Las primeras excavaciones

La fascinante historia detrás del descubrimiento de Pompeya y Herculano

Hackert, Blick auf das große Theater von Pompeji, 1793

Hackert, Blick auf das große Theater von Pompeji, 1793

Los días 24 y 25 de agosto del 79 d.C., una formidable erupción del Vesubio destruyó las poblaciones de la Campania que se hallaban al sureste del volcán. Pompeya quedó cubierta por una gruesa capa de cenizas y lapilli, mientras que una avalancha de fango anegaba Herculano, un plácido centro de recreo; otras localidades menores, como Estabia y Oplontis, fueron igualmente borradas del mapa. 

Sin embargo, el rastro de las ciudades perdidas no desapareció del todo. Junto al río Sarno, próximo a su desembocadura, afloraban los restos de las construcciones más altas de Pompeya; las gentes del lugar llamaban a estas ruinas Civita, la Ciudad, y se decía que eran las de una de las ciudades destruidas por el Vesubio. Era opinión común que se trataba de Estabia, pero el poeta Jacopo Sannazaro había intuido en su Arcadia que eran las de Pompeya. 

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Sannazaro murió en 1530 y a finales de la centuria, el arquitecto Domenico Fontana recibió el encargo de abrir un canal para llevar las aguas del Sarno tierra adentro. Al cavar en la colina de la Civita, Fontana encontró mármoles y paredes pintadas, pero el duque del Sarno, que había encargado las obras, ordenó ignorar el hallazgo y seguir con el canal. 

LAS MINAS DE HERCULANO 

Pero la historia del descubrimiento de las ciudades enterradas no iba a empezar por Pompeya, sino por Herculano, sobre la que había surgido una ciudad moderna, hoy un suburbio de Nápoles. En 1734, el futuro Carlos III de España, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, se convirtió en rey de Nápoles y en 1738 comenzaron los trabajos para levantar la residencia real de Portici, al lado de Herculano. El ingeniero militar Roque Joaquín de Alcubierre, natural de Zaragoza, durante la labor de adecuación del entorno supo de la existencia del pozo Nocerino, situado en la vertical del teatro de Herculano y de donde, en 1710, el príncipe D’Elbeuf había extraído las primeras esculturas procedentes de aquella ciudad, a la que ya entonces se atribuían los restos. 

Casa del Fauno 16

Casa del Fauno 16

Casa del Fauno, en Pompeya. La fotografía muestra el primer peristilo (patio porticado).

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Alcubierre decidió bajar al pozo: «Como entre las noticias que me dieron estaba la opinión de que en aquel sitio se hallaba edificada una antigua ciudad, lo que se demostraba a través de los pozos de algunas casas, de más de ochenta palmos [21 metros] de profundidad [...], sólo por iniciativa personal mía bajé a uno de dichos pozos para reconocerlo; y habiendo encontrado en efecto una porción de muro antiguo con revestimiento rojo, a más de ochenta palmos bajo el nivel actual, elegí entre los muchos obreros que tenía a mis órdenes entonces, en los comienzos del Real Sitio, solamente uno, con el cual, provistos ambos de antorchas y sirviéndonos de cuerdas, volví a bajar a dicho pozo y le expliqué lo que tenía que hacer. Cavó junto al antedicho muro sólo durante aquel día, al terminar el cual me trajo en una caja diversos trozos pequeños de jaspes variados, trocitos de metal y otras cosas». 

Filippo Palizzi   Scavi a Pompei

Filippo Palizzi Scavi a Pompei

Este óleo de Filippo Palizzi, pintado en 1870, muestra el trabajo de las campesinas contratadas por el rey durante las primeras excavaciones en Pompeya. Colección privada.

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Alcubierre presentó la caja al monarca rogándole que le permitiera dedicar a las tareas de excavación a cuatro de los 700 obreros que trabajaban en Portici. Tras el hallazgo de una escultura en mármol, que entusiasmó al rey, el 13 de octubre se autorizó la excavación.

Hombres libres, forzados y esclavos se ocuparon de perforar las galerías bajo la Herculano moderna, sucesora de la ciudad romana, mediante un trabajo de mina igual al que se ejecutaba durante los asedios cuando se horadaban túneles para derrumbar las murallas del enemigo. Una mala traducción de los documentos españoles donde se habla de estas minas o túneles propagó la falsa idea de que Alcubierre usó cargas de pólvora para abrirse paso en el subsuelo. 

Brogi, Giacomo (1822 1881)   Pompei   ca

Brogi, Giacomo (1822 1881) Pompei ca

La acción del sol y de los elementos sobre las 40 hectáreas de Pompeya sacadas a la luz desde 1748 (arriba, las excavaciones hacia 1870) ha degradado las pinturas y revoques hasta poner en peligro el conjunto.

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Las excavaciones de Pompeya comenzaron en 1748, también bajo la dirección de Alcubierre. Su inicio no tuvo nada que ver con el fantástico «descubrimiento» relatado por Alejandro Dumas padre, que fue director honorario de las excavaciones; según él, se debió a unos campesinos que, al excavar un pozo, encontraron «algo que se resistía y, redoblando sus esfuerzos, hallaron monumentos, casas y estatuas». 

EN BUSCA DE TESOROS 

El diario de Alcubierre recoge el comienzo de las excavaciones de manera más prosaica y escueta: «En 2 de abril de 1748 , se estableció el trabajo de una nueva escavación, pasado la Torre de la Anunciada [Torre Annunziata], en el paraje que llaman la Civita, en las inmediaciones del río Sarno».

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En octubre y diciembre se excavó el anfiteatro, que fue nuevamente cubierto a fin de evitar expolios; sólo en la década de 1760 se decidió dejar los edificios al descubierto. Igualmente, durante años se destruyeron las pinturas consideradas de mala calidad para evitar que terminasen en el mercado de antigüedades. 

Esta actuación era congruente con el objetivo de las excavaciones, que no era el estudio de Pompeya y Herculano, sino la obtención de antigüedades destinadas a embellecer el palacio real. De ahí que la conducción de los trabajos pudiera parecer errática, ya que seguía el criterio fijado por el secretario de Estado, marqués de Salas, cuando autorizó las excavaciones de Herculano «para que no se pierda el tiempo en excavaciones inútiles, y previniéndole vaya dando cuenta de lo que se fuere descubriendo y encontrando para que, cuando no resulte provecho alguno, se abandone esta obra si se reconociere inútil». 

Hackert, Blick auf das große Theater von Pompeji, 1793

Hackert, Blick auf das große Theater von Pompeji, 1793

Este óleo, de Jacob Philipp Hackert, muestra las excavaciones de Pompeya en 1799, con varias de las construcciones puestas al descubierto en los decenios anteriores. 

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Las piezas recuperadas se trasladaban a Portici, hasta que en 1751, ante el interés que entre los ilustrados de Europa despertaban las excavaciones, se decidió abrir el Museo Herculanense, cuyos fondos constituirían la base del actual Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

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En todo caso, el rey no descuidó la protección jurídica de los bienes arqueológicos y prohibió su exportación del reino, algo de lo que él mismo dio ejemplo cuando, antes de marchar para ocupar el trono español, en 1759, dejó en Nápoles un anillo con un camafeo hallado en las excavaciones. 

Su hijo y sucesor en el trono de Nápoles, Fernando I, menos aficionado al arte, no compartía la idea de mantener la integridad de las antigüedades de Campania. Las utilizó para regalos de Estado y llegó a cambiar papiros de Herculano por canguros destinados a los jardines del palacio de Caserta.