Zeferino González, Nicolás de Cusa

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§ 85. Nicolás de Cusa

Nicolás de Cusa (Cusanus), que recibió esta denominación de Cusa o Kuss, aldea situada no lejos del Mosela, nació en 1401 y falleció en 1464, después de haber sido deán de Coblentz, obispo de Brixen y Cardenal. A ejemplo de Gerson, trabajó con gran celo, de palabra y por escrito, en la reforma del clero y del pueblo, y fue uno de los Padres que más se distinguieron en el Concilio de Basilea. Entre los medios de que echó mano para atender a la instrucción del clero y poner coto a su ignorancia, fue el mandato de que se enseñaran las obras de Santo Tomás relativas a los [412] artículos de la fe y a los sacramentos, lo cual prueba la preferencia e importancia que concedía a la doctrina del Doctor Angélico.

Sin embargo, la doctrina y dirección del cardenal de Cusa, aunque coinciden con las de Gerson en el terreno eclesiástico reformista, y aunque coinciden también con las de Santo Tomás en muchos puntos filosóficos y teológicos, envuelven puntos de vista nuevos y teorías más o menos originales. En este concepto, Cusa merece ser apellidado el precursor inmediato del Renacimiento, así como éste fue el precursor inmediato y natural de la Filosofía moderna. La concepción de Cusa es una vasta síntesis, o, mejor, una concepción sincrética, en la que entran elementos antiguos y elementos modernos, elementos filosóficos y elementos teológicos, elementos místicos y elementos físicos y matemáticos. Quienquiera que lea sus tratados De venatione sapientiae, el que se intitula De Conjecturis, y más todavía el rotulado De Docta ignorantia, verá que en su fondo se agitan y chocan unas con otras, ideas areopagíticas, ideas de Santo Tomás, ideas de los místicos alemanes, ideas físicas y matemáticas, ideas originales, tendencias lulianas y reminiscencias platónicas, todo ello saturado de ideas y tendencias crítico-escépticas.

De acuerdo con el Areopagita, y después de dividir la teología en afirmativa, negativa y mística, Cusa afirma que la verdad, considerada en sí misma, no puede ser conocida o poseída por el hombre, porque excede a todas sus facultades de conocimiento. La ciencia humana no excede los límites de la conjetura, y el grado más alto de esta ciencia, la sabiduría verdadera y [413] última del hombre, consiste en la docta ignorancia, es decir, en saber que la verdad en sí misma no es ni puede ser sabida o conocida por el hombre.

En relación con esta tesis, Cusa admite en el hombre dos facultades intelectuales; a saber: la razón (ratio) y el entendimiento (intellectus); añadiendo que la primera pertenece a la parte sensitiva, y por consiguiente es común al hombre con los animales. Su acto propio es el discurso o pensamiento racional, al paso que el acto propio del entendimiento es la simple intelección, la visión intelectual (simplex intellectio, visio intellectualis) o intuitiva. Por medio de esta visión, el entendimiento se eleva al conocimiento superior de la verdad posible en esta vida, es decir, a la docta ignorancia, mientras que por medio del pensamiento discursivo, que es el acto y como el órgano propio de la razón, sólo alcanzamos la ciencia imperfecta, o sea el conocimiento conjetural de la verdad.

En el terreno de la metafísica, el pensamiento de Cusa parece confundirse en ocasiones con el pensamiento panteísta, y sus fórmulas, obscuras, extrañas y ambiguas, ofrecen cierto sabor hegeliano. Dios, como ser infinito, nos dice, no solamente está por encima de todas las antítesis u oposiciones del ente, sino que es la unidad absoluta, la involución (involutio) perfecta de todas esas oposiciones. La oposición o contradicción sólo tiene lugar en la esfera de la alteridad, mientras que la unidad absoluta, y por consiguiente Dios, es superior a toda alteridad, razón por la cual viene a ser la unidad, la identidad absoluta de las oposiciones.

Dios es realmente todo lo que puede ser, y por consiguiente es lo más grande que se puede pensar; [414] pero a la vez es lo más pequeño que puede ser, porque no puede ser menor de lo que es. Luego Dios es simultáneamente lo más grande y lo más pequeño; pero esta antítesis, que no puede verificarse ni concebirse en la esfera de la alteridad, desaparece en Dios, en el cual coinciden y se identifican los dos términos.

Por más que éste sea incomprensible para la razón, porque el pensamiento o conocimiento discursivo, que es su propia función, sólo se mueve en la esfera de la alteridad, no es incomprensible para el entendimiento, que se eleva y se mueve dentro de la esfera de la unidad por medio de la intuición intelectual. De aquí es que, aunque el principio de contradicción es la ley suprema de la razón, no lo es del entendimiento: la ley suprema de éste es el principio de coincidencia (coincidentia oppositorum, coincidentia contradictoriorum, por cuanto percibe los opuestos, resolviéndolos en Dios como unidad absoluta.

El Universo es un todo animado y orgánico, en el cual todos los seres existen en unidad y multiplicidad; de manera que cada cosa está en cada cosa y todo está en todo, pudiendo decirse que en cada individuo está todo el universo de una manera contraída, por cierta involución (involutio) o contracción. Igualmente, lo que es en Dios unidad absoluta, es en el mundo unidad en y con multiplicidad: en Dios todas las cosas son una cosa; en el mundo, las cosas están sujetas a multiplicidad, según que la una se presenta y existe como esencia particular que se contrapone a otra esencia. En otros términos: Dios es la involución o complicación (complicatio), el envolvimiento de todo ser (Deus complicite est omnia); el mundo es el desenvolvimiento [415] de todo ser, es todos los seres de una manera contraída (contracte) o determinada por razón de la multiplicidad que representa y constituye la alteridad. Cuanto existe en Dios, existe también en el mundo; sólo que en el primero existe como unidad absoluta y en el segundo existe como unidad contraída y determinada por la multiplicidad. Si Dios es quid Maximum, también el mundo es quid Maximum; ambos son una misma cosa máxima, sólo que Dios lo es absolutamente, y el mundo es lo máximo contraído y multiplicado.

En su sentido obvio y natural, estas ideas y este lenguaje bien pudieran calificarse de panteístas. Teniendo, sin embargo, en cuenta la ortodoxia personal de Cusa, sus protestas contra el panteísmo y su doctrina acerca de la creación del mundo ex nihilo y acerca de la libertad perfecta de Dios en esta creación, es justo interpretar benignamente esas ideas y ese lenguaje.

Además de filósofo y teólogo eminente, el cardenal de Cusa fue también hombre muy versado en matemáticas y en ciencias físicas y naturales, siendo notables en este concepto sus tratados De reparatione calendarii.–De staticis experimentis, y el que lleva por título De mathematicis complementis. Desgraciadamente, el predominio que las tendencias de Occam y el nominalismo habían adquirido en las escuelas, ahogaron las semillas de reforma y restauración depositadas en las obras de Nicolás de Cusa, principalmente en orden al cultivo de las ciencias físicas y matemáticas. Si en el terreno propiamente filosófico Cusa fue el precursor natural del Renacimiento, puede decirse [416] que en el terreno astronómico lo fue de Copérnico. Porque es sabido que éste se inspiró en la teoría del cardenal de Cusa al exponer sus ideas astronómicas, y principalmente las que se refieren a la rotación de la tierra sobre su eje.