Los falsos Romanov: oportunistas que se hicieron pasar por la familia del zar - Russia Beyond ES

Los falsos Romanov: oportunistas que se hicieron pasar por la familia del zar

Cientos de personas han tratado  de hacerse pasar por supervivientes al fusilamiento. Fuente: Ria Novosti

Cientos de personas han tratado de hacerse pasar por supervivientes al fusilamiento. Fuente: Ria Novosti

Algunos llegaron incluso a convencer a los monarcas europeos, otros acabaron sus días en centros psiquiátricos o con una bala en el corazón. RBTH nos habla del destino y los lances de los milagrosos supervivientes Alexéi y Anastasía.

El último emperador ruso Nicolás II y su familia fueron fusilados por los bolcheviques en Ekaterimburgo la noche del 16 al 17 de julio de 1918. Además del zar, fueron asesinados su mujer, sus cuatro hijas, su heredero de 13 años Alexéi y algunas personas cercanas a la familia real.

Los cuerpos se enterraron en secreto en un lugar que permaneció desconocido hasta el año 2007. Sin embargo, inmediatamente después de la ejecución, empezaron a aparecer extraños testimonios: la gente afirmaba haber visto a los miembros de la familia real, e incluso al mismo zar, vivos. Se extendió el rumor de que uno de los hijos del zar había logrado escapar; una de las versiones aseguraba incluso que la ejecución había sido un montaje, que se sustituyó a las víctimas por otras y los verdaderos Romanov fueron enviados a Europa en secreto.

Durante décadas aparecieron impostores, que afirmaban ser los hijos del zar que habían logrado escapar de una muerte segura. En total fueron cerca de 230 personas quienes lo intentaron, lo que constituye una cifra récord.

El lugar donde mataron a los Romanov

La única historia que prosperó

La holandesa (o polaca, los historiadores discrepan en este punto) Marga Boodts anunció a finales de los años 40 en Italia que era Olga, la hija mayor del zar. Se trataba de su segundo intento: unos años antes lo intentó en Francia, pero allí fue juzgada por fraude. En esta ocasión surtió efecto.

Boodts contó que el zar había planeado su huida con antelación y que en su lugar fue fusilada una campesina con la que se intercambiaron la ropa. A pesar de que para entonces ya había en Europa unos cuantos falsos Romanov, Boodts logró convencer de la veracidad de su historia a las casas reales europeas, quienes le procuraron una paga.

El príncipe Segismundo de Prusia, primo hermano de la verdadera Olga Románova, estaba convencido de que ante él se encontraba realmente su prima y más tarde declaró lo siguiente en una entrevista: “hablamos de cosas que no conocía nadie más, puesto que ella y yo éramos los únicos testigos de esos acontecimientos”.

Boodts se instaló en una villa en Italia donde, en un acto de precaución, rechazó el contacto con la prensa. Finalmente murió en 1976. Boodts es quizás el único ejemplo de éxito de entre todos los impostores.

¿Un Románov agente de los servicios de inteligencia?

En 1958, el embajador norteamericano en Ginebra recibió una carta en la que un hombre que se autodenominaba ‘El tirador certero' y que afirmaba tener relación con los servicios de inteligencia del bando soviético se ofreció como agente doble. El ‘tirador’ pasó a los norteamericanos bastante información de su interés, e incluso les entregó al famoso espía soviético Konon Molodiy.

400 años desde la coronación del primer Romanov

Unos años después se presentó en la embajada de Berlín occidental, donde pidió asilo político y declaró ser el zarévich Alexéi Romanov. Detrás de aquel pseudónimo se encontraba Mijaíl Golenevski, un empleado de los servicios de inteligencia polacos.

El nuevo Alexéi fue trasladado a los Estados Unidos, donde colaboró con los servicios de inteligencia norteamericanos; aunque no por mucho tiempo, pues enseguida empezaron a sospechar que se trataba de un ‘enviado’ y que seguía trabajando para la KGB.

El verdadero zarévich Alexéi era hemofílico, una enfermedad crónica que impide la coagulación de la sangre y dificulta mucho la vida de quien la sufre. Los impostores que se hacían pasar por Alexéi carecían normalmente de credibilidad, precisamente porque se veían obligados a explicar cómo habían logrado superar su enfermedad o cómo habían sobrevivido con ella, después de una guerra y un sinfín de dificultades.

Golenevski nació 18 años después del zarévich, por lo que resultaba demasiado joven para el papel escogido, pero él justificaba esta incoherencia precisamente por la hemofilia, que supuestamente retrasó su desarrollo y de la que más tarde sanó milagrosamente. Se cree que el falso Alexéi presentó reclamó los depósitos bancarios de los Romanov.

Golenevski señaló los bancos de todo el mundo donde supuestamente se guardaba aquel dinero. Su carrera, tanto la de espía como la de impostor, terminó rápidamente. Pero siguió viviendo en Nueva York durante muchos años y enfrentándose a aquellos que se negaban a reconocerlo.

Anastasía la del hospital psiquiátrico

La más famosa de los falsos Romanov, Anna Anderson, se hizo pasar por la hija menor del zar, Anastasía. Esta joven, tras tirarse de un puente en Berlín en 1920, fue rescatada e ingresada en un hospital psiquiátrico. En la revisión médica se le encontraron numerosas marcas de heridas y en la nuca una cicatriz con forma de estrella de cinco puntas. La mujer no hablaba ruso, pero parecía que lo entendía.

Después de varios días le mostraron unas fotos de los miembros de la familia real, a los que ‘reconoció’ al instante. Anna comenzó a recibir visitas en el hospital de personas que conocían a las hijas del zar, quienes la acusaron de ser una impostora.

Tras investigar su procedencia, se descubrió que se trataba de una campesina polaca que trabajaba en una fábrica de explosivos y que las cicatrices se debían a una explosión accidental que se produjo en ella. Sin embargo, sus partidarios lo ponían en tela de juicio: “no habla ruso porque ha sufrido un trauma y trata de olvidar su lengua materna; es una persona demasiado cultivada y tiene unos modales muy refinados para ser campesina”.

Anderson tenía una peculiaridad anatómica poco frecuente: como Anastasía, tenía una deformación específica en los dedos gordos de los pies. Los hijos de una de las personas fusiladas junto a la familia real, el doctor Botkin, utilizaron a Anderson para conseguir el dinero de los Romanov.

Bajo su dirección, ‘Anastasía’ creó una sociedad anónima que recaudaba donaciones bajo la promesa de repartir entre los accionistas el 10 % de la herencia de los zares. En 1938, en nombre de Anderson se inicia un proceso judicial contra los Romanov que se prolongaría hasta 1977 y no acabaría en nada: las reivindicaciones con respecto a la herencia no fueron reconocidas y tampoco se pudo demostrar que Anderson no era Anastasía.

Anderson murió en 1984. Cuando se generalizó el uso de pruebas de ADN, se recuperó una muestra de tejido que se conservaba en un hospital donde se le practicó una operación a Anderson. El estudio demostró que no tenía ninguna relación con los Romanov y la deformación de los dedos era pura coincidencia, aunque se confirmó su procedencia de una familia campesina polaca.

Pero lo más interesante es que Anderson no solo logró convertirse en Anastasía en su propia mente, sino también en la conciencia popular. Cada vez que se rueda una película sobre la princesa rusa que se salvó de la muerte a manos de los bolcheviques (la primera se estrenó en 1928), cada vez que la estrella del rock Tori Amos canta su canción sobre Anastasía, se rememora la historia de Anderson.

El fin de los mitos

Actualmente, todas las personas que declararon ser uno de los hijos supervivientes del zar han muerto. Sus descendientes siguen reclamando su derecho a pertenecer a la dinastía Romanov, aunque ya nadie los toma en serio.

Los resultados de las pruebas genéticas realizadas a los restos encontrados en el lugar del fusilamiento demuestran que ninguno de los Romanov se salvó y que fueron precisamente sus cuerpos los que los bolcheviques arrojaron a la fosa clandestina. La época de los falsos Romanov se ha acabado para siempre. 

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