un escritor crítico

Molière, el astuto dramaturgo que conquistó a Luis XIV

Retrato de Molière por Pierre Mignard. Óleo hacia 1658. Museo Condé, Chantilly.

Retrato de Molière por Pierre Mignard. Óleo hacia 1658. Museo Condé, Chantilly.

Harry Bréjat / RMN-Grand Palais

En enero de 1643, Jean Poquelin, rico comerciante de París, fue al notario con su hijo mayor Jean-Baptiste, de 21 años recién cumplidos. Como buen burgués de la época, Jean había esperado siempre que su primogénito continuase su floreciente negocio de tapicería de lujo. Pero Jean-Baptiste había decidido seguir un camino muy diferente. Sacrificando la seguridad burguesa y, con ella, el bienestar y la respetabilidad asegurados, había comunicado a su padre que iba a hacerse actor. Por ello renunció a la sucesión del prestigioso puesto de tapicero real que tenía su padre y recibió un adelanto de la herencia de su madre, fallecida unos años antes.

Molière (el nombre artístico que Jean-Baptiste Poquelin adoptaría enseguida) no fue el único hijo de buena familia que se lanzó a la aventura teatral en esos años. París vivía entonces una auténtica fiebre por el teatro. En la ciudad había dos compañías permanentes que estrenaban continuamente obras de todo tipo, algunas de las cuales causaban sensación, como El Cid de Corneille, que Molière sin duda vio cuando tenía 15 años. Un público selecto se apelotonaba en las salas para aclamar a los mejores actores del momento. Además, era fácil encontrar cómicos por las calles y en cada carnaval grupos de vecinos montaban obras por su cuenta. Fue de esta última forma como Molière debió de iniciarse como actor.

Cronología

La carrera de un hombre de teatro

1622

Nace en París, el 15 de enero, Jean-Baptiste Poquelin. En 1643 se hace actor y toma el sobrenombre de Molière.

1658

Tras 13 años en provincias, Molière vuelve a París. Al año siguiente triunfa con su obra Las preciosas ridículas.

1669

Molière logra autorización para representar El Tartufo de forma continuada.

1673

En una función de El enfermo imaginario Molière sufre una crisis y fallece horas después en su casa.

La primera aventura

Molière formó con otros aficionados un grupo que debió de obtener un cierto éxito, porque en junio de 1643 formalizaron la creación de una compañía de teatro profesional: el Ilustre Teatro. Entre esos compañeros estaba Madeleine Béjart, mujer bella y refinada que había sido la amante de un noble (o su mantenida) y con la que Molière sostendría una larga relación; de hecho, tiempo después corrió el rumor de que se había lanzado al teatro por ella. Madeleine se reveló como una magnífica actriz, y probablemente fue la principal atracción de la nueva compañía.

Se dijo que Molière se lanzó al teatro por amor por la actriz Madeleine Béjart, con la que mantendría una larga relación

Molière y sus compañeros comenzaron a lo grande. Alquilaron una sala espaciosa y se endeudaron para acondicionarla con palcos y decorados. Empezaron a representar a los autores de moda, al principio con cierto éxito, beneficiándose de que el teatro del Marais debió cerrar temporalmente por un incendio. Pero al cabo de unos meses, cuando el Marais reabrió, las tornas cambiaron. La asistencia empezó a caer, y el alquiler y las deudas contraídas les pesaban cada vez más. Se mudaron de sala, vendieron el vestuario y la madre de Madeleine hipotecó su casa. Con el agua al cuello, el propio Molière fue encarcelado unos días por una deuda; el padre tuvo que venir en su ayuda y saldar las cuentas. A principios de 1645, la aventura del Ilustre Teatro había terminado con un completo fracaso.

De ciudad en ciudad

Pese a ello, Molière decidió seguir su carrera teatral, y junto a Madeleine y varios familiares de ésta se unió a una compañía de teatro de provincias, de la que no tardaría en convertirse en jefe. Era una compañía ambulante, como de hecho lo eran todas las que había en Francia en esa época, a excepción de las dos estables asentadas en París. Formadas cada una por una decena de actores, estas compañías itinerantes iban de ciudad en ciudad, pidiendo permiso a las autoridades para representar sus obras durante un par de semanas, lo que daba de sí el limitado público de cada localidad. A veces les prohibían actuar, alegando que la situación económica era mala, o bien por las presiones de la Iglesia, que consideraba el teatro un entretenimiento inmoral. Para compensar, les exigían los ingresos de una función para destinarlos a los pobres de la ciudad.

Entre las compañías itinerantes, Molière y sus compañeros alcanzaron pronto una posición de privilegio. Se movían por el sur del país, en el arco que va de Burdeos a Lyon pasando por Toulouse. Con la protección de varios grandes nobles, actuaban en las principales ciudades, especialmente en las reuniones de los Estados –equivalente francés de las Cortes españolas–, de los que obtenían generosas gratificaciones. Sin duda destacaban ya por la calidad de sus actuaciones, en las que alternaban tragedias, comedias y hasta ballets.

Económicamente las cosas les fueron bien. La compañía era una gran familia en la que todos vivían confortablemente y a su aire, en un ambiente de diversión y bonhomía. Un poeta al que acogieron durante varios meses, quizás a cambio de que actuara como músico en sus funciones, dijo que había vivido en ese tiempo en una jauja.

Pero el sueño de todos los actores era triunfar en París, y cuando en 1658 se les presentó de nuevo la oportunidad de actuar allí no lo dudaron. Gracias a algunos protectores consiguieron un teatro junto al Louvre, compartido con una compañía italiana, y empezaron a anunciar sus obras.

Palais Royal. El teatro de Molière se instaló en el ala derecha del palacio construido pocos años antes por Richelieu.

Foto: Shutterstock

La revelación

Durante los primeros meses en París representaron un par de obras compuestas en años anteriores por el mismo Molière, farsas o comedias adaptadas del teatro italiano. Éstas tenían más éxito que las tragedias de otros autores, pero aun así tras algunos meses la asistencia empezó a bajar y pareció que se repetiría la experiencia del Ilustre Teatro. Muchos pensaban que tres compañías eran demasiadas para París. Además, acusaban a Molière y sus compañeros de no ser buenos actores trágicos.

Todo cambió de repente en noviembre de 1659, cuando Molière presentó una nueva obra escrita por él mismo, Las preciosas ridículas. Era una farsa de menos de una hora de duración, a la que el mismo Molière no concedió mucha importancia. Pero la voz se corrió y el público empezó a precipitarse a su teatro. Si en las semanas anteriores los ingresos de taquilla estaban generalmente por debajo de 200 libras por función, con mínimos de 60, ahora pasaban regularmente de 1.000. Este fenómeno se convertiría en una constante de la compañía de Molière: cuando representaban una tragedia de otro autor el público escaseaba; cuando era una obra de Molière, la afluencia se disparaba y los ingresos se decuplicaban.

Además, Molière no sólo consiguió que la gente fuera al teatro, sino también que en toda la ciudad sólo se hablara de sus obras. Un autor celoso se refería en 1662, cuando Molière tenía en cartel La escuela de las mujeres, a la «aprobación que todo París le da desde hace seis meses. Hombres y mujeres no se cansan de ir a esta espiritual Escuela, y las mujeres tienen incluso el texto impreso entre las manos para leer mientras lo ven representar, a fin de obtener un mayor placer».

Este clamoroso éxito de público, que no se desmentiría nunca, tenía varias causas. Una era el talento de los actores, empezando por el mismo Molière, que se reveló como un genial actor cómico. Sus muecas se hicieron famosas. «Nadie ha sabido nunca alterar tan bien su rostro, y puede decirse que en esta obra lo cambia más de veinte veces», decía un admirador. Más importante aún era el carácter de sus obras. En vez de los personajes estereotipados de las comedias a la italiana, Molière hacía una sátira de la sociedad de su tiempo, más concretamente de la de París. Los espectadores se reían de personajes ridículos que eran los mismos con los que podían encontrarse en su vida diaria: las damas pedantes con la cabeza llena de fantasías novelescas (Las preciosas ridículas), el nuevo rico que quiere darse aires de gran noble (El burgués gentilhombre), los caballeros aduladores y las coquetas que amargan al protagonista de El misántropo, el mezquino burgués de El avaro, etcétera. Todo ello desarrollado mediante diálogos chispeantes, irresistiblemente cómicos y llenos de alusiones provocadoras y hasta transgresoras.

Sganarelle, uno de los personajes cómicos interpretados por Molière. Grabado del siglo XVII.

Foto: RMN-Gran Palais

Sin embargo, no todos aplaudían su teatro. Los actores de las otras compañías lo miraban con envidia y difundían rumores maliciosos, en particular sobre su vida privada; se decía que él que se burlaba tanto de los maridos cornudos sufría lo mismo en su casa por parte de su joven esposa, Armande, hija secreta de su antigua amante Madeleine Béjart.

Muchos lo tachaban de obsceno, por las alusiones picantes que abundaban en sus obras, e incluso de ateo, por su insistencia en burlarse de la hipocresía religiosa, particularmente en El Tartufo, obra que fue boicoteada durante años por los fundamentalistas católicos llamados «devotos» hasta que en 1669 Molière logró que Luis XIV autorizara su representación. Esta protección real fue otra de las claves del triunfo de Molière en París, aunque no le bastó para su obra más atrevida, Don Juan, vista por algunos como una apología del ateísmo, que desapareció del cartel tras algunas funciones.

Sus éxitos de taquilla y las numerosas actuaciones en la corte hicieron de Molière un hombre rico. En 1672 se instaló en una casa con planta baja, entresuelo y dos pisos ricamente amueblados. Pero en ningún momento pensó en retirarse del escenario, y su pasión por actuar hacía que a los 50 años siguiera representando papeles de bufón.

Actores cómicos franceses del siglo XVII, entre los que figura Molière (a la izquierda). Óleo anónimo.

Foto. Agence Bulloz / RMN-Gran Palais

Muerte súbita

Un año más tarde, Molière falleció repentinamente. Aunque siempre fue un hombre de constitución fuerte, ese invierno contrajo una «fluxión de pecho» que le provocaba una fuerte tos y apenas le dejaba fuerzas para actuar. Tras sentirse débil durante una representación de El enfermo imaginario, se marchó a casa y allí un violento acceso de tos le rompió una vena y le provocó la muerte. Sin tiempo para recibir los últimos sacramentos, las autoridades eclesiásticas le negaron inicialmente la sepultura cristiana. Al final fue enterrado de noche, sin pompa y sin servicio solemne, aunque con una nutrida asistencia. En lugar de la oración fúnebre que no tuvo, un amigo publicó un homenaje póstumo en el que decía de Molière: «Lo veía todo, sabía imitar todo lo que veía, y desenmascaró a muchos, o más bien desenmascaró vicios que se ocultaban bajo falsas máscaras».

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Jean-Baptiste, señor de Molière

Según el primer biógrafo de Molière, cuando a éste le preguntaban por qué había tomado ese nombre «nunca quiso decir la razón, ni siquiera a sus mejores amigos». En realidad, no había nada de misterioso. Muchos actores de esa época tomaban nombres artísticos con aire aristocrático, y eso es lo que hizo desde 1644 el jefe del Ilustre Teatro al hacerse llamar «Jean-Baptiste Poquelin, señor de Molière». Con el tiempo el apodo se convirtió en nombre oficial. Su esposa se llamaba Madame Molière y él fue enterrado como Jean-Baptiste Poquelin de Molière.

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El teatro, diversión de moda en el siglo XVII

Para las funciones teatrales solían aprovecharse pistas de tenis cubiertas(jeu de paume), unos recintos alargados en los que podían caber hasta 900 personas, la mayoría de pie en la platea.

 

 

 

 

 

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Éxito de taquilla

El registro de los ingresos que llevó el actor La Grange permite medir el éxito de cada obra de la troupe de Molière. En la página bajo estas líneas se ve que el 2 de agosto de 1667 se recaudaron tan sólo 87 libras. El 5 de agosto, el estreno en París de Tartufo elevó los ingresos a 1.890 libras, pero al día siguiente la obra fue prohibida.

Hoja de registro de ingresos de la troupe de Molière.

Foto: Roger Viollet / Aurimages

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La última escena

La versión más fiable de la muerte de Molière dice que en la cuarta función de El enfermo imaginario, Molière «estuvo tan afectado por su fluxión en el pecho que le costó representar su papel; lo terminó sufriendo mucho, y el público se dio cuenta de su enfermedad. Terminada la función se marchó pronto a casa», y fue allí donde sufrió el ataque mortal. Sin embargo, otros autores pronto empezaron a dramatizar la escena. Un panfleto publicado en 1688 decía que en un momento de la obra a Molière «le cayó sangre de la boca, lo que asustó enormemente a los espectadores y sus camaradas, quienes se lo llevaron rápidamente a su casa». Así nació el tópico de que Molière murió en el escenario.

Muerte de Molière. Grabado según un óleo de Félix Philippoteaux. Siglo XIX.

Foto: AKG / Album

Este artículo pertenece al número 217 de la revista Historia National Geographic.

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