Hombre muerto (Argentina/2024). Dirección: Andrés Tambornino y Alejandro Gruz. Elenco: Osvaldo Laport, Diego Velázquez, Daniel Valenzuela, Roly Serrano, Sebastián Francini, Oliver Kolker, Yanina Campos y Harold Agüero. Guion: Andrés Tambornino y Gabriel Medina. Fotografía: Alejo Maglio. Edición: Andrés Tambornino. Dirección de arte: Miranda Pauls. Sonido: Federico Esquerro e Ignacio Seligra. Música: Christian Basso. Duración: 107 minutos. En la Competencia Argentina.

Dead Man es el título de un western con Johnny Depp dirigido en 1995 por Jim Jarmusch. Y Hombre muerto es un exponente de ese mismo género, bastante poco transitado por la producción nacional (con honrosas excepciones como Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner; El movimiento, de Benjamín Naishtat; y Fuga de la Patagonia, de Francisco D'Eufemia y Javier Zevallos, por citar algunas).

Hombre muerto es, también, el regreso a la realización de Andrés Tambornino, figura clave del Nuevo Cine Argentino con el corto Dónde y cómo Oliveira perdió a Achala (1995), codirigido con Ulises Rosell; y el largometraje El descanso (2002), realizado junto con Rodrigo Moreno y el propio Rosell. Más allá de algún trabajo posterior (S.O.S. Ex), su carrera se circunscribió al montaje (tiene casi 60 títulos como editor) para ahora regresar detrás de cámara en compañía de Alejandro Gruz.

Rodada en imponentes locaciones naturales de la provincia de La Rioja, Hombre muerto recupera cierta iconografía del género con sus panorámicas de zonas áridas (casi desérticas), minas abandonadas, salinas, el ferrocarril y, claro, conflictos y personajes que -más allá de su impronta local- también coquetean con ciertos estereotipos del western clásico.

Hombre muerto tiene todo para ser una gran película (virtuosa y cuidada puesta en escena, notable fotografía de Alejo Maglio, sólidas actuaciones de los protagonistas Osvaldo Laport y Diego Velázquez, bien acompañados por los ya míticos Daniel Valenzuela y Roly Serrano, la música del siempre talentoso Christian Basso), pero sin embargo no lo es.

Es, sí, un film con algunas buenas escenas donde consigue la tensión dramática que se propone y otros pasajes en los que apuesta por cierto espíritu satírico, pero en este caso la suma de sus partes da menos que cada uno de sus elementos analizados por separado. Es como si en la mixtura, en la combinación, en la alquimia de los múltiples y diverso aspectos de la película no se consiguiera la fórmula perfecta que se deseaba.

Si no fuera porque un recorte periodístico nos informa en determinado que estamos en 1983 (plena primavera alfonsinista) o por la locomotora de un tren, Hombre muerto podría transcurrir en cualquier otro momento porque el look es premeditadamente atemporal. En un pueblo perdido en el medio de la nada (uno con su policía / alguacil y su cantina / pulpería), El Ingeniero (Diego Velázquez) es quien ha manejado desde siempre los destinos del lugar porque es el dueño de las tierras, pero también de una mina de azufre que ha cerrado dejando a muchos en la miseria. El Ingeniero, que tiene pensado abandonar el lugar más pronto que tarde, es uno de los dos protagonistas, ya que el otro es Almeida (el gran Osvaldo Laport), un hombre huraño que vive alejado de todo y de todos, con la única compañía de Patricia (Yanina Campos), una pareja bastante más joven y que además está embarazada.

La llegada de un adinerado forastero, Simón (Oliver Kolker), que quiere contratar a alguien para que elimine a El Ingeniero, altera la dinámica pueblerina y es el inicio de una serie de enredos, de marchas y contramarchas, en la que cada habitante, desde el comisario (Sebastián Francini) hasta el Padre Francisco (Roly Serrano) o Camilo (Daniel Valenzuela), estará involucrado directa o indirectamente y por distintas motivaciones.

Aunque no siempre la narración funcione en términos de acción, de drama o de comedia según lo planteado por el guion original coescrito por Tambornino y Gabriel Medina, Hombre muerto es un film para admirar en muchos sentidos. Uno hubiera querido que el resultado fuese brillante en todos los terrenos porque el talento de sus hacedores está ahí, es palpable, y, por eso, porque se estuvo tan cerca, la sensación final es un poco frustrante. Pero quedémonos esta vez con el vaso medio lleno: el cine argentino recupera varios aspectos del mejor western (el género clásico de Hollywood por antonomasia ) y lo adapta a una dinámica y una impronta locales. Bienvenidos sean la búsqueda, el intento y varios de sus no menores hallazgos.


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