Un entrenamiento militar

Torneos, el gran espectáculo de la Edad Media

Las justas de Normandía

Las justas de Normandía

Las justas de Normandía. Escena del torneo celebrado en 1390 en Saint-Inglevert, donde tres caballeros se enfrentaron durante 30 días a todos los que los desafiaron. Miniatura de las Crónicas de Jean Froissart Biblioteca Británica, Londres.

British Library / Album

En 1559, el rey francés Enrique II cayó mortalmente herido, no sobre un campo de batalla, sino en un torneo caballeresco celebrado en París. Ese acontecimiento supuso el fin de la edad de oro de los torneos, un tipo de combate honorífico entre caballeros que se había iniciado cinco siglos antes y se convirtió en uno de los mayores espectáculos de la Edad Media.

Batalla en tiempos de paz 

Batalla en tiempos de paz 

Batalla en tiempos de paz 

Torneo o melé en una ilustración de una novela del siglo XIII, Le Roman du Roi Meliadus de Leonnoys. Siglo XIV. Biblioteca Británica, Londres.

British Library / Album

Los torneos surgieron como un entrenamiento militar para los caballeros en tiempos de paz. Inicialmente se trataba de auténticos simulacros de batallas. Los caballeros se agrupaban en dos equipos que se enfrentaban en campo abierto, a veces sobre un área muy extensa, que podía englobar varios pueblos; no era raro que los habitantes de la zona se quejaran porque los contendientes les arruinaban los campos o porque, al ir a toda velocidad en sus caballos, atropellaban a las personas o los animales.

Este tipo de encuentros –los «torneos» propiamente dichos, conocidos también por el término francés mêlée (melé, aglomeración desordenada)– están documentados al menos desde finales del siglo XI y se mantuvieron en esa forma hasta mediados del XIV. Se desarrollaron especialmente en Francia y los Países Bajos. 

Caballero

Caballero

Elemento decorativo que representa a un caballero. Hacia 1300. MET, Nueva York.

RMN-Grand Palais

El objetivo de los equipos era desmontar, inmovilizar o hacer que se rindieran los integrantes del equipo contrario. En teoría no se combatía a muerte puesto que se luchaba con armas romas, pero no era raro que hubiera heridos graves e incluso muertos. Un ejemplo extremo fue un torneo celebrado en Neuss (Alemania) en 1241, en el que murieron ochenta caballeros.

Como premio, el vencedor se quedaba con las armas y la montura del adversario, e incluso pedía un rescate tras hacerlo prisionero. Los caballeros más diestros utilizaron los torneos para prosperar económicamente y ascender en la sociedad.

El famoso caballero inglés Guillermo el Mariscal (1145/1148-1219) quizá fue el que mayor provecho sacó de esta práctica. En 1177, él y otro caballero decidieron participar en todos los torneos que pudieran, y en diez meses vencieron a 103 contrincantes por los que pidieron rescate. Desde las filas de la más baja nobleza anglonormanda, Guillermo acabaría convertido en el noble más poderoso de Inglaterra. 

Armamento adaptado 

Armamento adaptado 

Armamento adaptado 

Corona o punta de lanza con tres puntas, también llamada coronel, usada en los torneos para evitar las heridas mortales en las cargas de lanza. Museo de Bellas Artes, Rennes. 

A. Beaudoin / RMN-Grand Palais

Justas a caballo

Junto a los torneos, entendidos como combates de equipos de caballeros, a mediados del siglo XII surgieron las justas, enfrentamientos individuales entre dos caballeros. Al principio fueron preámbulos o colofones a los torneos, y servían para que los caballeros mostraran públicamente su capacidad marcial individual. Las justas tenían lugar en un espacio claramente acotado, la liza, que podía situarse en la plaza de una ciudad o en sus inmediatos alrededores, y contaban con la presencia de un numeroso público. 

El combate principal consistía en una carga a caballo en la que los jinetes avanzaban con la lanza en ristre. En algunas modalidades cada caballero se colocaba a un lado de una tela o lienzo central que impedía que los caballos chocaran. El objetivo era romper la propia lanza sobre el contrincante, descabalgarlo, sacarle el yelmo del golpe o golpearlo en puntos específicos de la armadura, como la gorguera, la pieza que cubría la garganta. Había reglas que establecían el número de lanzas que podían romperse. Tras los asaltos, o después de que uno de los caballeros cayera, el combate podía continuar a pie, con espadas. 

El armamento que se empleaba en las justas era variado y dependía de las instrucciones de los organizadores. La única condición era que no fuese armamento letal. Así, las lanzas solían ser huecas o estaban hechas con maderas más débiles que favorecían su rotura espectacular, y tenían la punta embotada o rebajada. A veces estaban provistas de una corona, un elemento que permitía que la lanza se enganchara en el peto o escudete del contendiente sin penetrar en él. 

La emoción de una justa

La emoción de una justa

La emoción de una justa

Varias damas contemplan desde un balcón el combate entre dos caballeros. Lateral de un cofre de marfil. Siglo XIV. Museo de la Edad Media de Cluny, París.

Michel Urtado / RMN-Grand Palais

Armaduras a prueba de lanzas

La seguridad de los caballeros dependía de la armadura que llevaban. En las llamadas justas de guerra, los combatientes iban equipados con armaduras militares convencionales, mientras que en las justas de paz portaban unas armaduras especiales para justas y torneos que ofrecían máxima protección. Por ejemplo, el lado izquierdo de la armadura, donde se esperaba recibir el golpe de lanza, estaba especialmente reforzado.

Las armaduras de paz eran extraordinariamente pesadas. Una armadura de guerra completa de los siglos XIV o XV, hecha con placas –la llamada armadura blanca–, solía pesar entre 15 y 30 kilogramos, repartidos por todo el cuerpo. Una armadura de paz para una justa duplicaba fácilmente aquel peso. Por ejemplo, uno de los yelmos de justa de paz a caballo que se conservan en la Armería Real de Madrid pesa algo más de siete kilos. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las armaduras de paz solo se llevaban durante el corto período que duraba la justa. 

 

Jinete y caballo

Jinete y caballo

Jinete y caballo en una recreación moderna de una justa medieval.

Adobe Stock

Pese al empleo de armas romas y armaduras reforzadas y a la existencia de reglas como la prohibición de golpear la nuca del adversario, la seguridad para los contendientes no era absoluta. Enrique II de Francia no fue ni la primera ni la última persona que murió durante la celebración de una justa o torneo, ni el único monarca que saldría malparado de una justa. Pedro I de Castilla sufrió una aparatosa herida en la mano, a punta de espada, en otro torneo celebrado en 1353.
Del mismo modo, Florencio, conde de Holanda, murió accidentalmente en una justa contra el conde de Clermont en 1234, y cuatro años más tarde su hermano Guillermo falleció en parecidas circunstancias.

El carácter sangriento de los torneos motivó la intervención de la Iglesia y, de forma puntual, también de las autoridades civiles. Así, ya en 1130 la Iglesia prohibía esos juegos caballerescos en los que morían cristianos; una interdicción que se repetiría en lo sucesivo, lo que revela que no fue muy eficaz. Los monarcas reconocían esas prohibiciones, pero en su mente pesaba más la necesidad de mantener entrenados y activos a sus caballeros. No obstante, en algunas ocasiones –por ejemplo, cuando había guerra con un monarca extranjero– establecieron limitaciones o prohibiciones, por lo general temporales. Felipe III de Francia, por ejemplo, prohibió los torneos en 1278 para propiciar que la nobleza se sumara a una cruzada que estaba preparando. Cuando la expedición se suspendió, el rey autorizó la celebración de torneos tres veces al año y poco después levantó toda restricción.
El legado papal protestó y amenazó con la excomunión a quienes participaran en los torneos, lo que llevó de nuevo al rey a prohibirlos, pero pronto se volvieron a autorizar.

Equipo para jinetes 

Equipo para jinetes 

Equipo para jinetes 

Canto o parte trasera elevada de una silla de montar italiana de inicios del siglo XIV, decorada con motivos caballerescos. Museo del Louvre, París.

Jean-Gilles Berizzi / RMN-Grand Palais

Nobles y plebeyos

Los torneos eran convocados –y financiados– por el soberano de un territorio o los principales nobles. El objetivo era mantener entrenadas a las tropas feudales y, a la vez, dar una salida al espíritu violento de la nobleza en tiempos de paz. En principio, los combatientes eran caballeros o escuderos de origen noble, incluidos miembros de la baja nobleza que aún no habían sido armados caballeros. Hay que tener en cuenta que esta última ceremonia resultaba muy cara, por lo que muchos nobles se quedaban en los rangos inferiores de la nobleza, como simples escuderos o donceles. En una época tardía se admitió la participación en los torneos de hombres de armas veteranos que no eran propiamente nobles. 

 

Un combate a pie

Un combate a pie

Un combate a pie

Escena de duelo de la novela Gillion de Trazegnies, que relata las hazañas aventureras y románticas de un noble medieval. Siglo XV. Museo del Condado de Los Ángeles.

AKG / Album

En los torneos, los caballeros adquirían entrenamiento, ganaban prestigio y podían obtener un beneficio económico, ya fuese quedándose con el equipo del derrotado o ganando premios en metálico o en especie. Anfitriones y combatientes podían establecer o fortalecer lazos sociales. De hecho, una de las funciones que cumplían los torneos era mostrar a los caballeros con mayores aptitudes, que podían pasar a engrosar las filas de una hueste nobiliaria o real. Pero participar en un torneo era sumamente costoso. Había que pagar la armadura (muy cara, dado que había que hacerla a medida para permitir el libre movimiento), el caballo, los acompañantes, el alojamiento e incluso un rescate en caso de ser derrotado y hecho prisionero. Hubo muchos casos de caballeros que por culpa de los torneos vieron seriamente menoscabado su patrimonio.

Espadas para no herir 

Espadas para no herir 

Espadas para no herir 

Espada del siglo XIV. En las justas se usaban las denominadas espadas corteses o graciosas, de punta roma, con las que se evitaba herir de gravedad al contrario. Museo del Ejército, París.

RMN-Grand Palais

Los torneos podían celebrarse con motivo de una ocasión especial, ya fuese la boda de un rey o un noble principal, el nacimiento de un hijo o la firma de tratados internacionales. Además, el noble podía promover esos juegos para ganar honor y consideración ante sus pares, demostrando su poder y riqueza, al conseguir atraer a otros caballeros a sus justas. Por su parte, las grandes corporaciones municipales también organizaban torneos, que solían combinarse con otras competiciones más populares, como el tiro con ballesta. 

Aunque no combatían en los torneos, las mujeres jugaban en ellos un papel importante como anfitrionas y como parte del público. Muchas justas y torneos se convocaban a raíz de compromisos matrimoniales o en honor de princesas, como las fastuosas fiestas organizadas en Valladolid en 1428 por el casamiento de la infanta Leonor. Las representaciones pictóricas de torneos que nos han llegado de la época medieval muestran siempre a mujeres asomadas en los balcones o sentadas en gradas para presenciar los combates.

Actividad de nobles y reyes

Actividad de nobles y reyes

Actividad de nobles y reyes

El príncipe Enrique de Breslau, vencedor del torneo, recibe una guirnalda. Miniatura del Códex Manesse. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.

Album

El caballero y su dama

El ideal medieval del amor cortés situaba a las mujeres en el centro del escenario.
En las novelas artúricas encontramos incontables escenas de caballeros batiéndose por su dama. Por ejemplo, en El caballero de la carreta, de Chrétien de Troyes, Lancelot solo combate cuando la reina Ginebra se lo ordena. Los caballeros acudían a los torneos exhibiendo los colores de su dama o alguna prenda que esta les hubiera dado, y desafiaban a sus rivales en nombre de ella.

Un texto de mediados del siglo XIII explica cómo Ulrich von Liechtenstein emprendió un viaje en el que desafió a todos los caballeros con los que se encontraba, obligando a los vencidos a hacer una reverencia a las cuatro partes del mundo en honor de su dama.

A finales de la Edad Media, los torneos se rodearon de una parafernalia teatral extremadamente sofisticada. Los caballeros se disfrazaban como los personajes de las novelas artúricas o de formas extravagantes, y se montaban decorados fantasiosos. En el torneo de Valladolid de 1428 se construyó una enorme torre de madera rodeada por otras doce más pequeñas, adornadas con estandartes, a cuyos pies se celebraron una serie de justas. En una de ellas, el rey Juan II de Castilla apareció disfrazado como Dios padre, y doce de sus caballeros, como los apóstoles. No es extraño que algunos puristas se quejaran de que al organizar estos fastuosos espectáculos se olvidaba la función que originalmente habían tenido los torneos: demostrar el valor y las habilidades marciales de los caballeros.  

Este artículo pertenece al número 245 de la revista Historia National Geographic.