnas de la gleba, Comisión Nacional Editorial del PRI, México, 1972, t. I, p. 174. Luis Araiza, Historia del movimiento obrero mexicano, 2a. edición , t. III, México, 1975, p. 165.

[7]     R. Salazar, ibid, p. 268; L. Araiza, ibid, p. 189.

[8]     L. Araiza, ibid, pp. 21, 131, 140-143.

[9]     Nueva Civilización, p. 27.

[10]   M. N. Roy’s Memoirs, Allied Pub., Nueva Delhi, 1964, p. 59. Las Memorias de Roy son uno de los testimonios más ricos y perspicaces de la vida mexicana entre 1917 y 1919, pero están llenas de imprecisiones, datos falsos y, sobre todo, afán de atribuirse un papel en la política mexicana más allá de sus posibilidades reales.

[11]   Ibid, p. 81.

[12]   Los slackers habían llegado a México para eludir el servicio militar durante la guerra de 1914-1918. Frank Seaman era en 1919 el editor de la página en inglés de El Heraldo de México. Actuó en México hasta 1921. Después asistió como delegado del PC de Estados Unidos a los Congresos III y IV del PCM y trabajó en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Su verdadero nombre era Richard Francis Phillips. También usó los seudónimos de Manuel Gómez y Jesús Ramírez. En adelante lo mencionamos como Frank Seaman. (Entrevista con Theodore Draper, “De México a Moscú”, Survey, no. 53, octubre de 1964. Mayor información puede encontrarse en Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno, Memoria Roja, México, Leega-Júcar, 1984, pp. 11-14.

[13]   “…especie de Federación de Sindicatos de Obreros y Campesinos, con dependencias en gran parte de las municipalidades del Estado”, organizada en 1917. (Rosendo Salazar, José G. Escobedo., op. cit., p. 40-41.)

[14]   Lo de “nacional” se refiere al ámbito del partido, que abarcaría al país. En cuanto al nombre, la convocatoria habla de que el “Partido Socialista de México” estaba de acuerdo con la celebración del congreso. Las comunicaciones de noviembre de 1919 traen un membrete que dice “Partido Socialista Mexicano”, y en sus cartas de 1920, Francisco Cervantes López utiliza el nombre de “Partido Socialista de México”.

[15]   Congreso Nacional Socialista, “Programa de Acción”, Oposición, semana del 26 de julio al 1o de agosto de 1979. En el CEMOS, fondo PCM, se encuentra una copia fotográfica del original.

[16]   “Declaración de Principios”, ibid.

[17]   El Soviet, tomo I, no. 6, 26 de noviembre de 1919.

[18]   Pablo González Casanova, En el primer gobierno constitucional (1917-1920), México, Siglo XXI, 1980, p. 183.

[19]   En su entrevista con Theodore Draper, Survey, no. 53, op. cit.

[20]   Para las actividades de Borodín en México, consultar: M. N. Roy’s Memoris, op. cit. caps. 26 y 27, pp. 189-203; Manuel Gómez, “De México a Moscú”, en Survey, op. cit., y Héctor Cárdenas, Las relaciones mexicano-soviéticas, México, 1974, pp. 43-48. Roy se equivoca al ubicar la llegada de Borodín a México a mediados de 1919; todo indica que su arribo ocurrió después del congreso de agosto-septiembre, lo más probable en el mes de octubre.

[21]   La personalidad del acompañante de Borodín a España ha sido objeto de diversas confusiones. Por ejemplo, Joaquín Maurín, en su escrito “Sobre el comunismo en España” afirma que se trata de Manuel Díaz Ramírez (Joaquín Maurín, Revolución y contrarrevolución en España, Apéndice, París, Ruedo Ibérico, 1966, pp.269-270). En realidad fue Frank Seaman, que actuaba en ese momento con el seudónimo de Jesús Ramírez.

[22]   Diez años después, en 1929, Francisco Cervantes López escribió: “Confesamos sinceramente que, si bien muchos de los socialistas de entonces, conocíamos los fundamentos de la doctrina económico-materialista y comulgábamos con sus principios, en cambio desconocíamos la táctica sindical marxista de Europa, entonces centro económico del mundo, y más bien marchábamos en todo de acuerdo con la Segunda Internacional Socialista, donde el viejo Kautsky, que se decía heredero de la sabiduría de Marx, era el pontífice máximo y donde los partidos socialistas ejercían una hegemonía completa sobre el movimiento sindical. De este error padecíamos cuando militó entre nosotros el compañero Manabendra Nat Roy, figura prominente hoy en el movimiento obrero mundial, es decir cuando de una escisión del viejo y raquítico Partido Socialista nació el Partido Comunista actual, no la facción que con ese nombre dirigió momentáneamente Linn A. Gale”. (Francisco Cervantes López, Prólogo “Dos Palabras” a la edición mexicana de El imperialismo, última etapa del capitalismo, de V. I. Lenin, México, Editorial Marxista, pp. VII-IX, 1930).

[23]   El Soviet, 16 de diciembre de 1919.

[24]   José Allen, “El movimiento comunista en México. Su iniciación, sus trabajos, sus inicios, su situación actual”, México, inédito, 7 de septiembre de 1922; Manuel Díaz Ramírez, Rosendo Gómez Lorenzo, Carta al Comité Ejecutivo de la IC, 7 de septiembre de 1922, CEMOS, fondo PCM, caja 1, expediente 20.

[25]   J. Mothes, “Acerca del Secretariado Sudamericano de la IC.” Lateinamerika, Wilhelm-Pieck-Universitat Rostock, DDR, primer semestre de 1982, p. 70.

[26]   Seudónimo de Edgar Woog, que posteriormente dirigió el Partido Suizo del Trabajo y representó al PCM en la Comintern.

[27]   Paco Ignacio Taibo II, “Estadística: Las huelgas en el interinato de Adolfo de la Huerta (1o junio – 30 noviembre 1920)”, en Historia Obrera, no. 20, septiembre de 1980, pp. 9-19.

[28]   R. Salazar y J. G. Escobedo, op. cit. pp. 308-309. Paco Ignacio Taibo II agrega entre los adherentes a la FCPM a los telefonistas de la Mexicana, los obreros de Obras Públicas del Ayuntamiento del DF, los obreros de El Recuerdo, los fundidores de oro y plata y los ceramistas, y afirma que este contingente “daba a los rojos una base social en el DF, superior a la de la CROM”. (Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaino, Memoria Roja, México, Leega/Júcar, 1984, pp. 83 y 89.)

[29]   José Allen, “El movimiento comunista en México”, p. 10, Taibo y Vizcaíno, Memoria Roja, p. 89.

[30]   Luis Araiza, Historia del movimiento obrero mexicano, t. IV, pp. 59-62.

[31]   Ibid, pp. 66-67.

[32]   Manuel Díaz Ramírez, “Hablando con Lenin en 1921”, en Liberación, no. 8, noviembre-diciembre de 1957, p. 41.

[33]   El Trabajador, 3a época, México, no. 20, 1o de noviembre de 1921.

[34]   Kommunist, Moscú, no. 6, abril de 1984, p. 66.

[35]   Manuel Díaz Ramírez, op. cit., p. 53.

[36]   R. Salazar y J. G. Escobedo publicaron en Las pugnas de la gleba, op. cit., pp. 402-411, el texto completo del informe de Ramírez.

[37]   Sen Katayama, “To the Members of the Partido Comunista Mexicano and the Partido Comunista de México”, 11 April, 1921. (Copia fotográfica en CEMOS, fondo PCM, caja 1, expediente16.1. Sobre las actividades de Katayama en México puede consultarse: José C. Valadés, “Confesiones políticas”, en la Revista de la Universidad de México, suplemento del no. 10, volumen XXIII, junio de 1969 y Manuel Gómez, “De México a Moscú”, op. cit.

[38]   Rosendo Salazar y José G. Escobedo, op. cit., p. 320.

[39]   La Lucha, 4 de abril de 1921 (citado por Lino Medina. La fundación y los primeros años del PCM, Nueva Época, año VII, no. 4-5 (22-23), abril-mayo de 1969, p. 49)

[40]   John W. F. Dulles, Ayer en México, pp. 148-149.

[41]   J. Allen inédito citado; Manuel Gómez, “De México a Moscú”, op. cit.

[42]   Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México, expediente 9-4-172.

[43]   Constitución del Partido Comunista Revolucionario Mexicano, México, 1921, pp. 5 y 10.

[44]   Tercer Congreso del Partido Comunista de México, Programa y Acuerdos, México, Talleres Gráficos Soria, 1925, p. 10.

[45]   Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México. 1910-1929, México, Ediciones Era, 1981, p. 108.

[46]   Nexos, no. 40, abril de 1981, p. 47.

[47]   Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno, Memoria Roja, op. cit., pp. 17-25.

[48]   Conversación del autor con Rafael Carrillo, 13 de abril de 1984.

[49]   José Allen, inédito, citado.

[50]   Nexos, op. cit.

[51]   Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno, op. cit., p. 22.

[52]   El Machete, no. 56, 1a quincena de diciembre de 1926.

[53]   Informe general sobre la situación y organización del proletariado en México, puntos 3o, 5o y 6o del Orden del Día del I Congreso del PCdeM, diciembre de 1921, original a máquina.

[54]   José C. Valadés, Revolución social o motín político, México, Biblioteca de Partido Comunista, 1922, p. 3.

[55]   Leafer Agetro, Las luchas proletarias en Veracruz. Historia y autocrítica, Edición de autor, Jalapa, Ver., 1942, p. 72. Consúltese además: Octavio García Mundo, El movimiento inquilinario de Veracruz, 1922, México, Sepsetentas 1976; Mario Gill, “Veracruz: revolución y extremismo” en Historia Mexicana, No. 8, abril-junio de 1953, pp. 618-636; Paco Ignacio Taibo II, “Inquilinos del DF, a colgar la rojinegra”, en Memoria Roja, op. cit., pp. 147-183.

[56]   En las barriadas del puerto se cantaba la siguiente copla: “Estoy en huelga y no pago renta / esta es la ley de Herón Proal; / y al que la pague le doy caballo / para que no la vuelva a pagar...”

[57]   El Machete, no. 42, 3 de septiembre de 1925.

[58]   UOM, Universidad Obrera de México, tomo I, no. 8, 15 de octubre de 1983, pp. 256-259. Raquel Tibol aporta nuevos datos sobre el GSMO en su obra José Clemente Orozco. Una vida para el arte, México, Cultura / SEP, 1984, pp. 61-62.

[59]   Raquel Tibol, David Alfaro Siqueiros. Un mexicano y su obra, México, Empresas Editoriales, 1969, p. 30.

[60]   David Alfaro Siqueiros, Me llamaban el Coronelazo, México, Ed. Grijalbo, 1977, p. 214.

[61]   Carta de Manuel Díaz Ramírez del 17 de septiembre de1923. (Copia fotográfica en CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 4.1).

[62]   Carta-circular de Manuel Díaz Ramírez a las secciones locales del partido y de la juventud comunista de la Ciudad de México, D.F. 13 de noviembre de 1923,CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 4.2.

[63]   La democracia revolucionaria como corriente política e ideológica internacional fue definida en sus aspectos esenciales por V. I. Lenin con base en el ejemplo de Rusia de fines del siglo XIX y principios del XX y de China del periodo de la revolución de 1911. (Véase especialmente su trabajo de 1912, “La democracia y el populismo en China” en V. I. Lenin, Obras completas en español, tomo XVIII, Buenos Aires, Editorial Cártago, 1960, pp. 159-162). Fue el latinoamericanista soviético Anatoli Shulgovski quien primero estudió en detalle y definió las particularidades del democratismo revolucionario mexicano y sus diferencias con el populismo clásico. (Anatoli Shulgovski, México en la encrucijada de su historia, México, Fondo de Cultura Popular, 1968, pp. 109-128).

[64]   Narciso Bassols lo expresó de manera lapidaria en noviembre de 1928, en el título de su artículo “Toda la tierra y pronto”. “La ineficacia de los medios lentos - argumentaba Bassols – exige la adopción rápida de medidas profundas, violentas, radicales que den forma a un sistema económico nuevo de producción agrícola...” (Narciso Bassols, Obras, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 53-54.

[65]   Carta de Manuel Díaz Ramírez a Edgar Woog (Stirner), 15 de diciembre de 1923. (Copia fotográfica en CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 5).

[66]   Carta de Rafael Carrillo a Stirner, 16 de febrero de 1924. (Copia fotográfica en CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 8).

[67]   Strategy of the Communists, a letter from the Communist International to Mexican Communist Party, published by Workers Part of America, Chicago. (Fotocopia en CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 2).

[68]   Arturo Taracena Arriola, “El primer Partido Comunista de Guatemala”, en Araucaria de Chile, no. 27, Madrid, 1984, pp. 74-76.

[69]   No confundirlo con el hermano de Ricardo Flores Magón, del mismo nombre. Fue uno de los más activos militantes comunistas de los años veinte. En 1929 se unió a Úrsulo Galván y fue excluido del PCM.

[70]   El movimiento obrero cubano, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1975, tomo I, 1865-1925, pp. 445-457.

[71]   Declaración de Julio Gómez, secretario de organización del PCM desde la conferencia de abril de 1928 hasta su aprehensión en diciembre de 1929. (Inédito)

[72]   “El machete sirve para cortar la caña / para abrir las veredas en los bosques umbríos, / decapitar culebras, tronchar toda cizaña / y humillar la soberbia de los ricos impíos.”

[73]   Circular número 2, 12 de noviembre de 1923. Texto mimeografiado (CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 2).

[74]   La cuestión agraria y el problema campesino, Jalapa, 1924, pp. 24-27.

[75]   Manuel Almanza, G., La Historia del agrarismo en el estado de Veracruz, manuscrito, 1954, Cap. IX, p. 6.

[76]   Tercer Congreso del Partido Comunista de México, México, 1925, Talleres Gráficos Soria, p. 52.

[77]   Ibid., pp. 16-17.

[78]   Informe sobre la cuestión interna del partido, puntos de vista de la Local de Jalapa, Ver., 18 de mayo de 1926. (CEMOS, fondo PCM, caja 2, expediente 18).

[79]   El Machete, no. 47, 3 de junio de 1926.

[80]   Entre los grandes organizadores de la LNC que no llegaron a su congreso, un lugar prominente lo ocupa el michoacano Primo Tapia, asesinado por los terratenientes el 26 de abril de 1926.

[81]   El Machete, no. 27, 25 de diciembre – 1o de enero de 1924-1925; no. 28, 8-15 de enero de 1925; no. 133, 29 de septiembre de 1928.

[82]   Manuel Almanza, La historia del agrarismo en el estado de Veracruz, manuscrito, 1954, cap. IX, p. 6.

[83]   Jaime Tamayo Rodríguez, “Movimiento obrero (1920-1950)”, en Historia de Jalisco, tomo IV, Gobierno de Jalisco, 1982, pp. 426-428. Raquel Tibol, David Alfaro Siqueiros. Un mexicano y su obra, México, Empresas Editoriales, 1969, pp. 31-34.

[84]   Un relato del llamado Motín de Metepec se encuentra en Paco Ignacio Taibo II y Rogelio Vizcaíno, Memoria Roja. Luchas sindicales de los años 20, México, Ediciones Leega/Júcar, 1984, pp. 83-84.

[85]   El Machete, no. 162, 1o de mayo de 1929; Leafar Agetro, Las luchas proletarias en Veracruz, México, 1942, p. 192.

[86]   Mesa Redonda de los marxistas mexicanos, México, CEFPSVLT, 1982, p. 162.

[87]   El Machete, no. 147, 12 de enero de 1929.

[88]   Elías Barrios, El escuadrón de hierro, México, Editorial Popular, 1938, p. 175.

[89]   Conversación de Rafael Carrillo con el autor, 3 de enero de 1985.

[90]   Secretariado Sudamericano de la IC, El movimiento revolucionario latinoamericano, Buenos Aires, La Correspondencia Sudamericana, s/f., pp. 56 y 181.

[91]   Romana Falcón, El agrarismo en Veracruz. La etapa radical (1928-1935), México, El Colegio de México, 1977, p. 50.

[92]   El Machete, no. 149, 26 de enero de 1929.

[93]   Arnaldo Córdova, La clase obrera en la historia de México. En una época de crisis (1928-1934), México, Siglo XXI, 1980, p. 71.

[94]   Resolución sobre la situación actual y las tareas del partido, México, agosto de 1927, p. 9. Este folleto contiene la versión definitiva de la resolución del Pleno de julio del CC, que difiere en algunos puntos del publicado por El Machete, no. 76, del 20 de agosto de 1927.

[95]   Ibid.

[96]   Por ejemplo, Arnaldo Córdova, op. cit., p. 72.

[97]   El Machete, no. 155, 9 de marzo de 1929.

[98]   AGN, Fondo Gobernación, Serie Partidos Políticos, 2-312. (29) 116 6.24.

[99]   Para la actividad y la obra de J. A. Mella en México consúltese: Raquel Tibol, Julio Antonio Mella en El Machete, México, Fondo de Cultura Popular, 1968, 428 pp.

[100] Ibid., pp. 355-361

[101] Bohemia, La Habana, 17 de septiembre de 1933, (citado por Olga Cabrera en Un crimen político que cobra actualidad).

[102] Vuelta, septiembre de 1983, pp. 46-50.

[103] Se refiere al movimiento encabezado por los generales Arnulfo R. Gómez y Francisco R. Serrano en los primeros días de octubre de 1927.

[104] Latin Secretarial at the Comintern, Moscow, URSS, June 14th, 1928 For the CC of the PCM. Secretary of Organization and Agitprop. Julio Ramírez. (CEMOS, fondo PCM, caja 3, expediente 17). En una conversación con el autor, Rafael Carrillo comentó que esta carta redactada en inglés, es casi seguro que fue escrita por el mismo Mella.

[105] Julio Gómez-Rosovski o también Julio Ramírez, murió en Moscú el 22 de enero de 1985. Se hizo comunista en México, país al que llegó con sus padres, judíos-rusos emigrados. Fue deportado de México al mismo tiempo que Tina Modotti y muchos otros en 1930 y desde entonces vivió en la Unión Soviética, donde actuó como representante del PCM ante la IC. Durante el estalinismo fue víctima de represiones; sufrió cárceles y exilios, pero siempre mantuvo el ideal socialista de su juventud.

[106] Circular a todas las Locales del Partido, 30 de marzo de 1929 (CEMOS, fondo PCM, caja 4, expediente 3).

[107] Alberto Bremauntz, Material histórico, México, Edición del autor, 1973, p. 96.

[108] El Machete dio a conocer el telegrama 4204 de la Secretaría al General Medinaveitia.

[109] El Machete, no. 174, 20 de julio de 1929 y no. 175, 27 de julio 1929.

[110] El Nacional Revolucionario y Excélsior, 16 de febrero de 1930.

[111] Excélsior, 19 de febrero de 1930.

[112] El Machete, no. 179, marzo de 1930.

[113] Donald L. Herman, The Comintern in Mexico, Washington, D.C. Public Affairs Press, 1974, p. 98. Heather Fowler Salamini, Movilización campesina en Veracruz, 1920-1938, México, Siglo XXI, 1979, pp. 87-89.

[114] Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México. 1910-1929, México, 1981, p. 262; Arnaldo Córdova, En una época de crisis, México, Siglo XXI, 1980, p. 72. La misma versión recoge Romana Falcón, El agrarismo en Veracruz. La etapa radical, 1928-1935, México, El Colegio de México, 1977, pp. 52-53.

[115] Julio Cuadros Caldas, El comunismo criollo, Puebla, S. Loyo editor, 1930, pp. 68-73; Bernardo Claraval, Cuando fui comunista, México, Ed. Polis, 1944, pp. 113-114.

[116] Diego Rivera, Arte y política, selección, prólogo y notas por Raquel Tibol, México, Ed. Grijalbo, 1979, p. 115.

[117] D. Z. Manuilski, miembro del Comité Ejecutivo de la IC nunca estuvo en México, “Pedro”, el enviado de la Comintern al Pleno de julio del CC, era en realidad un militante ruso-judío de apellido Grolman, quien a finales de los años 30 cayó víctima de las represiones de Stalin.

[118] Emilio Portes Gil, Quince años de política mexicana, México, Ed. Botas, 1941, pp. 370-372.

[119] Hernán Laborde, Portes Gil y su libro “Quince años de política mexicana”, México, Ed. Noviembre, 1950, p. 16.

[120] La campaña general para desarmar a los campesinos la culminó el Maximato a finales de 1932 y transcurrió con especial violencia en Veracruz, al término del mandato de Adalberto Tejeda. Cuatro batallones de infantería y cuatro regimientos de caballería fueron enviados por Calles a Veracruz al mando del general Miguel Acosta. En enero de 1933 se informó que habían sido confiscados 8,000 rifles y 15,000 pistolas. Véase Heather Fowler Salamini, Movilización campesina en Veracruz (1920-1938),México, Siglo XXI, 1979, pp. 146-149.

[121] El Machete, no. 162, 1o de mayo de 1929.

[122] En abril, El Machete había publicado una foto de las fuerzas de Landero entrando a Acayucan con una pancarta que decía: “Toda la tierra y todo el poder para los campesinos.”

[123] El Machete, no. 176, 5 de agosto de 1929; Jesús Silva Herzog, De lo dicho y de lo escrito, México, Edición del autor, fuera de comercio, 1977, pp. 55-60.

[124] Alfonso Reyes, embajador de México en Argentina, anotó en su Diario entre el domingo 12 y el lunes 13 de enero de 1930: “A las doce y minutos de la noche, unos veinte comunistas con algunas mujeres apedrean la embajada gritando y tirando papeles que dicen: “¡Abajo el gobierno fascista mexicano… Asesino y masacrador de comunistas…!” (Alfonso Reyes, Diario, 1911-1930, Universidad de Guanajuato, 1969, pp. 298-299).

[125] Rafael Carrillo, Julio Gómez, Valentín Campa, Jorge Fernández Anaya y Alfredo Stirner (Edgar Woog).

[126] ¡Contra el oportunismo, por la bolchevización!, resoluciones del Pleno de julio de CC del PCM, 1929. (Copia del original en CEMOS, caja 4, expediente 1).

[127] Ibid.

[128] La Correspondencia Sudamericana, Buenos Aires, no. 21, 20 de noviembre de 1929 y no. 22, 1o de diciembre de 1929.

[129] El Machete, no. 174, 20 de julio de 1929 y no. 175, 27 de julio de 1929.

[130] Mildred Constantine, Tina Modotti. Una vida frágil, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 156.