Ricardo Flores Magón, guerra y revolución - Grupo Milenio
Cultura

Ricardo Flores Magón, guerra y revolución

Ensayo

El anarquista mexicano señaló las diferencias entre ambos conflictos: el primero en intereses de la burguesía; el segundo, el camino para liberar a los pueblos.

La Primera Guerra Mundial colapsó a la Segunda Internacional y creó una brecha insalvable entre la socialdemocracia y el comunismo. También escindió al anarquismo. Ideológicamente confrontados, tanto los socialdemócratas (Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Gueorgui Pléjanov) como los signatarios del Manifiesto de los Dieciséis (Piotr Kropotkin, Jean Grave, Paul Reclus) tomaron partido por alguno de los bloques militares, rompiendo con ello la tradición pacifista del movimiento comunista internacional. Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Emma Goldman, Alexander Berkman, Rudolf Rocker y Ricardo Flores Magón rechazaron la guerra, condenados a prisión algunos de ellos por ese motivo (Luxemburg, Liebknecht, Flores Magón). En guerra es delito ser pacifista.

Magón publicó en Regeneración múltiples artículos con el objeto de desentrañar los resortes de la Gran Guerra (1914-1918). Para él, los conflictos bélicos eran consecuencia de la ambición de la burguesía y de los políticos, quienes transferían los costos humanos y materiales a unas clases populares alienadas con el discurso patriótico. En lugar de la guerra, el intelectual oaxaqueño proponía a “las multitudes” la revolución. Con sus palabras, “ésta será la última guerra que se haya hecho por cuestiones de negocios y comenzará la otra guerra, la del pobre contra el rico, la del oprimido contra la autoridad, la del hombre que emancipa su mente del absurdo religioso, contra la Iglesia”. Sin embargo, “esta guerra loca y suicida” ofrecía a los revolucionarios la oportunidad de agruparse, “reunir nuestras fuerzas”, “coordinar nuestros planes” y entrar en acción frente a “los gobiernos debilitados por la lucha”. Si la guerra era mundial, la revolución también habría de serlo.

Magón descubriría la dialéctica entre guerra y revolución con la Revolución rusa. Con respecto de ésta, su perspectiva lucía más próxima a la de los bolcheviques que a la de Kropotkin, quien había iluminado la ruta del revolucionario oaxaqueño hacia el anarcocomunismo en sus lecturas de juventud. Kropotkin, como Lenin, regresó a Rusia después de la Revolución de Febrero de 1917, dejando atrás un larguísimo exilio en Inglaterra, para tomar partido por el gobierno provisional de Aleksandr Kerensky. La Revolución de Octubre pareció al príncipe ruso una “tentativa de introducir el nuevo sistema social por medio de una dictadura de partido… plenamente condenada al fracaso”. Ello no obstó para que Kropotkin reconociera “que la revolución ha introducido ya en nuestras vidas diarias nuevas concepciones sobre los derechos del trabajo, su puesto justo en la sociedad y los deberes de todo ciudadano”.

Para Magón febrero representaba “el comienzo de la gran revolución mundial precipitada por la guerra europea”. La marcha de esta revolución haría desaparecer del planeta “el llamado derecho de propiedad privada, origen de todos los males que hacen desgraciado al ser humano”. Sin desdeñar el momento democrático abierto con la caída de la monarquía de los Románov, el intelectual oaxaqueño consideraba que el proceso revolucionario debería continuar porque “el pueblo ruso busca una nueva forma de convivencia social que garantice a todos el pan y la libertad”. Hacia junio de 1917 Magón preveía una nueva etapa de la revolución consistente en “la implantación de un régimen socialista autoritario; pero pronto se dará cuenta el pueblo de que todo gobierno es malo, y terminará por adoptar el sistema socialista anarquista”. Octubre representaría este segundo momento revolucionario. En 1918 el intelectual oaxaqueño continuaba pendiente del proceso revolucionario considerando que “al calor de esa lumbre cobran ánimo los tímidos y los fuertes aspiran a pulmones amplios el ambiente saturado de rebeldía, señalando a las almas medrosas el resplandor que de Rusia se extiende por el orbe entero”, de manera tal que “el viejo sistema se derrumba”.

Al ver que el régimen revolucionario se endurecía —el “comunismo de Estado” del que hablaba Kropotkin—, Magón ya no estaba tan seguro en 1921 que los anarquistas desalojaran pronto del poder a los bolcheviques, no siendo esto óbice para dejar de luchar por esa posibilidad. Tampoco el intelectual oaxaqueño dudaba que el enemigo principal era el capitalismo mundial, por lo que habían de aliarse anarquistas y marxistas en todo el orbe para acabar con éste y, “cuando el monstruo haya muerto, luchar contra cualquier imposición que quieran hacer los marxistas”. El príncipe ruso, por su parte, esperaba la desintegración final del imperio zarista y la formación de naciones independientes, integradas por comunidades rurales y ciudades autónomas, las cuales se coligarían federativamente. De esta manera, “el socialismo realizará sin duda considerables progresos y se crearan nuevas formas de vida, más independientes, basadas en la autonomía local y en la libre iniciativa”. Kropotkin falleció en 1921 y Magón un mes antes de la firma del tratado de creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) el 30 de diciembre de 1922, en la que “la dictadura de partido” cortaría las alas al sueño federativo de comunidades libremente asociadas.

Carlos Illades

Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de 'Vuelta a la izquierda' (Océano, 2020).

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