Raymond Chandler, una vida de novela – Cultura y vida cotidiana

Raymond Chandler, una vida de novela

Raymond Chandler fue, sin duda, un maestro del género policiaco, y también uno de los grandes novelistas americanos. Su vida rocambolesca es digna de sus mejores narraciones, como lo demuestra el siguiente tributo al creador del inolvidable Philip Marlowe, que hoy cumple 60 años de haber fallecido.

Ilustración: Guillermo Préstegui

Rastreando material para este artículo, descubrí en la biografía de Orson Welles por Barbara Leaming, que el gran Orson quería hacer —con Rita Hayworth de protagonista– una versión de la novela Carmen de Prosper Mérimée, y dando por sentado que el nombre de Mérimée no le diría nada al productor, Harry Cohn, lo presentó como “el James M. Cain y el Raymond Chandler de su época”. Tengo la sospecha de que semejante elogio no le hubiese gustado a Raymio, como lo llamaba Cissy, su esposa, 17 años mayor que él. Pero vayamos por partes, que la vida de Chandler casi puede leerse como una novela salida de sus manos.

Chandler nació en 1888, en Chicago, hijo de un padre cuáquero que abandonó a su esposa y a su hijo yéndose con otra mujer. A la edad de seis años viajó a Inglaterra con su madre y se educó en una escuela privada, adquiriendo una formación que lo distinguiría siempre de sus demás colegas  en el mundo de la novela policial. Con el fin de ingresar en el Civil Service inglés, estudió asimismo en París y en Alemania, y aprobó el examen siendo el tercero entre 600 candidatos. Se desempeñó un tiempo en el Ministerio de Marina (el Almirantazgo) y empezó a publicar en la prensa londinense poemas y reportajes. Pero nada de aquello le satisfizo, y en 1912 regresó a Estados Unidos con 500 libras que pidió prestadas a un tío suyo, irlandés y rico.

Estuvo trabajando en diversos oficios, y cuando pudo permitirse alquilar una vivienda llamó a su madre a California. En agosto 1917 se alistó voluntario en los Gordon Highlanders of Canada, combatió en el frente europeo y fue el único superviviente de su unidad, diezmada por el fuego graneado de los alemanes. Después de licenciarse en 1919, trabajó en un banco inglés en San Francisco con la vaga esperanza de volver a Inglaterra.

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Chandler y Cissy Pascal, una pianista con poca experiencia profesional y casada en segundas nupcias, se habían conocido en 1913 en casa de los Lloyd, de quienes se hizo amigo en el barco de regresó a Estados Unidos y lo invitaron a ir a California. Las relaciones entre los Lloyd, los Pascal y los Chandler fueron inmejorables hasta el momento en que Chandler y Cissy se enamoraron; aquello significó un choque para todos, y no solo en razón de la gran diferencia de años en la pareja.

Como el padre de Raymond fue un alcohólico que la dejó plantada con un niño de seis años, la madre de Chandler no se quiso volver a casar para evitarle a Raymond un padrastro que podría ser peor que su padre. Y como Raymond, sabiendo eso, no quería casarse contra la voluntad de su madre, alquiló dos apartamentos, uno para ella y otro para Cissy, y vivía ora en uno, ora en otro. Se lo podía permitir porque Warren Lloyd le consiguió un buen puesto en la firma petrolera de su hermano, donde se le consideraba genial por su habilidad para resolver de manera sencilla los asuntos más complejos. Tenía un auto de la firma y un Chrysler propio, ganaba mil dólares al mes, y eso, en los años veinte, era ser rico.

Su madre murió en 1924 y ellos se casaron dos semanas después; esa fue la mayor catástrofe en la vida de Pearl Eugene alias Cissy (1871), a quien mintió, traicionó y empobreció. Pero ella no le falló jamás, estuvo siempre a su lado en las duras y en las maduras, y fue el motor decisivo en el hecho de que Chandler se convirtiera en escritor.

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La vida en el mundo de los negocios no era para él, empezó a beber sin tasa y despertaba a veces en la celda de los borrachos (de la comisaría de policía) o en un hotel de mala muerte. Alquiló un apartamento para una de las secretarias de su firma, y allí celebraba francachelas todos los fines de semana, con el correlato de que llegaba al trabajo los miércoles, hasta que los ejecutivos de la firma lo pusieron de patitas en la calle.

Se dio a la lectura de pulp fiction y así descubrió El halcón maltés en un número del magazín Black Mask de 1929. Alguna vez dijo al respecto: “Hammett devolvió el crimen a la especie de gente que asesina por motivos reales, no sólo para suministrarle un cadáver al autor. […] Le devolvió al relato policial lo que Chesterton llamó alguna vez la poesía de la vida moderna, la poesía de la gran ciudad”.

En diciembre de 1933 colocó su primer relato policial, “Blackmailers Don’t Shoot” (Los chantajistas no disparan) en Black Mask, donde seguiría publicando hasta enero de 1937. Joseph T. Cap Shaw, su editor, leyó aquel primer manuscrito y escribió en un post-it: “Este Chandler o es genial o está loco”, y lo publicó pagándole un centavo por palabra: 180 dólares. El protagonista del relato se llama Mallory y su descripción le iría como un guante al futuro Philip Marlowe. Otros detectives de sus cuentos se llaman Dalmas, Delaguerra, Carmady

Chandler le envidiaba a Hammett su experiencia como detective de la Agencia Pinkerton. En el anaquel sobre su mesa escritorio tenía un manual sobre armas de fuego y un folleto titulado “1000 Police Questions Answered for the California Peace Officer”, así como también un par de mamotretos sobre medicina forense, toxicología, etc. Y en 1936 se encontró con Hammett, durante una reunión para preparar una visita de Shaw a California. Pero casi no conversaron. Hammett se pasó todo el tiempo bebiendo whisky (escocés).

El 6 de febrero de 1939 se publicó la primera novela de Chandler, The Big Sleep (El sueño eterno), que tuvo un gran éxito: “Trabajas diez años sin adelantar nada, y luego, en diez minutos, has llegado”. Su ilusión era ser un autor inglés “serio”; tenía en proyecto escribir tres novelas policiales y ganar con ellas tanto dinero que podría irse a Inglaterra a escribir una novela dramática titulada English Summer. Cissy pasaba a máquina todo lo que él escribía, y al pie de este proyecto suyo añadió una posdata: “Querido Raymio, te vas a reír cuando vuelvas a leer esto y veas qué sueños inútiles tuviste. O quizás no te rías”. Pero lo cierto es que en los cuatro años siguientes escribió y publicó, en 1940 Farewell, My Lovely (Adiós, muñeca), en 1942 The High Window (La ventana siniestra) y en 1943 The Lady in the Lake (La dama del lago), canibalizando –como solía decir él– un relato homónimo que publicó en enero 1939 en el Dime Detective Magazine.

En un diálogo con su editor neoyorquino Alfred A. Knopf, que vino a California con su esposa para conocerle personalmente, le dijo: “Crecí en Inglaterra, todos mis parientes estaban en Inglaterra o en sus colonias. Y sin embargo yo no era inglés. Tampoco me sentía estadounidense. Cuando estuve en París me crucé con muchos americanos, pero no me sentí americano. Ni siquiera hablaba su idioma. En último término, soy un hombre sin patria”. Blanche Knopf le contestó: “Pero lleva viviendo muchos años en California”. Alfred agregó: “Y Marlowe es un héroe muy americano”. A lo que Chandler concluyó: “Para mí Marlowe encarna el espíritu americano. Un realismo robusto, una fuerte vulgaridad, mucha sentimentalidad en estado puro, dialecto a mares y una sensibilidad completamente inesperada. Pero por lo que se refiere a este país, me considero un exiliado”. Lo testifican unos párrafos de Nathaniel West subrayados por Chandler con lápiz en su ejemplar de The Day of the Locust (El día de la langosta):

¿Y a qué otro sitio ir sino a California, la tierra del sol y las naranjas? Una vez llegados, descubrieron que la luz del sol no bastaba. Y estaban hasta las narices de naranjas. No pasaba nada. No sabían qué hacer con su tiempo. Contemplaban las olas en la playa de Venice. Allí de donde venía la mayor parte de ellos no había un océano, pero cuando se ha visto una ola se han visto todas.

Su aburrimiento fue cada vez más terrible. Entendieron que les habían jodido la marrana y ardían de odio. Toda su vida habían leído diarios y visto películas donde se abarrotaban linchamientos, asesinatos, sexo, delitos, explosiones, pecios, nidos de amor, incendios, milagros, revoluciones y guerra. En ello eran expertos.

El sol es una broma. Las naranjas no les cosquilleaban sus paladares cansados. Nada podría ser nunca lo bastante poderoso como para arrancarlos de su letargo.

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Para Double Indemnity (Pacto de sangre en México, Perdición en España), Billy Wilder quería como guionista al autor de la novela, James M. Cain, pero estaba contratado en esos momentos por la 20th Century Fox. El jefe de la Paramount propuso como coguionista a Raymond Chandler. Firmó un contrato por trece semanas a 750 dólares cada una. La redacción del guion fue un tira y afloja entre dos personalidades muy fuertes, cada una de ellas con sus tics y sus manías, pero la película resultó un éxito sensacional, nominada para siete Premios Óscar, entre ellos uno para el tándem Chandler–Wilder.

No obtuvo Chandler el Óscar pero sí un nuevo contrato con la Paramount, mil dólares a la semana. Fue entonces cuando compró por 40 mil la casa en el n.º 6005 del Camino de la Costa, en La Jolla, con una vista panorámica a la ciudad y el puerto de San Diego. Viviendo allí, después de tomar el té solía jugar un partido en el club de tenis del que nunca quiso ser miembro porque sus estatutos no permitían la admisión de judíos.

A fines de ese mismo 1944, la Warner Brothers le dio a Howard Hawks 50 mil dólares para que comprase los derechos de El sueño eterno y, según parece, Hawks le entregó a Chandler 5 de los grandes y se quedó con el resto. Él y la WB quisieron tenerlo además como guionista, pero la Paramount no lo consintió y al final fue William Faulkner quien se encargó de la adaptación.

Durante la filmación, Bogart y Hawks tuvieron una discusión acerca de quién había matado al chofer de los Sternwood, apostaron una considerable cantidad de whisky caro y telegrafiaron a Chandler para que él decidiera. Chandler leyó su novela de nuevo y al final tuvo que capitular, les telegrafió de vuelta: “Que me lleve el diablo si lo sé”. Chandler estaba entusiasmado con Bogart, aun cuando antes había deseado que Cary Grant interpretase a Marlowe: “Bogart sabe hacer de duro sin empuñar una pistola. Tiene además un sentido del humor al que no le falta el ácido retintín del desprecio. Bogart es el tipo ideal”.

Su artículo sobre los escritores en Hollywood, publicado en 1945 por la revista Atlantic Monthly (año en que pagó 50 mil dólares de impuestos), le creó muchos enemigos. El gran guionista Charlie Brackett opinó: “Los libros de Chandler no son lo bastante buenos y sus filmes no son lo bastante malos para justificar este artículo”. No obstante lo cual, en 1946 fue nuevamente nominado al Óscar por el guion de The Blue Dahlia (La dalia azul), cuya escritura fue una de las más borrascosas y “húmedas” etapas de su vida. Tanto, que la Paramount no tuvo inconveniente en que Chandler aceptara adaptar al cine La dama del lago para la Metro Goldwyn Mayer. La cosa funcionó mal; después de 13 semanas Chandler entregó un guion sin terminar, y no quiso tener nada que ver con el que finalmente escribió Steve Fisher. Cuando se estrenó la película dijo que probablemente era la peor que se había filmado nunca y que la idea de filmar con cámara subjetiva, como si fuesen los ojos de Marlowe, era más vieja que andar a pie. Lo cual no era cierto, porque Robert Montgomery, protagonista y director del filme, fue el primero en realizar una película entera con ese procedimiento. La dama del lago también resultó un éxito, pese a Chandler, quien dijo que “a medida que voy envejeciendo, desaparece mi respeto por el cerebro humano”.

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En 1949 The Little Sister (La hermana pequeña) se publicó primero en la revista Cosmopolitan (honorarios: 10 mil dólares) y fue luego su libro más exitoso. J.B. Priestley dijo acerca de él que Chandler “reduce la luminosa escena californiana a la pura desesperación, botellas vacías y una montaña de colillas bajo unas luces de neón sin sentido, y lo hace con mucha más destreza que Aldous Huxley y todos los demás. En mi opinión, transmite –casi mejor que cualquier otro– el fracaso de una vida carente en cierto modo de una dimensión, en la que todo el mundo o bien se pregunta con nostalgia dónde está el error, o emprende caminos salvajes que no llevan a ninguna parte”. No extraña que el PEN Club americano lo invitase a ser miembro del mismo: ya se le consideraba un escritor “serio”.

Por el contrario, su colaboración con Alfred Hitchcock (“ese bastardo seboso, no cabe por la puerta del auto”) para la adaptación al cine de Strangers on a Train (Extraños en un tren), de Patricia Highsmith, fue un fracaso en toda la línea. Cuando se conocieron, el director inglés y el escritor gringo anglófilo, fue una especie de repudio mutuo a primera vista. Pero una vez estrenado el filme, sin la colaboración de Chandler en el guion, el escritor dijo: “Carece de garra, de verosimilitud, de personajes y de diálogos. Aunque desde luego es de Hitchcock, y una película de Hitchcock siempre tiene algo. No sé por qué es un éxito, quizá porque Hitchcock supo eliminar todo rastro de mi intervención”.

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Con Cissy viajaba muchas veces a las montañas, ella amaba la naturaleza. En su casa andaba siempre desnuda, para Chandler era una diosa de pelo rojizo y una espléndida figura. En su billetera siempre llevaba un desnudo de Cissy hecho a fines del siglo anterior en un estudio fotográfico de Nueva York. En la casa de La Jolla tocaba el piano, Mozart, Chopin, mientras que la música favorita de Chandler era el tema de la cítara de Anton Karas en El tercer hombre, y solía oírlo hasta un par de veces seguidas acariciando en su regazo a Taki, su gato de Angora negro, de casi veinte años, que le había acompañado durante todos los suyos como escritor.

Era un epistolómano casi compulsivo y al que no le importaba que no contestasen sus cartas, que improvisaba en su dictáfono hasta altas horas de la noche, para que Mrs. Messick, su secretaria, las pasara a máquina a la mañana siguiente. En una de sus últimas cartas a su amigo John Houseman le diría que había perdido a Los Ángeles: “Ya no es el mismo lugar que conocía tan bien y que fui casi el primero en llevar al papel. Tengo la impresión, que no es rara, de haber ayudado a crear la ciudad y de haber sido expulsado después por los especuladores”. Aunque aquí conviene recordar lo que le hizo decir a Marlowe en La hermana pequeña: “Una ciudad violenta sin más personalidad que un vaso de papel”.

La escritura de El largo adiós fue una larga tortura que duró cuatro años. Cissy le apoyaba sin descanso, siempre lo hizo. “Escribe, Raymio”, le decía, y él le contestaba lacónicamente: “Si el Buen Dios hubiese querido que yo fuese escritor importante, no me habría permitido dilapidar veinte años de mi vida en unas oficinas”.

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La Navidad de 1953 no la celebraron. La salud de Cissy –con sus pulmones cada vez más y más afectados– no estaba en condiciones para ello, y a Chandler le faltaba Taki, al que hubo que sacrificar poco antes de que cumpliera los 20 años; Chandler estuvo presente cuando el veterinario le inyectó nembutal en una vena de una zarpa delantera, y diez segundos después Taki se durmió para siempre.

En diciembre del año siguiente la salud de Cissy hizo necesario internarla en una clínica. La mañana del 12, Chandler –que había velado toda la noche al lado de la cama de su esposa– regresó a casa para descansar un poco, pero al mediodía lo llamaron porque el estado de Cissy había empeorado sensiblemente. Cuando Chandler llegó a la clínica ya habían desmontado la carpa de oxígeno. Cissy estaba con los ojos semicerrados. El médico la auscultaba con el estetoscopio en su pecho y al cabo se incorporó e hizo un gesto. Chandler le cerró los ojos a Cissy, la besó y se fue, sabiendo que aquellos ojos no volverían a abrirse. “Treinta años, diez meses y cuatro días fue la luz de mi vida, toda mi ambición. Todo lo que yo hice fue el fuego para calentar sus manos”. Esta línea de réquiem parece la respuesta a la pregunta que incluyó en  su poema “Una improvisación”, dedicado a Cissy en 1935:

Tú que me has dado la noche y la mañana,
el silencio de tus ojos, la suavidad de tus labios,
el murmullo de tu corazón como un mar en calma,
y una voz como un coro en un bosque griego
(¿qué te he dado yo a ti?)

No asistió a la colocación de la urna con sus cenizas en el columbario del crematorio Cyprus View, de San Diego. Estaba demasiado borracho. Casi dos meses después, el 8 de febrero del 55, hubiesen celebrado el 31 aniversario de su matrimonio y Chandler inundó la casa de rosas rojas, oyó música y bebió champaña.

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En el mes de abril viajó en el Mauretania a Inglaterra. Solo abandonaba su camarote de primera clase para las comidas, pero eso sí, invitó a champaña a sus compañeros de mesa cuando le llegó el cable donde le anunciaban que el círculo Mystery Writers of America había elegido El largo adiós como la mejor novela policial del año anterior. En la revista Time podía leerse que la frontera entre un buen relato policial y una buena novela se traspasaba a veces, “y El largo adiós, de Raymond Chandler, está mucho más allá de esa frontera”. La misma revista lo llamó en cierta ocasión “El poeta laureado de los lobos esteparios”. (Veinte años más tarde, Osvaldo Soriano antepuso este párrafo de El largo adiós a su primera novela, Triste, solitario y final: “Me compraste, Terry. Por una sonrisa y un par de tragos tranquilos en un bar tranquilo. Fue bueno mientras duró. Adiós, amigo. No te diré hasta la vista. Lo hice cuando significaba algo. Me despedí cuando era triste y solitario y final”.)

Chandler pasó un año en Inglaterra y voló de vuelta a Estados Unidos el 8 de mayo de 1956 para no convertirse en sujeto fiscal ante la Hacienda inglesa. A mediados de junio estaba de nuevo en La Jolla. Un año anduvo de clínica en clínica donde siempre se diagnosticaba lo mismo: total agotamiento a consecuencia de una mala alimentación y el abuso del alcohol. Billy Wilder declaró haberse inspirado en la persona de Chandler para componer la figura de Don Birnam, el protagonista dipsomaníaco de The Lost Weekend (Días sin huella).

La agente inglesa de Chandler, Helga Greene, voló en noviembre de 1957 a Los Ángeles para ver qué se podía salvar del desastre, y gracias a ella volvió a escribir, a duras penas, el que sería su último libro, el peor de todos: Playback (Coctel de barro en su traducción española). Cuando Helga volvió a La Jolla en febrero de 1959, Chandler estaba de nuevo internado, y consintió en casarse con él porque él alimentaba la esperanza de que eso le daría fuerzas para seguir viviendo. Aceptó la presidencia de la Asociación de Escritores de Misterio de América y acudió a Nueva York para hacerse cargo de ella, acompañado de Helga, con quien después iba a viajar a Inglaterra. Pero lo cierto es que regresó a California, y de tan agotado que estaba, un resfrío se convirtió en la pulmonía que pondría fin a su vida el 26 de marzo de 1959, hace exactamente sesenta años.

Pocos meses antes le había escrito a un amigo: “He vivido mi vida al borde de la nada”. A las exequias en la iglesia episcopal de St. James acudieron 17 personas: un par de conocidos de La Jolla, su asesor fiscal y una delegación de la asociación neoyorquina. Helga Greene, recién regresada a Londres, no pudo acudir, ni siquiera mandar flores por tratarse de un día festivo en Inglaterra. Y el deseo de Chandler de ser cremado y juntar sus cenizas con las de Cissy no se respetó. Fue enterrado en el pequeño cementerio de Mount Hope, de San Diego.

 

Filmografía de Raymond Chandler:

The Falcon Takes Over [El Halcón hace presa, en México] (1942).
Time to Kill [La hora de matar] (1942), basada en La ventana siniestra, pero sin Marlowe como protagonista, reescrita para encajarla en la serie del detective privado Michael Shayne.
Murder, my Sweet [Historia de un detective en España, El enigma del collar en Argentina y México, y en realidad se trata de una adaptación de Farewell, My Lovely] (1944), con Dick Powell como Marlowe y dirigida por Edward Dmytryk.
The Big Sleep [El sueño eterno] (1946) con Humphrey Bogart & Lauren Bacall dirigidos por   Howard Hawks.
Lady in the Lake [La dama del lago] (1946) con Robert Montgomery.
The Brasher Doubloon [La moneda trágica en México] (1947) con George Montgomery.
Climax (TV, 1954): El largo adiós fue filmado en 1954 como episodio de la serie Climax, con Dick Powell en el papel de Marlowe. Es el episodio donde el actor Tristram Coffin, cubierto con una manta y porque su escena terminaba después de ser asesinado su personaje, salió del plató a gatas, a la vista de la cámara de TV transmitiendo en directo.
Marlowe [Marlow, detective muy privado] (1969), basada en La hermana pequeña, con James Garner.
The Long Goodbye [El largo adiós] (1973) con Elliott Gould y dirigida por Robert Altman, posiblemente el mejor filme de esta lista.
Farewell, My Lovely [Adiós, muñeca] (1975) con Robert Mitchum.
The Big Sleep [El gran chantaje, en Colombia] (1978), asimismo con Robert Mitchum.
Poodle Springs (TV, 1998) con James Caan, donde Marlowe aparece casado con la millonaria  Linda Potter, algo de lo que Chandler estaba arrepentido, pero ya no lo pudo corregir. Uno de sus  sucesores más sobresalientes, el bostoniano Robert B. Parker, autorizado por los herederos de Chandler, terminó de escribir Poodle Springs en 1989 (en la que se basó el telefilm de 1998), y en 1991 pergeñó una secuela de The Big Sleep titulada Perchance to Dream.

 

Ricardo Bada 
Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral en castellano de la obra de Heinrich Böll.