HISTORIA Ensayo

Mil caras de Augusto

  • Dictador, temerario, oportunista, hombre de Estado, visionario y genio de la propaganda. Adrian Goldsworthy desvela la compleja personalidad del primer emperador en una ambiciosa biograf�a

Cayo Octavio Turino naci� en el a�o 63 antes de Jesucristo en Roma. Su padre fue pretor de Macedonia. Muri� cuatro a�os despu�s de venir al mundo el futuro emperador. La madre de Octavio, que se llamaba Attia Balba, era sobrina de Julio C�sar, que, al no tener descendencia masculina, lo adopt� en su testamento como hijo adoptivo. Este hecho marc� el futuro del joven Octavio y lo coloc� como el mejor candidato para asumir el legado pol�tico del general romano.

Ten�a solamente 20 a�os cuando fue proclamado c�nsul junto a Marco Antonio y L�pido, un a�o despu�s del asesinato de Julio C�sar. Su eliminaci�n provoc� una cruenta guerra civil en Roma, que concluy� con cr�menes en masa. A los 31 a�os, Octavio derrot� en la batalla naval de Actium a su rival Marco Antonio y logr� amplios poderes del Senado que, en la pr�ctica, lo convirtieron en dictador, igual que lo hab�a sido su t�o abuelo.

El mandato de Octavio, que pas� a llamarse Augusto, dur� hasta el a�o 14 despu�s de Jesucristo, fecha de su muerte. Lo que significa que gobern� Roma como emperador durante cerca de 45 a�os. Fue una etapa de expansi�n y de prosperidad en la que Octavio mantuvo el Senado como un �rgano residual y asumi� personalmente todos los poderes del Estado, empezando por la jefatura de todas las legiones.

Hoy, los historiadores identifican la etapa de Octavio Augusto como la de m�ximo esplendor de Roma. Mantuvo una paz interior sin precedentes y consolid� un imperio que controlaba todo el Mar Mediterr�neo, desde Hispania hasta Asia Menor y de Gran Breta�a a Egipto y el norte de �frica.

Octavio fue indudablemente un hombre de Estado, un pol�tico muy h�bil y un general con suerte, pero tambi�n fue un personaje ambicioso, aventurero y cruel, lo cual ha quedado en segundo plano debido a que �l mismo se preocup� de construir una imagen favorable para la posteridad.

Adrian Goldsworthy, profesor de Historia en Newcastle, acaba de publicar una extensa y documentada biograf�a sobre Octavio Augusto, en la que refleja su compleja personalidad. Se titula Augusto. De revolucionario a emperador y ha sido editada por La Esfera de los Libros (parte del grupo Unidad Editorial, al que tambi�n pertenece EL MUNDO) , que tambi�n tiene en su cat�logo otros tres importantes trabajos de este historiador: 'C�sar, Antonio y Cleopatra' y 'La ca�da del Imperio romano'.

Goldsworthy se aparta de las visiones maniqueas e intenta construir un retrato con luces y sombras de la larga carrera pol�tica de Octavio y su conquista del poder tras derrotar a Marco Antonio, el lugarteniente de C�sar, y a Sexto Pompeyo, hijo del rival de C�sar, Cneo Pompeyo Magno, y dominador del sur de Italia con su flota.

�Augusto fue un dictador y un estadista. Al principio, fue un dictador militar para consolidar su poder. Despu�s, fue evolucionando y se convirti� en un gran estadista que mejor� las condiciones de su pueblo. Quer�a dejar su huella y hacer cosas por el bien del Estado, transmitir un legado, no como los pol�ticos actuales. Trabaj� hasta el final de sus d�as y su esfuerzo se not� porque construy� un imperio. Y supo adem�s rodearse de colaboradores v�lidos, a los que permiti� actuar�, apunta Goldsworthy.

El ascenso al poder

El joven Octavio se encontraba en Grecia completando su formaci�n cuando muri� Julio C�sar. Al conocer la noticia, decidi� inmediatamente volver a su patria. Fue al desembarcar en Brindisi cuando se enter� de que su t�o abuelo le hab�a nombrado hijo adoptivo, lo que supon�a que pod�a aspirar al consulado y a las m�s altas dignidades de la Rep�blica.

Octavio se propuso vengar la muerte de Julio C�sar y entrar en Roma con una posici�n de fuerza, para la que tuvo que formar un ej�rcito. Lo logr� porque, por fortuna, pudo hacerse con parte de la herencia de su t�o abuelo que estaba depositada en el mismo Brindisi. Con ese dinero, reclut� tropas e inici� su marcha hacia Roma. M�s de 3.000 veteranos legionarios se sumaron a sus fuerzas.

Marco Antonio, que hab�a perdido el respaldo del Senado y que ten�a problemas para pagar a sus legiones, opt� por no enfrentarse con Octavio y abandon� Roma para asumir el mando del ej�rcito de las Galias. Ello dej� el campo libre a su rival, que fue nombrado senador y proc�nsul a la vez que se le reconoc�a el mando leg�timo de sus legiones. Fue el comienzo de la enemistad entre Marco Antonio y Octavio, que, tras una corta alianza, se saldar�a con la derrota del primero en la batalla de Actium.

Pero antes de ello y tras una serie de escaramuzas b�licas, Antonio, Octavio y L�pido sellaron un acuerdo para crear el llamado Segundo Triunvirato, por el que se atribu�an poderes especiales durante cinco a�os. Era una especie de reedici�n del que hab�an protagonizado C�sar, Pompeyo y Craso, pero mucho menos honroso.

Los tres generales firmaron un paz provisional para eliminar a todos sus adversarios. A continuaci�n, elaboraron una lista negra con miles de aristocr�tas y ciudadanos que fueron asesinados o privados de sus bienes. Las expropiaciones iban destinadas a recaudar dinero para pagar a los soldados.

Las llamadas Proscripciones han pasado a la historia de la ignominia y fueron sin duda una gran mancha en la trayectoria de Augusto, que permiti� el asesinato de Cicer�n, el viejo amigo de C�sar que le hab�a defendido en el Senado.

En este caso, Augusto cedi� a las exigencias de Marco Antonio, que odiaba a Cicer�n por sus celebres 'Fil�picas', en las que quedaba retratado como un ambicioso sin escr�pulos y un malvado.

Plutarco escribi� que este acontecimiento fue una de las p�ginas m�s negras de la historia de Roma por cuanto desat� venganzas personales y atiz� viejos resquemores. �El triunvirato es culpable de crueldad por ordenar las Proscripciones, que tuvieron un gran �xito al difundir el pavor en la sociedad romana. No obstante, la vertiente econ�mica fue un fracaso pues hubo poco entusiasmo en las subastas por las propiedades confiscadas�, escribe Goldworthy.

El terror sirvi� para consolidar en el poder a Augusto y Antonio, pero ambos ten�an una asignatura pendiente: la venganza del asesinato de Julio C�sar. Para ello, enviaron por mar 28 legiones a Macedonia, donde estaban los cuarteles de Bruto y Casio, los dos instigadores y ejecutores del crimen.

El suicidio de Casio y Bruto

El ej�rcito de los dos c�nsules derrot� de forma aplastante al de Casio y Bruto, que se suicidaron. Augusto dict� duras represalias contra los soldados enemigos y envi� la cabeza de Bruto a Roma. Pero Antonio intent� capitalizar la victoria y desacreditar a su rival Augusto, que hab�a entregado el mando de sus tropas a su compa�ero, amigo y confidente Marco Vipsanio Agripa.

Cumplida la tarea, Antonio march� a Egipto para comenzar una relaci�n amorosa con la m�tica Cleopatra, con la que tuvo tres hijos. Mientras, Octavio Augusto -con el apoyo de las legiones de L�pido- acometi� la tarea de combatir a Sexto Pompeyo, hijo de Cneo Pompeyo El Magno, que controlaba Sicilia y el sur del Mediter�neo con una poderosa flota que bloqueaba los suministros de trigo y mercanc�as a Roma y saqueaba sus naves.

Nuevamente Agripa logr� destruir por completo la flota de Sexto Pompeyo en la batalla de Naulochus, lo que provoc� su huida hacia Oriente donde fue ejecutado por uno de los comandantes de Antonio.

En el a�o 36 antes de Cristo y tras la ca�da de todos sus adversarios, Augusto y Antonio eran los amos absolutos del Imperio. El primero controlaba Roma, la Pen�nsula It�lica, Hispania y las tropas de las Galias. El segundo, que hab�a fracasado en una costosa campa�a contra los partos, dispon�a de las legiones romanas en Grecia, Macedonia, Siria, Egipto y el norte de Africa.

El enfrentamiento entre ambos era inevitable, dado que se odiaban y luchaban por el mismo objetivo: el poder y el liderazgo moral que hab�a dejado vacante Julio C�sar. Pronto empezaron las hostilidades verbales en el Senado, acompa�adas de campa�as de difamaci�n y desprestigio de uno contra otro.

Octavio no dud� en asaltar el templo de las vestales -lo que era un sacrilegio- para incautarse del testamento de Antonio, que hac�a sucesores a los hijos que hab�a tenido con Cleopatra, lo que pod�a ser interpretado como una alta traici�n a Roma.

Las dos flotas de ambos rivales se encontraron frente a frente en las costas de Grecia en el a�o 31 antes de Cristo en una de las batallas que ser�a decisiva para los destinos de Roma y, por a�adidura, para el futuro del mundo occidental.

A pesar de que contaba con un menor n�mero de barcos, la habilidad de Agripa -siempre al lado de su mentor- fue decisiva para desmantelar la flota de Antonio, que tuvo que huir a Egipto tras sufrir una humillante derrota.

Augusto pas� a ser emperador del Imperio romano, asumiendo el mando de todas las legiones de Oriente y Occidente, mientras que Antonio y Cleopatra optaron por suicidarse tras ser perseguidos por el implacable vencedor hasta Alejandr�a. Fue un �pico final que ha inspirado numerosas obras en el cine y la literatura.

�A pesar de la leyenda, Octavio era mejor militar que Antonio, que no era una gran estratega pese a lo que creen muchas personas. La batalla de Actium no fue decidida por la suerte sino por la mayor pericia de los consejeros y generales de Augusto. Pero de lo que no hay duda es que Antonio dedic� muchos esfuerzos a hacerse propaganda y alimentar su mito�, subraya Godsworthy.

Tras eliminar a Antonio, nadie discut�a en Roma los poderes de Augusto, que en la pr�ctica se hab�a convertido en un dictador que concentraba cargos como el de c�nsul, Pontifex Maximus (jefe del culto romano) y responsable de los tribunales de Justicia.

Augusto era perfectamente consciente de tal acumulaci�n de poder que supon�a en la pr�ctica una dictadura y, por ello, tuvo la genial ocurrencia de renunciar a casi todas sus prerrogativas. Quer�a seguir simulando que Roma era una rep�blica y que las decisiones se tomaban en el Senado y, por ello, se despoj� de todos sus cargos -salvo el de c�nsul- , incluyendo el mando de los ej�rcitos.

Fue un gesto para la galer�a porque, poco despu�s, el Senado le pidi� que asumiera por 10 a�os el control de todas las legiones fuera de Italia, lo que equival�a a ejercer el monopolio del poder militar y el gobierno de un extenso imperio.

En el a�o 27, el Senado otorg� formalmente a Octavio los t�tulos de Augusto y de Pr�ncipe, que, aunque no supon�an un aumento de sus prerrogativas, sacralizaban su figura y le convert�an en una figura con facultades sobrehumanas.

expansi�n del imperio

A pesar de su inmenso prestigio, un grupo de aristocr�tas romanos recelaba del poder acumulado por Augusto y plane� un golpe de Estado, que se sald� con un enorme fracaso. Murena y otros conjurados fueron ejecutados.

Cumplidos los 35 a�os y con mucha vida por delante, Augusto sufri� importantes problemas de salud que le obligaron a ceder temporalmente el poder y a renunciar al consulado. Tras muchos meses de padecimientos, un m�dico griego logr� curarle de sus males.

Durante los �ltimas d�cadas de su existencia, Augusto se consagr� a ensanchar las fronteras del ya vasto Imperio romano y a acometer una serie de reformas legales y civiles que demostraron que era un aut�ntico hombre de Estado.

Augusto conquist� el norte de Hispania, desplaz� las fronteras en Germania y se hizo con los territorios alpinos que hoy constituyen Suiza y Austria, as� como Iliria y Panonia, que son las actuales Serbia, Albania, Croacia y Hungr�a. Tambi�n reforz� el control sobre el norte de �frica tras desaparecer la amenaza de Cartago, definitivamente derrotada. Al final de su vida, el Imperio era mayor que nunca y todos sus enemigos estaban derrotados.

�Augusto muri� dejando unas instituciones que funcionaban. Restaur� la idea de 'res publica' y sent� las bases de un imperio unificado que dur� 250 a�os m�s�, apunta Goldsworthy.

El joven Octavio hab�a cursado parte de su formaci�n en Grecia y admiraba a los cl�sicos. En su madurez, dedic� considerables esfuerzos a renovar la arquitectura de Roma y promocionar el arte. Era muy amigo de Virgilio, con el que se escrib�a con una gran familiaridad. Segu�a sus obras y le suger�a nuevos temas. Tambi�n tuvo una estrecha relaci�n con Horacio.

Tras mejorar su estado de salud, Augusto se desplaz� por todo su extenso Imperio. Permaneci� una larga temporada en Sicilia donde fund� seis poblaciones. Y luego, viajero incansable, fue a visitar Hispania, Siria, Grecia y Egipto para supervisar la tarea de los gobernadores que �l mismo hab�a nombrado.

En el a�o 23 sucedi� un acontecimiento dram�tico que trastoc� el orden sucesorio: la muerte de Claudio Marcelo, designado como heredero y por el que Augusto sent�a un gran aprecio. Marcelo era hijo de su �nica hermana y se hab�a casado con Julia, la �nica hija de Augusto. Falleci� muy joven de un envenenamiento. Algunos historiadores han achacado su muerte a Livia, la �ltima esposa de Augusto, pero no hay certezas que corroboren esta sospecha.

Casi 10 a�os despu�s y cuando Augusto gobernaba en paz sin rival alguno, muri� el fiel Agripa, que se hab�a casado con la viuda de Marcelo. Si el emperador tuvo alg�n amigo, ese fue Agripa, que hab�a sido su compa�ero de estudios y, sobre todo, su principal asesor militar y pol�tico. Augusto pronunci� el discurso f�nebre sobre la tumba de su amigo y decret� un largo periodo de duelo en Roma.

La desaparici�n de Marcelo y de Agripa plante� el dilema de la sucesi�n, ya que Augusto no tuvo ning�n hijo propio. S� los ten�a su �ltima esposa Livia, que era madre de Druso y Tiberio, nacidos en un matrimonio anterior. Druso muri� prematuramente, por lo que Tiberio fue designado sucesor.

El 19 de agosto del a�o 14 despu�s de Cristo Augusto muri� en Nola mientras visitaba la tumba de su padre. Sus �ltimas palabras fueron: �La comedia ha terminado, �aplaudid!�. Tiberio realiz� su paneg�rico delante de la pira en la que fue quemado su cad�ver. Los restos del personaje m�s poderoso sobre el planeta fueron guardados en un mausoleo, saqueado por los b�rbaros que dispersaron sus cenizas siglos despu�s. Sic transit gloria mundi.

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Retrato de Augusto con su corona c�vica.

Retrato de Augusto con su corona c�vica.