Curiosidades de la historia

Napoleón y las mujeres, una compleja relación de intereses

En línea con su carácter controlador, la relación del emperador francés con el género femenino se basaba en el interés por tener un heredero legítimo.

La coronación de Napoleón

La coronación de Napoleón

"La coronación de Napoleón" (1805-1807), por Jacques-Louis David y Georges Rouget.

Museo del Louvre

“La naturaleza destinó a la mujer a servirnos”. “Conviene que las mujeres no pinten nada en mi corte”. “Las mujeres no son nada más que máquinas de producir hijos”. Estas son solo algunas de las citas que demuestran la poca consideración que sentía Napoleón Bonaparte por el género femenino: el emperador francés era un misógino y no se molestaba en ocultarlo.

A pesar de su pobre opinión sobre las mujeres, Napoleón sabía sacar provecho, en las mujeres de su entorno, de lo que consideraba una gran virtud femenina: la diplomacia. En el ámbito más personal, tuvo dos esposas y dos amantes conocidas públicamente; pocas para tratarse de un emperador, pero las suficientes para minar su ya tocada relación con la emperatriz Josefina.

Las amantes de Napoleón

Una de las damas de compañía de Josefina, su primera esposa, fue la condesa Claire de Rémusat, que se convirtió en confidente de la emperatriz. En sus memorias, Madame de Rémusat pinta un retrato nada halagüeño de la pareja imperial, especialmente del emperador, un hombre obsesionado con la continuidad de su dinastía que buscaba en las mujeres, por encima de todo, un heredero legítimo.

En honor a la verdad, hay que decir que Napoleón estuvo muy enamorado de Josefina al inicio de su relación y que, en los primeros tiempos, era más bien ella quien no le hacía mucho caso. Esta relación fue cambiando a lo largo de los casi 14 años de matrimonio (se casaron en 1796 y se divorciaron en 1810), especialmente desde que Napoleón se proclamase emperador en 1804.

Mujeres Napoleón  Josefina Bonaparte

Mujeres Napoleón Josefina Bonaparte

"La emperatriz Josefina con sus ropas de coronación" (1807-1808), por François Gérard.

Castillo de Fontainebleau

A partir de entonces, su obsesión fue tener un heredero legítimo, algo que no logró con Josefina y que, por lo que consta en las memorias de Madame de Rémusat, suponía una gran frustración para ella. Fue entonces cuando Napoleón empezó a apartarse de su esposa y buscar a otras mujeres. Aunque tuvo pocas amantes y la mayoría fueron aventuras sin ninguna continuidad, sí que hubo dos mujeres (durante su primer matrimonio) cuya relación con el emperador fue conocida públicamente.

La primera fue Éléonore Denuelle, una joven divorciada que no llegaba a los 20 años. Fue la hermana menor de Napoleón, Carolina Bonaparte, quien les presentó en 1806. En menos de año nació un hijo bastardo, Carlos, conocido como el conde León: eso fue considerado por el emperador como la prueba de que sus dificultades para tener un heredero no provenían de él sino de Josefina, sembrando las semillas para su posterior divorcio. Pero, al poco tiempo, el emperador se cansó de su amante y arregló su matrimonio con un teniente del ejército, pagándole incluso una gran dote.

Mujeres Napoleón  Éléonore Denuelle

Mujeres Napoleón Éléonore Denuelle

"Retrato de Éléonore Denuelle, amante de Napoleón I" (1807), por François Gérard.

CC

La verdadera razón de su separación fue que, durante ese tiempo, Napoleón había encontrado a una nueva amante: María Walewska, una noble polaca por la que parece que sintió verdadero amor. Sin embargo, esta vez fue más bien ella quien actuó por interés, aunque no el suyo propio sino el de su país: su entorno la presionó para que se convirtiera en amante de Napoleón con la esperanza de influir en él y conseguir que diera su apoyo a la creación de una Polonia independiente, algo que finalmente no se materializó.

Walewska le dio al emperador otro hijo bastardo, el conde Alejandro Colonna-Walewski, que fue ministro de Exteriores de Francia durante el reinado de Napoleón III. Aunque se suponía que era una relación secreta, se trataba de un secreto a voces: María Walewska visitaba frecuentemente al emperador en su corte e incluso le seguía durante sus campañas militares, durante las cuales Napoleón hacía preparar aposentos para ella justo al lado de los suyos.

Mujeres Napoleón  María Walewska

Mujeres Napoleón María Walewska

"Retrato de la condesa María Walewska" (1810), por François Gérard.

Palacio de Versalles

Esta relación también llegó a su final en 1810, el mismo año en el que Bonaparte decidió finalmente divorciarse de Josefina para desposar a María Luisa de Habsburgo-Lorena, hija del emperador austríaco, con la finalidad de mejorar las relaciones con el vecino imperio. Continuar una relación extraconyugal públicamente conocida no era el mejor modo para empezar ese importante matrimonio político, así que concedió a su amante la propiedad de grandes terrenos en Nápoles, asegurándose de que ella y su hijo vivieran lo bastante cómodos – y lejanos – como para no importunarle.

Mujeres Napoleón  María Luisa de Austria

Mujeres Napoleón María Luisa de Austria

"La emperatriz María Luisa velando el sueño del Rey de Roma" (1811), Joseph Franque.

Palacio de Versalles

Napoleón y las mujeres

La relación de Napoleón con las mujeres fue, de hecho, bastante compleja y puede explicarse en buena parte por su carácter forjado desde muy joven en la academia militar. Sus opiniones sobre el género femenino no son precisamente positivas, pero más que despreciarlas, se podría decir que las consideraba valiosas en tanto le fueran útiles para sus intereses.

Como emperador, confió responsabilidades políticas a algunas mujeres de su entorno más cercano, como su segunda esposa María Luisa – a la que llegó a nombrar regente durante sus campañas – y su hermana Paulina Bonaparte. Él, que era ante todo un militar, valoraba en las mujeres su capacidad diplomática para llegar a acuerdos, aunque siempre debían contar con su aprobación.

Mujeres Napoleón  Paulina Bonaparte

Mujeres Napoleón Paulina Bonaparte

"Retrato de Paulina Bonaparte" (1806), por Robert Lefèvre.

Palacio de Versalles

Por otra parte, defendió la creación de instituciones educativas para las mujeres, aunque era una educación fuertemente orientada por su ideología. A pesar de haber dicho que el único papel del sexo femenino era dar hijos, consideraba que podían ser útiles en ciertos ámbitos de la sociedad. En cierto modo, como oficial que era, creía que el resto de las personas tenían un rol fijo que debían desempeñar y que se les debía preparar para ello, pero sin salirse del camino trazado.