¿Coleccionismo o cleptomanía? La pasión de María de Teck por los muebles y las joyas

La reina María de Teck sentía tal pasión por el coleccionismo que prácticamente no hay ningún mueble en las residencias reales que no tenga un rótulo escrito a mano por la antigua reina.
¿Coleccionismo o cleptomanía La pasión de María de Teck por los muebles y las joyas
Hulton Archive / Getty Images
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La reina María de Teck, la reservada abuela de Isabel II, fue todo un paradigma del adusto autocontrol británico y de la compostura de su realeza. Sin embargo, bajo su gélido exterior latía una auténtica pasión por los objetos (y por adquirirlos); un fervor que ha dado pie a décadas de murmuraciones según las cuales esta formalísima reina (tal como aparece retratada en la película de Downton Abbey) era una vulgar cleptómana.

No cabe duda de que a María (que reinó de 1910 a 1936) le obsesionaban el coleccionismo, la restauración y la reorganización de las piezas pertenecientes a la Casa de Windsor. “Mi única y gran afición”, aseguraba la monarca.

Pero la reina también creó numerosas colecciones personales entre las que, según James Pope-Hennessy, su biógrafo oficial, había “esmaltes de Battersea, jades de épocas recientes, elefantes en miniatura hechos de ágata y con monturas engastadas en joyas, pequeños juegos de té de oro o plata, costureros de papel maché, diminutas acuarelas de jardines de flores, vidrieras pintadas”. La obsesión que le inspiraban las miniaturas dio lugar a la creación de la famosa casa de muñecas de la reina María, construida entre 1921 y 1924.

El entusiasmo que sentía María por la belleza y las adquisiciones le surgió de manera natural. “Por su carácter, le interesa más mirar que escuchar”, escribió uno de sus subordinados. Nacida en 1867 en el palacio de Kensington, hija de la princesa María Adelaida (prima de la reina Victoria) y del duque Francisco de Teck, la bautizaron con el nombre de princesa Victoria María; su familia la llamaba May y la consideraban una niña tranquila e inteligente.

En Queen Mary, la biografía definitiva de Pope-Hennessy, la reina declaraba que su pasión por el coleccionismo la había heredado de su padre, “solo que él era pobre”. De hecho, el tren de vida derrochador de sus progenitores metió en apuros a la familia, que tuvo que huir a Italia.

“Su amor por el arte se desarrolló en Florencia, donde sus padres vivieron varios años por culpa de sus deudas”, explica el historiador Hugo Vickers, editor de The Quest for Queen Mary ("Buscando a la reina María").

El primer compromiso matrimonial de María con el príncipe Eddy, que ocupaba el tercer lugar en la sucesión al trono, se frustró cuando este murió en 1892. Un año después, la joven se casó con Jorge, hermano de Eddy, que era tan reservado como ella, pero ni mucho menos igual de inteligente.

Jorge V de Inglaterra y María de Teck.W. Y D. DOWNEY/GETTY IMAGES.

La reservada princesa no era todo lo que aparentaba ser. “Es cierto que daba la impresión de ser muy seria”, apunta Vickers. “En realidad tenía bastante sentido del humor, pero era de lo más tímida”. María comenzó a tomarse en serio el coleccionismo, algo que no pareció molestar a su marido, dado que este era un ferviente coleccionista de sellos.

Cuando su suegro, el rey Eduardo VII, subió al trono en 1901, María se convirtió en princesa de Gales. En los ratos libres que le dejaban la maternidad y sus numerosas obligaciones, la labor de ejercer de conservadora y catalogadora no oficial de las colecciones reales le procuraba solaz y un verdadero placer. “Ando ahora muy atareada revisando que nuestros diversos inventarios estén bien y que, en la medida de lo posible, todos los artículos queden registrados junto a su historia”, le escribió a su tía Augusta en 1909. “Es una verdadera maravilla lo que hemos conseguido coleccionar y reunir desde que nos casamos, toda una colección de objetos de la familia… y sin gastar mucho dinero en ello. Confieso que estoy muy orgullosa de nuestras labores. Espero que no se ría usted de mí”.

Esas labores no hicieron sino incrementarse cuando su esposo se convirtió en el rey Jorge V, en 1910. María, una sagaz negocianta, se rodeó de una tupida red de conservadores, casas de subastas, galeristas, amigos coleccionistas y bibliotecarios, a los que consultaba y con los que negociaba. Al ser reina, también tenía a su disposición las extensas colecciones reales: reorganizó la galería de cuadros del palacio de Buckingham y creó auténticos museos con sus queridos objetos en diversas residencias reales.

“Fue un gran placer enseñarle mis estancias este domingo, por lo claramente que aprecia usted los detalles; merecía usted ver todos los bellos objetos que tantas alegrías me traen”, le escribió la reina María a otro coleccionista en 1914. “Siempre se me antoja extraño que haya personas para las cuales estas cosas no signifiquen nada, a las que no les dicen nada. Confieso que me dan lástima, pues se pierden mucho en la vida”.

La reina veía belleza en la historia y el patrimonio antiguo, no en las innovaciones ni las osadías artísticas. “Tenía buen ojo y llevó a cabo una labor estupenda a la hora de identificar y registrar las procedencias de las piezas, también a la hora de reunir en el mismo sitio las colecciones adecuadas… Dicho lo cual, prefería un retrato mediocre de algún familiar de la Casa de Hannover, antes que una obra más emocionante de alguien como Cézanne”, cuenta Vickers.

Esa pasión por incorporar objetos regios a la colección de la monarquía podía suscitar encuentros desagradables, lo que seguramente propició los rumores de que la reina era cleptómana, según la biógrafa Anne Edwards, autora de Matriarch: Queen Mary and the House of Windsor ("Matriarca: La reina María y la Casa de Windsor"). Así lo explica Edwards:

Los anticuarios londinenses acabaron afirmando que escondían todas las chucherías y objetos preciosos que sabían que podían agradar a la reina cuando esperaban que esta se presentase en su establecimiento, porque la monarca era propensa a llevarse lo que le apetecía y ellos se quedaban sin cobrar. Si, al visitar el hogar de un aristócrata, distinguía un objeto que había sido de la familia real, la reina muchas veces pedía que se lo devolviesen, y al dueño vigente no le quedaba más remedio que acceder. 

Padecía una especie de cleptomanía de altos vuelos porque, cuando se hospedaba en casa de alguien, mientras estaba sentada en una de las doce sillas Sheraton que había, exclamaba: ‘Oh, ¡cómo me gusta esta silla!’, y entonces te veías obligado a regalarle las doce”, declaró Olga Romanoff, descendiente de la reina, en el Daily Mail, en mayo de 2021. “Así que la gente acabó por enterarse, diciendo ‘Por Dios, que va alojarse aquí la reina María’ y guardando todos los objetos de valor en el desván, así como sacando los que estaban en peor estado”.

No cabe duda de que estas estratagemas podían llegar a resultar desagradables. “Desde luego, la reina María mostraba una actitud depredadora en su faceta de coleccionista”, añade el historiador John Curtis Perry, autor de The Flight of the Romanovs ("La huida de los Románov")”.

Ni siquiera las piezas de origen regio que había en los museos estaban a salvo de su mirada acaparadora. “La fascinación insaciable que le causaba reordenar y completar las grandes colecciones reales del palacio de Buckingham, y del castillo de Windsor, dejaba a los directores de los museos tan desprotegidos frente a su obsesión como los anticuarios”, escribe Edwards. “Si la reina veía una pieza que consideraba que debía estar en una residencia real, les pedía un préstamo permanente”.

Según la revista History Extra, frecuentemente las colecciones de María acababan llenando las residencias familiares. “Fundamentalmente compraba objetos para sus parientes y estuvo insistiendo con este tema hasta el final de su vida: por ejemplo, quiso encasquetarle al duque de Gloucester [su tercer hijo] un enorme y aparatoso samovar de plata porque había sido del duque de Cumberland [tío de la reina Victoria]”, le contó lord Claud Hamilton a Pope-Hennessy.

Fotografía de Isabel II (1926-) con sus abuelos, la reina consorte María de Teck (1867-1953) y el rey Jorge V (1865-1936). También aparece la Reina madre (1900-2002) . Photo12/Universal Images Group / Getty Images

Más misterioso resulta el caso de las legendarias joyas de los Románov, regios parientes de la casa Windsor. Durante la Revolución rusa, la emperatriz viuda María (madre del asesinado zar Nicolás II) huyó a Europa con un enorme joyero. En su exilio en Dinamarca, dormía con las piedras preciosas bajo la cama y se negaba a venderlas.

Según The Flight of the Romanovs, en 1928, mientras María agonizaba, los británicos enviaron a un agente para que convenciera a Xenia, hija de la emperatriz, de que les entregara el joyero para tenerlo a buen recaudo. Como dependía de la corona británica para subsistir, esta accedió. Tras la muerte de María, un emisario llamado sir Peter Bark convenció a Xenia de que las joyas estarían mejor guardadas en Inglaterra, bajo el cuidado de Jorge V. Desde allí, la familia real británica las vendería en nombre de Xenia y de Olga, su hermana.

El joyero contenía unas setenta y seis piezas exquisitas, según Perry; el historiador británico William Clarke apunta que los expertos londinenses las valoraron en unas ciento cincuenta y nueve mil libras. A continuación sucedieron extraños episodios: el joyero se abrió en el palacio de Buckingham y no se hizo un inventario formal. Las alhajas se acabaron vendiendo; algunas las adquirió la reina María. Perry escribe:

Ciertos miembros de la familia Románov creen que la investigación de Clarke se encargó desde el palacio de Buckingham. Clarke sostiene que hay documentos que demuestran que la reina María pagó un precio justo por todo lo que adquirió, pero no cabe duda de que las circunstancias de la venta sugieren que había un conflicto de interés. Lo más sorprendente de todo el asunto es que la Casa de Windsor dejara que el tema estuviese tantos años sin resolver, que nunca les dijera a Olga, Xenia y los herederos de las hermanas qué había sucedido exactamente. Por eso no sabemos cuánto dinero se recaudó con las joyas, ni tampoco adónde fue aquella cantidad. Lo que sí sabemos es que Olga no recibió nada; Xenia, sesenta mil libras, y la reina María, unas joyas espléndidas.

La gran duquesa Olga, que llevó una vida de granjera en Canadá, siguió recibiendo un trato deplorable por parte de sus parientes británicos: “En Navidad la reina María le regalaba un calendario de papel”, revela Perry.

Aunque las supuestas tácticas agresivas de la reina María en su faceta de coleccionista podrían haber constituido un abuso de poder, no hay pruebas concluyentes de que llegara a ser una ladrona. Los expertos en esta monarca, incluidos Edwards y Vickers, no consideran que fuese cleptómana. De hecho, Edwards asegura que, en muchos aspectos, María contribuyó a fomentar la actividad comercial británica. Según la biógrafa, las legendarias excursiones de compras de la reina ayudaron a muchos negocios. Edwards afirma:

Un gentío la seguía; todo lo que se veía que María llevaba o compraba tenía rápidamente tal demanda que los fabricantes aumentaban la producción. La reina asistía a todas las ferias industriales y de muebles para el hogar; siempre se hacían fotografías cuando elegía una pieza destinada a la vida cotidiana en el palacio de Buckingham: en cierta ocasión, una heladera eléctrica; en otra, alfombrillas de baño. Enseguida se colocaba un cartel en una muestra del producto: “Adquirido por Su Majestad la Reina”.

Hay algo de conmovedor en la tremenda ilusión con que la reina María se entregó a sus colecciones hasta su fallecimiento en 1953. Siendo ya una anciana, se aseguró de poseer “una de las mejores memorias del todo el Imperio británico”, en palabras de Edwards. Según Pope-Hennessy, la monarca advertía inmediatamente si el menor de sus queridos objetos se había retirado para limpiarlo.

La reina también empezó a catalogar meticulosamente su propia vida. “Hacia el final de sus días, ordenó y clasificó sus papeles para un futuro biógrafo; por ejemplo, en un sobre que contenía una misiva en alemán dirigida a la reina Victoria por un familiar, María llegó a anotar: ‘Una carta muy bonita que habla de mí’”, cuenta Pope-Hennessy.

De no haber sido una princesa real (y reina consorte), quizá la reina María habría sido una experta bibliotecaria o conservadora de un museo. Sus incesantes adquisiciones enriquecieron las colecciones reales; gracias a ellas, la actual monarca posee una de las colecciones de joyas más importantes del mundo, y la labor de María también han sido de gran ayuda para los modernos conservadores de las colecciones reales. Según Edwards, prácticamente no hay ni un solo mueble en las residencias reales que no tenga un rótulo manuscrito por la antigua reina.

Artículo original publicado por Vanity Fair US y traducido por Ismael Attrache. Acceda al original aquí.

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