María y Margarita de Austria, tía y sobrina contra el duque de Lerma

María y Margarita de Austria, tía y sobrina contra el duque de Lerma

Enemigos íntimos

La política pacificadora del duque de Lerma tuvo dos enemigas. María y Margarita de Austria fueron los “halcones” de la corte, las que querían la guerra con los protestantes

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María de Austria (izqda.), el duque de Lerma y Margarita de Austria, reina y
sobrina de la primera.

María de Austria (izqda.), el duque de Lerma y Margarita de Austria, reina y sobrina de la primera.

Dominio público

Francisco de Sandoval y Rojas (1553-1625), primer duque de Lerma, pasó de ser el patriarca de una familia segundona y endeudada a todopoderoso valido del rey Felipe III, y lo hizo sin dar pistas a nadie. Fue un “gran disimulador”, como lo llama el historiador Bernardo José García, que se movió como pez en el agua en las procelosas aguas de la corte.

Históricamente los Sandoval habían estado cerca de los reyes, pero, cuando nació Francisco, eran otras familias las que se beneficiaban del contacto con el monarca. Gentilhombre, sumiller de corps, caballerizo mayor, mayordomo mayor…, eran los cargos más preciados, pues permitían despachar cada día con el rey. Además de para acaparar poder político, alguien lo suficientemente audaz podía usarlos para hacerse rico.

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Puesto que su acercamiento a Felipe II no prosperó, alrededor de 1585 el joven Francisco cambió su estrategia para centrarse en su hijo, el futuro Felipe III. A pesar de ser un niño de siete años, por aquel entonces el príncipe ya era objeto de las maniobras de muchos, pero Sandoval resultó ser el más hábil. Con regalos y tiempo, mucho tiempo, se situó en una posición de máxima privanza con el niño.

Demasiado pacífico para su gusto

Por eso, cuando el Prudente falleció en 1598, los Moura o los Loaysa no pudieron hacer nada para evitar que se convirtiera en el hombre más poderoso de España. Sobre todo, por la tendencia a la ociosidad del nuevo rey, que, más interesado por la caza, la pintura y el teatro, le dio plenos poderes para que tomara decisiones sin fastidiarlo a él con asuntos de Estado. 

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Su gobierno fue reformista, tendente a eliminar todo aquello que limitara el poder real. Eso sí, en el camino colocó a varios miembros de su familia y afines en instituciones clave. Evidentemente, un efecto no deseado, pero quizá inevitable, fue que todos los que habían quedado fuera se pusieron de acuerdo para aniquilarlo. En esto, la “oposición” contaba con dos poderosas aliadas, María de Austria (1528-1603), la tía del rey, y Margarita de Austria (1584-1611), nada menos que la reina.

Además de la acumulación de poder y las sospechas de corrupción, ambas tenían otro buen motivo para odiar a Lerma: su política exterior pacificadora. No es que quisieran la guerra per se, pero consideraban que los intentos del valido por acabar con los conflictos en Europa eran, en realidad, una claudicación ante los protestantes. También recelaban de sus intentos de reconciliación con Francia, pues para ellas lo importante era la unión con los “otros” Austrias –los que gobernaban en el Sacro Imperio–, para que la familia fuera dueña del continente.

Reforma y Contrarreforma

Para comprenderlo hay que explicar de dónde venían María y Margarita, que eran tía y sobrina. Durante su matrimonio, la primera había tenido que soportar que su esposo, Maximiliano II de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio, pretendiera conseguir el entendimiento entre protestantes y católicos.

Maximiliano había tenido simpatía por los luteranos ya desde joven. Justamente por eso, en alguna ocasión, su padre, el emperador Fernando I, lo había amenazado con desheredarlo. Sea como fuere, a esas alturas la unidad religiosa de la Europa de los Habsburgo (o Austrias) ya era una quimera.

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Retrato del emperador Maximiliano II de Habsburgo, su esposa María de Austria y sus hijos, atribuido a Arcimboldo.

Terceros

De hecho, tras años de guerras con los herejes, fue el desaliento por ese fracaso lo que llevó a Carlos V a dividir sus vastos dominios en 1555. Su hijo Felipe lo heredaría todo menos el Sacro Imperio, que quedó en manos de su hermano Fernando, el padre de Maximiliano.

Cuando María y Maximiliano se hicieron con la corona imperial, la casa de Habsburgo ya estaba dividida en dos ramas. Eso sí, más que esposa –su relación conyugal fue pésima–, podría decirse que en Viena María fue la espía de su hermano, el rey Felipe II. Su tarea: asegurarse de que las decisiones en el Imperio hicieran seguidismo de lo que se quería en España.

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Cuando, una vez viuda, regresó a la península, y ya muerto el rey Felipe, se encontró con que el duque de Lerma llevaba una política contraria a la que ella siempre había defendido. En esto tuvo el apoyo de Margarita, la esposa de Felipe III, que tampoco veía con buenos ojos nada que no fuera seguir imponiendo la Contrarreforma –por la vía de la guerra si era necesario– y de la alianza con los Austrias del Sacro Imperio. 

El partido de la guerra

¿Qué había hecho Lerma para enfadarlas tanto? Primero, tratar de suavizar las cosas con Francia, algo que materializó en 1615 al casar a una infanta española con el rey galo; segundo, pretender detener la guerra con los protestantes de los Países Bajos, que también conseguiría en 1609 al firmar una tregua.

En palacio había dos partidos, que Bernardo José García llama el partido “de la guerra” o “alemán”, y el partido “de la paz”. Fueron tales las presiones del primer grupo que los historiadores las consideran uno de los motivos por los que a Lerma se le ocurrió trasladar la corte a Valladolid en 1601, en un intento de alejar al rey de su tía María.

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El otro motivo es de sobra conocido: el valido había comprado un buen número de inmuebles a bajo precio en esa ciudad, que con la capitalidad se revalorizaron exponencialmente. Lo de Valladolid fue una de las operaciones inmobiliarias más corruptas de la historia. De hecho, llegó a haber sobornos por parte de los comerciantes madrileños para que la corte regresara en 1606, como finalmente sucedió. 

A degüello

Por ahí, por la vía de la corrupción, es por donde sus oponentes trataron de derribar a Lerma. Lo demuestran las cartas que envió a Viena el embajador alemán, Franz Christoph Khevenhüller, en las que recomendaba explotar esa debilidad.

María y Margarita no pudieron verlo, pues la primera murió en 1603 y la segunda en 1611 –hubo quien dijo, falsamente, que fue asesinada por partidarios de Lerma–, pero al final se inició una investigación sobre las finanzas del duque.

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Entre los acusadores estaban Gaspar de Guzmán y Pimentel, el futuro conde-duque de Olivares; Luis de Aliaga, el confesor del rey; y el propio hijo de Sandoval, Cristóbal Gómez de Sandoval, que quería arrebatarle el puesto.

Aquello acabó con la ejecución de Rodrigo Calderón de Aranda, el más estrecho colaborador del valido, y con este alejado de la corte. Si consiguió evitar que lo degollaran –el modo de ejecución reservado a los nobles–, fue solo porque en 1618, en la más inesperada de sus argucias, logró que Roma le concediera el capelo cardenalicio.

Además de la de corrupto, que sin duda mereció, la historia colgó otra etiqueta a Lerma, quizá menos merecida. Durante años, parte de la historiografía estuvo tentada de considerarle un traidor a los ideales contrarreformistas e imperialistas de España.

El tiempo ha puesto las cosas en su sitio, pues hoy hay consenso en que solo pretendió dar un respiro a las arcas del Estado, pero sin renunciar a la hegemonía exterior. Sus veinte años de privanza fueron de paz y de máxima expansión del Imperio en América. Como lo llamó el hispanista John Elliott, fue la Pax Hispanica.

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