El secreto del inverosímil «accidente» de un presidente - Archivo ABC
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El secreto del inverosímil «accidente» de un presidente

¿Cómo era posible que el mandatario francés Paul Deschanel se hubiera caído accidentalmente por la ventana de un tren en marcha?

El presidente francés Paul Deschanel recibiendo de manos de un niño un ramo de flores al salir de la catedral de Burdeos
El presidente francés Paul Deschanel recibiendo de manos de un niño un ramo de flores al salir de la catedral de Burdeos - M.Rol
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Nadie daba crédito a las noticias que llegaban de París aquel mayo de 1920. ¿Cómo era posible que el presidente de la República Francesa se hubiera caído accidentalmente por la ventana de un tren en marcha? Porque eso aseguraban las fuentes oficiales que le había ocurrido a Paul Deschanel.

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Aunque hacía días que sufría de un fuerte acceso de gripe, el presidente francés se había empeñado en viajar a Montbrison en la fecha prevista, pese a que le habían aconsejado aplazar la visita por considerarla perjudicial para su salud. A las nueve y media de la noche del domingo 23 de mayo, Deschanel embarcó en la estación de Lyon, acompañado de su séquito. Se acostó aproximadamente a las diez, con las ventanas del coche-salón cerradas para no enfriarse.

Pero se decía que poco después de que el tren atravesara la localidad de Montargis, el jefe del Estado galo se había levantado, incomodado por el calor, para abrir una ventana. Fue entonces, hacia las doce menos cuarto de la noche, cuando se produjo el accidente. «Probablemente la impresión del aire vivo de la noche le hizo vacilar, cayendo a la vía por la amplia ventana del salón», aventuraba la primera crónica de ABC, suponiendo que la ventana era mayor de lo que era.

El tren marchaba en esos momentos a velocidad reducida de unos 50 kilómetros por hora y por fortuna, Deschanel fue a caer sobre un suelo arenoso. El obrero Rado recogió al aturdido viajero, en pijama en pleno campo, y lo trasladó a su caseta. «¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi tren?», le preguntó el presidente, que se dio a conocer al guardavía, «pero el ferroviario se mostró incrédulo, creyendo que aquel viajero seguía aún bajo los efectos del trastorno sufrido, hasta el punto de creerse jefe del Estado».

Mientras tanto, en el tren, nadie se había percatado del incidente. Solo cuando estaban llegando a Roanne, el criado de Deschanel entró en el departamento del presidente de la República y al encontrarlo vacío comenzó a buscarle. También la delegación de personalidades de Roanne preguntaba por él, con el propósito de cumplimentarle. A los pocos minutos, el ministro del Interior, M.Steeg, recibía un telegrama en el que se le comunicaba el accidente del presidente. La esposa de Deschanel, junto con su hijo, y el presidente del Consejo Alexandre Millerand fueron a buscarle a la Subprefectura de Montargis.

Según los primeros informes de los médicos que le reconocieron en París al día siguiente, Deschanel solo había sufrido contusiones leves, aunque pronto se habló de una ligera conmoción. Se le recomendó reposo absoluto en un lugar lejano de París.

Poco a poco se fue aclarando, sin embargo, el misterio que rodeaba al «accidente» del presidente francés. Porque las explicaciones oficiales de lo ocurrido eran algo confusas. ¿Cómo podía haberse caído por una ventanilla que medía 42 centímetros de altura? ¿Cómo había pasado sin que nadie de su séquito lo advirtiese? «Tan inverosímil era la caída que mucha gente pensaba, sin querer, en el atentado y en el intento de suicidio», señalaba ABC.

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El atentado era poco probable, pues en el tren presidencial solo viajaban personas de su séquito, pero el intento de suicidio... Sin embargo, Deschanel «parecía hombre equilibrado», resaltaba ABC. Había triunfado sin granjearse enemigos y precisamente su espíritu ecuánime y su temperamento equilibrado le habían llevado a ocupar la presidencia de la República, pues todos los políticos habían convenido en que era el único que podía calmar las pasiones. Tampoco en su vida conyugal tenía problemas. Su esposa, aunque mucho más joven que él, le demostraba todo su cariño y adhesión. ¿Entonces?

El secreto no pudo ocultarse mucho tiempo. Deschanel sufría «una grave crisis de neurastenia, hay profundas perturbaciones en el sistema nervioso» y en un momento de crisis aguda había ocurrido el «accidente», revelaba el periódico.

La enfermedad de Deschanel planteaba una situación compleja en Francia, puesto que la Constitución de la República no preveía la sustitución interina del presidente en casos así. Deschanel se retiró a descansar unas semanas con su familia al castillo de Monteillerie, en Normandía, y después a Rambouillet, pero al constatar que su salud no mejoraba, sino que por el contrario se agravaba, Deschanel acabó renunciando a la presidencia en septiembre de 1920.

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La elección de su sucesor no iba a ser tan sencilla como fue la suya. «Aquel caso de casi perfecta unanimidad no es fácil que se repita en la historia de Francia», escribía desde París el corresponsal de ABC Manuel Ceria. Deschanel había sido un presidente querido en Francia. Prueba de ello fue que «la sátira que se desató después del accidente de ferrocarril, que dejó a Deschanel en traje de pijama en pleno campo y en situación de que las gentes se riesen de él o le tuviesen por loco, ha enmudecido y la copla de las salas de variedades y las alusiones de las revistas humorísticas» no volvieron a recordar el día de su renuncia el episodio del accidente del ilustre enfermo de Rambouillet.

El nuevo presidente de la República francesa, Deschanel, con los expresidente Poincaré, Fallieres y Loubet en la recepción del Ayuntamiento de París
El nuevo presidente de la República francesa, Deschanel, con los expresidente Poincaré, Fallieres y Loubet en la recepción del Ayuntamiento de París

«El hombre probo y caballeroso, que subió a la presidencia de la República con el aplauso y el cariño de Francia, descenderá de ella con la consideración y el respeto del pueblo francés», afirmó Ceria.

No hubo sorpresas. Millerand fue su sucesor en el Elíseo. Deschanel falleció el 28 de abril de 1922.

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