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"La primera cruzada. La llamada de Oriente", de Peter Frankopan

Ed. Crítica. 2022
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 27 de septiembre de 2022, 18:00h
La primera cruzada
La primera cruzada

Estamos ante una obra magistral, de la editorial Crítica, sobre un hecho histórico esencial para la Historia del Medioevo de Europa. Pocos libros existen en español sobre este hecho, que definió el futuro palestinense y del cristianismo en general. La Palestina que Cristo recorrió predicando, y otorgando carta de naturaleza de su divinidad, ha caído en manos del Islam. Cuando llegue la noticia a Europa, de que la ciudad de Jerusalén ya no es cristiana; el Papa del momento ya es Urbano II, papa nº 159 de los católicos, entre los años 1088 y 1099, de nombre cardenalicio Odón de Chantillón.

El 27 de noviembre de 1095, convocará el Concilio de Clermont-Ferrand, en esta antigua capital de los galos-arvernos de Vercingétorix, y llamada en la Antigüedad Gergovia; desde un campo cercano pronuncia uno de los discursos más electrizantes de la historia, y siempre muy cerca del pueblo llano y de los caballeros. Todo había sido preparado, minuciosamente, ya que tras estar reunido con doce arzobispos, ochenta obispos y un número indeterminado de clérigos, había manifestado que iba a dirigir un discurso a los seglares, y este sería de una capital importancia. Todos los seglares de la urbe se acercaron para escuchar al Papa.

Según la tradición historiográfica, la Primera Cruzada comenzó por instigación del papa Urbano II y culminó en julio de 1099, cuando miles de caballeros de Europa occidental liberaron Jerusalén de la creciente amenaza del islam. Pero ¿y si el verdadero catalizador de la Primera Cruzada se encontrase más al este de Roma? Peter Frankopan, a diferencia de la mayoría de los historiadores que centran sus estudios en el papado y sus guerreros en Occidente, dirige su mirada hacia los acontecimientos de Oriente, en particular los de Constantinopla, sede del imperio bizantino cristiano. El resultado es revelador: el verdadero instigador de la Primera Cruzada fue el emperador Alejo I Comneno, quien, en el año 1095, con su reinado bajo asedio de los turcos y a punto de colapsar, suplicó al papa que le prestase apoyo militar. Posteriormente, la victoria del Vaticano consolidó el poder papal, mientras que Constantinopla nunca se recuperó y tanto Alejo como Bizancio quedaron relegados a los márgenes de la historia. A partir del estudio de fuentes orientales que durante mucho tiempo han sido ignoradas, Frankopan ofrece una explicación provocadora y original de la Primera Cruzada y sus consecuencias a la vez que propone un retrato más fiel sobre la forma en que la toma de Jerusalén sentó las bases para el dominio de la Europa occidental y dio forma al mundo moderno”.

El Sumo Pontífice, a pesar de la época, había escogido un escenario fabuloso, y acorde a lo que pretendía anunciar, al fondo de todo ese proscenio se encontraba el majestuoso Puy de Dôme. Es obvio que el día, por el mes en que se produjo, era frío. La voz del que portaba las sandalias del pescador, se moduló lo suficiente como para que la esencia de su anuncio fuese escuchada. La gravedad del momento exigía un esfuerzo de léxico importante, ya que el papa iba a exigir a los seglares su ayuda, incluso con el derramamiento de su sangre o la pérdida de sus vidas, para tratar de recuperar los Santos Lugares para el cristianismo. Estaba en la cima del apostolado, y se consideraba mensajero y siervo de Dios, y en esta situación se consideraba capacitado y, sobre todo, habilitado por la divinidad, como para poder pedir a los varones que le escuchaban un esfuerzo supremo, para marchar a miles de kilómetros. El Sumo Pontífice pretendía con su exhortación informar y provocar, y de esta forma enfurecer a los auditores, para conseguir una reacción militar sin precedentes. Lo que se iba a producir precisamente antes de cuatro años; pero el papa no consiguió reyes, sino nobles o magnates, que en un feudalismo tan claro como era Francia, eran más poderosos que el propio rey. Ya estaban, pues, ante las murallas de la Ciudad Santa preparados para reconquistar la ciudad de Cristo para la religión verdadera.

Derriban los altares después de mancharlos con sus inmundicias, circuncidan a los cristianos y derraman la sangre de esa circuncisión sobre los altares o la vierten en los vasos del baptisterio. Y a los que quieren castigar con una muerte atroz, les perforan el ombligo, les sacan la punta de las entrañas, la amarran a una viga y así, a punta de látigo, los obligan a dar vueltas alrededor, hasta que, una vez que les han salido las vísceras, se derrumban postrados al suelo. A unos, amarrados a una viga, les lanzan flechas, a otros, tras estirarles el cuello y desenvainar su espada, ensayan si pueden degollarlos con un solo golpe. ¿Qué diré acerca de la innombrable violación de las mujeres, acerca de lo cual es mucho peor hablar que callar?”. Condes, duques y caballeros, de rancio abolengo, se unieron a la expedición. Entre otros de mayor o menor enjundia, se pueden citar a Raimundo de Tolosa, Godofredo de Bouillon, etc, este último ya tan ilusionado que acuñó monedas con la leyenda GODEFRIDUS IEROSOLIMITANUS, que traducido refiere al duque de Lorena como peregrino a Jerusalén. En julio del año-1099, año en que un condotiero caballeresco moría en las Españas, Ruy Díaz de Vivar, estos caballeros que habían pasado cientos de penalidades, estaban ante los muros de Sión. Las mesnadas de la Primera Cruzada eran un ejército de liberación y no de conquista, con un componente de reconquistar lo que se había perdido. Se colige que de los setenta u ochenta mil soldados que salieron de Clermont-Ferrand, solo una tercera parte estaba ante las murallas jerosolomitanas.

Este extraordinario volumen cita, documentadamente, los nombres de algunos de los que sucumbieron antes de llegar a Palestina. Como ya es sabido, la Primera Cruzada tuvo un fin exitoso, hecho que se convirtió en un punto de referencia para todas las cruzadas posteriores. Esta expedición, magníficamente narrada en esta obra, define a gran parte del Medioevo. Idealizó a los caballeros, que luchaban en el nombre de Dios Todopoderoso; no obstante, asimismo, fue el caldo de cultivo para numerosas disensiones y conflictos entre los diferentes feudos existentes en la Europa del siglo XI, y la caída del Bizancio de Alejo I Comneno, por esta Cruzada. Estimo que estamos ante un estupendo libro, que merece todos los parabienes posibles, sin ambages, y que recomiendo sin la más mínima duda. «Honorum populi finis est consulatus. ET. Panem et circenses».

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