La Unión Soviética la llamaba la Orden de la Amistad de los Pueblos. Rusia la rebautizó como la Orden de la Amistad. Es la condecoración que se otorga a los extranjeros cuya tarea ha ayudado a mejorar las relaciones con ese país. La recibió George Blake, el agente doble británico que entregó la cabeza de cuatrocientos espías a la KGB. También Rowan Williams, quien fuera arzobispo de Canterbury, por su amor a la literatura rusa. Y el príncipe Miguel de Kent, uno de los primos favoritos de Isabel II, que ha demostrado que el amor a Moscú puede ser una vía de doble sentido con beneficios mutuos. Su presentación como puente de acceso para las empresas al entorno de Vladimir Putin, en un momento de grave tensión entre los gobiernos británicos y ruso, ha supuesto un nuevo quebradero de cabeza para la reina y la enésima demostración del modo en que algunos miembros de la familia real utilizan su posición para sacar beneficio. En su defensa cabe decir que habla el ruso de modo fluido, es patrono de la Cámara de Comercio Anglo-Rusa, y ha encabezado varias delegaciones de empresarios británicos a ese país. Descendiente lejano del zar Nicolás II por línea materna y paterna, los científicos echaron mano de su ADN para identificar los restos de los Romanov asesinados por los bolcheviques en Yekaterinburgo.
El diario The Times, en colaboración con Channel 4, tendió una trampa al príncipe que produjo una bochornosa conversación grabada en vídeo. Dos reporteros se hicieron pasar por representantes de una compañía surcoreana, House of Headong, dedicada al tráfico de oro e interesada en hacer negocio en territorio ruso. “Nunca he tenido una relación muy estrecha con el mundo del oro, y la idea de tenerla me hace muy feliz”, dijo el príncipe al inicio de la videoconferencia en Zoom, antes de dejar en manos de su amigo y socio, el marqués de Reading, los pormenores del contrato. 230.000 euros por toda la operación, y otros 60.000 por un viaje a Moscú del príncipe de cuatro o cinco días. “Si él está junto a Putin y cinco o seis de sus ministros, el presidente ruso podrá darles la indicación de que le atiendan debidamente. Y ahí está la clave, realmente. Mientras tengas la autoridad de arriba, puedes hacer virtualmente cualquier cosa en Rusia”, explicaba su socio a los reporteros encubiertos.
El príncipe se ha apresurado en negar una relación estrecha con Putin, y asegura no haber tenido contacto con él desde hace casi veinte años, pero el primo y amigo de la reina, quien ejerció de paje durante la boda real de Isabel II con Felipe de Edimburgo, es un claro ejemplo de cómo el sello real es el catalizador ideal para determinados negocios. Oficialmente, no forma parte de los miembros de la Casa de Windsor que ejercen funciones oficiales de representación, pero el Palacio de Buckingham paga sus gastos de seguridad. Y junto a su esposa, María Cristina von Reibnitz, hoy la princesa Miguel de Kent, reside en las dependencias del palacio de Kensington. Fue todo un escándalo el descubrimiento, hace unos años, de que la pareja pagaba poco más de 500 euros mensuales por el alquiler de la vivienda. La reina tuvo que explicar que ella pagaba el resto de su bolsillo (hasta los 140.000 euros que supone al año) por el cariño que tenía a su primo. En 2012, a través de una investigación también del diario The Times, se supo que la empresa del príncipe había recibido al menos cincuenta pagos, a través de una red de empresas, del oligarca ruso Boris Berezovsky. Hasta un total de 370.000 euros.
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