Las "Memorias", de Ramón Serrano Suñer | Cultura | EL PAÍS
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Tribuna:FRAGMENTOS DE UN PROLOGO
Tribuna
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Las "Memorias", de Ramón Serrano Suñer

Estos capítulos recogen una parte de mi vida política. Agrupados por orden, no rigurosamente cronológico, constituyen un libro que no pretende ser clasificado bajo ninguna de las etiquetas corrientes. Desde luego no se trata de un «diario», lo cual exigiría narrar jornada a jornada los acontecimientos que el autor ha ido anotando, bajo la influencia del momento en que los ha vivido, y esto no siempre ofrece garantías de objetividad o de serenidad. Tampoco es este libro una autobiografía.Son quizá, en cierto modo, unas «memorias» en las cuales la vida del autor sirve como de engarce y ensambladura de unos sucesos que ha presenciado y que ahora, pasado ya el tiempo, incluso la «época» en que acaecieron, pueden ser «vistos» con la perspectiva de la distancia y enjuiciados con la serenidad de su consideración global. De esta manera el redactar unas memorías no sólo supone una reconstrucción del propio vivir -contemplado desde los últimos peldaños-, sino que significa también la incorporación de cuanto hemos observado en orden a otras vidas, ambientes y situaciones, que se interfieren así en las nuestras, dándoles un marco adecuado, gracias a aquella unidad evocadora que un libro de esta clase ha de tener.

Muchos de los hombres que permanecían al servicio del régimen del 18 de julio, de los que se beneficiaron del mismo u ocuparon cargos hasta sus postrimerías, se han permitido -o se les ha permitido- gracias a la propaganda -entre otros factores concurrentes- presentarse como impúberes políticos, mientras que a otros como a Ridruejo, ejemplo de pureza política, de desinterés y de autenticidad, situado en la oposición abiertamente desde 1942, todavía se le reprochaba su pasado; que es tan respetable y sincero como fue su posterior evolución. Ni él ni yo hemos intentado nunca falsear nuestras posiciones y actitudes, mantenidas hasta esa fecha de 1942. Cada uno desde su sitio intentamos servir nuestros respectivos puntos de vista, nuestras convicciones, con honrado desinterés. Por eso nunca hemos tratado de justificar equivocaciones, sino de justificar nuestra rectificaciones, precisamente cuando ello personalmente sólo nos traía -nos trajo- incomodidades, porque no se compadecían con la España oficial, cuando toda discrepancia había sido considerada o instalada en la categoría de la traición.

Se podrá censurarme que haya tardado en dar noticia de sucesos que debió saber el país hace ya varios años. Pero ¿acaso algunos de los documentos que aquí se publican, incluso algunos de los relatos que se incluyen, hubieran podido publicarse antes, esto es, en el largo período que corre desde 1942 a 1975, donde yo era un proscrito? Con todo, algo dije o escribí entre líneas; incluso adquirí en este arte menor un cierto adiestramiento por causa del cual hoy ya no sé escribir directo.

Quizá se diga que, una vez entreabierta la libertad de expresión, podían haber salido a la luz inmediatamente estos recuerdos y reflexiones que ahora doy a la imprenta . Sin embargo, son varias las razones que me detuvieron: primero, el que no se me confundiera con los apresurados fabuladores y oportunistas que, sin debido rigor y sosiego, faltos de la serenidad conveniente, se han lanzado a producir una bibliografía en la que con frecuencia se trasluce la ambición crematística o el celo entusiasta y encolerizado del renegado y del converso.

De otra parte, teniendo que trabajar sobre los temas de nuestra tremenda guerra civil, se removían en mi alma tantos recuerdos y sufrimientos que para mí -obligado además para ello a abandonar quehaceres a los que por necesidad y con cierta vocación estaba dedicado- sólo amargura me causaban.

Finalmente, es obvio que, por mí situación personal relativa, era obligado dejar pasar unos cuantos meses antes de dar a la publicidad estas páginas, que no siempre serán interpretadas en adecuación a la justa intencionalidad con que se escribieron.

Servir de enseñanza

Pienso que unas memorias no deben escribirse para continuar en la inercia de adulaciones, que fueron casi siempre interesadas, ni para satisfacer rencores y saldar deudas, las que se publican con tan mezquina, con tan ruin finalidad, carecen de valor aun en el caso, casi siempre improbable, de que sea buena la pluma que las escribe. Unas memorias deben redactarse para que en algo sirvan de enseñanza a las nuevas generaciones; para que éstas puedan aprovechar la experiencia y los errores que sus antecesores cometimos, a fin de que no incurran en los mismos. Pero tampoco es lícito sacrificar la verdad a exigencias convencionales de falsa elegancia; tan despreciable sería eso como sacrificarla a la saña vindicativa o al prejuicio hostil. El material de Ia Historia son los hechos.

Al lanzar al público est0s testimonios lo que pretendo no es anclar en el pretérito, sino pasar sobre el pasado; lo cual puede ser una proyección eficaz para quienes tienen el deber de meditar sobre los acontecimientos históricos y no caer en los mismos errores. En este sentido, la Historia es la plataforma donde se han interpretado sucesos de los que puede surgir nuestra catarsis. De ahí que yo aspire, con tanto rigor como humildad, a ser ordenador y expositor de unos acontecimientos por mí vividos, para que aquellos que me lean conforme a razón, y no con arreglo «a razones o posturas irracionales», añadan a mis memorias sobre un pasado tan dramático, un presente y un futuro muy distintos al tiempo que tantos españoles de los años treinta y cuarenta vivimos entre sangre y dolor.

La tarea que entrego ahora al lector ha sido empezada y suspendida repetidas veces, en las que el desánimo ha podido sobre mi fe y he sucumbido a la torpe tentación de preferir la posible comodidad que resulte del silencio. He pensado, en esas ocasiones, que no merecía, desde luego, la peña el esfuerzo necesario para situar con rigor y exactitud ciertos sucesos que la mayoría parece preferir seguir ignorando cómo acaecieron. En cuanto a los menos -que deberían interesarse, pues algunos incluso pasan por profesionales-, tampoco demuestran desear ni la verdad completa ni la información objetiva. Si he vuelto, pues, sobre estos recuerdos; si he reanudado estas páginas en que doy testimonio de los mismos, siempre ha sido a instancia de personas -más o menos allegadas a mí, pero siempre de buenísima fe- que me han insistido sobre mi obligación y deber de dejar testimonio veraz y cierto de horas cruciales de mi país, que yo he vivido directamente. Pienso (desde mis 39 años no he desempeñado cargo alguno) que tal vez no haya quemado mi vida por mi país en vano. Tampoco aspiro ya a- que así se me reconozca. En todo caso, más allá de la falacia y de la combardia, hoy me bastaría para sentirme pagado con que un honrado lector -incluso si fuera uno soló-sintiera al repasar estas páginas la huella imperecedera de la llama de la veracidad insobornable, norte de vida y guía de conducta.

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