Visto por mi amo la gran perdición y la mucha costa que traía, (y) el ardideza que el sotil de mi amo tuvo para hacer despender sus bulas, fue que este día dijo la misa mayor, y después de acabado el sermón y vuelto al altar, tomó una cruz que traía de poco más de un palmo, y en un brasero de lumbre que encima del altar había, el cual habían traído para calentarse las manos porque hacía gran frío, púsole detrás del misal sin que nadie mirase en ello, y allí sin decir nada puso la cruz encima la lumbre.
1También en los tiempos en que hubo menos quietud en estos reinos pudo llegarse a considerar que siendo la justicia quien había de dar el sosiego y la quietud, y poner freno a los mayores y a los menores, y debiéndose ejercitar esto por mano libre, no era justo ni conveniente que fuese por las de los señores, pues hora divididos entre sí, ellos o sus deudos, hora menos atentos al servicio de los reyes que conviniera, fuera la última perdición tener y ejercitar las veces y representación de la potestad real y disponer las materias de justicia y gobierno, pues se deja conocer cuán dificultoso fuera, y de cuantos inconvenientes, quitarles entonces las plazas y la mano.
Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del marido viejo, asegurándole el secreto y la duración del deleite, con otras cosas semejantes a éstas, que el demonio le puso en la lengua, llenas de colores retóricos, tan demonstrativos y eficaces, que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora, sino el de un endurecido mármol. ¡Oh dueñas, nacidas y usadas en el mundo para
perdición de mil recatadas y buenas intenciones!
Miguel de Cervantes Saavedra
Pero todo esto fuera poca parte para apresurar mi
perdición si no sucediera venir el duque de Ferrara a ser padrino de unas bodas de una prima mía, donde me llevó mi hermano con sana intención y por honra de mi parienta.
Miguel de Cervantes Saavedra
Digo, pues, señores, que todo lo que he dicho y hecho ha parado en que esta madrugada hallé a ésta, nacida en el mundo para
perdición de mi sosiego y fin de mi vida (y esto, señalando a su esposa), en los brazos de un gallardo mancebo, que en la estancia desta pestífera dueña ahora está encerrado.
Miguel de Cervantes Saavedra
La comedia era tal, que, con ser yo un asno en esto de la poesía, me pareció que la había compuesto el mismo Satanás, para total ruina y
perdición del mismo poeta, que ya iba tragando saliva, viendo la soledad en que el auditorio le había dejado; y no era mucho, si el alma, présaga, le decía allá dentro la desgracia que le estaba amenazando, que fue volver todos los recitantes, que pasaban de doce, y, sin hablar palabra, asieron de mi poeta, y si no fuera porque la autoridad del autor, llena de ruegos y voces, se puso de por medio, sin duda le mantearan.
Miguel de Cervantes Saavedra
Escondidos, tapadas, enredos interminables y monótonos, cuchilladas, graciosos pesados, confusión de clases, de géneros; el romanticismo es la
perdición del teatro: sólo puede ser hijo de una imaginación enferma y delirante».
Mariano José de Larra
Al segundo lleváronlo a la muerte los crueles hombres, con novísimas artes, inventando un lígneo armadijo que llaman ratonera y es la perdición de los ratones.
«Yendo una noche mi mayor a pedir limosna en casa del corregidor desta ciudad, que es un gran caballero y muy gran cristiano, hallámosle solo; y parecióme a mí tomar ocasión de aquella soledad para decirle ciertos advertimientos que había oído decir a un viejo enfermo deste hospital, acerca de cómo se podía remediar la
perdición tan notoria de las mozas vagamundas, que por no servir dan en malas, y tan malas, que pueblan los veranos todos los hospitales de los perdidos que las siguen: plaga intolerable y que pedía presto y eficaz remedio.
Miguel de Cervantes Saavedra
No sé quién sostuvo que las mujeres eran la
perdición del género humano, en lo cual, mía la cuenta si no dijo una bellaquería gorda como el puño.
Ricardo Palma
Así se expresó el Cronida, y Ares contestóle diciendo: —Ni el poder de Atenea ni el de Ares bastarán, oh Cronida, para librar a las ranas de la perdición horrenda.
Pero el hombre puede también seguir una dirección totalmente contraria y, yendo tras el espejismo de unas ilusorias apariencias, perturbar el orden debido y correr a su perdición voluntaria.