León Trotsky en palabras de su compañera Natalia Sedova - En Defensa del Marxismo
En el 83° aniversario de su asesinato

León Trotsky en palabras de su compañera Natalia Sedova

La serie de entrevistas con Natalia Sedova se publicaron en cuatro números del semanario “Hoy” de México D.F, los días 26 de septiembre, 6, 13 y 20 de octubre de 1951.

Dado que era la primera vez que Natalia hablaba de su compañero para el público, estos artículos fueron reproducidos por numerosas revistas latinoamericanas parcial o totalmente, y resumidos por diversas agencias internacionales.

Reproducimos hoy dos de esas entrevistas, la segunda parte la publicaremos en la edición quincenal de EDM el 10 de septiembre.

Capítulo I

Durante 43 años, desde los 18 de edad en que empezó a intervenir en el movimiento revolucionario de la juventud rusa, en Nikolaiev, hasta los 61 en que lo asesinaron en México, León Trotsky no vivió ni un solo instante en que su vida no corriera peligro. Consciente de esta amenaza perenne, nunca flaqueó en sus convicciones, ni abandonó una posición cuando él la creía justa.

Al decir esto, el rostro atormentado de Natalia Sedova, la viuda de Trotsky, no refleja ni emoción ni pena. Acostumbrada a dominarse a lo largo de una intensa existencia al lado de Trotsky, a no mostrar su inquietud permanente, su angustia incesante, Natalia parece casi inexpresiva. Pero luego, a medida que va hablando de León Davidovich -así lo llama ella, como cuando se le dirigía en la existencia cotidiana- Natalia se anima, sus ojitos brillan de vez en cuando, ora con entusiasmo, ora con odio, y sus finas manos, buscando entre papeles y libros, tiemblan un poco, a veces.

¿Quién, después de escuchar esta frase de la viuda de Trotsky, no comprenderá que la casa en Coyoacán, a media hora del centro de México, esté rodeada de un muro de adobes de cuatro metros de altura? El muro auténtico de esa vieja mansión colonial es bajo, ondulado, con grandes vasos de piedra como adorno.

Los adobes, sin respetar la estética, dan uniformidad a la fachada y cubren, incluso, un pórtico que está en el extremo del muro. Frente a ese pórtico se ve aún la caseta de ladrillo, abandonada, donde hacían guardia los policías cuando Trotsky vivía. La puerta de la casa es de hierro. Detrás de ella, bajo un techo de madera, un coche viejo, un Dodge pintado de gris, y luego el jardín con flores por todas partes y cactus junto a los muros -esos cactus que Trotsky iba a buscar personalmente al desierto de lava del Pedregal, cuando se sentía con necesidad de ejercicio-. Al fondo, la casa a la que se sube por cuatro escalones de piedra.

En el centro del jardín un monolito de piedra gris rematado por una bandera roja. Sobre el granito, la inscripción “León Trotsky 1879-1940”. El cadáver del viejo revolucionario no yace aquí, pues fue incinerado y sus cenizas aventadas. Junto a la puerta de entrada una lápida de mármol “In Memoriam of Robert Sheldon Harte murdered by Stalin”, asesinado por Stalin.

En la casa muebles de madera pintada de esos que se encuentran en los mercados, un buró de persiana, unas mesas cubiertas de libros. Los muros tapizados de estantes con libros, una mesita y dos sillones. Aquí era el secretariado de Trotsky, donde trabajaba Sheldon y otros norteamericanos amigos del “Viejo”. Más al fondo el despacho de Trotsky, intacto.

Es en el secretariado, bajo los rayos del sol que entran por la puerta, donde Natalia Sedova trabaja ahora y donde ha ido contando al reportero una serie de detalles, de anécdotas, las mismas que forman los rasgos del retrato de Trotsky trazado por quien mejor conoció al revolucionario. Es la primera vez que Natalia Sedova ha hablado para la prensa acerca del compañero de toda su vida, no en el plano político sino en el plano humano.

-Claro-dice- que es imposible separar al político del hombre, en el caso de León Davidovich. Él creía que había que vivir de acuerdo a las ideas que se tienen. Lo hizo siempre y ahora, al hablar de él, no veo la manera de aislar al hombre de los acontecimientos en que tomó parte.

París, 1902

“Lo conocí en París, en donde vivía yo en 1902. Varios emigrados rusos comíamos juntos para ahorrar. Entre ellos estaba Julián Martov, veterano de los destierros siberianos. Un día nos anunció que acababa de llegar un evadido de Siberia: era León Davidovich. Tenía entonces 23 años. A los 20 lo habían enviado a Siberia, después de haber estado detenido en Nikolaiev, donde estudiaba. Hijo de un campesino judío de Ucrania, pronto se interesó por el movimiento obrero. Lo detuvieron por haber ayudado a fundar, junto con otros muchachos, la Unión Obrera del Sur de Rusia. En la cárcel se casó con una compañera del mismo grupo -desaparecida luego bajo Stalin, como desapareció también Olga, la hermana de León, casada y divorciada de Kamenev-. Ya en Siberia decidieron que León se evadiera para reunirse con los grupos de exiliados.

“Ahora, releyendo los artículos que desde su aldea siberiana enviaba un modesto periódico de Irkutsk, firmados ‘Antídoto’, me doy cuenta de que, con lo que tienen de torpe, revelan ya que Trotsky era, entonces, lo mismo que fue después. Lo esencial de su personalidad, de su manera de mirar las cosas y los hechos, se revela ya en estos artículos sobre literatura.

“En París, al conocerlo, lo que más me impresionó fue su vitalidad, su capacidad de trabajo, su serenidad en la polémica. Ya no me separé de él. Con los 25rublos que me enviaban mis padres y los 50 que León Davidovich ganaba escribiendo, podíamos vivir con justeza, pero sin pasar hambre.

“Poco después fue a Londres para entrevistarse con Lenin. Pese a desacuerdos y discrepancias frecuentes, la amistad que nació entonces entre ellos no se enfrió jamás. Y eso que León Davidovich, al producirse la escisión en el Partido Socialdemócrata Ruso entre bolcheviques y mencheviques, no quiso adherirse a ninguna de las dos tendencias, y eso le valió vivas polémicas con Vladimir Ilich. Trotsky, criticando el jacobismo revolucionario de Lenin, advertíale el peligro de que la dictadura del proletariado, así interpretada, acabará por transformándose en dictadura sobre el proletariado.”

Los soviets de 1905

Natalia no tiene necesidad de consultar notas ni documentos para ir desgranando sus recuerdos. Se siente, escuchándola, que los guarda muy vivos, con cosas de ayer en la superficie misma de su memoria.

-Estábamos en Ginebra cuando nos llegó la noticia del Domingo Sangriento de San Petersburgo, de la manifestación conducida por el Pope Gapon y ametrallada por los cosacos. Escuchando cómo Martov le explicaba lo sucedido, León Davidovich palideció, tuvo un vértigo. Muchas veces le sucedía eso cuando algo lo emocionaba profundamente, y hasta cuando estaba a punto de pronunciar un discurso ante una gran multitud.”

En el fondo, es una manifestación física de su hondo respeto por el hombre y por la masa.

“Decidimos regresar enseguida a Rusia. Con pasaporte falso yo marché primero y él me siguió días después. Por entonces ya lo conocían con el seudónimo de León Trotsky. Era el nombre que había puesto en su pasaporte falso cuando se evadió de Siberia… el primer nombre que se le ocurrió, el de un carcelero que tuvo en la prisión.

“Cuando se formó el Consejo de Obreros o Soviet de San Petersburgo, fue su presidente. Fracasó el movimiento revolucionario y León Davidovich fue a parar a la cárcel, a la fortaleza Pedro y Pablo. Después de varios meses de gran fatiga, de trabajo intenso, la celda resultó un descanso. Lo condenaron a deportación perpetua. ‘Imaginé que nos sentenciarían a trabajos forzados’, comentó mientras le leían la sentencia.

“Y, en un tren militar, partió para Siberia. Los soldados los vigilaban, algo avergonzados, y agentes de la Okrana vigilaban a los soldados. En todas sus cartas me repetía lo mismo. ‘Enviadnos periódicos y libros, libros y periódicos. Quizás el tiempo que debemos pasar en Obdorsk (la ciudad a la cual lo desterraron) es un descanso que nos concede la historia para que perfeccionemos nuestros estudios y preparemos nuestras armas’.

“No lo hizo, empero, porque camino de esa ciudad se evadió. Tenía entonces 28 años. Bigotito y cabellera castaño, rebelde. Rostro anguloso, huesudo, mirada azul y ardiente detrás de los lentes que llevaba desde muy joven. Así lo veo aún, escribiendo el relato de la evasión en Finlandia antes de irnos a Londres. No existían visas en aquella época. Y con el sueldo de un periódico liberal de Kiev en el cual escribía podíamos defendernos de la miseria.

“Nos instalamos en Viena y allí junto con Ioffe -que más tarde se suicidó como advertencia y protesta contra la deformación de la revolución- escribían la ‘Pravda’ y la enviaban clandestinamente a Rusia. En esa época Trotsky, junto con Parvus, elaboró su teoría de la revolución permanente. No nos quedaba apenas tiempo para visitar Viena, para pasear por las afueras de la ciudad.

“Al estallar la guerra, en 1914, el jefe de policía de Viena llamó a León Davidovich y lo invitó, muy cortésmente, a marcharse del país antes de 24 horas. Zúrich y luego París.

“Hasta ese momento, la policía rusa no había dejado de vigilar a León Davidovich. En la Revolución, en la cárcel, en el destierro y el exilio vivíamos bajo una constante amenaza. Pero eso era sólo el comienzo.”

Los internacionalistas

“Me doy cuenta de que en realidad estoy trazando no un retrato de Trotsky, sino su vida. La verdad es que, en él, su biografía y su semblanza se confunden.

“En París vivíamos cerca de la plaza de Italia. Trotsky redactaba, con otros rusos, un diario socialista internacionalista, ‘Nuestra Palabra’, que tuvo que cambiar de nombre cada vez que la censura lo suprimía. León Davidovich escribía mucho. No iba apenas al café, pues se estimaba que era perder el tiempo- Los franceses lo consideraban bohemio por su cabellera ondulada, pero nunca lo fue, ni siquiera en el vestir. En realidad, León Davidovich vestía muy correctamente, no con elegancia, pero sí con severidad y sin fantasías. Era frío al primer contacto con la gente, hasta áspero, a veces, y nunca aceptaba familiaridades ni siquiera de sus amigos. Pero cualquiera percibía, debajo de esa cortesía adusta, una gran cordialidad callada.

“Por esta época escribió un folleto, ‘La Guerra y la Internacional’, que, mucho más tarde, supimos que tuvo cierta influencia en la redacción, o por lo menos en la concepción, de los 14 puntos de Wilson. El presidente de Estados Unidos conoció este folleto, lo leyó. Fue el editor norteamericano de Trotsky quien nos contó los comentarios hechos por Wilson a esta obra escrita a vuelapluma.

“Todo lo que ha escrito León Davidovich ha sido, en realidad, a vuelapluma, como reflejo de su participación en los acontecimientos. Bien meditado, eso sí, pero escrito rápidamente y corregido de prisa y corriendo.

“Durante la guerra, la participación de León Davidovich en las conferencias de Zimmerwald y Khiental, en Suiza, determinaron que lo expulsaran de Francia. Internacionalistas, socialistas de países beligerantes de ambos bandos acudieron a esos pueblecitos suizos, redactaron manifiestos -uno de esos de Trotsky- y afirmaron la necesidad de una paz revolucionaria. La embajada rusa en París pidió al gobierno francés la expulsión de León Davidovich. Inglaterra, Italia y Suiza se negaron a admitirlo. Unos policías los acompañaron muy afables hasta Irún. Visitó el Museo del Prado en Madrid, embarcó en el “Montserrat” y desembarcó en Nueva York, ‘esa ciudad que es la expresión más completa de nuestra época’, como me escribió.

“Me reuní con él, vivíamos en el Bronx, y Trotsky trabajaba con Bujarin -luego fusilado por Stalin después de ser su aliado- en la redacción de un periódico ruso, “Novy Mir”. Llegó la noticia de la caída del zar. El cónsul de Rusia entonces nos dio pasaportes. 

Velada de armas

“En San Petersburgo vivíamos tan modestamente como en París, con, además, los constantes problemas de buscar comida. Trotsky era ya el orador más popular de la ciudad. Hablaba varias veces en un mismo día. Esto lo obligaba a cuidar su voz y a dormir bastantes horas. Esto nos obligó también a aceptar, como lógico, el odio que nos rodeaba. Los vecinos de la casa nos miraban de reojo, no nos saludaban. Pero, para la masa, Trotsky era un consejero. En julio de 1917, al estallar una verdadera insurrección espontánea, León Davidovich se encontraba cerca del Palacio de Tauride, cuando un grupo de gente rodeó al ministro socialista revolucionario, Víctor Chernov, y quiso apalearlo. Trotsky trepó en un coche y logró hacerse oír. Dijo simplemente: ‘que todos los que quieran tratar violentamente al ciudadano Chernov levanten la mano. ¿Nadie? Entonces, el ciudadano Chernov está libre…’

“Lenin tuvo que huir a Finlandia. Lo acusaron de agente del Kaiser. Trotsky, contra el cual nadie dirigió semejante calumnia, escribió al gobierno solidarizándose con Lenin. Lo detuvieron. Un magistrado al cual hablé me autorizó a visitarlo. Conté a León Davidovich que no había querido estrechar la mano de ese funcionario de la justicia. ‘Bien hecho’, me dijo. Y cuando ese magistrado, al interrogarlo, le habló del dinero alemán, León Davidovich rompió los papeles que le enseñaban y se negó a contestar a ninguna pregunta, afirmando que se envilecería si aceptase interrogatorios de esa índole.

Lo pusieron en libertad, bajo una fianza de 3.000 rublos, cuando el general Kornilov se sublevó contra el gobierno. Fui a buscarlo a la cárcel. No estaba: había ido directamente al Soviet. Lo eligieron presidente y Tsereteli, al entregarle el cargo, le dijo: ‘Le deseo que lo conserve tres meses’. Eso indica la incertidumbre y el peligro en que vivíamos.

“En el fondo, era apenas el aprendizaje del riesgo.”

Capítulo II

“Este cuarto de trabajo  -me dice Natalia Sedova enseñándome por la ventana, porque ella nunca entra allí acompañada, la habitación donde todo está como cuando Trotsky pasaba en ella largas horas de trabajo afanoso-, esa mesa con sus cosas, todo tan bien ordenado y esos estantes de modera blanca llenos de libros, ahí sus lentes y esos rollos del dictáfono… todo eso me recuerda nuestra vivienda en el Kremlin, nuestra choza en Alma-Ata y el vagón de ferrocarril en el cual vivió las horas más apasionantes de su vida, siempre con la amenaza de la muerte frente a él.

“Pero será mejor que ordene mis recuerdos. El carácter de L.D. fue siempre el mismo desde su juventud. Sin embargo, se manifestó de modo distinto a lo largo de los años. Un hombre no es el mismo cuando sabe que lo acecha la policía del zar o los tiros de los blancos, que cuando la ataque viene de los compañeros de ayer.

“En vísperas de la Revolución vivíamos de las raciones, pasábamos hambre. No teníamos tiempo de visitar a los amigos. León pasaba horas y horas en Smolny recibiendo delegaciones que querían tratar de asuntos con el presidente del Soviet de Petrogrado. Procuraba no fatigarse en exceso y no dejarse llevar por la moda de ir desaliñado. En el comedor del Soviet nos daban sándwiches y el té. No fumaba y eso le ahorró mucho nerviosismo en una época en que todo tendía a tensarnos los nervios. Sus dos hijas mayores, Zina y Nina, apenas si lo veían más que en las reuniones obreras. Los pequeños al salir de la escuela a veces hacían una escapada al Soviet para ver a su padre.

“L.D. cumplió 38 años el mismo día en que los bolcheviques tomaron el poder, el 7 de noviembre de 1917.”

Delirio de entusiasmo

“Conservo de esos días un recuerdo delirante, de entusiasmo frenético y de fatiga embrutecedora. Todos tenían que hacer varias cosas, ocuparse de diversos problemas a la vez. Nadie durmió más que en sobresalto. En Smolny, el local de los soviets, antiguo colegio de señoritas nobles, solo se veían barbas de tres días, ojos hinchados de sueños, manos sucias. León estaba lívido, agotado, sobreexcitado, pero el entusiasmo suplía todo.

“En la escuela, nuestros hijos atacados y befados por los alumnos hijos de burgueses, entre ellos uno de Kerensky, tuvieron que retirarse. León era entonces Comisario del Pueblo de Negocios Extranjeros…

“Debimos instalarnos para mayor comodidad y seguridad en Smolny, en dos cuartos con mucha luz y muy frío. Tuve que hacer blusas para León y Sergio -nuestros hijos- con los tapetes de terciopelo que había encima de las mesas; no se encontraban tejidos en las tiendas. A Lenin, que vivía en el mismo corredor que nosotros, esas blusas multicolores le gustaron, pero a los muchachos les daba vergüenza salir con ellas a la calle. Preferían pasarse horas y horas examinando las ametralladoras que vigilaban en cada puerta del edificio.

“Recuerdo las noches en vela de reflexión y angustia que pasó León durante las negociaciones de Brest-Litovsk con Alemania. Recuerdo el alivio que se marcó en sus rasgos cuando hubo declarado, por sorpresa, en plena conferencia de paz que Rusia se negaba a firmar una paz con anexiones, pero que declaraba terminado el estado de guerra entre los Imperios Centrales y Rusia.

“Entretanto, en todo el país ardía la guerra civil. Trotsky dictó instrucciones severísimas: Destruir lo que no se pueda evacuar, llevarse las máquinas desmontadas, enterrar los cereales, los metales, incendiar los bosques y cosechas en la retaguardia del enemigo. Volar los puentes, combatir con armas de fuego y con arma blanca. Exterminar a los espías, a los traidores, a los provocadores.

“La amenaza sobre Petrogrado obligó al gobierno a trasladarse a Moscú. León no conocía de la ciudad más que la cárcel. En el Kremlin nos asignaron el apartamento de un antiguo alto funcionario compuesto de varios cuartos. El de León era todo en madera de Carelia. Le divertían los cupidos, los pastorcillos, las figuras de porcelana que abundaban encima de los muebles. Lenin vivió durante un tiempo cerca de nuestro apartamento. Este daba al comedor de los comisarios del pueblo en el cual a menudo se celebraban las reuniones del gobierno para no perder tiempo, sin formalidades, pues todos los comisarios eran viejos camaradas.

“Stalin ocupaba un apartamento frente al nuestro. Silencioso, adusto, el georgiano, que apenas comenzaba a figurar en política, sólo sostenía con León Davidovich las relaciones indispensables para el gobierno. En cambio, su mujer, Nadia Allilueva, hija de un ferrocarrilero, era una muchacha encantadora que debía sufrir hasta suicidarse.”

Frugalidad y balaceras

“Muchos funcionarios vivían mejor que nosotros. Comíamos modestamente, pues, como decía León, no debíamos vivir mejor que en el exilio. Lo que sí abundaba era el caviar, ya que no había manera de exportarlo. Una vez que, por orden del médico, el soviet de Moscú nos envió mantequilla, León preguntó casi irritado: ‘¿De dónde viene eso?’.

“Los comisarios recibían un sueldo igual al salario medio de un obrero. Pero no tardamos en darnos cuenta de que muchos revolucionarios aprovechaban las circunstancias para vivir de un modo privilegiado.

“El único momento de descanso que había, en la casa, era después de comer, cuando León hacía una breve siesta. Sus hijas solían ponerle término con preguntas sobre política, pero este era un tema del cual nunca quería hablar en familia. ‘Aquí descanso’, decía.

“Un día se presentó en el Kremlin el padre de León Davidovich, un viejo de 70 años. Le habían quitado las tierras, pero se sentía contento de lo hecho por su hijo. Le procuramos trabajo en una granja nacionalizada.

“Por aquel entonces, Trotsky era presidente del Consejo Revolucionario de Guerra. Ahora lo veíamos menos en casa, y a menudo debía emprender viajes. Cuando tomó este cargo, el Ejército Rojo no llegaba al medio millón de soldados. Al dejarlo, disponía de más de cinco millones.

“Una tarde vino a despedirse a una hora inhabitual. El Consejo de Comisarios lo enviaba a Kazán, donde la situación era grave. Había hecho preparar un tren especial. Este tren se hizo famoso, y en él pasó León muchos meses en los años de la Guerra Civil. Había allí una oficina, imprenta, estación de radio. Viajaban con él secretarios, un Estado Mayor, propagandistas, fuerzas de choque… Allá donde el frente amenazaba con romperse, allá iba el tren de Trotsky. A veces la situación se ponía tan grave que el propio León debía tomar un arma, al lado de los telegrafistas, del cocinero y de las secretarias del tren. En una ocasión, en Kazán, para demostrar a los soldados rojos desmoralizados que no abandonarían su posición, Trotsky ordenó que no se pusiera locomotora al tren.

“Pero, más que los decretos, las medidas drásticas o las balaceras, el gran instrumento de León Davidovich para sostener la moral de los soldados era la palabra. Les hablaba y los hombres se pegaban al terreno hasta que los blancos huían, derrotados. En ese tren vivió dos años y medio, recorrió de dos a trescientos mil kilómetros y habló centenares de veces, a menudo bajo las balas, en unas ocasiones cercados y en otras amenazados con conatos de rebelión de las propias fuerzas revolucionarias.

“Nos escribía a menudo, pero muy brevemente. Sin embargo, encontró tiempo para redactar a bordo de ese tren uno de sus libros, ‘Terrorismo y Comunismo’. Trotsky ya tenía, entonces, la costumbre, que conservó siempre, de pegar las cuartillas, una vez escritas, una tras la otra, formando rollos como los que usaban los chinos. Así no tenía que buscar ojeando cuando quería revisar algo, sino que le bastaba con ir desenrollando el manuscrito kilométrico.

“Fue para esa época cuando Stalin se enfrentó por primera vez abiertamente con Trotsky. Él y Vorochilov, desde el Frente del Sur, dirigieron al Comité Central del Partido un documento criticando la dirección de la guerra. Trotsky dimitió, pero el Comité Central le renovó su confianza y esta aprobación fue firmada… incluso por Stalin. Ahí estaba ya retratado el hombre, ¿no? Cuando se discutía sobre todo esto, Lenin envió a Trotsky una nota en la cual decía que contrafirmaba, sin reserva a las medidas severas, durísimas, que Trotsky había dictado porque estaba convencido de la necesidad de las mismas. Y le entregó un papel firmado en blanco que L.D. no usó nunca.

“Entre tanto, pasaba horas escribiendo cartas a viejos amigos, socialistas del extranjero, polemizaba con otros y mantenía vivas las amistades dejadas durante los años de exilio.”

Polémicas y maniobras

La guerra civil va terminando. Trotsky se encarga de reorganizar los transportes, que son un caos, además de dirigir el Consejo Revolucionario de Guerra y el comisariado del Ejército. La vida del gobierno y la del partido estaban íntimamente ligadas. La del hombre de Estado y la del militante no se diferencian.

-Trotsky y Lenin tuvieron algunas divergencias, sobre todo acerca del papel de los sindicatos.

Pero uno y otro estaban de acuerdo en criticar los defectos de la burocracia, que comenzaba a minarlo todo, tanto en la administración como en el partido. Confiaron en que la Revolución Mundial salvaría al ruso. No fue así. Esto les hizo sentir inquietud, desde el principio, por un posible termidor, es decir, por la victoria de la burocracia. Se trataba de evitar esto…

“En mayo de 1922, mientras León se encontraba en cama, con un pie torcido, vino Bujarin y anunció, aterrado, que Lenin acaba de sufrir un ataque y está medio paralítico, sin habla. ‘Se lo suplico’, le dijo Bujarin, ‘no se ponga usted también enfermo. La muerte solo me espanta para dos personas: Lenin y usted’…

“Fue después de recobrarse algo, cuando Lenin redactó lo que se ha llamado su testamento político, señala a Stalin como un peligro y dice de Trotsky… ‘el camarada Trotsky no se distingue solo por sus capacidades eminentes, es sin duda el hombre más capaz del comité actual, pero tiene demasiada seguridad en sí mismo y se deja arrastrar demasiado por el lado puramente administrativo de las cosas’.

“Lenin había visto justo Stalin, que reúne un inmenso poder, por ser el secretario general del partido, lo burocratiza, hace de los congresos reuniones de sus adeptos, va eliminando poco a poco del lado de sus adversarios a los colaboradores más fieles y eficaces.

“Y eso que ser colaborador del León requiere paciencia y entusiasmo. León es muy metódico y exige método, puntualidad, afán en el trabajo a cuantos están bajo sus órdenes. Detesta la charla inútil y el trabajo sin acabar.

“A las 7 ya está de pie, regresa al Kremlin a comer, después de pasar toda la mañana en el Comisariado de Guerra. Un rato de sobremesa le permite descansar y ver a sus hijos, sabe sus progresos escolares. No describe a la gente que trata, prefiriendo siempre mostrarse elogioso y se interesa por lo que sus hijos le cuentan de la calle, de la escuela.

“Las reuniones del Consejo de Comité Central o del Bureau Político son breves. Lenin, si las preside, cede la palabra solo dos o tres minutos a cada miembro.”

En víspera de tempestad

– ¿Cómo era Trotsky en esa época? Los viajeros que lo visitaban en el Kremlin y regresaban a París o Londres lo describían adusto, seco, orgulloso.

“No hay nada de eso, afirma Natalia. Nos faltaba tiempo para hacer o recibir visitas. León no se familiarizaba rápidamente ni tuteaba de la noche a la mañana. No íbamos apenas al teatro y rara vez a la pesca -que encantaba a Trotsky-. Pero entre sus colaboradores, entre los viejos camaradas, se hizo amigos sólidos, fieles… que pagaron esa fidelidad más adelante con la vida.

“Una vez fue a una reunión de fin de año en casa de Kamenco, impulsado por los amigos. Regresó asqueado. ‘Vestidos, bebidas. ¡Como en un salón cualquiera!’.

“No fumaba, no bebía, no admitía la temeridad, pero consideraba que el jefe militar debe saber arriesgarse cuando los soldados están desmoralizados. Las precauciones que se tomaban a su alrededor contra su voluntad las aceptaba por disciplina, pero afirmaba que al darse cuenta de ellas se sentía ‘como si lo convirtieran en una cosa’.

“El exceso de trabajo le echó a perder la salud, contrajo paludismo -que ya no lo abandonó- pero siguió trabajando, dictando, corrigiendo, incluso cuando tenía que encamarse. Hasta que los médicos le ordenaron ir al Cáucaso a descansar. Ahí, para distraerse, escribió un libro sobre la literatura y la revolución. ¡Luego los estalinistas le repudiaron que se ocupara de la literatura!

“Ya su crítica a la conducta del buró político era abierta. Reprochaba la corrupción de los líderes del Movimiento Obrero de Europa porque la Internacional Comunista les pasaba sueldos, se oponía a la burocratización del régimen, recordaba la frase de Lenin sobre Stalin: ‘Ese cocinero solo prepara platos picantes’. Stalin se había aliado con Zinoviev y Kamenev y ya comenzaba a hablarse del trotskismo, lo cual no impidió a Stalin dirigir a través de terceras personas a Trotsky proposiciones de alianza. Naturalmente, siempre fueron rechazadas.

“Los ataques se agravaron cuando León publicó su folleto ‘El Nuevo Rumbo’, en el cual proponía remedios a la situación y en el cual anunciaba que debía preverse una degeneración oportunista de la vieja guardia bolchevique. Eso se consideró como un verdadero sacrilegio. Pedía además una democracia vibrante y activa en el partido para evitar la degeneración burocrática.

“En medio de una avalancha de ataques pasamos por Tiflis, en la estación un amigo nos trajo un telegrama: Lenin había muerto. Stalin telegrafiaba a León suplicándole que no regresara a Moscú, que se cuidara, pues a su llegada el cadáver de Lenin ya estaría enterrado. Era mentira. El cadáver embalsamado fue sepultado una semana más tarde. Pero Stalin ha conseguido que Trotsky no esté presente. Nuestro hijo en Moscú no comprendía nuestra ausencia y al regresar no quiso saludarnos hasta que le aclaramos las cosas.

“Un año después, casi día por día, el buró político dominado por Stalin releva a Trotsky de sus funciones militares y le da otras de carácter técnico e industrial. Los trotskistas comienzan a ser excluidos del partido, cesados del trabajo, so pretexto que son ‘corrompidos’, ‘agiotistas’…

“Se acercan momentos decisivos, la vida de Trotsky y de la revolución una vez más están íntimamente unidas.”


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