Todo empezó con un encuentro casual, algo que los surrealistas apreciaban mucho. El 21 de mayo de 1930 Nusch se cruzó con René Char y Paul Éluard en el bulevar Haussmann de París. Los poetas habían salido a la calle, inspirados por el libro Nadja de André Bretón, para, en esencia, ligar con desconocidas. Se quedaron impactados por la belleza de la joven, de 24 años en aquel momento, morena y delgada, y la invitaron a una copa. Ella aceptó porque le parecían simpáticos y, como casi todos los días, tenía muchísima hambre. Devoró los dos cruasanes que le pagaron, y al salir del café, Paul y ella se metieron en un taxi que les llevó a casa de él, donde se acostaron por primera vez. Apenas se separarían durante los 16 años siguientes, en los cuales ella se entregó del todo a él, pasando a vivir su vida. Es cierto que lo que dejaba atrás eran sobre todo desgracias.

paul eluard 1895 1952 poeta francés y maría benz en 1934
Paul Eluard (1895-1952), poeta francés y María Benz en 1934
Martinie

María Benz recibió el apodo de “Nusch” de su padre, artista de circo ambulante que actuaba por la zona de frontera entre Alemania y Francia. La imagen del circo parece muy evocadora, pero en realidad era sinónimo de miseria y penalidades. La niña dejó el colegio muy pronto para entrenarse como acróbata; a los 10 años ya era la protagonista del show familiar. A los 14 le ofrecieron trabajar en Berlín, pero allí las cosas no le fueron bien, y trabajó posando como modelo de postales eróticas en la adolescencia, además de prostituyéndose de forma habitual. Recaló en París, trabajando en los espectáculos de Gran Gignol, echando las cartas o como médium, pero daba igual cuánto talento o inventiva tuviese, la vida de los artistas como ella incluía sobre todo pasar penalidades y morirse de hambre los días en los que no actuaban.

En ese momento llegó el choque con Paul Éluard. En cuanto llegó a su casa aquel día de mayo de 1930, Nusch quedó fascinada por ese piso lleno de libros y objetos artísticos. Su biógrafa Chantal Vieuille escribe que ahí ella se enamoró definitivamente, mientras que él tardó un poco más en hacerlo pese a su deslumbramiento inicial. Claro que Éluard ya contaba con una historia de amor intensísima y apasionada a sus espaldas, la que había vivido con Gala, que acababa de abandonarle por Salvador Dalí. Pese a que estaban separados y en proceso de divorcio, Gala y Éluard nunca dejaron de escribirse, y él hablaba con veneración de ella, como la única mujer del mundo. A la vez, convivía con Nusch, que se ocupaba de la casa en un reparto de tareas perfectamente burgués. Él le compró ropa, la cuidó, le dedicó poemas e introdujo en su mundo, el meollo del surrealismo.

Bella, inocente y humilde, Nusch entró de lleno en él, poniendo a menudo su cuerpo, su herramienta desde niña. Acostumbrada a la desnudez, posó o fue fotografiada por Picasso, Man Ray, Matisse, Valentine Hugo Miró o Dora Maar. Muchos la describen como una presencia callada, pero hasta qué punto su afecto, cuidados y disponibilidad sexual marcó no solo a Paul sino al grupo todavía se discute. Algunos de ellos fueron sus amantes, pues en palabras de Vieuille, Paul “la compartía con sus amigos”, igual que él se acostó de nuevo con Gala, con la aquiescencia de Nusch. De hecho, al poco de conocerse, en agosto de 1930, los Éluard acudieron a Cadaqués, con Gala y Dalí. A Gala, Paul le diría sobre Nusch “Creo que nunca encontraré mejor compañera. ¿Sabes? Tengo mucho miedo de estar solo”.

Nusch se convirtió en “una amante sumisa que venera al hombre que la mima”, y la conexión sexual de la pareja, tanto como el amor libre, eran muy importantes en un momento en el que rebelarse contra la moral establecida era parte imprescindible del proceso de cambiar el mundo. Así vivían los surrealistas, entre el arte, la política y los “atentados contras las buenas costumbres” sin solución de continuidad. De hecho, al poco de estallar la guerra civil española, en la que Éluard destacaría como un activo defensor de la república, la pareja acudió a una fiesta surrealista en la casa del hermano de Roland Penrose, en Cornualles, que pasó a ser una larga orgía, con intercambios de parejas incluidos.

nusch y paul eluard
Stefano Bianchetti


Para entonces, ya se habían casado, en agosto de 1934. Formaban una familia atípica, aunque Cécile, la hija de Gala y Paul Éluard, criada por su abuela, siempre hablaría elogiosamente sobre Nusch, reconociendo: “no existe una segunda madre, pero es que la mía era tan terrible”. No todo era brillantez en su vida; los Éluard pasaron apuros económicos y problemas de salud casi siempre. Él había sufrido la tuberculosis en la adolescencia –fue justo en el sanatorio suizo donde conoció a Gala-, y su salud nunca se restableció del todo. También empezó a mostrar síntomas de Parkinson. Nusch, frente a su aparente vigor sexual, era débil y enfermiza. En 1935 comenzó a tener graves problemas de insomnio. El psiquiatra Jacques Lacan le recomendó que escribiese un diario o que pintase. Ella optó por el collage, porque al fin y al cabo, “ya hay un escritor en casa”. Durante una semana, Nusch recorta fotografías de revistas, crea media docena de obras y de forma milagrosa recupera el sueño. En un primer momento los collages fueron catalogados como obra de Paul, aunque después serían identificados de forma correcta y recibidos como piezas muy interesantes y llenas de encanto.

La segunda guerra mundial obligó a la pareja a vivir ocultos en la clandestinidad. Nusch, musa del poema Libertad de su marido, vio como la obra pasaba a ser un símbolo de la resistencia contra los nazis. Cuando éstos fueron derrotados, Paul se embarcó en una gira como símbolo de la victoria. Estaba fuera de París cuando el 28 de noviembre del 46, Nusch murió de una hemorragia cerebral, en la calle. La enterraron en el Père-Lachaise. Uno de los múltiples poemas de Paul evoca la fecha de la pérdida: “Veintiocho de noviembre de/mil novecientos cuarenta y seis/No envejeceremos juntos/Ése es el día/Que sobra: el tiempo se desborda”.