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La expresión “mandar a la Torre” se convirtió en sinónimo de “encarcelar”.

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Crímenes que cambiaron la historia: episodio 21

El misterio de los príncipes de la Torre de Londres

En 1674, el rey Carlos II ordenó la demolición de parte del palacio real de la Torre de Londres. Fue entonces cuando aparecieron dos esqueletos infantiles, cuyos huesos tenían pegados una tela que solo los miembros de la realeza podían llevar.

En 1674, el rey Carlos II ordenó la demolición de parte del palacio real de la Torre de Londres. Fue entonces cuando aparecieron dos esqueletos infantiles, cuyos huesos tenían pegados una tela que solo los miembros de la realeza podían llevar.

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La expresión “mandar a la Torre” se convirtió en sinónimo de “encarcelar”.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Hoy vamos a hablar de la desaparición de Eduardo V de Inglaterra y su hermano Ricardo, más conocidos como “los príncipes de la Torre”. Más de cinco siglos después, su presunto asesinato sigue envuelto en sombras, y se ha convertido en uno de los misterios más intrigantes y polémicos de la historia del Reino Unido.

La Torre de Londres es uno de los lugares más icónicos de la capital británica. Construida por Guillermo el Conquistador en el siglo XI, funcionó como palacio real, tesorería, registro público, Real Casa de la Moneda, casa de las Joyas de la Corona y arsenal. Pero el lado más siniestro de la leyenda de la fortaleza se forjó partir del siglo XV, cuando empezó a ser utilizada también como cárcel para presos políticos y centro de interrogación, tortura y ejecuciones.

Fue entonces cuando la expresión “mandar a la Torre” se convirtió en sinónimo de “encarcelar”. William Wallace, Tomás Moro y Ana Bolena fueron algunos de sus desdichados huéspedes.

DOS ESQUELETOS INFANTILES

Cuando Eduardo V, de solo doce años, y su hermano Ricardo, de nueve, se instalaron en la residencia real de la Torre de Londres por orden de su tío, lo hicieron, supuestamente, porque allí estarían más protegidos. Irónicamente, a los pocos meses de llegar, los dos niños desaparecerían para siempre.

El caso resurgió casi doscientos años más tarde, cuando se descubrieron dos esqueletos infantiles, cuyos huesos tenían pegados restos de terciopelo -una tela que solo los miembros de la realeza podían llevar-.

Durante siglos se ha asumido que estos esqueletos eran los de Eduardo y Ricardo, pero hay hipótesis que contradicen esta teoría. La historia de los príncipes de la Torre todavía esconde muchas preguntas por responder. Y para intentar buscar las respuestas, primero tenemos que saber quiénes eran Eduardo y Ricardo, y por qué alguien podía querer que desapareciesen.

Eduardo y Ricardo eran los hijos de Eduardo IV. Este rey fue uno de los protagonistas de la Guerra de las Dos Rosas, un conflicto enfrentó a dos ramas de una misma familia, los Plantagenet, por el trono de Inglaterra durante treinta años. Cuando estalló esta guerra, en 1455, el rey de Inglaterra era Enrique IV, de la Casa de Lancaster.

Su principal rival era Eduardo, que era primo suyo y líder de la Casa de York. El nombre de la Guerra de las Dos Rosas hace referencia a los emblemas de las dos casas: el de Lancaster era la rosa roja, y el de York, la rosa blanca. La disputa por el trono de Inglaterra entre estas dos ramas familiares venía de lejos, y se reavivó durante el reinado de Enrique IV.

En 1461, su primo Eduardo consiguió capturarlo; lo encerró en la Torre de Londres y se apoderó de la corona. Inglaterra tenía un nuevo monarca, y el trono estaba ahora en poder de la Casa de York. Pero la guerra no había terminado…

Los primeros años del reinado de Eduardo IV estuvieron marcados por la violencia. Era una época turbulenta, y el rey se veía obligado a pasar mucho tiempo fuera, luchando para defender su trono. Al principio, su situación no parecía muy prometedora. Eduardo había conseguido coronarse en gran parte gracias a su primo el conde de Warwick, que en esta época era el hombre más poderoso de Inglaterra.

Pero el encanto personal de Eduardo le hizo ganarse muchos amigos. En 1464 se casó con Elizabeth Woodville, una viuda joven de familia respetable; pero lo hizo en secreto, quizá porque sabía que este matrimonio no sería del agrado de todos…

Aunque Elizabeth Woodville había sido descrita como “la mujer más bonita de la isla de Gran Bretaña”, el entorno del rey no la veía como una candidata a la altura. Su familia no tenía títulos nobiliarios ni aliados diplomáticos; y, peor aún, los Woodville eran partidarios de la Casa de Lancaster, rival de la familia del propio rey en la Guerra de las Dos Rosas.

De hecho, el primer marido de Elizabeth había muerto en combate luchando por la Casa de Lancaster. Pero el principal ofendido por la decisión del rey era su mano derecha, el conde deWarwick. Warwick quería fortalecer alianza entre la Casa de York y Francia, y pensaba conseguirlo casando a Eduardo IV con una princesa francesa. Cuando supo de la unión entre el rey y Elizabeth Woodville, se molestó tanto que empezó a conspirar contra él… y en favor de la Casa de Lancaster.

PODER DE INFLUENCIA

En cuanto Elizabeth se convirtió en reina consorte, su familia empezó a recibir favores y privilegios. Sus dos hijos de su matrimonio anterior y sus hermanos y hermanas escalaron posiciones, bien casándose con nobles o bien introduciéndose en la corte real. No era casualidad: al hacer que la familia de su esposa ganase poder de influencia, Eduardo estaba levantando a su alrededor un círculo de magnates que le debían lealtad.

Todo esto no gustaba nada a los nobles de la Casa de York, pero lo cierto es que el matrimonio fue muy prolífico: en sus diecinueve años juntos, los reyes tuvieron diez hijos e hijas, de los cuales ocho sobrevivieron a la primera infancia.

En 1470, Warwick y otros partidarios de la Casa de Lancaster consiguieron liberar de la Torre de Londres a Enrique VI, el rey depuesto, y volver a coronarlo. Para salvar su vida, Eduardo se vio obligado a huir a Flandes, y lo hizo acompañado de su hermano Ricardo, que era duque de Gloucester y uno de sus apoyos más sólidos.

Elizabeth y sus hijas se refugiaron en el santuario de San Pedro, un lugar situado dentro de la abadía de Westminster que ofrecía asilo a personas relevantes que estaban en peligro. Un mes después de su llegada, Elizabeth dio a luz a un niño: el futuro Eduardo V.

El nuevo reinado de Enrique VI no duró mucho. A principios de 1471, Eduardo volvió del exilio y sus fuerzas derrotaron a las de Enrique, que fue encarcelado de nuevo en la Torre de Londres. Warwick -el conde que había traicionado a Eduardo- y el hijo adolescente de Enrique murieron en la batalla. En mayo de ese año, el propio Enrique también falleció.

Aunque al principio se dijo que había muerto de melancolía, poco a poco empezaron a surgir rumores de que había sido asesinado por agentes de Ricardo, el hermano de Eduardo. Al morir Enrique se extinguió la Casa de Lancaster, así que Eduardo tenía vía libre para recuperar el trono de Inglaterra para la Casa de York y reforzar su posición. Además, ahora tenía lo más importante para un rey: un heredero varón.

Eduardo IV era el rey de Inglaterra de nuevo, y su hijo recibió el título de Príncipe de Gales. El príncipe se crió en el castillo de Ludlow, cerca de Gales, bajo la supervisión de su tío Lord Rivers, que era hermano de Elizabeth y la mano derecha del rey.

Eduardo IV tenía un plan muy específico para preparar a su heredero: quería que el príncipe tuviese una educación equilibrada, con tiempo para estudiar y también para jugar y disfrutar de sus perros y caballos. También quería que su hijo creciese en un hogar libre de “blasfemos, matones, calumniadores, jugadores, adúlteros y palabras obscenas”.

Tres años después del nacimiento del príncipe Eduardo, la reina dio a luz a otro niño, Ricardo, que fue nombrado duque de York siendo apenas un bebé. Ahora el rey tenía dos hijos varones que asegurasen la continuidad de su linaje. El futuro parecía brillar para la Casa de York.

Casi doce años después de recuperar la corona, Eduardo IV había conseguido una cierta paz y estabilidad para su país, y había amasado una gran fortuna. Pero muy pronto la situación cambiaría radicalmente para su familia. En abril de 1483, el rey estaba planeando invadir Francia cuando, de repente, cayó enfermo -posiblemente de neumonía o fiebre tifoidea- y murió. Estaba a punto de cumplir cuarenta y un años. En su lecho de muerte, nombró a su hermano Ricardo regente del príncipe heredero. Pero alguien quería evitarlo…

En el momento de la muerte de Eduardo IV, el consejo real estaba formado, principalmente, por miembros de la familia de la reina, los Woodville. Este consejo tenía poder para coronar al heredero inmediatamente… y así lo hizo. Esto significaba que el niño -ahora Eduardo V- era rey a todos los efectos, y no necesitaba ningún regente.

golpe de estado

Seguramente, su familia materna hizo esto porque esperaba poder gobernar a través de él y asegurar su posición en el nuevo reinado. Los Woodville acordaron reunirse con Ricardo para explicarle la situación e informarle de que no era necesario que ejerciese de regente para su sobrino. Pero cometieron un grave error al creer que Ricardo era aliado suyo.

El pequeño Eduardo V se dirigía a Londres desde el norte con su comitiva real. Con él iban Lord Rivers -su tío materno- y Lord Grey -uno de sus medio-hermanos-. A medio camino, Ricardo se reunió con ellos. Comieron juntos, conversaron, y, ese mismo día, Ricardo perpetró su golpe de estado.

Primero, ordenó que Rivers y Grey fuesen arrestados y encarcelados en el norte de Inglaterra; dos meses más tarde, serían ejecutados. Después, llevó a su sobrino a Londres e hizo que el consejo real lo reconociese a él mismo como “lord protector”, es decir, regente. A continuación, hizo que el pequeño Eduardo se instalase en el palacio de la Torre de Londres, en teoría para protegerlo. Y así fue como Ricardo, el tío del nuevo rey, se convirtió en jefe de estado.

La muerte de Eduardo IV dejó a la reina en una situación extremadamente vulnerable. Elizabeth no era popular en la corte real, y, con Ricardo como regente, había perdido el control que tenía sobre su hijo Eduardo. En las semanas siguientes, varios miembros de su familia y otras personas de su confianza fueron detenidas y ejecutadas.

La reina empezó a temer por su vida, así que volvió a refugiarse en el santuario de la abadía de Westminster junto con sus hijas, su hijo pequeño, Ricardo, y sus sirvientes. Ahora que su hijo mayor le había sido arrebatado, Elizabeth sabía que era crucial mantener al pequeño a su lado; como heredero potencial de la corona, Ricardo era su seguro de vida. Pero esto estaba a punto de cambiar.

La hostilidad de Ricardo hacia la familia Woodville era relativamente comprensible: él pertenecía a la Casa de York, y ellos habían defendido a la Casa de Lancaster; él descendía del rey Eduardo III, y ellos acababan de introducirse en la nobleza.

Su relación con su sobrino Eduardo V tampoco despertó suspicacias; al contrario: Ricardo mostraba total respeto hacia él, y estaba preparando su ceremonia de coronación con mucho esmero. Unas semanas antes de la coronación, ordenó que el hermano pequeño de Eduardo se instalase con él en la Torre de Londres. Esta decisión tampoco generó dudas sobre sus intenciones: los dos niños eran jóvenes y vulnerables; era crucial garantizar su seguridad, y allí estarían protegidos.

Además, era común que los reyes se alojasen en la Torre de Londres antes de su coronación, y el regente dijo que quería asegurarse de que el pequeño Ricardo asistiese a la coronación de su hermano. La que sí se alarmó fue la madre de los niños. Temiendo lo peor, Elizabeth intentó evitar que la separasen de su hijo pequeño también, pero no pudo hacer nada al respecto. En la primavera de 1483, Ricardo fue trasladado a la Torre de Londres para vivir allí con su hermano. Su madre no volvería a verlo nunca más.

HIJOS ILEGÍTIMOS

Todo estaba a punto para la ceremonia de coronación de Eduardo V. La fecha elegida era el 22 de junio -poco más de dos meses después de la muerte de su padre-, y Londres se preparaba para la gran ocasión. Pero iba a haber un cambio de última hora. A mediados de junio, y sin previo aviso, el parlamento declaró a los niños hijos ilegítimos de Eduardo IV.

El motivo oficial de esta decisión era que, al parecer, cuando el difunto rey se casó con Elizabeth Woodville, estaba prometido en matrimonio con otra mujer, Lady Eleanor Butler. En aquella época, la promesa de matrimonio era vinculante; por tanto, la unión entre Eduardo y Elizabeth no era válida, y todos sus hijos e hijas eran ilegítimos.

Esto significaba que el siguiente en la línea de ascenso al trono era Ricardo. Ricardo reclamó públicamente su derecho a ocupar el trono de Inglaterra, y el 26 de junio lo usurpó. La coronación que había estaba preparando para su sobrino, era en realidad para él, y el 6 de julio su esposa Anne y él se convirtieron en los reyes de Inglaterra.

Tras la coronación del nuevo rey, Ricardo III, nunca más se supo de sus sobrinos Eduardo y Ricardo. La última referencia a ellos se encuentra en una crónica del 16 de junio de 1483, que cuenta que

“los niños del rey Eduardo fueron vistos disparando flechas y jugando en el jardín de la Torre varias veces”.

Dominic Mancini, un diplomático italiano que estaba en la corte inglesa en aquel momento, escribió que Eduardo y Ricardo fueron trasladados de la Torre del Jardín, donde vivían por orden de su tío, a la Torre Blanca, donde se solía retener a los prisioneros aristócratas. Entonces, los niños se empezaron a ver cada vez menos tras los barrotes y las ventanas de la torre, hasta que, simplemente, desaparecieron.

Los rumores de que los niños habían sido asesinados no tardaron en surgir. La mayoría apuntaban al rey Ricardo como responsable: había invalidado el derecho de sus sobrinos a ocupar el trono de Inglaterra, y se había coronado a él mismo; mientras estuviesen vivos, serían una amenaza para él. Pero Ricardo no era el único al que le interesaba que los príncipes desapareciesen.

También se dijo que Henry Stafford, segundo duque de Buckingham, había asesinado a los príncipes para asegurar su posición como mano derecha de Ricardo. Otro sospechoso era Enrique Tudor, que más tarde se convertiría en el rey Enrique VII; su ascenso al trono no hubiese sido posible de haber sobrevivido los príncipes.

La madre de Enrique Tudor, Margaret Beaufort, también podría haber tenido algo que ver: era una mujer inteligente, tenía una red de espías y colaboradores muy eficaz, y hubiese hecho cualquier cosa por conseguir el trono para su hijo. La lista de sospechosos no acaba aquí.

RUMORES EN LA CORTE

Los rumores de que Ricardo había hecho asesinar a sus sobrinos corrían por todo el reino, pero nadie se atrevió a a acusarlo de asesinato abiertamente; ni siquiera Elizabeth, la madre de los niños. Con el tiempo, ella y su familia se reconciliaron con Ricardo.

Lo reconocieron como rey y a cambio él les permitió dejar el santuario y se encargó de su manutención. A pesar de sus sospechas, lo cierto es que Elizabeth estaba en una posición demasiado débil como para no hacer las paces con su cuñado. No tuvo más remedio que pasar página para salvar al resto de su familia.

Ricardo tenía grandes planes para su reinado, pero no tuvo tiempo de implantarlos. Se presentó como un monarca reformista comprometido con la justicia, la moralidad y el buen gobierno. Pero se encontró con una oposición demasiado fuerte. Las muertes de su hijo y de su esposa debilitaron su posición todavía más.

Para reforzarla, planeó casarse con su sobrina Elizabeth de York, la hermana mayor de los príncipes de la Torre. Esta idea no gustó nada a sus partidarios, y sus enemigos de la Casa de York -muchos de ellos exiliados en Francia- solo pensaban en derrocarlo. En 1485, su principal rival, Enrique Tudor, invadió Inglaterra con un ejército de mercenarios franceses y escoceses, y aplastó al de Ricardo.

El rey usurpador murió a los treinta y dos años defendiendo su reino con sangre. Su oponente fue coronado como Enrique VII, y se casó con Elizabeth de York. La unión de Enrique, que descendía de la Casa de Lancaster, y Elizabeth, que pertenecía a la Casa de York, puso fin la Guerra de las Dos Rosas y dio paso al nacimiento de la dinastía Tudor.

Durante siglos, los historiadores se han preguntado cuándo decidió Ricardo usurpar el trono de Inglaterra y por qué lo hizo. ¿Estaba cegado por su ambición, o realmente creía que era su deber proteger el trono de la influencia de los Woodville?

Su justificación para arrebatarle la corona a su sobrino era que Eduardo y su hermano eran hijos de un matrimonio ilegal, y por tanto él era el heredero legítimo del reino. Puede que fuese cierto que Eduardo IV estuviese prometido con Lady Eleanor Butler, pero esto nunca se pudo demostrar: cuando Ricardo denunció el matrimonio del rey como nulo, Lady Eleanor ya había muerto; no podía corroborar la historia, y no hay pruebas fiables de que fuese cierta.

Curiosamente, y según la ley de la época, esto no hubiese invalidado el derecho a reinar de Eduardo V necesariamente. En general, los historiadores ven muy probable que la excusa del matrimonio nulo del rey fuese simplemente una invención de Ricardo para justificar su usurpación del trono.

La propaganda difundida por los enemigos de Ricardo III lo describió como un asesino de niños inocentes al estilo de Herodes; un traidor; un tirano incestuoso dispuesto a utilizar a su propia sobrina para mantenerse en el poder. La obra titulada Historia de Ricardo III, que escribió Tomás Moro a petición de Enrique VIII, afirmaba que Ricardo había ordenado a dos sirvientes suyos asesinar a los niños mientras dormían.

Pero, justamente porque este libro se publicó para validar la versión Tudor de la historia, debemos ser prudentes antes de calificarla como verídica; además, se escribió unos treinta y cinco años después de la desaparición de los niños. Shakespeare también retrató a Ricardo como un villano en su obra Ricardo III; pero no debemos olvidar que Shakespeare escribía para complacer a la reina Isabel I, nieta de Enrique Tudor, el gran enemigo final de Ricardo III.

Por otro lado, los defensores de Ricardo se recrearon en sus virtudes, presentándolo como un buen marido, un cristiano devoto, un súbdito leal, y un rey comprometido con el buen gobierno. ¿Pero quién era Ricardo III realmente? La respuesta está en un punto medio del camino trazado entre unos y otros. Según los historiadores, Ricardo poseía las cualidades que se esperaban de un rey medieval: era valiente, generoso, buen líder militar y administrador competente.

Era un rey eficiente, y para eso tenía que ser carismático, elocuente, persuasivo, ególatra, interesado, y, si era necesario, despiadado. Pero Ricardo reinó en una época convulsa, y no calculó bien sus propias posibilidades. Por más que fuese un rey capaz, lo cierto es que usurpó el trono a su sobrino cuando este era demasiado joven para luchar por él. Y, por más que desease ser un buen gobernante para sus súbditos, se hizo con la corona de Inglaterra a base de anteponer su propio interés al de todos los demás.

En cuanto a los niños, es indiscutible que Ricardo los tenía bajo su poder, que decidió ocultar su destino -fuese cual fuese-, y que su desaparición le benefició. Sus defensores han argumentado que, si los niños eran ilegítimos, él no tenía motivos para matarlos, porque no suponían una amenaza para él.

Pero la jugada del matrimonio nulo ya era dudosa cuando Ricardo la utilizó, y está claro que los príncipes se volverían más peligrosos con los años; pasarían de ser utilizados en intrigas a ser intrigantes ellos mismos. Es razonable que Ricardo pensase que, como tantos otros antes que ellos, sus sobrinos tenían que ser eliminados.

UN BAÚL CON HUESOS

En 1674, el rey Carlos II ordenó la demolición de parte del palacio real de la Torre de Londres. Fue entonces cuando aparecieron los esqueletos. Bajo la base de una escalera, a unos tres metros bajo tierra, los obreros que trabajaban allí encontraron un baúl de madera. El baúl contenía unos huesos, que, por su tamaño, se creyó que eran de dos niños.

Los esqueletos se exhibieron durante los cuatro años siguientes, y se convirtieron en una especie de reclamo turístico, hasta que el rey ordenó su sepultura en la abadía de Westminster. En 1933 fueron reexaminados mediante técnicas forenses; las pruebas dictaminaron que, efectivamente, pertenecían a dos personas de entre diez y doce años.

Curiosamente, los huesos del propio Ricardo III se encontraron siglos después de su muerte. Su lugar de sepultura era un misterio; solo se sabía la zona aproximada donde había caído en la batalla, y que lo habían enterrado con poca ceremonia.

En 2012, un grupo de arqueólogos que excavaba en un aparcamiento de Leicester, en Inglaterra, encontró un esqueleto con señales de herida mortal y escoliosis, un problema que Ricardo sufría. Las pruebas forenses identificaron el esqueleto como el de Ricardo III. Este estudio, con técnicas muy avanzadas, puso en duda el análisis de los presuntos restos de los niños hecho en 1933, que ni siquiera pudo determinar el género de los cuerpos o la época de la que datan.

Los esqueletos encontrados en la Torre apoyan la versión de la historia que apunta a que Eduardo y Ricardo fueron asesinados. Pero lo cierto es que las pruebas que tenemos no son suficientes para cerrar el caso. ¿Y los esqueletos son de niñas? ¿Y si son de un período más reciente? En definitiva, ¿y si, después de todo, no son ellos?

El misterio de los príncipes de la Torre recobró protagonismo tras el hallazgo de los restos de Ricardo III en 2012. Varias organizaciones han intentado esclarecerlo, sin éxito. Documentos desclasificados en los últimos años revelan que la Iglesia anglicana ha recibido numerosas peticiones de examinar los supuestos esqueletos de los príncipes de la Torre con técnicas de análisis de ADN actuales.

UN RECHAZO ROTUNDO A LA INVESTIGACIÓN

Estas pruebas podrían identificarlos, igual que identificaron los restos de su tío Ricardo, y quizá así resolver el enigma. Pero las autoridades eclesiásticas británicas se resisten a conceder este permiso. Con el apoyo de la reina Isabel II y varios ministros, la Iglesia anglicana siempre ha rechazado estas peticiones, argumentando que sentarían un precedente que podría dar lugar a múltiples desenterramientos de miembros de la realeza.

Philippa Langley, la impulsora de la excavación que encontró los restos de Ricardo III, ha encontrado indicios de que los príncipes de la Torre -o al menos uno de ellos- podrían haber sobrevivido. Así lo explica en su libro The Princes in the Tower, publicado en 2023. Esto ha aumentado el interés por el caso todavía más. Queda por ver si la presión social consigue que las autoridades cedan y permitan el análisis de ADN de los huesos encontrados en la Torre.

¿Sabremos algún día qué pasó con Eduardo V y su hermano Ricardo? Es posible que en el futuro la ciencia nos dé alguna respuesta. Lo único que sabemos con certeza es que quienes sí sabían qué pasó con los príncipes llevan siglos muertos, y si lo dejaron escrito, sus palabras están por encontrar.

De todas maneras, y se resuelva el misterio o no, no deberíamos olvidar algo importante: que Eduardo y Ricardo eran solo unos niños, y estaban solos, atrapados y asustados. Se habían convertido en las piezas sobrantes de una máquina política despiadada, y fueron utilizados y traicionados por los adultos en los que habían confiado.

La pregunta de cómo la desaparición de Eduardo V cambió la historia tampoco es fácil de contestar. Las posibilidades son incontables. Pero una de ellas es que, de haber llegado a adulto, Eduardo quizá hubiese impedido el ascenso de los Tudor, la dinastía que creó la Inglaterra moderna. Sin los Tudor, no hubiese habido Isabel I; y sin ella quizá Inglaterra no se hubiese convertido en una potencia mundial de enorme poder expansivo, ni hubiese visto el florecer cultural que hizo posible a Shakespeare. Y es que el azar es uno de los componentes principales de la historia, y también uno de los más fascinantes.