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Gorbachov: de lo que vale la verdad

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Gorbachov, un 'appar�tchik' al que le gustaban las voces de los dem�s y la sonrisa de su mujer, supo que aquello que llamaban URSS estaba mal

Mija�l Gorbachov en 1987
Mija�l Gorbachov en 1987GETTY

El hombre que m�s hizo porque Rusia fuera querida y admirada en el mundo y el hombre que m�s ha hecho y hace porque Rusia sea un pa�s odiado y despreciado coincidieron hace unos d�as en un sal�n de ceremonias que ten�a aire y penumbra de mausoleo. Fue en el vientre de la "Kremliovka", el hospital del norte de Mosc� al que acuden a hurtarle el cuerpo a la decrepitud o a darse de bruces con la muerte los jerarcas del r�gimen sovi�tico, despu�s ruso, desde 1957.

El primero de los hombres yac�a muerto. El otro bland�a un ramo de flores, como si empu�ara una pistola prestada. El visitante permaneci� unos instantes delante del f�retro. Mir� al rostro del difunto y, con el automatismo de un guardia de fronteras, observ� su retrato colocado en un atril. Despu�s, se santigu� ante el cad�ver del ex secretario general del PCUS y abandon� el recinto. La escena descrita no es la arcilla con la que se construy� un relato de Isaak B�bel o Bor�s Pilniak, ambos fusilados por los antepasados pol�ticos y militares de los dos hombres. Lo que ocurri� all� en 30 segundos fue, m�s bien, el cierre postergado, diferido, de toda una era.

Los hombres eran Mija�l Gorbachov y Vlad�mir Putin. El encuentro casi furtivo le permiti� a Putin despedirse del muerto en la intimidad. La intimidad de los aut�cratas, al menos. Esa en la que siempre hay un fot�grafo, incrustado en la realidad como los corresponsales en una tropa de conquista, y un par de asesores de mirada vidriosa y corbatas que no conocen rayas.

De no haber sido por Vlad�mir Putin y su guerra odiosa contra Ucrania, much�simas personas habr�an acudido a la �ltima cita con Mija�l Gorbachov desde todos los rincones del mundo. Apenas vinieron unos pocos, cuando liber� a millones. Yo mismo habr�a estado all�. Porque a m�, un joven estudiante de periodismo en el Mosc� de los 80, una criatura sofocada por el tedio que se viv�a en el lado sombr�o del Muro de Berl�n, Gorbachov me regal� un sue�o y medio. Y no importa que ambos, el entero y el recortado, se malograran despu�s. Pero viajar hoy a la isla que es Rusia da algo de miedo. Y tambi�n, un poco de asco.

Mija�l Gorbachov, un appar�tchik al que le gustaban las voces de los dem�s y la sonrisa de su mujer, supo que aquello que llamaban URSS estaba mal. Y se jug� la vida para poner fin al sistema totalitario que hab�an construido el Kremlin y la Lubianka durante 60 a�os. En el proceso, y mientras le buscaba un rostro humano al mundo sovi�tico, se lo vio abandonar el mapa con su cara patibularia de siempre.

Hab�a que ver a Gorbachov en aquellos meses sovi�ticos en los que cada ma�ana, desde Vladivostok hasta Kaliningrado, desayun�bamos estupor. Ya no se suelen exhibir rastros de aquella �pica de despacho y conferencia del partido. Tal vez porque las contrarrevoluciones no resultan tan vistosas como las revoluciones. Ni siquiera la que protagoniz� el propio Gorbachov, que es una de las contrarrevoluciones m�s bellas que se conocen.

Hay, no obstante, dos pel�culas colosales que muestran al Gorbachov crepuscular, al secretario general en su senectud. Ambas exponen en primer�simos planos el ocaso del h�roe. Y ambas muestran, en la inveros�mil dignidad de ese hombre despreciado por los suyos, y obligado a labrarse un lugar menos inc�modo en la historia, la grandeza y la fragilidad a las que empuja lidiar con el despotismo, el de ayer y el de hoy, el que dicta �rdenes desde el trono y el que mana, sordo, ciego y endiablado, desde la masa. Son los documentales de Werner Herzog y Andr� Singer (Conociendo a Gorbachov, 2018) y Vitaly Mansky (Gorbachov. Heaven, 2020). Herzog y Singer, conscientes de la desmemoria que se abati� sobre Gorbachov, colocan p�ldoras del pasado en medio de la entrevista en el presente. Mansky, en cambio, retrata el crep�sculo en su m�s pr�stina desnudez. Herzog le habla a Gorbachov con su voz distinta, pero siempre id�ntica: la m�s reconocible de las voces en la historia del cine documental. La misma que cont� la alucinaci�n de Timothy Treadwell en Grizzly man (2005) es la que le espeta al anciano ruso nada m�s comenzar a grabar: "Soy alem�n y el primer alem�n que conociste, probablemente quer�a matarte".

Abierta la espita y roto el pacto de silencio por la gl�snost, un extra�o pacto que se firm� con las torretas de vigilancia y el alambre de espino del Gulag como locuaces testigos, la verdad se derram� sobre los sovi�ticos y otros que pas�bamos por all� y no nos �bamos a perder el espect�culo de j�bilo y esperanza que fue la perestroika. Al anfiteatro del Instituto de Relaciones Internacionales de Mosc�, donde yo estudiaba, acudi�, por ejemplo, Anna L�rina, la viuda del pensador, economista y pol�tico Nikol�i Bujarin. L�rina cont� el calvario de su marido, fusilado, y el suyo propio. Sus a�os en los campos de trabajo.

La apertura permiti� que la legi�n de esforzados camaradas S�sifov fueran redimidos por fin de empujar la piedra por la escabrosa pendiente de la mentira compartida para dejarla reposar al fin en la casa de la gl�snost, donde desde todos los �ngulos ve�amos la misma joya, una verdad resplandeciente. Nos dol�amos escuchando a las viudas y los supervivientes, le�amos por fin los textos censurados a Vasili Grossman, a Bor�s Pasternak, a la Ajm�tova y a Nadezhda Mandelstam. Cada vag�n de metro eran cien personas absortas en la lectura de Shal�mov o Solzhenitsyn. Le�amos a los rusos exiliados y, por lo mismo proscritos hasta entonces: Nabokov, Brodsky, Dovl�tov. Pink Floyd revent� la noche de Mosc� con su m�sica contra la opresi�n y la guerra.

En la fila para despedirse de Gorbachov entrevistaron a algunas personas. Uno ten�a la impresi�n de que all�, en la sala de las columnas de la Casa de los Sindicatos, estaba la mejor Rusia, la agradecida, la desacomplejada. Pero una mujer me impresion� particularmente. "�Por qu� est� aqu�?", le preguntaron. Y dijo, sin aspavientos: "Porque Gorbachov me dio m�s de lo que me dieron mis padres". Es una frase tremenda, porque lo que sus padres le dieron fue la vida. Pero ella pensar�a que la libertad y la verdad que Gorbachov le dio valen m�s, o valen tanto como la vida.

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