Los treinta días de infarto que llevaron a Hitler al poder

Los treinta días de infarto que llevaron a Hitler al poder

El acceso a la Cancillería

Un régimen en permanente crisis, un presidente decrépito y el cálculo erróneo sobre los límites de un líder nato como Adolf Hitler auparon a este al poder en 1933

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1933: Adolf Hitler es recibido por sus seguidores en Núremberg. 

Photo by Hulton Archive/Getty Images

A finales de octubre de 1932, Paul von Hindenburg llevaba algo más de seis años como presidente del Reich. Su imponente apariencia y su aureola de invicto militar ofrecían al común de los alemanes un sentimiento de estabilidad, más aparente que real, que ni su antecesor, el socialdemócrata Friedrich Ebert, ni los políticos al uso, habían logrado aportar.

Al monárquico mariscal no le gustaba la República de Weimar, y había aceptado presentarse al cargo como una obligación, como un servicio más a su país. Incluso lo había consultado con el exiliado káiser. Sin embargo, era ya muy mayor, pues había nacido en 1847, y, tras su aparente imperturbabilidad, se escondían mil y un achaques propios de la edad, no solo físicos. Entre ellos, se hallaba una vaga comprensión de la realidad y de los mecanismos inherentes a una democracia moderna.

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Para el anciano prusiano, el entramado político debía parecerse a las relaciones de cuartel, en las que la jerarquía, la camaradería y la lealtad primaban sobre el juego de las mayorías. Para ello, se amparaba en los amplios poderes que la Constitución de Weimar le confería.

En Alemania, solo el presidente del Reich podía nombrar y destituir al canciller. Asimismo, podía disolver el Reichstag y convocar elecciones cuando así lo considerara. Ciertamente tenía que haber una causa fundada, pero esta se dejaba a su criterio.

El mariscal alemán Paul von Hindenburg (1847-1934)

El mariscal alemán Paul von Hindenburg. 

Propias

Su concepción de que los gobiernos debían situarse por encima de la política de partidos hizo que más de una vez utilizara sus poderes para nombrar cancilleres sin tener en cuenta las mayorías parlamentarias. Estos fueron conocidos como “gabinetes presidenciales”, que, por lo demás, solían gobernar por decretos que él rubricaba.

Además, Hindenburg se hallaba muy influido por la camarilla que pululaba a su alrededor, con su hijo Oskar, el secretario de Estado Otto Meissner y el general Kurt von Schleicher a la cabeza.

El NSDAP, en decadencia

Aun siendo la principal formación del Reichstag, la situación del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en aquellos días podía calificarse de difícil. En las elecciones al Reichstag del 6 de noviembre de 1932 había perdido más de dos millones de votos y 34 escaños.

Aunque seguía contando con 196, frente a los 121 de los socialdemócratas (SPD) y los 100 de los comunistas (SPD), incapaces de formar un frente de izquierdas, sus apoyos comenzaban a flaquear.

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El extremismo e imprevisibilidad de los nazis, plasmados en la alianza con los comunistas en la reciente huelga de los transportes de Berlín, le habían pasado factura entre el electorado más moderado, que, además, veía con disgusto la negativa de Hitler a pactar con otros partidos conservadores.

Por su parte, el voto más extremista estaba cansado de proclamas y promesas que no conducían al poder. Ante la falta de perspectivas, los apoyos económicos comenzaron a fallar en un partido ya de por sí endeudado y cuya anárquica contabilidad mostraba un verdadero pozo sin fondo.

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Un discurso de Adolf Hitler en 1932 en Berlín. 

Terceros

Como era su deber, aunque no por convicción, Hindenburg tanteó al jefe del primer partido del Reichstag, pero la incapacidad de Hitler para pactar con centristas y nacionalistas dio al traste con sus escasas posibilidades. Tampoco el dimitido Franz von Papen fue capaz de conseguir una mayoría estable, para disgusto del presidente, pues era su favorito. Por lo que tuvo que recurrir al ministro de Defensa en funciones, Kurt von Schleicher.

Alianza con el diablo

Hacía ya tiempo que este general tejía y destejía el tapiz de la política alemana. Militar de origen aristocrático, Schleicher tenía una gran virtud: la capacidad para ser agradable y hacer amigos. Sin embargo, era un conspirador nato que actuaba entre bastidores y para quien la palabra amistad carecía de valor. No en balde, había sacrificado a Von Papen sin pestañear, algo que le comportó la enemistad tanto de su víctima como de Oskar von Hindenburg, el hijo de Paul.

Carente de los apoyos parlamentarios necesarios, Schleicher montó una operación consistente en provocar una escisión en el partido nazi y hacerse con el apoyo de los disidentes. Para lograrlo, implementó una serie de medidas de corte populista, como suprimir el tope salarial, anunciar una reforma agraria o aproximarse a los sindicatos.

Todo con vistas a granjearse el apoyo de Gregor Strasser, uno de los más respetados dirigentes nazis, que se había tomado en serio el apelativo “socialista” que figuraba en el nombre de su partido y era considerado, tanto dentro como fuera del mismo, el dirigente más sensato.

El olfato de Hitler

El 4 de diciembre de 1932, Schleicher y Strasser se reunieron en Berlín. Si bien no existen testimonios directos de esa cita, al parecer, el canciller sugirió como moneda de cambio otorgarle la presidencia de Prusia, el mayor de los estados germanos.

Estaba convencido de que, si los nacionalsocialistas participaban en el gobierno, se moderarían y serían más maleables. Y aún más, para dorar su apuesta sugirió la posibilidad, solo la posibilidad, de que miembros de las Secciones de Asalto (SA) pudieran entrar en el Ejército.

Las SA marchando en Spandau, 1932.

Las SA marchando en Spandau, 1932.

Bundesarchiv, B 145 Bild-P049500 / CC-BY-SA 3.0

Además de sensato, Strasser era honrado, y no se escondió. En la reunión del día siguiente, para comentar la reciente derrota electoral nazi en Turingia, esgrimió sus razones para una colaboración política con Schleicher, ante el temor de que este convocara nuevas elecciones generales, que un partido en bancarrota no podría afrontar. Hitler se mantuvo en sus trece y no cedió. El debate duró varios días, pero al final el Führer venció.

Aunque seguiría en el partido, Strasser renunció a todos sus cargos y se marchó de vacaciones a Italia, si bien siguió en contacto con Schleicher. Otro cargo histórico, Gottfried Feder, hizo algo parecido, pero se retractó más tarde. La cosa no podía seguir así, y, guiado por su certero olfato político, Hitler reaccionó.

De Lippe a la cancillería

Para evitar disensiones internas, se autonombró jefe de organización del partido y cambió a todos los dirigentes que consideró próximos a Strasser, tras lo cual realizó una gira por el país a fin de reforzar su liderato. Pero su mayor apuesta tenía un nombre: Lippe.

El día 15 de enero de 1933 estaban convocadas las elecciones en ese distrito, un pequeño enclave cerca de Hannover, con menos de ciento cincuenta mil habitantes, en el que se dirimían veintiún representantes. Aunque políticamente insignificante, Hitler lo vio como una oportunidad para relanzar el partido y a él mismo como líder, por lo que no escatimó esfuerzos.

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Adolf Hitler saluda a Paul von Hindenburg, 1933. 

Getty

Sacando recursos de donde no los había, realizó una eficaz campaña electoral con actos casi diarios que contaban con su presencia o con la de otros destacados miembros nacionalsocialistas. Pero había más. Consciente de la realidad, y a pesar de sus deseos, abrió la puerta a negociar con otros dirigentes conservadores.

La noche del 3 al 4 de enero de 1933, el tren que lo conducía a Hannover para comenzar la campaña en Lippe se detuvo en Bonn. Allí, un auto lo recogió, para sorpresa de sus acompañantes, y lo llevó al hotel Dressen, en Bad Godesberg.

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Una vez allí, otro coche lo llevaría a la villa que el barón y banquero Kurt Freiherr von Schröder tenía en Colonia. En ese punto lo esperaba Von Papen con una propuesta sorprendente: contar con su apoyo para derrocar a Schleicher y formar un nuevo gabinete en el que Hitler podía ser canciller.

La jugada tenía otros flecos. No solo Von Papen le aseguraba nuevos ingresos para el NSDAP, sino que los terratenientes de Prusia oriental –Hindenburg era uno de ellos–comenzaron a presionar al presidente sobre la política de reparto de tierras propuesta por un Schleicher, que, ajeno a lo que ocurría, seguía en contacto con Strasser, que poco contaba ya en el partido. La victoria de los nazis en Lippe dio alas a la conspiración.

La banca nunca pierde

En los días siguientes las reuniones para delimitar el alcance de la operación se sucedieron. Su eco fue en aumento gracias a la participación de destacados miembros de la industria y la banca. Por fin, el 22 de enero, Hitler y Göring se entrevistaron con Otto Meissner, Oskar von Hindenburg y Von Papen para discutir los últimos detalles. En aquella reunión, el Führer ratificó que solo participaría si era nombrado canciller, amenazando con publicar, en caso contrario, ciertos documentos fiscales que atañían a los Hindenburg.

Al día siguiente, falto de apoyos, pero sabedor de lo que se estaba tramando, Schleicher expuso al presidente: “El nacionalsocialismo y Adolf Hitler son los peligros mayores y más reales que amenazan al Reich alemán. Para soslayar este mal no queda otro camino que disolver el Parlamento hasta nueva orden”. Pero Hindenburg se negó.

Schleicher abandona la residencia oficial para dar paso a Hitler.

Schleicher abandona la residencia oficial para dar paso a Hitler.

Dominio público

Lo intentaría tres días después, entre el rumor de que iba a provocar un golpe de Estado en connivencia con el general Kurt von Hammerstein-Equord, contrario al nazismo, pero la respuesta volvió a ser la misma: “Mi querido y joven amigo, yo soy ya muy viejo y no estoy dispuesto a responsabilizarme de una guerra civil en la que se derramaría mucha sangre alemana”.

El 28 de enero de 1933, Kurt von Schleicher era destituido, y dos días después Adolf Hitler era nombrado canciller, gracias a los poderes extraordinarios que la Constitución otorgaba al presidente.

Von Papen creyó que manejaría al nuevo canciller a su antojo, pero se equivocó. Tras jurar su cargo, Hitler musitó: “Ningún poder del mundo podrá hacerme salir vivo de aquí”. Un comentario profético.

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