Viaje al país Cátaro, la región más legendaria del sur de Francia

Buenos hombres y castillos

Viaje al país Cátaro, la región más legendaria del sur de Francia

El tiempo podría haber difuminado su historia pero gracias a esta denominación, la memoria de aquellos «hombres buenos» pervive en Occitania.

El País Cátaro no es solo un territorio. Entraña un viaje al pasado, cuyos vestigios dispersos entre Toulouse (Tolosa de Llenguadoc), Narbona, Carcassonne, Béziers y Foix reúnen castillos, abadías y ciudadelas de vértigo, cual centinelas colgados entre el cielo y la tierra. La huella cátara se palpa en el aire del Languedoc, un escenario donde las piedras murmuran sobre este movimiento de los siglos XII y XIII, conectado a la lengua del sí (òc). Por aquel entonces, el sur francés vivía una época de bonanza, abonada con la proliferación de literatos y trovadores que con sus poemas románticos y de gestas expandieron la lengua de Oc.

Seguir viajando

 

 

Catedral de Santa Cecilia, Albia
Foto: Shutterstock

Albi, lA CIUDAD DONDE EMPEZÓ (Y TERMINÓ) TODO

En este contexto surgen los cátaros (de katharoi, puro en griego), que vivían en pobreza y castidad, eran vegetarianos y solidarios, creían en la existencia del bien y el mal, y en dos divinidades, Dios y Satán. Estas ideas enardecieron a la Iglesia católica, que los declaró herejes y lanzó una cruzada para aniquilarlos a sangre y fuego. La primera guerra santa en Europa. Pero más allá de la cuestión religiosa, estaba la política. La cruzada fue, a su vez, una lucha del norte, del reino de Francia, contra los condados independientes del sur.

 

Ocho siglos después, en castillos, abadías, pueblos y senderos aún resuena el eco de aquellos buenos hombres y buenas mujeres, así como de su cruenta persecución. Eran conocidos como bogomiles, perfectos o albigenses, nombre derivado de Albi, ciudad del primer obispo cátaro, Sicard Cellerier.

Seguir viajando

 

Catedral de Santa Cecilia de Albi
Foto: Shutterstock

EL JUICIO FINAL EN LA CATEDRAL DE SANTA CECILIA

La ciudad episcopal de Albi, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, está regada por el río Tarn, cuyas arcillas fueron la materia prima de los ladrillos rojizos que modelan este laberíntico enclave medieval. Desde el más viejo de los puentes que jalonan el Tarn, el atardecer suaviza la imponente Santa Cecilia, que más que la catedral parece una robusta fortaleza gótica. Su austeridad exterior contrasta con la exquisitez interior, con un entretenido mural sobre el Juicio Final.

Seguir viajando

 

Palacio de Berbie, Albi
Foto: Shutterstock

UN PALACIO INQUISIDOR... CONSAGRADO A toulouse-lautrec

Contiguo a la catedral, se levanta el Palacio de Berbie (siglo XIII), sede del obispado y también de la Inquisición francesa. Con sus jardines asomados al Tarn, el palacio es hoy la sede del Museo Toulouse-Lautrec, que cuenta con una treintena de sus carteles más conocidos. Este postimpresionista de origen noble y salud frágil nació en Albi en 1864, donde vivió hasta 1881, cuando se trasladó a París para convertirse en el retratista de la desenfadada Belle Époque.

Si el arte es un puente entre pasado y futuro, como Toulouse-Lautrec sostenía, qué mejor que cruzar el Puente Viejo de Albi para continuar la ruta por el País Cátaro.

 

 

País Lauragais y la montaña negra
Foto: AdobeStock

a la sombra de la montaña negra

No hay una única manera de recorrer esta región, pues admite múltiples desvíos. En nuestro viaje rumbo sur pasamos junto a rebaños de ovejas y caballos que pastan a sus anchas mientras la carretera se va adentrando por bosques sombríos de hayas, abetos y robles hasta alcanzar el corazón de la Montaña Negra.

 

Saissac
Foto: shutterstock

Saissac y la cruzada anticátara

Al fondo se asoma Saissac. Su castillo fue rediseñado como baluarte en el siglo XVI, y no se erige en lo alto, sino en la parte más baja del pueblo, al borde de un barranco, controlando la llanura hasta Carcassonne y divisando el horizonte hasta los Pirineos. El interior abriga un museo sobre el tesoro numismático de Saissac: dos mil denarios francos del siglo XIII.

 

A partir de 1209, los ánimos se encienden un poco más y Simón de Montfort, el alto mando de la cruzada anticátara, instala su cuartel general en Fanjeaux. Las esquinas de sus calles susurran que aquí todas las fortalezas fueron destruidas, las «ciudades invisibles» a las que se refería Italo Calvino.

Mucho más reciente es Les Halles, el mercado cubierto del XVIII, alrededor del cual florecieron talleres de artesanos, reconocibles por los grandes ventanales de planta baja que lo circundan.

 

 

Mirepoix, plaza porticada
Foto: Shutterstock

Mirepoix entre pórticos 

La ciudad «bastida» de Mirepoix, situada a medio camino entre Toulouse, Foix y Carcassonne, también cayó a manos del megalíder de los cruzados, quien la tomó en 1209. Mirepoix es un enclave top de Instagram por su plaza porticada, con casas combadas multicolores de entramados de madera. En el noreste de la plaza, la Casa de los Cónsules había sido un tribunal y la antigua prisión.

 

Hoy es un hotel, con habitaciones de estilo medieval y art déco, y una viga en la fachada con tallas de madera de cabezas humanas y monstruos haciendo muecas descaradas. Fuera de la plaza, la catedral gótica de San Mauricio despliega una amplia nave central, una de las joyas del País Cátaro, que parece querer arropar a los feligreses.

 

 

 

Foix
Foto: shutterstock

castillo de Foix

El cruel barón de Montfort lo tuvo más difícil para conquistar el castillo de Foix, del siglo XI, con sus tres torres almenadas. «Fundiré la roca como si fuera grasa y asaré al líder», declaró el capitoste cruzado ante este bastión impenetrable. El señor del castillo, el conde Raymond Roger de Foix, era un ardiente defensor de los cátaros, a quienes dio refugio.

 

La verdad es que aquellos místicos que convivían con sus vecinos y cuidaban de los necesitados eran realmente avanzados para la época, pues incorporaban la perspectiva de género –ellas también podían predicar y ser obispas– y cultivaban el estudio de las Escrituras, que tradujeron a las lenguas romances. De forma intangible, algo de ello se percibe al bajar la vista desde el castillo al mar de calles apacibles entre tejados color salmón de Foix. A lo lejos se divisan los Pirineos y el valle del Ariège.

 

 

Estela en Camp dels cremates
Foto: AdobeStock

la conquista de montségur

Coronar Montségur emociona. La media hora de caminata permite asombrarse ante un mito hecho piedra. Un castillo desgarrado, que resistió durante meses el asedio de la cruzada, hasta que el sueño terminó: 215 cátaros fueron quemados en la hoguera en 1244, tal como rememora una estela en el Prat dels Cremats. Mediante esta matanza París pudo anexionarse el Midi y someter a los condes de Toulouse, reprimiendo la lengua occitana y la cultura trovadoresca. Fue el dramático final de los cátaros, aunque algunos resistieron en Quéribus. 

 

 

Castillo de Montségur
Foto: Shutterstock

MONTSÉGUR, UN CASTILLO SOLAR

Montségur está considerado un templo solar y cada solsticio de verano cientos de personas contemplan cómo el sol ilumina los arcos orientales y la luz sale por los arcos occidentales para revelar dónde se esconde el tesoro cátaro con el Santo Grial. Hay quien sostiene que está bajo las ruinas actuales, que en realidad son de una fortaleza posterior.

 

 

Castillo de Puilaurens
Foto: Shutterstock

castillo de Puilaurens

Si en Montségur evocamos un mundo, en Puilaurens lo acariciamos con la punta de los dedos. Este castillo se levanta a casi 700 m en un peñasco escarpado. Hay que tomar aire para subir la escalera en zigzag. Cruzar la puerta abovedada y entrar en el patio principal de Puilaurens nos proyecta mil años atrás, con el camino de ronda de madera y las escaleras de acceso. Incluso las banderas de las torres ondean al viento.

 

En el valle, la localidad de Lapradelle-Puilaurens es fruto del desplazamiento de la población cercana a la fortaleza hasta el siglo XIV. Aquí se puede tomar el Tren Rojo, una línea de ferrocarril de unos 60 km que llega a las llanuras de la comarca pirinaica de La Fenolleda, cuya capital es Saint-Paul-de-Fenouillet.

 

 

 

cARCASSONNE
Foto: shutterstock

GUÍA PARA PENETRAR EN CARCASSONNE

El Tren Rojo no llega a Carcassonne, el mejor ejemplo francés de ciudadela medieval. Ello se debe a la remodelación, no exenta de polémica, que ejecutó el ingeniero Viollet-le-Duc en el siglo XIX. El resultado fue un doble recinto concéntrico de murallas, catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se accede a él por la Puerta Narbonesa, con la efigie de la Dama Carcas en un costado, origen del nombre de Carcassonne. Al cruzar el puente levadizo sobre un foso seco aparece la segunda muralla, para desánimo del más audaz de los invasores. Un paseo adoquinado recorre este doble perímetro fortificado, con torres rematadas con capuchones negros de silueta embrujada.

PARA LEER MÁS: Qué ver en Carcassonne: las 7 cosas que hacer en la ciudadela medieval del sur de Francia

 

 

Castillo de Carcasona
Foto: AdobeStock

CARCASSONNE A TODAS HORAS

Carcassonne ha visto pasar a galos, romanos, visigodos, árabes, francos, cátaros, y ahora, a miles de visitantes.La mayor parte de la jornada, la Cité palpita bulliciosa: tiendas de recuerdos y restaurantes, torneos medievales, talleres de lucha de espadas y de caligrafía, itinerarios de realidad virtual, etc. Así que es aconsejable visitarla temprano o entrada la noche, pues está bien iluminada.

 

En lo más alto se halla el Castillo Condal, del siglo XII, que se sostiene sobre bloques de piedra romanos –una fusión de lo más natural–, y la antigua catedral, la basílica de Saint-Nazaire, con gárgolas centinelas y vidrieras relucientes, una perla entre el gótico y el románico. Su sepulcro contiene los restos del despiadado Simón de Montfort, muerto durante el asedio de Toulouse (1218).

 

No está de más entrar al Museo de la Inquisición y dedicarle tiempo a la Carcassonne extramuros, la plaza Carnot con la Fuente de Neptuno rodeada de terrazas es el núcleo vital; o apostar por el Canal du Midi, obra mayor de la ingeniería del XVII. Alquilar una barca y dejarse llevar es todo un elogio a la vida lenta. El canal tiene parada en Castelnaudary, cuna del cassoulet, un guiso de alubias lingot, carne de cerdo, morcilla y pato confitado.

 

 

 Castillo de Lastours, Aude
Foto: Shutterstock

LASTOURS Y LOS CUATRO CENTINELAS

El trayecto hasta Lastours es otra delicia, con la población fortificada de Cabaret como puerta de acceso a las ruinas de cuatro castillos en las alturas: Cabaret, Tour Régine, Surdespine y Quertineux, nombres que recuerdan a cantares de gestas medievales. Contemplarlos desde el belvedere de Montfermier permite admirar su belleza melancólica y descubrir la vía construida por los romanos cuando explotaban las cercanas minas de hierro.

 

 

 

Minerve
Foto: shutterstock

las heridas de la luminosa minerve

La congregación de viñedos y bodegas ameniza la luminosa comarca de Minervois, una tierra que acuña denominaciones como La Livinière, que debe su nombre a la palabra occitana vinièra (viña). Y es que las vides están arraigadas a esta zona desde tiempos romanos. Minerve, que cuenta con el sello de los Pueblos más bellos de Francia, se encarama desafiante en lo alto de un promontorio.

 

Del castillo solo se mantiene una torre en pie, no resistió el asedio de Montfort y su red de catapultas. El resultado fue trágico: 140 cátaros (algunas fuentes sostienen que 190) fueron quemados en una hoguera colectiva. Huelga decir a quiénes rinde homenaje la calle de los Mártires, donde la visita al café-librería Paroli se alarga horas entre mapas y literatura cátara.

 

 

 

Lagrasse
Foto: Getty Images

lagrasse entre dos aguas

Otro enclave en la lista de sitios con encanto es la bella Lagrasse. Las casas de amplias ventanas y contraventanas, una plaza de soportales desgastados, y su mercado medieval cubierto, configuran el colorido centro de Lagrasse. ¿Cómo resistirse a una aldea tan viva, con un núcleo lleno de artistas y artesanos del curtido y las joyas? ¿Y a las tiendas de miel, embutidos y vino de Les Corbières?

 

Lagrasse nació al abrigo de la abadía románica situada al otro lado del río, uno de los centros más poderosos del Languedoc medieval, que dominó grandes extensiones hasta el siglo XIII, cuando a la cruzada se sumaron más guerras y, por descontado, la peste. Sobrecogen la bodega abovedada y el dormitorio cubierto por un enorme armazón de arcos. Cuenta la leyenda que Carlomagno pasó por este lugar en el año 779 y le concedió una carta de privilegios que dio lugar a la abadía.

 

 

Castillo de Peyrepertuse
Foto: iStock

el machu picchu occitano

Ya en el sur del fértil departamento del Aude, aguardan dos de los castillos más carismáticos del País Cátaro. Por el camino boscoso de acceso a Peyrepertuse, el final del invierno regala una niebla envolvente hasta llegar a la cima. Las murallas en ruinas se extienden a lo largo de dos kilómetros, con un imponente flanco norte, mientras que las paredes verticales alcanzan los 80 m de alto.

 

Algunos lo han bautizado como el Machu Picchu occitano. Comparaciones aparte, fue feudo de Guillaume de Peyrepertuse durante la cruzada y un punto clave en la defensa del reino de Francia frente a Aragón. Al contrario de otras fortificaciones, Peyrepertuse no fue asediado. Prefirió rendirse al rey francés a mediados del XIII. Dentro de su doble cerco de murallas, el castillo parece una fortaleza dentro de otra, con su escalinata tallada en la roca, casi suspendida en el aire.

 

 

Vista del valle del Aude y el paisaje desde la puerta de entrada del castillo cátaro de Queribus
Foto: GettyImages

Quéribus, un castillo para gobernar el Valle de aude

Unos 10 km al sureste, en pleno macizo de Les Corbières, se alza el castillo de Quéribus, que se comunicaba con Peyrepertuse a través de señales, formando parte de la misma línea defensiva. Instalado sobre un monte de 729 m, se accede a él por un sendero. La terraza del torreón ofrece una vista de la llanura del Rosellón, con el Mediterráneo y los Pirineos más allá.

 

Quéribus acogió a los huidos tras la caída de Montségur. Fue el último bastión de la resistencia cátara hasta 1255, un símbolo de su ocaso. En la sala del torreón se yergue un pilar que apuntala cuatro bóvedas góticas de crucería, equilibrando sus fuerzas, por lo que resulta casi indestructible. Algo así como la memoria de los cátaros, que desafiaron el pensar de una época.

shutterstock 2067505679