Schafik Handal (1975): El fascismo en Am�rica Latina.

Schafik Jorge Handal

 

El fascismo en Am�rica Latina

 

 


Fuente: Shafik Handal, “El fascismo en Am�rica Latina”, en Am�rica Latina (Mosc�), n. 4/1976, p. 121-46.
Transcrpci�n: Leonardo N. Duarte, para Marxists Internet Archive, 2021.
Esta edici�n: Marxists Internet Archive, julio 2021.


 

 

 

En los �ltimos anos, los c�rculos m�s reaccionarios del imperialismo, tratando de obstaculizar la distensi�n, iniciaron el rumbo hacia la conservaci�n de los focos de tensi�n internacional existentes en el mundo y la creaci�n de otros nuevos, hacia la implantaci�n o apoyo de reg�menes de tipo fascista. En este caso se presta particular atenci�n al Oriente Medio, �frica del Sur y Am�rica Latina, es decir, a las regiones en las que menos se ha propagado el proceso distensivo. Los reg�menes fascistas de esa �ndole, no deseando por lo general adherirse al sistema de contratos internacionales, orientados a impedir las guerras y estimulando la carrera armamentista, son una seria amenaza a la causa de la paz y la civilizaci�n humana, un considerable obst�culo en la v�a del fortalecimiento de la seguridad colectiva y la ampliaci�n de la colaboraci�n internacional. Esos reg�menes, que se atribuyeron funciones de gendarme, tratan de exportar la contrarrevoluci�n a otros pa�ses; se oponen por todos los medios al establecimiento de v�nculos comerciales, culturales y cient�ficos entre Estados con distinto r�gimen social; obstaculizan la divulgaci�n de informaci�n ver�dica acerca de la situaci�n en el mundo; tratan de imponer a la opini�n p�blica un cuadro falso de "prosperidad" en sus propios pa�ses.

Los reg�menes fascistas destruyen el sistema de instituciones representativas, liquidan las organizaciones pol�ticas y sindicales existentes, sustituy�ndolas por agrupaciones e institutos creados artificialmente. Esos reg�menes pisotean brutalmente las libertadas c�vicas elementales y las normas de convivencia humana y de Derecho internacional generalmente reconocidas; practican y legalizan el sistema de vigilancia total de la poblaci�n, proceden a las detenciones y redadas en masa, a las torturas e todas las formas de represi�n, sin juicio, contra los heterodoxos. Su actividad no termina dentro de los marcos de las fronteras nacionales, y una demostraci�n de ello son las amenazas, cada vez m�s frecuentes, a los adversarios ideol�gicos, los raptos y los asesinatos de los emigrados pol�ticos.

Los representantes de la opini�n p�blica progresista han denunciado reiteradas veces el incremento del peligro fascista en el mundo y, en particular, en Am�rica Latina. A eso mismo se prest� atenci�n en el documento del CC del PCUS El 30 aniversario de la Victoria del pueblo sovi�tico en le Gran Guerra Patria de 1941-45 y en la Declaraci�n de la Habana de Los Partidos Comunistas de Am�rica Latina y del Caribe. La necesidad de elevar “la vigilancia contra el fascismo contempor�neo e los manejos de la reacci�n extranjera” la se�al� el XXV Congreso del PCUS.

La revista Am�rica Latina ha organizado una discusi�n acerca del peligro que encierra el fascismo en la actual Am�rica Latina no s�lo para los pueblos del continente, sino tambi�n para toda comunidad mundial. Los materiales de esa discusi�n se han publicado en nuestra revista (N�3 de 1975 y N�1 de 1976). M�s tarde, ese tema volvi� a abordarse, de una manera o de otra, en sus p�ginas. En este n�mero proponemos a la atenci�n del lector el art�culo de Schafik Jorge H�ndal, Secretario General del CC del Partido Comunista de El Salvador, preparado especialmente para nuestra revista como un comentario a la discusi�n mencionada. Antes es escribirlo, el autor public� toda una serie de materiales en el semanario de los comunistas salvadore�os Voz Popular, en los que se examinan detalladamente los problemas que se exponen a continuaci�n.

 

I

Para comprender la esencia del fascismo, hay que comenzar por estudiar el contexto hist�rico dentro del cual surge �ste, definir concretamente su car�cter clasista y su funci�n. Esto es en realidad el fondo del problema.

Durante los meses y a�os inmediatamente siguientes a la Gran Revoluci�n Socialista de Octubre en Rusia, Europa se estremeci� bajo el empuje de un poderoso auge revolucionario del proletariado. En Asia y Am�rica se dej� sentir, asimismo, el vigoroso y transformador influjo de la primera gran revoluci�n socialista triunfante. Ha aqu� una breve rese�a:

En el oto�o de 1918 se agudiz� la crisis revolucionaria Alemania y la insurrecci�n se extendi� por todo el pa�s. El proletariado alem�n hizo surgir Soviets (consejos) de obreros y soldados, como embriones de su poder. A resultas de todo ello se derrumb� la monarqu�a.

La ola revolucionaria condujo a la desarticulaci�n del impero austro-h�ngaro y de ello resurgieron como Estados independientes como Hungr�a, Austria, Yugoslavia y Checoslovaquia. En enero de 1918 estall� una revoluci�n obrera en Finlandia y en 1919 se estableci� el Poder Sovi�tico en Hungr�a, Baviera y Eslovaquia, aplastado poco despu�s por la contrarrevoluci�n. En Italia se despleg� un gran movimiento en el que los obreros tomaban en sus manos las f�bricas, y los campesinos se apoderaban de la tierra de los grandes latifundistas. En Francia, B�lgica, Polonia e Inglaterra el movimiento revolucionario de los trabajadores experiment� un r�pido despliegue. En 1920 y 1921 se declararon huelgas generales en Bulgaria, Ruman�a y Checoslovaquia. Todas estas luchas levantaban como una de sus banderas la solidaridad combativa con la revoluci�n bolchevique, en defensa del primer Estado obrero y campesino de la primera revoluci�n socialista. En este contexto fue fundada la Internacional Comunista bajo la gu�a de Lenin (tambi�n conocida por “Tercera Internacional”) bajo cuya influencia tuvo lugar la fundaci�n y desarrollo inicial de decenas de Partidos Comunistas en todos los continentes.

En mayo surgi� en China un fuerte movimiento de protesta por la entrega al Jap�n de las antiguas concesiones alemanas. En 1921 fue fundado el Partido Comunista de China. En 1919 tuvieron lugar en Corea acciones masivas contra la dominaci�n japonesa. En la India se despleg� la acci�n popular revolucionaria que en numerosos lugares alcanz� la forma de insurrecciones armadas contra el yugo colonial brit�nico. En la Am�rica Latina fueron fundados la mayor�a de los partidos comunistas entre 1920 y 1930, en medio de un extraordinario proceso de organizaci�n y lucha de la clase obrera que desemboc� durante los primeros a�os treinta en varios estallidos revolucionarios, incluido el de enero de 1932 en El Salvador.

As�, la revoluci�n socialista rusa inici� la era de las revoluciones proletarias y tambi�n marc� comienzo de la crisis irreparable del sistema colonial del imperialismo.

En este marco fue que surgi� el fen�meno conocido con el nombre de fascismo (tomado del movimiento encabezado por Mussolini en Italia). El fascismo es ante todo contrarrevoluci�n. Este es uno de sus elementos esenciales, com�n a todos los pa�ses donde apareci�, ya sea pa�ses capitalistas rezagados e desarrollados. Ahora bien, no se trata de cualquiera contrarrevoluci�n, sino de una contrarrevoluci�n propria de la �poca de las revoluciones proletarias, �poca de la crisis general del sistema capitalista, �poca de transito del capitalismo al socialismo. Todav�a m�s, no se trata de cualquiera contrarrevoluci�n de esta �poca, sino la contrarrevoluci�n de los sectores m�s recalcitrantes del gran capital financiero, para instaurar la dictadura feroz de estos sectores, cuyo objetivo es aplastar al proletariado revolucionario y a todo el movimiento popular.

Fue por ello completamente l�gico que, al estallar la gran crisis econ�mica del mundo capitalista (1929-1933) y al entrarse en un nuevo auge de la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos, surgiera la segunda y m�s bestial ola de la contrarrevoluci�n fascista, alcanzando esta vez no s�lo una dimensi�n europea, sino tambi�n extendi�ndose al Jap�n, donde se instauro su dictadura militarista, y dej�ndose sentir en Norteam�rica y los pa�ses desarrollados de Europa, aunque sin llegar a conquistar el poder.

El hecho que el fascismo sea en esencia la contrarrevoluci�n de los sectores rabiosos del gran capital financiero, explica el por qu� acontecimientos contrarrevolucionarios como el de 1932 en El Salvador, cuya inspiraci�n y provecho estuvo principalmente a cargo de los grandes terratenientes y la burgues�a agro-exportadora, no pueda calificarse como fascismo, aunque se revisti� muchos rasgos proprios de �ste.

 

II

Teniendo en cuenta el marco hist�rico de la �poca, conviene ahora echar una mirada sobre el fascismo europeo de los a�os 20 y 30 del presente siglo, para facilitar las comparaciones con el fen�meno latinoamericano actual, al que se da ese mismo nombre.

Salta a la vista, ante todo, que ese r�gimen pol�tico no surgi� inicialmente en los pa�ses de mayor desarrollo capitalista del viejo continente, sino en aquellos de un desarrollo rezagado, mediano o menos que mediano, en los cuales a menudo se conservaban fuertes restos de las relaciones econ�micas, sociales y pol�ticas propias del feudalismo. Nos referimos a los pa�ses del oriente y sur de Europa de aquellos a�os: Italia, Bulgaria, Polonia, Ruman�a, Hungr�a, Estados B�lticos, Portugal, donde fue derrocado el r�gimen fascista en abril de 1974, Espa�a donde perdura, aunque debati�ndose en mortal y definitiva crisis. Tambi�n puede mencionarse – fuera de Europa a Jap�n, cuyo r�gimen militar reaccionario fue de hecho un tipo de fascismo sui generis.

El fascismo alem�n, hitleriano, o “nacional-socialismo” (nazi) que se instaur� a comienzos de los a�os 30 en ese pa�s capitalista desarrollado, NO ES PRECISAMENTE EL CASO T�PICO, no fue la regla sino la excepci�n, aunque es el m�s conocido y peligroso y llev� al mundo a la m�s terrible guerra de su historia . No estamos sosteniendo que el fascismo no pueda instaurarse en un pa�s capitalista desarrollado. Unicamente hemos querido subrayar un hecho hist�rico concreto e indiscutible: el fascismo europeo surgi� primero y mayoritariamente en los pa�ses capitalistas rezagados en su desarrollo, hecho que obliga a reflexionar a quienes vivimos y luchamos en pa�ses que, como los latinoamericanos, muestran rezagos y una crisis de estructura parecido a los de aquellos pa�ses de Europa que fueron la cuna del fascismo durante los a�os 20.

Por cierto que el hecho de que el fascismo surgiera primero en los pa�ses rezagados, indujo a una parte del movimiento obrero y popular europeo de que aquel entonces a sostener una tesis que result� altamente prejudicial para la preparaci�n de las fuerzas antifascistas alemanas: “Alemania no es Italia”, se sosten�a, dando a entender que este fen�meno era exclusivo de pa�ses atrasados como como la Italia entonces.

En la Am�rica Latina de hoy estamos ante un peligro de error parecido, pero que argumenta por el lado opuesto: en el caso concreto de nuestro pa�s, nos referimos a la opini�n de que “El Salvador no es Alemania”, seg�n la cual aqu� no puede instaurarse el fascismo, porque es �ste un fen�meno �nicamente proprio de pa�ses desarrollados.

Este tipo de pa�ses capitalistas (de mediano desarrollo), en Europa y Am�rica Latina, se constituy� en el curso de los decenios siguientes en el escenario principal de las revoluciones socialistas, empezando por la propria revoluci�n rusa (1917).

Los pa�ses que “llegaron tarde” al capitalismo, aunque en algunos casos iniciaron esa marcha con sus propios procesos internos, recibieron el impulso mayor por las v�as del comercio internacional, del desarrollo de los medios de comunicaci�n (ferrocarriles, puertos, etc.) y desde all� hacia otras ramas de la econom�a; pero el capitalismo se expandi� en ellos sin liquidar totalmente las estructuras feudales, ni el r�gimen pol�tico feudal. Este hecho condujo a que, al llegarse a cierto nivel del proceso de avance del capitalismo dentro de esas viejas sociedades, surgiera un cierto tipo de crisis estructural, sin resolver la cual era imposible para el capitalismo proseguir su marcha. Esta crisis se hizo evidente cuando vino la industrializaci�n, la cual no pod�a realizarse hasta el fin sin resolverla de un modo o otro. Pero la existencia y maduraci�n de dicha crisis estructural abri� tambi�n la posibilidad de la revoluci�n social como salida, lo cual significaba no la perspectiva del sucesivo desarrollo capitalista, sino todo lo contrario, la clausura de esa posibilidad y la marcha hacia el socialismo, negaci�n de aqu�l.

Esto era as� tanto por el hecho de que en esos pa�ses ya exist�an premisas materiales para la revoluci�n socialista, como porque el capitalismo a escala mundial hab�a llegado, con la Primera Guerra Mundial, al inicio de su crisis general, y se abr�a la �poca de las revoluciones proletarias, la �poca del paso al socialismo con el triunfo de la revoluci�n proletaria de Rusia.

El proletariado en esos pa�ses con desarrollo rezagado y burgues�a d�bil, hab�a asumido para entonces un papel independiente en la lucha pol�tica y social, emancip�ndose de la tutelaje de la burgues�a y forjando sus proprios partidos revolucionarios; de ah� que la tarea de liquidar los restos del feudalismo, resolver los problemas de la tierra, de la democratizaci�n, de la industrializaci�n y de la independencia, que estuvieran inscritas en el programa de las revoluciones burguesas del pasado, era ya tarea incorporada en el programa del proletariado revolucionario y s�lo esta clase en realidad pod�a llevarla a t�rmino consecuentemente.

El proletariado, por decirlo as�, heredaba de la burgues�a esta tarea hist�rica y deb�a cumplirla contra la burgues�a, como parte ineludible del proceso que abre el paso al socialismo.

Por eso, si la c�spide de la burgues�a quer�a asegurar la alternativa capitalista de salida a la crisis estructural con vistas al despliegue y modernizaci�n de ese sistema dentro de aquellos pa�ses rezagados. DEB�A NECESARIAMENTE TAMBI�N APLASTAR AL PROLETARIADO REVOLUCIONARIO y a todo el movimiento popular aliado suyo; en otras palabras, la gran burgues�a, interesada en el desarrollo capitalista, asociada y aliada de los monopolios de los pa�ses capitalistas desarrollados, tenia que realizar sus objetivos no por medio de una revoluci�n, sino mediante la CONTRARREVOLUCI�N, no por medio de la democracia, sino por medio del fascismo y, en fin, no por medio de la independencia, sino reforzando la dependencia, en una u otra forma.

De aqu� surge �ste que es un elemento esencial del fascismo en todas as partes: SER CONTRARREVOLUCI�N, SER DICTADURA FEROZ DEL GRAN CAPITAL contra el proletariado y todo el multifac�tico movimiento popular, por la democracia y el progreso social. El que esa dictadura se ejerza en algunos pa�ses por medio de un gobierno encabezado por un caudillo teatral y demagogo como Mussolini o Hitler, o por un jefe sin carisma y repulsivo, como Pinochet; el que el fascismo se instaure por un procedimiento con apariencia legal, como en Alemania o Italia, o derrocando abiertamente un gobierno popular leg�timo como en Espa�a, en Brasil o Chile, o por un golpe “preventivo”, como en Uruguay; el que se apoye en un movimiento de masas como en Italia e Alemania, o no cuente con tal movimiento y se apoye m�s que todo en la represi�n y la militarizaci�n de toda la vida social y pol�tica de un pa�s; el que persiga o no a una minor�a nacional, como la jud�a, el que se asuma un car�cter racista o se desenvuelva sin ese ingrediente, etc., todo ello no forma parte de la esencia del fascismo, sino que depende de las condiciones concretas de la lucha pol�tica y hasta de los rasgos de la personalidad de los jefes fascistas. Esto qued� demostrado con la experiencia del fascismo en Europa de los a�os 20 y 30, donde, junto con el modelo italiano e alem�n, hubo tambi�n casos de fascismo militar como en Bulgaria y otros con peculiaridades a�n m�s diversas.

Sin embargo, es digno de subrayar que no obstante contar partido de masas, el fascismo italiano y alem�n asignaban el principal papel a la organizaci�n o secci�n militar de dichos partidos, por encima de la puramente pol�tica. Esto es importante de tener en cuenta porque un rasgo com�n a las distintas variedades del r�gimen fascistas es la militarizaci�n de una gran parte de la sociedad civil y la tendencia guerrerista y expansionista.

El entronizamiento del fascismo da origen a una feroz dictadura terrorista contra el proletariado revolucionario y todo el movimiento popular, aboliendo la forma tradicional del Estado democr�tico burgu�s e implantando un tipo distinto de Estado.

El fascismo, desde luego, no se limita a ser una expresi�n pol�tica, superestructural, posee fundamentos econ�micos y sociales lo mismo que un programa a realizar en estos terrenos. Pero hemos querido subrayar que el fascismo es antes todo un fen�meno superestructural, un fen�meno pol�tico dentro del capitalismo, proprio de la �poca de su declinaci�n hist�rica.

 

III

Igual que en la Europa de la primera postguerra y de los a�os preparatorios der la Segunda Guerra Mundial, en Am�rica Latina ha llegado de un modo pr�ctico e hist�rico concreto, la �poca del paso del capitalismo al socialismo, La Revoluci�n Cubana inaugur� formalmente esta �poca en nuestro continente. Desde entonces qued� planteada la perentoria necesidad, para el imperialismo y las clases dominantes tradicionales de nuestros pa�ses, de encontrar una alternativa supuestamente capaz de detener el proceso revolucionario y asegurar la supervivencia del capitalismo.

Desde los meses siguientes a la Revoluci�n Cubana dio comienzo a la b�squeda de esa alternativa burguesa para nuestros pa�ses. El primer ensayo fue Alianza para el Progreso, un programa de car�cter liberal reformista, al que de ning�n modo pod�a bautizarse de fascista. La ALPRO, en vez de suprimir la democracia representativa y dem�s atributos del Estado burgu�s republicano, hac�a �nfasis precisamente en ella, apuntando sus dardos contra los reg�menes militar-caudillistas de derecha, t�picos de muchos pa�ses latinoamericanos de esos a�os; reg�menes en los cuales cre�an ver los te�ricos de la ALPRO una de las causas profundas – y no s�lo un motivo – que impulsaban el proceso revolucionario, partiendo de un an�lisis superficial de la experiencia de la Revoluci�n Cubana.

La ALPRO consist�a, asimismo, en una serie de reformas socioecon�micas, principalmente una reforma agraria, cuya realizaci�n, pensaban sus autores, ser�a capaz de modernizar el capitalismo en la Am�rica Latina, despojando su estructura de remanentes precapitalistas (feudales y aun comunitario-primitivos) a los que consideran �nicos responsable de frenar el desarrollo de nuestras sociedades. La ALPRO estaba dise�ada, pues, para realizar un nuevo tipo de alianza del imperialismo dentro de nuestros pa�ses, cambiar la antigua coalici�n con las oligarqu�as burguesas terratenientes por su asociaci�n con los sectores reformistas de la peque�a y mediana burgues�a, especialmente en el terreno pol�tico, atrayendo hacia las posiciones de gobierno a los partidos y personalidades m�s destacados de estos sectores.

La pr�ctica mostr� bien pronto que la ALPRO no pod�a ser aplicada: encontr� una resistencia enconada de parte de las oligarqu�as y bloques de poder tradicionales en Am�rica Latina y, adem�s, en los Estados Unidos el plan no proced�a de los sectores del gran capital monopolista y financiero m�s poderoso y determinantes, de aquellos monopolios fundidos con el aparato estatal norteamericano y amos de la industria militar, sino de otros sectores monopolistas menos decisivos, representados por Kennedy y su equipo. As�, la ALPRO tampoco la debida cooperaci�n de dichos sectores del gran capital imperialista yanqui y, finalmente, el asesinato del mismo J. F. Kennedy puso fin a cualquiera esperanza que a�n subsistiera a ese respecto.

Mientras tanto, el proceso revolucionario antimperialista continuaba avanzando en la Am�rica Latina: en Brasil, el pa�s m�s grande y rico del subcontinente, emergi�, tras peculiares formas de la crisis pol�tica, un gobierno opuesto a la hegemon�a imperialista que desplaz� del Poder Ejecutivo a las tradicionales clases dominantes y puso proa hacia radicales transformaciones socioecon�micas ( el gobierno que encabez� Jo�o Goulart). En otros pa�ses econ�micamente decisivos, como Venezuela (tener en cuenta su enorme peso petrolero), estall� la guerra de guerrillas y durante dos a�os pareci� desarrollarse en un sentido ascendente y apuntar la proximidad de una nueva victoria revolucionaria radical. En Chile se acercaban las elecciones presidenciales de 1964 y la posibilidad de una victoria de Allende subrayaba para el imperialismo y la reacci�n latinoamericana la gravedad del peligro revolucionario generalizado en nuestro continente.

El derrocamiento del gobierno de Goulart en Brasil (1964) y la instauraci�n de un gobierno militar de derecha que aboli� la democracia representativa, derog� la Constituci�n misma, puso fuera de ley a los partidos, a los sindicatos, organizaciones campesinas, etc., y a sus dirigentes, inici� la configuraci�n practica de un tipo de Estado distinto, autoritario y centralizado, sobre la base de un proceso de aplastamiento de movimiento popular. A�os m�s tarde, el gobierno militar contrarrevolucionario de Brasil apadrin� un programa de medidas econ�micas, un modelo para la modernizaci�n y expansi�n del capitalismo dependiente en Brasil, basado en la supremac�a del capital monopolista extranjero sobre las distintas ramas de la econom�a, penetrado y controlado asimismo por el capital inversionista norteamericano. Ese modelo econ�mico logr� durante algunos a�os imprimir un vigoroso dinamismo a la econom�a brasile�a y, por ello, pareci� ser la f�rmula capaz de resolver, en provecho del imperialismo y del gran capital local, la antigua crisis estructural latinoamericana, abriendo la posibilidad de una larga vida para este sistema, constituy�ndose, por tanto, en alternativa real a la revoluci�n.

E dinamismo del crecimiento econ�mico brasile�o,. Ensalzado por sus propagandistas al extremo de calificarlo como “milagro econ�mico”, encara dificultades crecientes desde los �ltimos dos a�os y, en el terreno pol�tico, las fuerzas populares han logrado reagruparse, y han comenzado a infligir rudos reveses pol�ticos al r�gimen, como ocurri� en las elecciones generales de 1974, a pesar de que el �nico partido opositor que es all� permitido, es uno creado exprofesamente desde arriba por el mismo gobierno, en un momento en que le indispensable mejorar su imagen internacional y esconder la falta absoluta de democracia en su pa�s.

El modelo brasile�o cobro gran prestigio entre las clases dominante latinoamericanas y, especialmente, entre los estrategas del imperialismo yanqui, hasta convertirse en el n�cleo de la alternativa contrarrevolucionaria para toda Am�rica Latina. Es desde esas posiciones que la reacci�n boliviana y la CIA empujaron hacia el derrocamiento del gobierno progresista del General Juan Torres en 1971. Tambi�n desde esas posiciones fue realizado el golpe de Estado en Uruguay y, poco despu�s, el derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular en Chila en 1973. Desde esas mismas posiciones es que est� impulsando la contrarrevoluci�n en otros pa�ses del continente, entre ellos El Salvador.

Es justamente el modelo brasile�o merecedor del titulo fascismo? Nosotros creemos que s�; afirmamos que expresa en esencia el fascismo de hoy en las condiciones de Am�rica Latina.

 

IV

La funci�n hist�rica del fascismo en Am�rica Latina consiste en salvar al capitalismo dependiente, moderniz�ndolo, promovi�ndolo a pasar a la fase del capitalismo monopolista dependiente y, donde haya condiciones para ello, al capitalismo monopolista de Estado dependiente.

La experiencia brasile�a despu�s del derrocamiento del gobierno de Jo�o Goulart en 1964,confirmada hoy en Chile, Uruguay y Bolivia, permite trazar las l�neas gruesas del modelo por el que se gu�a este fascismo “latinoamericano”, llamado tambi�n por algunos “neofascismo”, y por otros “fascismo dependiente” (lo apropiado o no del nombre merece por cierto consideraci�n aparte). Dicho modelo combina una f�rmula pol�tica, una f�rmula econ�mica, una social y una ideol�gica. Nosotros compartimos la descripci�n de este modelo que hace el historiado sovi�tico K. Maid�nik. De �l tomamos los elementos para concretarla as�:

 

1 – FORMULA POL�TICA:

A – Contrarrevoluci�n

– Aplastamiento del movimiento revolucionario y la m�xima destrucci�n de todo el movimiento popular (proscripci�n de los partidos pol�ticos, lo mismo que de toda clase de organizaciones de masas independientes del gobierno: sindicatos, asociaciones campesinas, juveniles, culturales. Femeninas, etc.)

B – Gobierno centralizado y verticalista de derecha:

– Supresi�n de la independencia entre los Poderes del Estado y afianziamento de la supremac�a absoluta de la jefatura del Ejecutivo; supresi�n de la autonom�a del poder local y de la democracia representativa;

– Supresi�n del r�gimen de garant�as, derechos y libertades democr�ticos, individuales y colectivos; institucionalizaci�n del terrorismo represivo (tortura, secuestros, asesinatos, masacres, desaparecimientos, etc.); supremac�a de los cuerpos policiales en el aparato de fuerza.

– Creaci�n de organizaciones de masas verticalmente controladas por el gobierno, como las �nicas permitidas (organizaciones campesinas, juveniles, femeninas, obreras, etc.).

C – Cambios en el tim�n de mando del Estado:

– Desplazamiento de los sectores tradicionales de las clases dominantes de sus partidos y l�deres pol�ticos.

– Integraci�n de un nuevo bloque de mando con: a) Jefes militares superiores; b) Altos bur�cratas civiles; c) Burgues�a de las sucursales de los monopolios transnacionales y burgueses locales asociados a ellas; d) Altos ejecutivos y tecn�cratas del sector estatal de la econom�a (�stos se incorporan con “plenos derechos” cuando el sector estatal se ha tornado fuerte y determinante).

 

2 – FORMULA ECON�MICA:

– Atracci�n a toda costa de la inversi�n de las transnacionales;

– Fuerte y acelerado endeudamiento p�blico externo;

– Impulso preferente a la industrializaci�n para exportar y a la industria militar;

– Formaci�n de una econom�a predominantemente monopolista con dos polos (o pilares):

Polo A: Poderoso sector estatal (formado b�sicamente por cuenta de la inversi�n masiva de pr�stamos externos).

Polo B: Fuerte sector privado constituido por las sucursales de las transnacionales y sus asociados locales.

Estos dos polos, que al principio se complementan para llevar al �xito el modelo, m�s tarde se contraponen y sus crecientes contradicciones pasan a constituir el centro del estallido de la crisis estructural correspondiente a esta otra fase del capitalismo.

3 – FORMULA SOCIAL:

– Extrema concentraci�n del ingreso nacional en una min�scula c�spide social:

– Inmovilismo para las grandes masas trabajadoras y para la mayor�a de las capas medias;

– Formaci�n de un peque�o estrato de las capas medias con muy altos ingresos (ejecutivos y t�cnicos del sector estatal y de las sucursales).

– Difusi�n del modo de vida de la “sociedad de consumo” entre las capas medias de altos ingresos y desde luego entre la burgues�a.

 

4 – FORMULA IDEOL�GICA:

– Anticomunismo “visceral”;

– “Nacionalismo”, “el liderazgo del pa�s en su regi�n”, etc.;

– “Seguridad para el desarrollo”, “todo por el desarrollo”;

– Demagogia social; etc., etc.

 

La tem�tica concreta de la actividad ideol�gica del fascismo var�a seg�n la situaci�n y peculiaridades de cada pa�s en que se entroniza y tambi�n var�a seg�n si su arribo al control del Estado se realiza derrocando a un gobierno popular o arrebatando a las masas la posibilidad de instalarlo (en cuyo caso no le es posible cubrir su rostro reaccionario); o si los fascistas tratan de avanzar hacia su meta guardando las apariencias de legalidad y v�a electoral, caso �ste en el que ellos pueden recurrir a un despliegue de demagogia social para enmascararse como “reformistas” e, incluso, como “revolucionarios”, que quieren “salvar al pa�s del peligro comunista” y tambi�n del “capitalismo reaccionario”.

Caracter�stica de la actividad fascista en el campo ideol�gico es la supremac�a de lo emotivo por encima de lo racional, es esfuerzo por crear estados de �nimos e incluso apasionamiento colectivo en vez de convicci�n, aprovechando para ello toda clase de motivos (incluidas las competencias deportivas) capaces de enervar a las masas, especialmente aquellos que permiten inflar el chovinismo.

 

V

Para comprender por qu� el modelo brasile�o se convirti� en la f�rmula contrarrevolucionaria general, es necesario mirar de nuevo al proceso latinoamericano.

Mientras se configuraba y alcanzaba �xitos el modelo brasile�o, el fracaso de la ALRPO agrav� la crisis estructural latinoamericana, en especial para los pa�ses del cono Sur, y dio base a la agudizaci�n de la lucha de clases, al surgimiento o ahondamiento de la crisis pol�tica, al desarrollo del proceso revolucionario. La proliferaci�n del movimiento guerrillero, aunque fracasado, fue una de las expresiones de aquella situaci�n del imperialismo y de las oligarqu�as, como la instalaci�n de los gobiernos militares antimperialistas en Per�, Panam� y Bolivia (gobierno del Gran. Juan Torres), la victoria electoral de la Unidad Popular y la consiguiente instalaci�n del gobierno de Allende en Chile. En Uruguay la lucha de la clase obrera y la unificaci�n de las fuerzas democr�ticas acercaban r�pidamente a una victoria popular decisiva; en Argentina entraba en irremediable crisis la dictadura militar, derechista y en la victoria electoral del movimiento peronista, que llevara a su ala izquierda al gobierno con la presidencia de C�mpora, se llegaba tambi�n a los linderos de una posible gran victoria revolucionaria.

Fue dentro de esta situaci�n que el modelo pol�tico y econ�mico brasile�o (el modelo fascista latinoamericano), se convirti� en la respuesta generalizada contrarrevolucionaria en Am�rica Latina.

El golpe de Estado de los fascistas en Uruguay, pero, sobre todo, el derrocamiento del gobierno de Allende por los fascistas en Chile, estimularon, decidieron o acentuaron la tendencia hacia al fascismo en otros pa�ses latinoamericanos, entre ellos el nuestro, aunque tambi�n reforzaron y definieron la tendencia antifascista o antimperialista en otros, incluyendo a algunos gobiernos burgueses como las de M�xico, Venezuela, los de las ex colonias inglesas del Caribe (Jamaica, Guyana y Trinidad y Tobago, principalmente), Costa Rica, etc.

En lo que se refiere a Centroam�rica, el fracaso de Alianza para el Progreso no trajo las mismas consecuencias estimuladoras del proceso revolucionario que se registraron en Am�rica del Sur. Ello fue as� porque paralelamente a dicho fracaso de la ALPRO fue promovida con �xito – aunque temporal y breve – la integraci�n econ�mica, regional, particularmente el Mercado Com�n, bajo cuya influencia tuvo lugar un corto per�odo de pujante industrializaci�n, profunda y ampliamente penetrado por el capital monopolista extranjero, especialmente norteamericano. El �xito temporal del movimiento integracionista (1961-66) fue posible gracias a que el fuerte atraso semifeudal centroamericano permit�a cierto campo para que este tipo de industrializaci�n superpuesta, introdujera una dosis de modernizaci�n y atenuara por alg�n tiempo la agudeza de la crisis estructural.

En Sur Am�rica, con un m�s alto nivel de desarrollo capitalista, con un grado much�simo mayor de industrializaci�n y una avanzada madurez de la crisis estructural, los intentos integracionistas patrocinados por el imperialismo (la ALALC) no pod�an tener y no tuvieron el mismo resultado.

La quiebra del Mercado Com�n en 1969, por otra parte, dej� al imperialismo yanqui y a las clases dominantes centroamericanas sin un modelo de recambio para asegurar la estabilidad y el desarrollo del capitalismo en la regi�n y se abri� a causa de ello un per�odo de convulsiones pol�ticas, que son expresi�n de la pugna de las clases populares por imprimir su salida a la crisis estructural y tambi�n las exacerbadas contradicciones entre las clases dominantes, cuyos diversos agrupamientos procuran asegurarse una salida particular.

La crisis econ�mica desatada en los �ltimos a�os en el campo capitalista internacional ha aportado nuevos y mayores obst�culos para una salida burguesa a la crisis estructural centroamericana, la ha agravado y ha agudizado la crisis pol�tica.

Sobre esta base surgi� en Honduras (diciembre de 1972), el gobierno militar que ensaya una salida reformista, acerc�ndose hasta cierto punto a los intereses de las masas populares, principalmente a las demandas del crecido movimiento campesino.

En El Salvador, donde la unificaci�n de las fuerzas democr�ticas en un frente �nico mayoritario y la agudizaci�n de la lucha de clases han acentuado la expectativa de un triunfo popular cercano, ha cobrado el fascismo un fuerte atractivo para los sectores hegem�nicos del gran capital local e imperialista y para la camarilla que decide en alto mando de la Fuerza Armada.

La experiencia internacional en general y la de Am�rica Latina en particular, indica que sobre el mismo terreno de la crisis estructural en los pa�ses capitalistas dependientes de un nivel medio de desarrollo, brotan dos alternativas de soluci�n esencialmente distintas y opuestas: una alternativa burguesa, cuyo objetivo es asegurar el sucesivo desarrollo del capitalismo; y una alternativa revolucionaria popular que, cumplidas ciertas fases previas ineludibles, desemboca en el socialismo.

La alternativa burguesa, a su vez, encierra en principio dos posibilidades de desarrollo:

Una de estas opciones es de car�cter reformista, cuya realizaci�n pr�ctica – seg�n sea el papel del ej�rcito y la posici�n frente a los monopolios extranjeros – puede ser encabezada por un gobierno “populista” (dictadura con apoyo popular), o por un gobierno liberal-reformista (con “democracia representativa”), o por una mezcla de estos dos modelos. La opci�n reformista est� vinculada a sectores no monopolistas de la burgues�a de estos pa�ses y, particularmente, a los agrupamientos reformistas de la intelectualidad peque�o-burguesa y de otros sectores de las capas medias, entre los cuales son decisivos los militares reformistas, en el caso latinoamericano.

La otra opci�n burguesa de salida a la crisis estructural est� vinculada a los sectores “din�micos” y “modernos” del gran capital monopolista extranjero de que aquellos son socios (en la actualidad, los consorcios “transnacionales” interiorizados en estos pa�ses por medio de sus sucursales y otras formas de inversi�n) y refleja, asimismo, las tendencias m�s reaccionarias, contrarrevolucionarias del Estado imperialista bajo cuya dependencia se encuentra el pa�s dado. En el caso latinoamericano actual, tales tendencias est�n patrocinadas por los monopolios vinculados al complejo militar-industrial norteamericano y se expresan en El Estado por el Pent�gono, la CIA, el gobierno de Ford, y tienen su reflejo dentro de nuestros pa�ses en los altos escalones del mando militar y en las altas esferas de la burocracia.

Este segundo tipo de opci�n burguesa de salida a la crisis estructural, en una situaci�n en la que constituya una amenaza real la alternativa revolucionaria popular, solamente puede realizarse instaurando un gobierno \autoritario, centralizado y verticalista de derecha, es decir, un r�gimen fascista.

La alternativa revolucionaria popular y la alternativa burguesa de soluci�n a la crisis estructural se enfrentan y de los resultados de esa lucha depende el inmediato porvenir; pero tambi�n luchan entre s� las dos opciones burguesas (la reformista y la fascista),generando conflictos intestinos en las clases dominantes y en el aparato de poder.

Apuntemos, entre tanto, que durante los �ltimos 10 a�os en El Salvador han venido luchando entre s� todas estas alternativas de soluci�n a la crisis estructural, entrada en su fase de maduraci�n desplegada desde que se agriet� y fracas� el Mercado Com�n centroamericano.

La polarizaci�n, pr�cticamente toral, entre las fuerzas pol�ticas de nuestro pa�s, que ha podido verse en los �ltimos tiempos, tiene en su base, precisamente, la pugna entre la alternativa revolucionaria popular y la alternativa burguesa de soluci�n a la crisis estructural; mientras dentro del gobierno de coronel Arturo Armando Molina ha tenido lugar, y a�n no puede darse por concluida, la lucha entre v�a reformista y v�a fascista.

En la segunda mitad de 1973 predomin� en el gobierno la tendencia al rumbo reformista y, atajada por los sectores m�s reaccionarios de la oligarqu�a y el imperialismo ( con la destituci�n de los 3 ministros reformistas en octubre de ese a�o), cedi� el lugar a la tendencia al fascismo, que desde entonces ser ha venido haciendo cada vez m�s predominante y peligrosa.

El creciente predominio de la tendencia al fascismo, a que nos hemos referido en el caso de El Salvador, no es por cierto un caso aislado despu�s del derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular en Chile. Incluso puede hablarse con toda propiedad de una ofensiva general de la contrarrevoluci�n fascistas en Am�rica Latina. El golpe militar en Argentina, inicialmente dirigido, al menos en apariencia, contra la derecha peronista, no tard� en virar tambi�n contra la izquierda peronista y se ha ocupado, sobre todo, de bloquear y someter a control el movimiento obrero, de inmovilizar a los partidos pol�ticos y ha iniciado el desmantelamiento de las organizaciones juveniles y organismos para la solidaridad internacional, al tiempo que el gobierno de Videla adopta m�s y m�s el programa econ�mico brasile�o y las bandas asesinas procreadas por la CIA incrementan impunemente su dantesca cosecha sangrienta, golpeando no s�lo a la izquierda del Cono Sur concentrada en Buenos Aires en los �ltimos a�os. Toda esta derechizaci�n progresiva se adopta bajo el pretexto de la lucha contra las guerrillas ultraizquierda, a las cuales ha asestado golpes mortales, y no pensamos que, una vez terminada esa tarea, retornar� f�cilmente la nave del gobierno argentino a un puerto democr�tico, sino que continuar� su marcha hacia el fascismo.

El gobierno de Costa Rica devel�, no hace mucho, un golpe de Estado del mismo corte fascista y los gobiernos progresistas de Jamaica y Guyana han estado siendo asediados y hostilizados por las presiones externas y por las tentativas de “desestabilizaci�n”; el gobierno del Laugerud Garc�a de Guatemala ha realizado un viraje de retorno hacia la ultraderecha, despu�s de un breve per�odo de tentativas liberalizadoras y entendimientos con los partidos democr�ticos opositores durante 1975 y primera mitad de 1976; han reaparecido los incidentes armados en frontera entre El Salvador y Honduras, esta vez con fuego de artiller�a pesada incluso, orientados en parte al objetivo de derechizar al gobierno militar reformista de este �ltimo pa�s y eventualmente a promover su derrocamiento; todos ellos son acontecimientos que tambi�n se inscriben dentro de esta misma ofensiva de la reacci�n capitaneada por la CIA y el Pent�gono a escala continental. Por desgracia, los sucesos de Julio en Per� y los cambios en el gabinete y la pol�tica del gobierno de las Fuerzas Armadas que ellos trajeron como consecuencia, abren la interrogante acerca de si tambi�n all� estamos ante otra victoria de la contrarrevoluci�n.

No se trata de una visi�n pesimista del actual momento latinoamericano, sino del registro de hechos reales, aunque esta es solamente una cara de la situaci�n, ya que la otra cara nuestra que las fuerzas antimperialistas y antifascistas latinoamericanas son hoy m�s extensas que nunca y abarcan incluso los niveles de varios gobiernos.

El modelo que hemos descrito atr�s corresponde al que ha llevado a la pr�ctica el r�gimen brasile�o y, en su contenido principal, es el que se est� tratando de generalizar ahora en Am�rica Latina por los sectores m�s reaccionarios del imperialismo yanqui y por los sectores de la burgues�a, de los militares, los altos bur�cratas y tecn�cratas latinoamericanos que le son adictos.

La simples lectura del esquema de este modelo nos revela que no se trata de algo por completo extra�o a las tradiciones y caracter�sticas de los reg�menes latinoamericanos y en eso, precisamente, reside uno de los aspectos que lo hacen peligrosamente viable. En efecto, con la excepci�n de Chile y Uruguay de antes de los respectivos golpes fascistas y, aunque con otros ribetes, con excepci�n Costa Rica, o del caso de algunos gobiernos excepcionales en la historia de otros pa�ses de la Am�rica Latina, en general no se ha vivido en estas tierras una vigencia efectiva de las formas democr�ticas representativas, ni de la independencia entre los tres Poderes del Estado burgu�s republicano. Los reg�menes latinoamericanos han sido y son por regla gobiernos autoritarios con muy poco respeto por los derechos y libertades democr�ticas, individuales y colectivos, que fingen en todo lo referente a la democracia representativa y a la independencia de los Poderes estatales. Los menos arbitrarios de estos reg�menes apenas merecen el t�tulo de “seudodemocracias”.

As� pues, el fascismo asoma cabeza en nuestra Am�rica Latina vistiendo ropajes y empu�ando un l�tigo ya conocidos. Este hecho a confundido a algunos en el movimiento popular latinoamericano, al punto de mostrarse renuentes a aceptar la presencia del fascismo en ninguno de nuestros pa�ses, ni siquiera en Chile y menos a�n en Brasil, Uruguay o Bolivia: lo que all� hay, alegan, son “Estados de excepci�n”, en todo caso, “gobiernos gorilas”, o “facistoides”, pero no fascistas, ya que “�stos �nicamente pueden darse en pa�ses capitalistas desarrollados”.

Las tiran�as tradicionales, por m�s feroces que hayan sido o sean en el ejercicio de la represi�n, est�n instituidas como una superestructura del capitalismo dependiente, subdesarrollado (valga esta expresi�n), semifeudal ( y en algunos casos m�s feudal que capitalista), y la funci�n de esos reg�menes tradicionales es conservadora, en provecho de oligarqu�as terratenientes y burguesas; mientras que la funci�n del fascismo es la de salvar al capitalismo dependiente en trance de revoluci�n y modernizarlo, en provecho de los consorcios transnacionales y delos burgueses locales asociados suyos, salvar y consolidar la hegemon�a pol�tica y militar del imperialismo yanqui puesta en proceso de quiebra sobre nuestra regi�n. Los reg�menes tir�nicos tradicionales no surgieron para atajar la revoluci�n pr�xima, ni para derrocar a gobiernos revolucionarios, sino que “brotaran como maleza natural” aun sin la menor amenaza revolucionaria.

Tratando de argumentar en contrario, se alega que el paso al capitalismo monopolista dependiente es la tendencia “natural”, objetiva, del desarrollo del capitalismo en Am�rica Latina y, por tanto, no la inventaron los fascistas, ni puede considerarse algo original y distintivo de su programa, puesto que muchos burgueses y tecn�cratas latinoamericanos propugnan ese camino sin que sean por ello fascistas. M�s a�n, se agrega, esa tendencia de desarrollo se encuentra en marcha, independientemente de la instauraci�n del fascismo, aun en pa�ses latinoamericanos en donde, como la Venezuela o M�xico, rigen gobiernos burgueses que en absoluto pueden ser considerados fascistas.

Nosotros compartimos, pero �nicamente en una parte, este razonamiento: �nicamente en el sentido de que el paso al capitalismo monopolista y fascismo no son inseparables. Lo uno puede en efecto marchar sin el otro; o, dicho de otro modo, aquella tendencia de desarrollo en la base, en la estructura, puede marchar sin precisar de modo absoluto e infaltable la presencia de una superestructura fascista. La tesis que nosotros hemos venido sosteniendo desde el principio es la que el fascismo surge si hay a la vista un peligro de revoluci�n popular, o �sta ha obtenido una victoria inicial y que tomada Am�rica Latina en conjunto, el fascismo surgi� aqu� s�lo despu�s de la victoria de la primera revoluci�n socialista, la de Cuba, despu�s de que se generaliz� la acci�n revolucionaria en nuestro continente y obtuvo nuevas victorias, y despu�s de ensayar y fracasar el imperialismo con otras f�rmulas de respuesta frente a esa radical alternativa hist�rica.

El fascismo, lo repetimos, es un fen�meno superestructural, una forma de gobierno; yes bien sabido que en cuanto a formas de gobierno y sin modificar su esencia, el Estado burgu�s ha vestido las galas, seg�n lo requieran las exigencias de la lucha de clases, no s�lo de la rep�blica democr�tica, parlamentaria o no, sino tambi�n de la monarqu�a y el imperio, en un mismo pa�s y dentro de per�odos hist�ricos m�s o menos breves (caso de Francia en los siglos XVIII y XIX, por ejemplo).

 

VI

En nuestra opini�n se hace necesario puntualizar que el paso al capitalismo monopolista en Am�rica Latina es principalmente una tendencia que le llega desde las transnacionales, para las cuales el extraordinario desarrollo que hoy experimentan las fuerzas productivas (la “revoluci�n cient�fico-t�cnica”) exige formas de inversi�n del capital en los pa�ses atrasados, que conllevan la modificaci�n del papel del Estado en la econom�a y la supeditaci�n de su orientaci�n en materia de pol�tica econ�mica dichos intereses, as� como tambi�n la creaci�n de una industria de superior tecnolog�a, basada en grandes empresas que producen para exportar, todo lo cual implica el financiamiento de los monopolios y su predominio sobre el conjunto de la econom�a del pa�s dado.

En muchos pa�ses latinoamericanos hay sectores del gran capital local que han alcanzado un nivel monop�lico, incluso los hay en El Salvador, que no es de los pa�ses m�s desarrollados. Pero estos monopolios son “subdesarrollados”, en comparaci�n con las transnacionales imperialistas norteamericanas y adem�s se encuentran tambi�n dentro de las redes de la dependencia.

Por ello, afirmamos nosotros, no es esa burgues�a monopolista local la que imprime su sello a la puja por llevar el conjunto de la econom�a a la fase monopolista, ni es tampoco el motor principal del mismo. El motor y sello est�n en manos der las transnacionales y ellas acondicionan en tan grande medida este proceso a sus proprias conveniencias, que incluso sectores de esa gran burgues�a local latinoamericana se han visto obligados a atender a su defensa favoreciendo la concertaci�n de pactos en distinta manera limitantes del capital extranjero, como el Pacto Subregional Andino o el SELA, aunque tales recuerdos no hayan partido propiamente hablando de su propria iniciativa.

Por lo que se refiere a la implantaci�n del fascismo, como forma de gobierno vinculada al tr�nsito hacia el capitalismo monopolista dependiente, compartimos la opini�n de quienes piensan que esta tendencia tiene su apoyo y motor principales, espec�ficamente en las transnacionales vinculadas al complejo militar-industrial de los Estados Unidos. Un papel destacado desempe�an tambi�n los monopolios de la industria militar de la Rep�blica de Alemania. Quiz� esto no pueda justificar afirmaciones tajantes en el sentido de que las transnacionales no vinculadas a la industria militar sean en absoluto ajenas y hasta contrarias a la fascistizaci�n en Am�rica Latina, pero pensamos que las contradicciones pol�ticas que hoy se observan en los Estados Unidos entre distintas alas dentro de los partidos Republicano y Dem�crata y, especialmente, entre los liberales del Partido Dem�crata por una parte y el Pent�gono y la CIA, cuyo rol es cada vez m�s hegem�nico en el gobierno, por la otra, son una expresi�n de la diversa posici�n que asume la burgues�a norteamericana, lo cual plantea a la t�ctica de las fuerzas antifascistas latinoamericanas la posibilidad de aprovechar en su favor estas contradicciones.

Por lo dicho, nosotros no estamos de acuerdo con el criterio que han sostenido algunos en nuestro pa�s, en el sentido de que la tendencia al fascismo brota del crecimiento y “dinamismo” de ciertos sectores del gran capital olig�rquico en los �ltimos a�os, fen�meno en el cual – llegan a afirmar – “no tiene nada que ver el imperialismo”. Esta opini�n sencillamente desconoce la realidad del capitalismo contempor�neo, a�sla en su hist�rico latinoamericano y mundial y, adem�s, peca de un mecanicismo economista estrecho, en el que la superestructura, y en general la pol�tica, son un simple ap�ndice o prolongaci�n de la econom�a, y no una esfera distinta, supeditada y determinada por la econom�a, pero con sus proprias modalidades y con relativa autonom�a.

Con esta cuesti�n del papel de los monopolios ligados a la industria militar como principales promotores del fascismo en Am�rica Latina, est� ligado un aspecto sumamente importante y peligroso de este proceso: el hecho de que, como ya apuntamos atr�s, el fascismo implica tendencias guerreristas; no nos parece casual, por tanto, que las fuerzas armadas de Brasil y Chile aparezcan junto a las de Estados Unidos realizando maniobras en el Chile, lejos de sus proprias costas, cerca de Cuba, en el �rea que es hoy, una vez cerrado el sur por la ofensiva contrarrevolucionaria, hacia donde se ha desplazado el centro de la actividad antimperialista en nuestro subcontinente.

Nada justificar�a, creemos, considerar descartada la posibilidad de que aparezca un foco de guerra en Am�rica Latina, incendiado por el Pent�gono con manos ajenas, por supuesto. Los incidentes armados de junio y julio en la frontera salvadore�o-hondure�a – desemboquen o no en guerra – y las mencionadas maniobras navales en el Caribe, subrayan la necesidad de mantenerse alertas.

Deseamos hacer un �ltimo apunte acerca del modelo del fascismo en Am�rica Latina: el papel principal que en su implantaci�n y conducci�n desempe�a el ej�rcito. Dir�ase que en cierto modo el ej�rcito en Am�rica Latina sustituye el papel del partido. El fascismo tiene en ello la ventaja de que los ej�rcitos latinoamericanos, con la excepci�n de Chile, Uruguay, Costa Rica y M�xico, han desempe�ado hist�ricamente la funci�n rectora en los Estados y son la fuerza m�s organizada y eficiente en la generalidad de nuestros pa�ses. Todo ello refuerza las tendencias guerreristas y facilita la acci�n del Pent�gono y la CIA; pero al mismo tiempo la experiencia latinoamericana, desde mucho antes de la instauraci�n de los gobiernos militares progresistas de Per� y Panam� en 1968, muestra que en los ej�rcitos existen y desarrollan las tendencias democr�ticas y antimperialistas, de modo que �stos, que ahora son el instrumento preferido del fascismo, pueden tambi�n convertirse en la arena de su derrota. He aqu� uno de los m�s importantes problemas actuales para nuestra elaboraci�n t�ctica.

Aceptase o no la dominaci�n de fascismo para la actual modalidad de la contrarrevoluci�n en Am�rica Latina, una cosa es en todo caso muy clara: el movimiento comunista y todo el movimiento popular y democr�tico latinoamericano se encuentran ante un tipo de reacci�n distinta a la tradicional, que r�pidamente est� imponiendo un rasero com�n a todo el continente y es mucho m�s fuerte, organizada, eficiente, moderna y coordinada que ninguna forma de reacci�n anterior. De hecho esta ofensiva contrarrevolucionaria ha logrado rebasar nuestra t�ctica y nos plantea la urgente necesidad de reflexionar, discutir, analizar y desarrollar nuestra t�ctica, nuestra capacidad de acci�n y coordinaci�n.

Las fuerzas antimperialistas y democr�ticas no son hoy m�s d�biles que ayer; insistimos en apuntar que son por lo contrario m�s fuertes que nunca antes, pero debemos encontrar la manera de lanzarlas a la acci�n con la mayor eficacia.

Es este momento muy parecido al que se vivi� en Europa bajo bajo la ofensiva fascista, cuando el movimiento comunista hubo de preparar y realizar un viraje en su t�ctica, el cual se concret� en los debates y resoluciones del c�lebre VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935.

Sin hacer ninguna concesi�n al pesimismo y mucho menos al esp�ritu derrotista, opinamos los comunistas salvadore�os que, mirando de un modo realista la situaci�n actual, estamos ante el peligro de que los fascistas consigan aplazar el proceso revolucionario latinoamericano hasta fines del siglo, si es que no les asestamos pronto golpes contundentes y derrotas netas. Contamos a favor con enormes energ�as revolucionarias de nuestro pueblos y con grandes reservas democr�ticas en nuestro continente para la lucha antifascista; contamos a favor con mucha experiencia latinoamericana e internacional del movimiento comunista, con el desplazamiento general del balance de fuerzas en el mundo a favor del socialismo y la liberaci�n nacional, con el formidable apoyo moral y material de la Uni�n Sovi�tica y de todo el campo socialista; contamos con el ejemplo inspirador y la fuerza moral y material de la victoria definitiva del socialismo en Cuba; nos enfrentamos a un enemigo que arremete desesperadamente porque se encuentra en irremediable y profunda crisis general de su sistema; por lo tanto, podemos y debemos vencer y venceremos.

San Salvador, 28 de marzo de 1975.