Muerto en la batalla

Sebastián de Portugal, el rey "deseado"

Enfermizo e idealista, en 1578 el joven rey luso se lanzó a una temeraria campaña en Marruecos. Su prematura muerte a los 24 años en Alcazarquivir lo haría entrar en la leyenda.

Retrato del rey Sebastián de Portugal por Cristobal de Morais. 1571-1574. Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa.

Retrato del rey Sebastián de Portugal por Cristobal de Morais. 1571-1574. Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa.

Retrato del rey Sebastián de Portugal por Cristobal de Morais. 1571-1574. Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa.

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El nacimiento de Sebastián de Portugal, el 20 de enero del año 1554, fue recibido con verdadero júbilo en todo el reino. Unos días antes había fallecido su padre, don Juan, príncipe del Brasil, y su abuelo y rey, Juan III el Piadoso, tenía ya una edad avanzada. Todas las esperanzas de la casa de Avís, en el trono luso desde hacía casi dos siglos, se volvieron hacia este nieto y heredero.

Apodado el Deseado, los poetas y los astrólogos de la Corte lisboeta loaban su prometedor futuro y vaticinaban que reinaría sobre Asia y África. En él se vio al salvador de la independencia portuguesa –Felipe II, entonces todavía príncipe, tenía derechos a la corona lusa en virtud de su matrimonio con una hija de Juan III, María– y al soberano que mantendría la grandeza del Imperio portugués, que se extendía por América y, sobre todo, por las costas del Índico.

CRIADO EN UNA CORTE DEVOTA

En 1557 moría Juan III y la regencia pasaba a manos de su viuda, Catalina de Austria, puesto que la madre de Sebastián, Juana de Austria, tuvo que hacerse cargo de la regencia de Castilla ante la ausencia de su padre Carlos V y luego permanecería en España hasta su muerte, sin volver a ver a su hijo, con quien mantuvo, eso sí, una abundante correspondencia.

La infancia de don Sebastián estuvo marcada por los cuidados de su abuela, doña Catalina, con quien comía y dormía en sus aposentos regios. La regente le asignó como ayo a Alejo de Meneses, un viejo y valiente soldado que había destacado en numerosas campañas en África y Asia. Luego tuvo como confesor y maestro instructor al padre jesuita Luis Gozalves de Cámara, quien le enseñó geografía, historia, poesía y latín.

Su abuela Catalina, la regente, le asignó como ayo a Alejo de Meneses, un viejo y valiente soldado.

La infanta Catalina de Austria, abuela de don Sebastián. Retrato por Anthony Mor. 1542. Museo del Prado, Madrid.

La infanta Catalina de Austria, abuela de don Sebastián. Retrato por Anthony Mor. 1542. Museo del Prado, Madrid.

La infanta Catalina de Austria, abuela de don Sebastián. Retrato por Anthony Mor. 1542. Museo del Prado, Madrid.

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La doble influencia de su piadosa abuela y de su confesor jesuita, así como la de su tío abuelo, el cardenal Enrique –que protegió la implantación de la Compañía de Jesús en todos los territorios del Imperio luso–, hizo que don Sebastián desarrollara una acendrada religiosidad. Como su tío Felipe II, oía misa a diario, comulgaba con mucha frecuencia, asistía con satisfacción a los autos del Santo Oficio y rezaba ensimismado y absorto.

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UNA EXTRAÑA ENFERMEDAD

Aunque los cronistas presentan a don Sebastián como un joven soñador, de "lindísimo aspecto", lo cierto es que era débil y enfermizo, como resulta- do de varias generaciones de matrimonios endogámicos. Desde edad temprana sufrió una dolencia particular sobre la que sus biógrafos no se ponen de acuerdo. Se ha hablado de locura y de epilepsia, pero parece claro que desde los 11 años y hasta su muerte don Sebastián padeció espermatorrea (derrame involuntario del esperma fuera del acto sexual), que además iba acompañada de fiebres, desmayos y fuertes dolores de cabeza; solo el agua de canela, la comida caliente y el reposo calmaban sus frecuentes crisis.

Parece claro que desde los 11 años y hasta su muerte don Sebastián padeció espermatorrea, acompañada de fiebres, desmayos y fuertes dolores de cabeza.

El rey Sebastián I de Portugal. Retrato por Alonso Sánchez Coello. 1575. Museo de Historia del Arte, Viena.

El rey Sebastián I de Portugal. Retrato por Alonso Sánchez Coello. 1575. Museo de Historia del Arte, Viena.

El rey Sebastián I de Portugal. Retrato por Alonso Sánchez Coello. 1575. Museo de Historia del Arte, Viena.

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Este mal fue motivo de mofa entre algunos cortesanos e hizo que desde muy pronto surgieran incertidumbres sobre su sucesión; de hecho, don Sebastián esquivaría más tarde todas las propuestas de matrimonio que se le hicieron y permanecería soltero hasta su muerte.

Pese a esta constitución débil, el joven monarca fue adiestrado en el arte de la equitación, en la caza y en el manejo de las armas, requisitos indispensables para todo soberano que se preciara en esa época. Desde los diez años cabalgó junto a sus servidores más cercanos por los cotos reales de Almeirim y Salvaterra, y no dudaba en poner en peligro su integridad persiguiendo jabalíes. Así se fue gestan- do una extraña personalidad, la de un guerrero asceta al modo de la Edad Media que era a la vez un perfecto caballero del Renacimiento.

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EL GRAN SUEÑO DEL MONARCA

La infancia y adolescencia de don Sebastián estuvieron asimismo marcadas por la división de la corte portuguesa en dos bandos enfrentados: el procastellano encabezado por su abuela Catalina, y el de los "nacionalistas" portugueses dirigidos por el cardenal Enrique, quien en 1562 logró hacerse con la regencia. Finalmente, el 20 de enero de 1568, recién cumplidos los 14 años que marcaban entonces la mayoría de edad, don Sebastián tomaba posesión del gobierno en una solemne ceremonia en Lisboa, a la que concurrió la flor y nata de la nobleza lusa. Acabado el acto, el monarca dio gracias a Dios en la iglesia de Santo Domingo. A lo largo y ancho del Imperio portugués se organizaron fiestas populares y celebraciones de gran regocijo, en las que las glorias pasa- das se entroncaban con las venideras.

Muy poco duró la alegría, pues en 1569 una grave epidemia de peste bubónica produjo en Lisboa de 40.000 a 80.000 víctimas y obligó al rey y a su séquito a salir de la ciudad. En estas circunstancias, don Sebastián realizó durante más de un año una serie de viajes y visitas a distintas poblaciones portuguesas (Alcobaça, Tomar, Chamusca, Montemor o Novo, Coimbra, Salvaterra). Los pasquines publicados en estas ocasiones narran el boato de la llegada regia, pero también denuncian el excesivo protagonismo de los jesuitas en los asuntos de gobierno, e incluso en la vida privada de don Sebastián.

En 1569, una grave epidemia de peste bubónica produjo en Lisboa de 40.000 a 80.000 víctimas y obligó al rey y a su séquito a salir de la ciudad.

Monasterio de de Santa Maria de Alcobaça. Se trata de la primera construcción de estilo gótico realizada en Portugal. 

Monasterio de de Santa Maria de Alcobaça. Se trata de la primera construcción de estilo gótico realizada en Portugal. 

Monasterio de de Santa Maria de Alcobaça. Se trata de la primera construcción de estilo gótico realizada en Portugal. 

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Apenas regresó el monarca a Lisboa se entregó a lo que sería la idea fija de su reinado: la cruzada en África. Desde su adolescencia se había convencido de que la Cristiandad estaba en peligro y de que él mismo, como rey de Portugal, tenía la misión de salvarla. El norte de África –donde los portugueses tenían colonias como Ceuta, Tánger o Mazagão– representaba el área natural de lucha contra el "infiel", prolongación de la Reconquista de tiempos medievales. En 1574 el rey realizó una primera expedición, que no obtuvo resultados.

Pero la amenaza se concretó definitivamente en 1576, cuando Muley Ahmed se dirigió al rey portugués para que lo ayudara a recuperar el trono de Marruecos frente a su hermano el sultán Abd al-Malik, sostenido por el poder otomano. La extensión de la influencia turca hasta el Atlántico inflamó los anhelos de cruzada del soberano portugués, cuyos consejeros, por otra parte, comprendían el riesgo que tal influencia conllevaba para los intereses comerciales de su país.

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CRUZADA EN MARRUECOS

En 1576 Sebastián se entrevistó con Felipe II en el monasterio de Nuestra Se- ñora de Guadalupe (Cáceres) a fin de atraerlo a la lucha. El rey español rehusó cortésmente el ofrecimiento, pero le proporcionó una tropa de unos 250 soldados y le garantizó el apoyo de otros países como Italia y Alemania. Ya en Portugal, Sebastián reunió un ejército de cerca de 24.000 combatientes, de los que 5.000 eran mercenarios extranjeros. Con ellos zarpó de Lisboa el 25 de junio de 1578 rumbo a África.

Tras reunirse en Tánger con las fuerzas de Muley Ahmed, las tropas de don Sebastián desembarcaron en Arcila el 12 de julio. Desde allí emprendieron una agotadora marcha por tierra hasta llegar a la fortaleza de Alcazarquivir (al-Kasr al-Kabir), cerca de Fez, donde los esperaba el ejército de Abd al-Malik, muy superior en número.

El choque final tuvo lugar 4 de agosto de 1578. La batalla, bajo un sol abrasador, duró unas cuatro horas y estuvo caracterizada, por el lado cristiano, por la desorganización, la inexperiencia y la falta de cohesión, mientras que las tropas de Abd al-Malik mostraban una clara ventaja en cuanto a solidez directiva, conocimiento del terreno y veteranía en la lucha, además de la superioridad numérica.

La batalla duró unas cuatro horas y estuvo caracterizada, por el lado cristiano, por la desorganización, la inexperiencia y la falta de cohesión.

Batalla de Alcazarquivir, en la que murió el rey Sebastián de Portugal. Pintura del siglo XIX. Palacio de Correio Velho, Lisboa.

Batalla de Alcazarquivir, en la que murió el rey Sebastián de Portugal. Pintura del siglo XIX. Palacio de Correio Velho, Lisboa.

Batalla de Alcazarquivir, en la que murió el rey Sebastián de Portugal. Pintura del siglo XIX. Palacio de Correio Velho, Lisboa.

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La derrota de los portugueses fue inapelable. Se contabilizaron 7.000 muertos y 16.000 prisioneros, y la flor de la nobleza lusa desapareció en unas horas. Don Sebastián encabezó una carga contra las líneas enemigas y desapareció en el fragor del combate. Su cuerpo no se recuperó, aunque resulta claro que murió en la lucha, al igual que su aliado Muley Ahmed y el sultán enemigo, Abd al-Malik, quien, pese a hallarse seriamente enfermo, había dirigido en persona las operaciones y murió el mismo día de causas naturales. La caída de los tres soberanos hizo que al choque se le diera el nombre de batalla de los Tres Reyes, aunque no había duda sobre cuál de los tres había sido derrotado.

La noticia del desastre de Alcazarquivir produjo una gran conmoción psicológica y política en Portugal, similar a la que diez años después causaría en España la derrota de la Armada Invencible en las frías y remotas costas de Inglaterra. Solo unos cientos de portugueses pudieron escapar de las garras de la muerte y el cautiverio. Su llegada a Lisboa en una flota veinte días después de la contienda produjo tal impacto entre los portugueses que los padres de familia, vestidos de riguroso luto, corrían desenfrenados de iglesia en iglesia entre llantos y gritos de dolor y desesperación.

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EL MITO DEL "RESUCITADO"

A diferencia de Manuel I el Afortunado o incluso de su propio abuelo, Juan III el Piadoso, no puede considerarse que don Sebastián hubiera sido antes de su muerte un rey popular. Su reinado había estado marcado por las dificultades financieras, la corrupción y la angustiosa incertidumbre sobre su sucesión, que hacía cada vez más inminente la posibilidad de que Portugal fuera absorbido por Castilla. Sin embargo, su dramático final en plena juventud suscitó de inmediato una corriente de emoción y simpatía.

A ello se sumó además una creencia irracional que arraigó profundamente entre el pueblo portugués: la de que el rey en realidad no había muerto en la batalla (los supervivientes negaron haber visto su cadáver, quizá para justificarse por no haberlo rescatado) y que, por tanto, volvería a Portugal en cualquier momento. Cuando en 1581 Felipe II logró al fin unir el reino de Portugal a su corona –aprovechando la muerte sin herederos del sucesor de Sebastián, su tío el cardenal Enrique–, el descontento popular contra el dominio español hizo que aparecieran numerosos impostores que afirmaban ser el rey Sebastián. De esta forma, el Deseado se convirtió en encarnación de las esperanzas de redención del pueblo portugués, y su figura sería evocada por artistas y literatos hasta nuestros días.

El descontento popular contra el dominio español hizo que aparecieran numerosos impostores que afirmaban ser el rey Sebastián.

Claustro del monasterio de los Jerónimos, en Lisboa, donde se encuentra la tumba vacía del rey don Sebastián.

Claustro del monasterio de los Jerónimos, en Lisboa, donde se encuentra la tumba vacía del rey don Sebastián.

Claustro del monasterio de los Jerónimos, en Lisboa, donde se encuentra la tumba vacía del rey don Sebastián.

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El poeta Fernando Pessoa, por ejemplo, en su Libro del desasosiego escribió acerca del más recordado de los reyes de Portugal: "Murió por la Patria, sin saber cómo ni por qué. Su sacrificio tuvo la gloria de no conocerse. Dio la vida con toda la entereza del alma: por instinto, no por deber; por amor a la Patria, no por conciencia de ella".