Alcázar de Madrid, Real. - Museo Nacional del Prado
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Alcázar de Madrid, Real.

Miguel Morán Turina

El origen de este edificio hay que situarlo en la alcazaba musulmana fundada entre los años 850 y 856 por el emir Muhammad que, ya como fortaleza cristiana, conocería momentos de esplendor en tiempos de los Trastamara. El emperador Carlos se alojó allí en varias ocasiones antes de que decidiera emprender profundas reformas en él en 1537, cuando Luis de Vega y Alonso de Covarrubias recibieron el encargo de emprender obras de transformación en los alcázares de Toledo, Sevilla y Madrid, donde se modificó la estructura interna del edificio regularizando su único patio -el del rey- y añadiéndole uno nuevo -el de la reina- al otro lado de la escalera y de la capilla que quedaron convertidas en eje del edificio, se restauraron las bellísimas yeserías y armaduras mudéjares de los Trastamara y se hizo una nueva puerta en la fachada sur flanqueada por las dos torres. Las obras del edificio no se interrumpieron con la abdicación del emperador, y Gaspar de Vega trabajó febrilmente en la construcción de los cuartos nuevos en el ala de la reina, que estuvieron terminados poco antes de que Felipe II decidiera el traslado de la corte a Madrid y convirtiera el Alcázar en su principal residencia, iniciando una nueva campaña de reformas, dirigidas ahora por Juan Bautista de Toledo. Fruto de estas nuevas obras, llevadas a cabo fundamentalmente en la parte habitada por él, fueron la Torre Dorada -eco de la arquitectura que había visto durante su viaje por los Países Bajos- y la galería sobre la fachada sur, que, aunque aumentaban la comodidad del edificio, rompían la simetría de aquel lado que era el principal. Una simetría que se va a recuperar en tiempos de Felipe III con la nueva fachada proyectada por Francisco de Mora, que construyó una nueva torre en el ángulo del cuarto de la reina -cuya reforma también se emprendió- y prolongó la galería a todo lo largo de la fachada. Las viejas torres medievales habían quedado ocultas, englobadas en el interior de la fachada de Francisco de Mora, pero solo se demolieron sus partes altas y sus gruesos muros quedaron englobados dentro de la nueva estructura del ala sur, aislando el salón nuevo e impidiendo la creación de una amplia sucesión de salones en aquella zona, que era la más importante y representativa del palacio. Los restos de estos gruesos muros no desaparecieron hasta la reforma radical que se llevó a cabo a mediados de los años cuarenta del siglo XVII, cuando en el espacio que libera la Torre del Rey se construyeron el salón de comedias y la pieza ochavada. Con la llegada de Felipe V, a quien no agradaba especialmente aquel palacio, se inauguró una nueva serie de reformas encaminadas tanto a la transformación de la planta como a la decoración de sus interiores, concebidos a la moda francesa con chimeneas, espejos y boiseries, cuyos diseños remitió Robert de Cotte desde París. El incendio que se produjo el día de Navidad de 1734 redujo el edificio a escombros y originó la pérdida de más de quinientas pinturas. Conocemos el estado de la colección de pinturas del Alcázar en tiempos de Felipe II por el inventario de 1600, estando registradas las más importantes de ellas en el guardajoyas y en la Casa del Tesoro. El núcleo principal de los cuadros inventariados en el guardajoyas estaba formado por una galería de retratos de la dinastía, muchos de ellos pintados por Tiziano -el de El emperador Carlos V con un perro, el doble retrato de Carlos V e Isabel de Portugal (colección de la Casa de Alba; copia del cuadro desaparecido de Tiziano), el de Felipe II [P411]- y otros por Antonio Moro -los de María Tudor, reina de Inglaterra, segunda mujer de Felipe II, Doña Juana de Austria, madre del rey don Sebastián de Portugal, Doña Catalina de Austria, mujer de Juan III de Portugal, El emperador Maximiliano II y La emperatriz doña María de Austria, mujer de Maximiliano II- y una colección de cuadros mitológicos entre los que se encontraba el de Júpiter y Leda, de Correggio. En la Casa del Tesoro, una dependencia anexa al Alcázar, se encontraban otras obras importantes de Tiziano -Carlos V en la batalla de Mühlberg, Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando, más retratos de Antonio Moro, la Alegoría de la educación de Felipe III, de Justus Tiel y algunas pinturas del Bosco-. Sabemos también que en el aposento del rey estaban un Ecce-Homo y una Dolorosa, de Tiziano, que las Furias [P426 y P427] se hallaban en la pieza del ala sur que llevaba su nombre, y que en la ca­pilla presidía una copia de Michiel Coxcie del políptico de San Bavón -sustituida en 1661 por Caída en el camino del Calvario, de Rafael-, pero poco es lo que se sabe respecto al lugar donde se encontraban las demás pinturas que había reunido Felipe II en aquel edificio. El cambio de siglo supuso un duro golpe para las colecciones del Alcázar, pues el nuevo rey, Felipe III, se llevó de allí con destino al palacio de El Pardo muchas obras importantes, entre las que se encontraban Carlos V en la batalla de Mühlberg y La Religión socorrida por España. Cuadros todos ellos que volvieron a su lugar de origen cuando Felipe IV subió al trono. A diferencia de lo que sucedía en tiempos de Felipe II, se conoce con bastante precisión el estado de la colección a lo largo del siglo XVII gracias a los inventarios de 1636, 1666, 1686 y 1700 que permiten reconstruir con mucha exactitud la distribución de las pinturas y las modificaciones que se efectuaron en su disposición. El Alcázar de Felipe IV, en cuya decoración desarrolló un importante papel siempre creciente Diego Velázquez, se va a ver caracterizado por varios rasgos: una marcada preferencia por Tiziano y Pedro Pablo Rubens, cuyas obras ocuparon los lugares más importantes; el deseo de reflejar el poder dinástico de la Monarquía, como queda de manifiesto en la organización del salón nuevo; y una insistencia en la procedencia clásica del poder de la Casa de Austria, que se reflejará en la importancia que adquieren series como la de los «Doce césares» de Tiziano. Al mismo tiempo, durante su reinado se asentó el interés por la pintura sobre otras formas de coleccionismo y fueron desapareciendo y relegándose a lugares secundarios aquellas piezas que se empezaban a considerar arcaizantes, como las vistas de ciudades o los cuadros del Bosco. La pieza más importante del Alcázar, situada justamente en el centro de su fa­chada sur era el salón nuevo, también conocido como salón de los espejos, y su decoración pictórica -acorde con la importancia del salón- fue objeto de especial atención, colgando en él las obras más significativas de la colección y las de mayor carga representativa. En este sentido el tono de la decoración estuvo marcado desde el principio con la colo­cación en sus muros de La Religión socorrida por España, Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando y Carlos V en la batalla de Mühlberg, verdadera pieza ordenadora del conjunto que determinaría la inclusión posterior en aquella estancia de los retratos ecuestres -desa­parecidos todos ellos- de Felipe IV por Diego Velázquez y Pedro Pablo Rubens y de Carlos II por Luca Giordano. El primer estado de su decoración lo conocemos por la descripción que hizo Casiano del Pozo en 1626, en la que enumeraba también otros cuadros de Tiziano -las Furias y Adán y Eva-, El cirujano, de Jan Sanders van Hemessen, Aquiles descubierto por Ulises, de Rubens, dos cuadros de Velázquez -Felipe IV a caballo y La expulsión de los moriscos- y algunas pinturas de otros artistas españoles. Esta decoración se empezó a modificar poco después, ya que cuando llegó Pedro Pablo Rubens a la corte en 1628, se le encargó un nuevo retrato ecuestre que sustituyera al de Velázquez y se colgaron cinco nuevos cuadros más del flamenco. El inventario de 1636 menciona más pinturas de Rubens, y obras de otros artistas que acababan de entrar en las colecciones reales, entre ellas El cardenal-infante don Fernando de Austria, de Anton van Dyck, Moisés salvado de las aguas, de Orazio Gentileschi, un cuadro de Artemisa Gentileschi, dos de José de Ribera y otro atribuido a Guido Reni. Y en 1639 se le encargaron a Rubens más cuadros para aquel salón -entre ellos Andrómeda, libertada por Perseo-. En 1686 se mantiene parte de estos cuadros -los de Tiziano, Rubens, Ribera, el de Orazio Gentileschi y el de Van Dyck- y aparecen recogidos varios lienzos de Tintoretto y cuatro sobrepuertas de tema mitológico -de los que únicamente ha sobrevivido la de Mer­curio y Argos, de Velázquez-. Y finalmente, en el inventario de 1700 se incluyen Carlos II a caballo, de Luca Giordano, y dos lienzos de Veronés mientras que desa­parecen los de Orazio Gentileschi y Jacopo Bassano. Desde su construcción, la pieza ochavada, situada inmediatamente al lado del salón de los espejos, cumplió una función similar a la famosa Tribuna de los Uffizi: un espacio centralizado destinado a exponer obras de arte de calidad excepcional que, en este caso, eran los bronces de Jacques Jonghelinck representando los Planetas, algunas de las estatuas de Leone Leoni -Felipe II, María de Hungría y, posiblemente, Carlos V y el Furor-, una réplica del Espinario y veinte cuadros de Rubens y de la escuela flamenca y solo un cuadro italiano atribuido a Tintoretto. Justo a continuación se encontraban la galería del mediodía y el salón de comedias. El inventario de 1636 refleja, en la primera de estas piezas, una serie de pinturas sin excesivo interés, pero en cambio, según el de 1666 albergaba una importantísima colección de pintura veneciana del siglo XVI en la que destacaban numerosas obras de Tiziano -entre ellas la famosísima serie de los «Doce césares», los retratos de Federico de Gonzaga, I duque de Mantua, El emperador Carlos v con un perro, Felipe II [P411] y Santa ­Margarita-, varias de Veronés -como Venus y Adonis-, Entrada de los animales en el arca de Noé, de Jacopo Bassano y, junto a ellos, algunas pinturas flamencas entre las que merece una mención especial La serpiente de metal, de Anton van Dyck. El salón de las comedias también sufrió una profunda re­modelación durante el reinado de Felipe IV y el inventario de 1666 indica que la antigua decoración a base de vistas de ciudades y hazañas de Carlos V había desaparecido para dejar paso a una serie de retratos de los antiguos reyes de España pintados por varios artistas españoles, entre ellos Alonso Cano [P632 y P633], el retrato de Felipe II a caballo, de ­Rubens y una colección de pintura religiosa que incluía obras de Guido Reni -Asunción y Coronación de la Virgen-, Parmigianino -La Sagrada Familia con un ángel- y otras atribuidas a Tiziano, Miguel Ángel y Correggio. Justo en el otro lado del Alcázar, la galería del cierzo, que en 1636 albergaba un número importante de cuadros con escenas de montería, vistas de ciudades, algunos jeroglíficos y siete obras del Bosco, también experimentó un cambio espectacular que se refleja en los inventarios de 1666. Allí se encontrarían ya hasta el final del siglo obras tan importantes como Venus, Adonis y Cupido, de Annibale Carracci, Hipómenes y Atalanta, de Guido Reni, Los borrachos o el triunfo de Baco, de Diego Velázquez, varios lienzos de Pedro Pablo Rubens -Diana y Calisto, el Juicio de Paris y los retratos de María de Médicis, reina de Francia y Ana de Austria, mujer de Luis XIII-, además de una amplia selección de pinturas flamencas -David Teniers, Frans Snyders, Antonio Moro, etc.- e italianas -Tiziano, Tintoretto, Veronés y Codazzi- y una parte importante de las esculturas traídas por Diego Velázquez a su regreso de Roma. A principios del reinado de Felipe IV se terminaron las obras del cuarto bajo de verano, una serie de estancias construidas debajo del cuarto nuevo de la reina, en el ángulo noreste del Alcázar, destinadas por su frescura a servir de alojamiento a los reyes durante los meses de calor y concebidas, siempre, como un lugar íntimo y retirado en las que se instalaron desde el primer momento un gran número de obras importantes de Tiziano, entre las que se encontraban Dánae recibiendo la lluvia de oro y Venus y Adonis junto a las demás poesie del pintor. El inventario de 1636 recoge también La Adoración de los Magos y Diana y sus ninfas sorprendidas por faunos, de Rubens, la serie de «Los cinco sentidos» [P1394 a P1398] de Jan Brueghel el Viejo, Los borrachos o el triunfo de Baco, de Diego Velázquez, varios lienzos entonces atribuidos a Jacopo Bassano -Entrada de los animales en el arca de Noé, Lázaro y el rico Epulón, La vuelta del hijo pródigo [P39]-. El cuarto bajo de verano sufrió profundas transformaciones en la década de 1650, con nuevas esculturas, cuadros y pinturas al fresco, obra de Agostino Mitelli y Angelo Michele Colonna, quedando ya su decoración prácticamente inalterable a lo largo del siglo. Un detalle importante de esta redecoración fue que se sacaron de allí todos los cuadros de desnudo para instalarlos en las llamadas bóvedas de Tiziano -a las que se accedía desde una escalera próxima a la pieza ochavada-. Allí junto a Venus recreándose con el amor y la música y las poesie, de ­Tiziano, se podían ver también Venus y Adonis, de Veronés, Las tres Gracias, de Rubens, Diosas y ninfas después del ­baño, de Jacques Jordaens, la copia de ­Eugenio Cajés de La fábula de Leda de Correggio, regalada por Felipe III al emperador Rodolfo, así como varias pinturas de tema bíblico de Tintoretto -La purificación del botín de las vírgenes madianitas, Esther ante Asuero, ­Visita de la reina de Saba a Salomón, Judith y Holofernes, Susana y los viejos, José y la mujer de Putifar y Moisés salvado de las aguas- y Adán y Eva, de Durero, y de Tiziano [P429], que en tiempos de Felipe II estaban en la ­sacristía; el que un cuadro como éste pasara de considerarse un tema religioso para entenderse simplemente como un cuadro de desnudos es un hecho sumamente revelador del cambio de gusto que se había operado en el seno de la colección real. Finalmente, después de la llegada de Felipe V a España y hasta su completa destrucción en el día de Navidad de 1734, el ­Alcázar siguió conservando sus magníficas colecciones pictóricas, pero las reformas que se emprendieron -encomendadas por la princesa de los ­Ursinos al taller de Robert de Cotte- cambiaron por completo el senti­do de la decoración del edificio al desaparecer la idea de muros lisos y neutros aptos para ser tapizados de cuadros y se pasó a confiar la decoración de las nuevas salas a boiseries, chimeneas y espejos que por sí mismos constituyeron el principal elemento decorativo.

Bibliografía

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  • Barbeito, José Manuel, El Alcázar de Madrid, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos, 1992.
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  • Gerard, Véronique, De castillo a palacio. El Alcázar de Madrid en el siglo xvi, Bilbao, Xarait, 1984.

  • Orso, Steven N., Philip iv and the Decoration of the Alcazar of Madrid, Princeton, Princeton University Press, 1986.

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