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Foto: Erich Lessing / Album

Curiosidades de la Historia: Episodio 82

Vlad, el Empalador. El príncipe que inspiró el mito de Drácula

Vlad III, señor de Valaquia en el siglo XV, pasó a la historia tanto por su resistencia a ultranza contra los turcos como por sus cruentos castigos; cuatro siglos después, su nombre quedaría asociado a la novela Drácula, de Bram Stoker

Foto: Erich Lessing / Album

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Drácula, príncipe de las tinieblas, señor de los no muertos! Este personaje mítico nació en 1897 de la fértil imaginación de Bram Stoker, pero tras el Drácula literario alienta un ser histórico no menos temible, en el que se inspiró el escritor irlandés: Vladislaus III Draculea, voivoda o príncipe de Valaquia. Vlad, como suele llamársele, vivió en un mundo convulso: los Balcanes del siglo XV.

Valaquia, junto con Moldavia y Transilvania, formaba la Tara Romaneasca, es decir, Rumania, donde los soberanos católicos de Hungría se enfrentaban a los turcos, que extendían su manto sobre la región. Unos y otros presionaban a los voivodas para que se decantasen por su bando, lo que no era difícil: como los hijos legítimos y los hijos naturales de los príncipes tenían iguales derechos al trono, siempre se podía encontrar un pretendiente al que tentar o presionar.

En la Valaquia de comienzos del siglo XV reinaba el caos: el entonces voivoda y su hermano se enfrentaban a muerte por el poder, mientras los otomanos lanzaban sus ejércitos sobre la región, que nominalmente formaba parte del reino húngaro. Vlad II, un distinguido noble hijo de un poderoso voivoda anterior, esperaba ocupar el trono cuando quedara vacante, pero fue su hermanastro Alexander Aldea quien se impuso.

En 1431, Vlad II fue admitido en la orden del Dragón, fundada por Segismundo de Luxemburgo, emperador y rey de Hungría. La orden estaba formada por 24 nobles del más alto rango, consagrados a detener la expansión otomana en Europa, luchar contra la herejía y defender la familia imperial. Desde entonces fue conocido como Vlad Dracul, «dragón», y su hijo, nacido en ese mismo año, sería conocido como Vlad Draculea o Drácula, «hijo del dragón».

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Segismundo había encomendado a Vlad II la defensa de la frontera en Transilvania, y Dracul se pasó los siguientes cinco años guerreando e intrigando contra Alexander, incluso con la colaboración de los otomanos, para adueñarse del poder de manera efectiva. Pero no se hizo con el trono hasta que su hermanastro falleció de muerte natural en 1436.

Una vez en el poder, Vlad II cambió de bando cada vez que lo juzgó conveniente. El resultado fue que Juan Hunyadi, regente de Hungría, invadió Valaquia en los años 1442 y 1443 para instalar en el trono a otros voivodas más fiables, mientras que en 1444 el sultán Murad II le tendió una emboscada y lo forzó a dejar como rehenes a sus dos hijos menores: Vlad Draculea y Radu el Hermoso. A cambio, le proporcionó tropas para recuperar el poder en Valaquia.

Durante tres años, Drácula permaneció en la corte otomana, donde fue bien tratado por el sultán y su hijo Mehmet, el futuro conquistador de Constantinopla, pero aun así les guardó rencor. Mientras tanto, su padre no dudó en cambiar nuevamente de bando aunque al hacerlo arriesgase las vidas de sus hijos. Por fin, en 1447, los boyardos o aristócratas valacos se sublevaron contra Vlad Dracul y lo mataron a golpes; también cegaron y enterraron vivo a su hijo mayor, Mircea. Juan Hunyadi, que había instigado el asesinato de Dracul, puso como voivoda a Vladislaus, otro noble valaco.

En este momento irrumpió en la historia Drácula, entonces un joven de 16 años. En 1448, con ayuda otomana, expulsó al nuevo voivoda de Valaquia, pero los húngaros lo repusieron en el trono pocos meses después. Sin embargo, Vladislaus se equivocó: se inclinó por los turcos (que en 1453 ocuparon Constantinopla) y ello enfureció a los húngaros, que segaron la hierba bajo sus pies. Drácula aprovechó la oportunidad y en 1456 derrotó a Vladislaus y lo mató en combate personal.

Foto: Doug Pearson / Getty images

Para afianzar su poder, Vlad III Drácula empezó a nombrar a dedo a plebeyos e incluso a extranjeros para todos los cargos públicos. No se trataba de una política progresista de emancipación de las clases bajas, sino de reforzar el poder real creando funcionarios dependientes por completo de la voluntad arbitraria del voivoda, que podía nombrarlos, destituirlos e incluso ejecutarlos a voluntad.

En cuanto a los boyardos, en la Pascua de 1459 invitó a doscientos a una gran cena junto con sus familias. Las mujeres y los ancianos fueron ejecutados, y los demás se convirtieron en mano de obra esclava para construir un castillo junto al río Arges; muchos murieron de agotamiento.

Para reemplazar a los boyardos, Drácula fue creando nuevas élites: los armas, administradores de la justicia; los viteji, una élite militar formada por pequeños propietarios campesinos que se habían distinguido en el campo de batalla, y los sluji, mezcla de policía política y guardia personal. Al mismo tiempo favoreció a los campesinos y artesanos, liberándoles de los tributos en dinero e hijos que habían tenido que pagar al Imperio otomano.

Gobernar por el miedo

La siniestra fama que iba a convertir a Vlad III Drácula en el terror de los Balcanes nació con el trato brutal que dio a las minorías. Para librarse de vagabundos y mendigos, los invitó a un banquete, cerró las puertas y los quemó vivos a todos. Los gitanos fueron exterminados o alistados a la fuerza en el ejército.

En cuanto a la población alemana, sajona en su mayoría, se concentraba en ciudades que disponían de gobiernos autónomos e importantes privilegios comerciales y fiscales. En su momento, los asentamientos sajones habían servido para repoblar zonas estratégicas e impulsar la economía local, pero ahora eran simplemente un estamento privilegiado en perjuicio de la población rumana local.

Drácula les impuso duras cargas fiscales y bloqueó su comercio cuando se resistieron a pagar. Entonces los húngaros y los sajones de Transilvania y Valaquia empezaron a ofrecer su apoyo a nuevos pretendientes al trono. No faltaban los candidatos: Dan III, Vlad el Monje –hermanastro de Drácula– y Basarab Laiota. La respuesta de Vlad fue terrorífica. Cuando la ciudad sajona de Brasov apoyó a Dan III, la respuesta de Vlad consistió en empalar a 30.000 personas, cenar entre los empalados moribundos y luego quemar Brasov. Desde entonces dejaron de llamarle por el honroso apelativo de Drácula y empezaron a llamarle tse’pesh o Tepes, «el empalador». Por su parte, él firmaba siempre como Wladislaus Dragwlya.

También impuso su autoridad sobre el clero católico y no le importó castigar a sus miembros –algo que no dolía mucho a la mayoría de los rumanos, cuya fe ortodoxa era perseguida en Transilvania por húngaros y sajones católicos–. Eso llamó la atención del papa Pío IV.

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Un informe redactado para él en 1462 aseguraba que Drácula había asesinado a unas 40.000 personas. Otras ciudades rebeldes como Sibiu, Tara Bârsei, Amlas y Fagara sufrieron igualmente sangrientas represalias hasta que se sometieron en 1460. Más allá de la crueldad personal, la actuación de Vlad Tepes respondía a una política global de aplastamiento y sometimiento de una minoría privilegiada de origen foráneo.

En cuanto a su política exterior, Vlad III se distinguió claramente de su padre y de otros muchos caudillos de la época, pues una vez en el poder jamás cejó en su oposición irreductible contra los turcos. Para ello contó con el apoyo de Matías Corvino, hijo de Juan Hunyadi y soberano de Hungría. Nunca cambió de capa, le fueran bien o mal las cosas. Por el contrario, su hermanastro Radu el Hermoso se convirtió al Islam y, según las crónicas bizantinas, incluso llegó a ser amante del sultán Mehmet II.

Un informe redactado para el Papa Pío IV en 1462 aseguraba que Drácula había asesinado a unas 40.000 personas

Contra los turcos, hasta el fin

Las campañas de Vlad III contra los turcos fueron de una extraordinaria brutalidad, aunque éstos tampoco eran clementes con quienes se les resistían. En 1459, Mehmet II envió una embajada para reclamar un tributo de 10.000 ducados y 300 muchachitos. La respuesta del Empalador fue clavar los turbantes de los embajadores en sus cabezas, pretextando que le habían faltado al respeto al no descubrirse para saludarle.

En 1461, los turcos le ofrecieron conversaciones de paz, pero en realidad pretendían tenderle una emboscada. Vlad respondió con una incursión devastadora en los dominios turcos al sur del Danubio. En enero de 1462 escribió a Matías Corvino explicándole que había cortado 24.000 cabezas –ello sin contar a quienes habían muerto en el incendio de las casas–. Para demostrar la veracidad de sus palabras aportaba sacos enteros llenos de narices y orejas cortadas. En realidad, y como reconocía el propio Empalador, la mayoría de las víctimas eran simples campesinos: cristianos serbios y búlgaros sometidos a los turcos.

En la primavera de 1462, Mehmet II reunió un ejército de 90.000 hombres y avanzó sobre Valaquia. Vlad disponía de unos 30.000 guerreros y optó por acosar a los turcos con ataques nocturnos, guerra de guerrillas y tácticas de tierra quemada. El propio Vlad se infiltraba en los campamentos otomanos aprovechando que había aprendido el idioma turco cuando fue rehén de Murad II.

También utilizó el terror: empaló a 23.000 prisioneros con sus familias en la ruta del enemigo. El sultán, horrorizado, debió de preguntarse si el autor de aquellas atrocidades era realmente el mismo Vlad con el que jugaba cuando eran niños.

La victoria final de los turcos no se debió a su ejército, sino a la defección de los boyardos valacos, pues Radu, el hermanastro del Empalador, les garantizó que les devolvería sus privilegios. Radu también supo atraerse a otras minorías e incluso a parte de la población rumana, harta de los métodos sanguinarios de Vlad.

Además, Matías Corvino deseaba una tregua con el sultán. Vlad ofreció una encarnizada resistencia a los turcos y a los nobles congregados en torno a Radu, pero terminó acorralado y sin un céntimo. El 26 de noviembre de 1462 fue apresado por Matías Corvino mientras negociaba con él para conseguir dinero y tropas.

En su lucha contra Mehmet II empaló a 23.000 prisioneros con sus familias en la ruta del enemigo. El sultán se horrorizaba pensando que era obra de Vlad, con quien jugaba de niño

Vlad permaneció poco tiempo en el calabozo, pues su influyente primo Esteban III de Moldavia intercedió en su favor. Matías Corvino acabó casándolo con su prima Ilona Szilágyi hacia 1466, pero lo retuvo con él durante doce años. Mientras tanto, intrigas y traiciones continuaban siendo moneda normal en Valaquia.

Esteban de Moldavia expulsó de este territorio a Radu, pero no devolvió el trono a su primo Vlad, sino que colocó en el poder a un nuevo voivoda, Basarab Laiota. Éste, escasamente agradecido a su protector, negoció enseguida con los turcos para sacudirse el vasallaje moldavo. Así las cosas, cuando Radu murió de sífilis en 1475, Matías Corvino liberó al Empalador para que recuperase Valaquia en beneficio de Hungría.

En noviembre de 1476, Vlad derrotó a Basarab y recuperó el poder. Pero por muy poco tiempo, pues Basarab regresó con tropas otomanas y Vlad murió luchando contra los turcos en diciembre de 1476. Su cabeza fue enviada a Constantinopla para exhibirla y disipar así el terror que inspiraba su nombre. Terminaba la historia de Vlad III Tepes y comenzaba la leyenda de Drácula.

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