Cautiverio en Alemania

Ricardo Corazón de León: un rey encarcelado

Mientras intentaba regresar a Inglaterra desde Tierra Santa, Ricardo Corazón de León fue hecho prisionero en Viena, en 1192, y llevado ante el emperador Enrique VI, que lo mantuvo cautivo durante dos años.

iStock

iStock

En 1860 se erigió esta estatua de Ricardo, obra de Carlo Marochetti, frente al palacio de Westminster, en Londres, sede del Parlamento británico.

iStock

En el verano del año 1190, los reyes Ricardo I de Inglaterra y Felipe Augusto de Francia, junto con el duque Leopoldo de Aquitania, se pusieron en marcha al frente de los ejércitos de la tercera cruzada. Antes de un año tomaron San Juan de Acre, pero tanto Felipe como Leopoldo abandonaron la empresa poco después. Ricardo permaneció en Tierra Santa intentando vencer al sultán Saladino y recuperar Jerusalén. Acabó por desistir y pactar las condiciones de su retirada, y el 9 de octubre de 1192 se embarcó para regresar a Inglaterra

Tenía prisa por volver, ya que había recibido noticias de que, aprovechando su ausencia, Felipe Augusto trataba de ganarse a los vasallos de los soberanos ingleses en el continente. Con el mismo objetivo, Felipe pensaba aliarse con el hermano de Ricardo, Juan sin Tierra, quien intentaba derrocar al regente de Inglaterra: Guillermo Longchamp, obispo de Ely, designado por el propio Ricardo. 

Un enemigo tras otro 

El viaje debía hacerse por mar para no atravesar tierras francesas; pero tras violentas tormentas y múltiples peripecias, el barco encalló en las costas de Aquilea. Ricardo, apenas acompañado por algunos hombres, tuvo que cambiar sus planes y seguir la ruta terrestre. Disfrazados de peregrinos, el rey y sus acompañantes entraron en Viena en diciembre con el objetivo de pasar desapercibidos hasta estar a salvo. Pero, al parecer, en una pequeña taberna Ricardo pidió pollo asado, un manjar propio de la nobleza. Eso atrajo la atención de los presentes, que entonces se fijaron en su llamativo anillo. Así fue descubierto

El duque Leopoldo de Austria mandó apresarlo. Recordaba vivamente cómo, un año y medio antes, tras la toma de Acre y habiendo izado su pendón victorioso junto a los estandartes de los reyes de Francia e Inglaterra, Ricardo había ordenado derribarlo y arrojarlo al foso, considerando una arrogancia que un duque pretendiera ponerse al mismo nivel que un rey. Ante semejante ofensa, el duque abandonó la cruzada mientras acariciaba proyectos de venganza. 

Seal of Paris (No 6)

Seal of Paris (No 6)

El barco que llevaba a Ricardo desde San Juan de Acre naufragó en la costa dálmata y el rey tuvo que seguir el viaje por tierra. A la derecha, barco en un sello de París. Siglo XIII.

Wikimedia Commons

Éste no fue un episodio aislado. Desde que Ricardo I emprendió la cruzada se había granjeado numerosos enemigos. En septiembre de ese año, de camino a Tierra Santa, había atracado en Sicilia, donde Tancredo de Lecce usurpaba el trono que correspondía a Constancia, casada con el emperador Enrique VI. Tanto el monarca inglés como el francés, Felipe Augusto, compañeros por entonces en la reconquista de Jerusalén, permanecieron allí varios meses y pactaron con Tancredo, reconociéndolo como rey legítimo y ganándose, así, las antipatías del emperador.

Luego siguieron viaje, pero su flota encalló en Chipre, entonces bajo poder bizantino. Ricardo conquistó la isla y dejó en ella un gobernador, con lo que se ganó un nuevo enemigo. Ya en Tierra Santa, en el contexto de la conquista de Acre, las discrepancias con Leopoldo de Austria y la oportuna muerte de Conrado de Montferrat, elegido rey de Jerusalén pese a la oposición de Ricardo, empeoraron la situación.

BAL 4161274

BAL 4161274

Este grabado de Gustave Doré recrea la victoria de Ricardo I sobre el ejército de Saladino el 7 septiembre de 1191 en Arsuf (en el actual Israel). 

Bridgeman Images

Ricardo prácticamente carecía de aliados. Al mismo tiempo, sus enemigos trataban de minar las bases de su poder. Desde que Felipe Augusto había regresado a Francia, traicionaba los pactos hechos con el monarca inglés al embarcarse juntos hacia Palestina. Para dañar su imagen divulgó feas historias sobre sus acciones en Tierra Santa, acusándole de pactar con Saladino y de estar implicado en la muerte de Conrado.

Mientras tanto, en Inglaterra se perfilaba la figura de un rey ausente, que apenas había permanecido en la isla seis meses después de su coronación, y que asfixiaba al pueblo con impuestos destinados a sufragar los gastos de la cruzada. Con todo, aún pesaba la estampa positiva del monarca, destacado guerrero y valiente cruzado, que ya antes de ser coronado era conocido como Corazón de León por su bravura en combate. Cuando desapareció su rastro, muchos creyeron que había muerto y desesperaron ante la idea de haberle perdido.

El juicio a Ricardo 

Durante dos meses, Ricardo estuvo prisionero en el castillo de Durnstein. En febrero de 1193, y a cambio de una generosa suma, fue entregado al emperador Enrique VI. Ambos, Leopoldo de Austria y Enrique, fueron excomulgados por el papa Celestino III por haber apresado a un cruzado, defensor de la Cristiandad. Pero la reacción papal no tuvo mayores consecuencias. En marzo, Ricardo fue trasladado a Espira, y luego al castillo de Trifels. 

iStock

iStock

Entre 1196 y 1197, Ricardo de Inglaterra ordenó erigir en Francia la fortaleza de Gaillard, a la derecha, en el contexto de la guerra que mantenía con el rey francés Felipe Augusto.

iStock

Se le acusó de aliarse con Tancredo, usurpador de Sicilia; de empuñar las armas de la cruzada contra un príncipe cristiano, tomando Chipre; de afrentar en Acre a Leopoldo; de obstruir el progreso del ejército cruzado a causa de sus disputas con el rey de Francia; de matar, o mandado matar, a Conrado de Montferrat, y de pactar con Saladino, dejando Jerusalén en sus manos. 

Siguiendo su máxima de «haber nacido en un rango que no reconocía superior salvo Dios», Ricardo respondió una a una a las acusaciones. Alegó que él no había tenido nada que ver con el ascenso de Tancredo, que sólo había pactado con quien estaba en el trono de Sicilia en el momento de su llegada; que el tirano de Chipre le había ofendido; que cualquier ofensa hecha al duque de Austria ya había sido compensada con su prisión; que las discrepancias con el rey de Francia no eran la causa de que Jerusalén no hubiese sido tomada; que si a lo largo de su vida no había dado suficientes muestras de ser incapaz de cometer un asesinato tan ruin como el de Conrado, no merecía la pena intentar convencer de su inocencia a sus acusadores, y que no se sentía avergonzado de sus tratos con Saladino, pues hallándose solo y con las fuerzas mermadas consideraba muy ventajosos los pactos que había firmado. 

BAL 106652

BAL 106652

Ricardo se enfrenta a Enrique durante su juicio. Grabado de la Historia Ilustrada de Inglaterra, John Cassell, 1865.

Bridgeman Images

En lugar de agachar la cabeza y suplicar perdón, Ricardo dio rienda suelta a su indignación. Ante su actitud arrogante, el emperador fijó su rescate en 100.000 marcos, una cifra que representaba cinco veces los ingresos anuales de la Corona inglesa. Por su parte, Felipe Augusto y Juan sin Tierra ofrecieron 80.000 marcos a Enrique VI, a cambio de que retuviera a Ricardo. El emperador declinó la oferta, pero subió el rescate a 150.000 marcos. Además, estableció que, tras ser liberado, el soberano de Inglaterra pasaría a ser vasallo del propio Enrique y del rey de Francia, por las posesiones inglesas en el continente. Con ello, Ricardo quedaba bajo la autoridad de otro gobernante. 

La madre de Ricardo, Leonor de Aquitania, fue quien se encargó de reunir el dinero del rescate. Mientras el rey permanecía prisionero, en Inglaterra se confiscaban todo el oro y la plata que había en las iglesias y se gravaba cada propiedad en un cuarto de su valor. Paralelamente, Juan sin Tierra había pactado casarse con la hermana de Felipe Augusto, Alicia, y entregarle las tierras normandas.

iStock

iStock

El castillo de Beynac, en el Périgord francés (a la derecha), fue una de las fortalezas tomadas por Ricardo de Inglaterra durante el conflicto que lo enfrentó a Felipe Augusto de Francia.

iStock

Al mismo tiempo, Felipe preparaba la invasión de Inglaterra reuniendo mercenarios flamencos y ganándose el apoyo de Dinamarca a través de la alianza que suponía su enlace con Ingeborg, hija del rey danés Canuto VI. La situación era crítica, pero Ricardo no se mostraba preocupado. «Mi hermano Juan –decía– no es hombre que pueda conquistar un país mientras haya alguien que ofrezca una mínima resistencia». 

Un cómodo cautiverio 

El confinamiento de Ricardo fue relajándose a lo largo de los meses. Se le permitió mantener a la corte a su lado y tratar los asuntos del reino. Sus amigos le visitaban con frecuencia y le hicieron llegar sus halcones para que cazase en los alrededores del castillo. El 19 de abril de 1193, tanto él como el emperador habían escrito a Inglaterra anunciando que se entendían a la perfección y comenzaban a ser verdaderos amigos.

Enrique VI necesitaba dinero para sus empresas en el sur de Italia y ante la debilidad inglesa sabía que se hallaba en una situación ventajosa. Pero las necesidades económicas no le hacían olvidar las políticas, y era consciente de que no le interesaba que las posesiones del rey de Francia aumentasen, pues ello habría mermado su poder en el continente. Ricardo y Enrique debían aliarse frente a Felipe Augusto, y ambos eran conscientes de ello. 

BAL 200594

BAL 200594

Ricardo Corazón de León, retrato al óleo por Merry Joseph Blondel, 1841, Castillo de Versalles.

En otoño de 1193, los tratos estaban prácticamente establecidos. Felipe Augusto envió un mensaje a Juan sin Tierra: «Cuídate, el diablo está suelto». A fines de año, la suma reunida para el rescate del rey fue enviada a Alemania. El resto se dividió en sucesivas entregas, aunque nunca llegó a pagarse del todo. Ricardo fue liberado el 4 de febrero de 1194, y el 13 de marzo llegó al puerto inglés de Sándwich. 

iStock

iStock

Cuando Ricardo fue entregado al emperador Enrique VI, éste lo trasladó a la ciudad alemana de Espira para cumplir su cautiverio. Arriba, la catedral románica de Espira.

iStock

La rebelión que su hermano Juan había encabezado estaba por entonces casi completamente sofocada. Se habían tomado tres de los castillos rebeldes, Marlborough, Lancaster y Saint Michael’s Mount; los dos que resistían, Tickhill y Nottingham, cayeron en poco tiempo. Por mediación de su madre Leonor, Ricardo y Juan hicieron las paces en mayo, en Lisieux –Ricardo afirmó que su hermano, de 27 años, había actuado como «un niño aconsejado por malvados»–. Sin sus posesiones, Juan volvió a merecer el apodo de Sin Tierra. Cinco años más tarde, con la prematura muerte de Ricardo, heredó la corona de Inglaterra con el nombre de Juan I.