¿Qué ha pasado en la cumbre climática de Glasgow, Escocia? | EL ESPECTADOR
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¿Qué ha pasado en la cumbre climática de Glasgow, Escocia?

Muchos anuncios en la cumbre climática, como se esperaba. A continuación un resumen y, también, una recopilación de los compromisos hechos por los países que más generan CO2 y, no menos importante, de lo que reclaman los más pequeños que dependen de las grandes potencias.

Edwin Bohorquez Aya
04 de noviembre de 2021 - 09:04 p. m.
La COP26 se lleva a cabo entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre.
La COP26 se lleva a cabo entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre.
Foto: AFP - ALAIN JOCARD

Equilibrio. En esa palabra, su peso y significado, se podría resumir el objetivo, en el trasfondo, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26), en Glasgow, Escocia. La temperatura global sigue subiendo, no paramos de usar los combustibles fósiles como fuente energética de nuestro desarrollo industrial, arrojamos cada vez más CO2 a la atmósfera y vemos que la deforestación no se detiene. Nada lejos, aquí en el Amazonas lo hemos denunciado. Vimos pasar el Protocolo de Kioto, también el Acuerdo de París, hemos leído recientes informes mundiales que nos evidencian las consecuencias del cambio en el clima con los incendios que acabaron con bosques completos, de lluvias torrenciales con granizo en zonas tropicales, de ciudades que poco a poco se van hundiendo; pero seguimos sin lograr ese equilibrio cuando ya tenemos una amenaza bastante diciente y clara: debemos lograr que el aumento de la temperatura global no sea mayor a 1,5° C para finales de siglo, de lo contrario las consecuencias serán mucho peores de lo que ya estamos viviendo. Sobre este escenario, sin más rodeos, llegamos a una esperada conferencia tras, para sumar, una pandemia que no ha terminado. Por eso el tema de este boletín es la cumbre climática, mirando un poco por el espejo retrovisor, para tratar de entender cómo fuimos llegando a este 2021. Comencemos.

La Cumbre de la Tierra en Estocolmo, en 1972, marcó un inicio en la evidencia científica del cambio climático. Hay registros sobre acuerdos de Montreal y para el miércoles 3 de diciembre de 1997, en el editorial de El Espectador, hablamos de la cumbre de Kioto. 150 países llegaban a esa ciudad japonesa, supuestamente, interesados en reducir sus emisiones de CO2. Se hablaba del llamado, en 1990, de más de tres mil climatólogos para que los estados tomaran decisiones y no esperaran más. Incluso se hizo referencia a la discusión que cinco años antes se había tenido en Río de Janeiro en la misma línea, pero que carecía de poder vinculante. El resumen, sin dar cuentas políticas y más bien con realidad económica, estaba por el lado de que los grandes productores de petróleo miraron la cumbre por encima del hombro y los países del llamado primer mundo no dieron su brazo a torcer en sus intereses lucrativos de la industrialización.

Justo diez años después hicimos un balance: “Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Canadá aceptaron, en un principio, reducir sus emanaciones -de seis tipos de gases- en porcentajes que van del ocho al seis por ciento. EEUU se apartó de Kioto posteriormente”. Para “el 16 de febrero de 2005 el Protocolo de Kioto entró en vigor y adoptó valor jurídico para los estados que lo han ratificado. Se hizo efectivo con la ausencia de países contaminantes como Estados Unidos y Australia. Sin embargo, a finales de 2005, en la XI Conferencia de la ONU celebrada en Montreal, la primera desde la entrada en vigor del tratado, países no adheridos a Kioto, como EEUU, aceptaron ‘involucrarse’ con la comunidad internacional en la lucha contra el cambio climático”. El problema de fondo, además, era que China e India incluso ratificando el tratado y siendo los países más contaminantes del mundo, no estaban obligados a recortar sus emisiones.

A finales de 2010 las noticias llegaban desde Cancún, en la también conferencia climática. Entre las peticiones de los países en desarrollo aparecían exigencias y más compromisos de las grandes potencias, también estaban los que consideraban que el Protocolo de Kioto debía tener continuidad o, por lo menos, una versión modificada; vimos a los que creían que era necesario redactar un nuevo documento y firmarlo bajo el titular de Acuerdo de Cancún, por supuesto. Un ala más radical, realista y menos positiva hizo el balance de lo alcanzado: el protocolo era considerado “irrelevante en cuanto a impacto debido a que las emisiones han seguido subiendo”. Un año después Canadá sentenció su postura: El Protocolo de Kioto, en vigor desde 2005 y que obligaba a 37 países industrializados a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero, “no es la solución”. ¿Por qué? Porque solo cubría el 30% de las emisiones globales.

En el fondo, porque toda esta discusión siempre ha tenido un fondo, es un tema de competencia económica. Países como “EEUU, Canadá, Japón y Rusia son reacios a un acuerdo vinculante sobre el recorte de emisiones sin el compromiso de otras potencias emergentes (China, India y Brasil), que son sus competidores comerciales”, afirmaba la agencia EFE. Así que Canadá terminó retirándose del Protocolo de Kioto a final de 2011.

El turno era para Paris, a la capital francesa llegaban negociadores de 192 países para intentar, una vez más, sellar un acuerdo efectivo y evitar, en ese momento, un aumento de más de 2 °C en la temperatura del planeta. ¿Qué compromisos asumía Colombia? ¿Cuál era la contribución a la que se comprometía nuestro país? El gobierno Santos habló de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en 20% con respecto a las emisiones proyectadas para el año 2030. La buena nueva, por fin, fue que el 12 de diciembre de 2015, “casi la totalidad del planeta se había puesto de acuerdo y se comprometía a limitar el aumento de la temperatura en la Tierra”.

Se propuso el 2020 como el año en el que no solo se haría un balance de las acciones de todos los firmantes sino que se expondrían los nuevos retos y metas, pero justo a finales de 2019 todo nos cambió, llegó el nuevo coronavirus y la dirección de los recursos del mundo cambió, como debía ser, de prioridad. Entonces hicimos un balance, para finales del 2020, de los cinco años del Acuerdo de Paris, lo que se había cumplido y lo que estaba pendiente, además de los nuevos compromisos que asumió Colombia, ya en el gobierno Duque:

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La pandemia, lo vimos todos, hizo que miles de fábricas detuvieran sus operaciones en todo el mundo, incluso registramos una baja en los niveles de contaminación en ciudades industrializadas y hasta publicamos fotos de animales caminando en zonas pobladas donde no se tenía registro de ello. Así que el 3 de junio del 2021, ya con la pandemia bajo control, volvimos a tocar la puerta de analistas para volver sobre las otras realidades que se opacaron. Hablamos con María Alejandra Aguilar, coordinadora de justicia climática de la ONG, Ambiente y Sociedad, para que nos detallara en qué estaban los compromisos climáticos de Colombia. Fue clara: hay que trabajar en el empoderamiento climático y la priorización de acceso a información, como lo determinó el Acuerdo de Paris. Nos recordó la importancia de temas como derechos humanos, participación de jóvenes, de comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes, también asuntos como la deforestación y, de nuevo, la tarea de reducción de emisión de gases efecto invernadero a 2030. No había que olvidar una lamentable realidad: que Colombia es el país más inseguro para defender el ambiente.

Llegamos a la previa de esta cumbre en Glasgow, en Escocia, sobre la que María Mónica Monsalve, enviada especial de El Espectador, escribió varios textos como este de “Las cartas que jugará Colombia en la cumbre de cambio climático”: financiación, adaptación y regulación de los mercados de carbono, los temas claves. Entre líneas, la apuesta más visible y general es la Estrategia Climática de Largo Plazo, que pretende que seamos carbono neutro para 2050. En otras palabras: “que por cada unidad de carbono que se emita en el país exista algún proyecto paralelo que capture lo equivalente. Un futuro que, si el Gobierno quiere lograr, también implica llevar a cero la deforestación para ese mismo año”.

Representantes de más de 190 países llegaron a Escocia para “intentar establecer nuevas reglas que impidan un aumento de la temperatura global mayor a 1,5 °C para finales de siglo, pues el camino actual nos conducirá a los 2,7 °C y pondrá en riesgo nuestro futuro”, escribía María Mónica ya desde la cumbre.

“En Cartagena, Colombia, el cambio climático le viene robando 3,2 mm a su costa cada año, borrando ecosistemas de corales y afectando en el día a día la economía de quienes se dedican a la pesca artesanal. El cambio climático es eso: la sensación de nostalgia y tristeza que se ha reportado en los inuits, las comunidades que viven en el norte de Canadá, al ver que con el invierno el hielo ya no vuelve a ser tan firme para transportarse en sus vehículos de nieve. O la sensación similar que vive una anciana en Manizales al ver que la nieve del Nevado del Ruiz se pierde y que, dentro de nueve años, no existirá el glaciar que hoy conocemos”: María Mónica Monsalve, periodista de El Espectador enviada a Glasgow, Escocia.

La cumbre comenzó con paradojas climáticas: muchos de los que intentaban llegar a Glasgow no lo lograron porque los fuertes vientos y lluvia hicieron imposible el transporte que conectaba con Londres. En paralelo la Organización Meteorológica Mundial (WMO por sus siglas en inglés) nos soltaba más datos reveladores: “los últimos siete años están en camino de ser los siete más cálidos registrados; los 2.000 metros más superficiales del océano continuaron calentándose en el 2019, alcanzando un récord (que además pudo haber sido superado en el 2020), y la pérdida del hielo en al Ártico llegó a su máximo registrado en marzo, en comparación con cifras del período entre 1981 y 2010″.

Vimos el primer documento conjunto del grupo de países que conforman el G20, los más desarrollados, pero también los que más contaminan: anunciaron la movilización de 100 mil millones de dólares cada año, hasta el 2025, para que los países menos desarrollados puedan actuar frente al cambio climático. Es, para no dar largas, lo mínimo que debían hacer, pues en Paris se comprometieron, pero para el 2019 se dice que no llegaron ni a los 80 mil millones de dólares. “Reconociendo que los miembros del G20 pueden contribuir significativamente a la reducción de las emisiones globales de los gases de efecto invernadero, nos comprometemos, en consonancia con los últimos avances científicos y las circunstancias nacionales, a emprender nuevas acciones esta década para formular, implementar, actualizar y mejorar, cuando sea necesario nuestra NDC 2030″, dijeron, es decir, sus ‘contribuciones nacionalmente determinadas’, que son las metas de cada país en sus compromisos sobre en cuánto van a dejar de emitir, cómo adaptarse y cómo implementar estos objetivos. De nuevo todos apuntando evitar pasar el límite del 1,5 °C. Por fin.

Las noticias empezaron a llegar. Registramos la que tenía que ver con los recursos que tres países europeos le enviarán a Colombia para frenar la deforestación (un foco necesario porque el año pasado se talaron 171.685 hectáreas (ha) de bosque, un 8% más que en el 2019), se hizo la presentación oficial de la estrategia colombiana y, lean esto: más de 100 líderes se comprometieron a frenar la deforestación para 2030.

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The New York Times escribió un análisis que compartimos con ustedes en las páginas de El Espectador, más allá del calor de los anuncios y los titulares: “La necesidad de tomar acciones colectivas para atender una amenaza global urgente y existencial sucede en un momento en que el nacionalismo va en aumento. Por este motivo, las conversaciones en Glasgow servirán para probar si de hecho es posible la cooperación a nivel global para enfrentar una crisis que no reconoce fronteras nacionales”. Esta sentencia, escrita por Somini Sengupta, podría recoger lo que está en juego: “cómo sobrevivirán 7.000 millones de personas en un planeta más caliente”.

Las protestas no se han hechos esperar. Mientras docenas de reuniones se llevan a cabo en la Cumbre, son muchos los manifestantes que evidencian la falta de compromiso que por años han demostrado los líderes del mundo. Lo describía Beatriz Miranda es este texto donde nos recuerda que “la expectativa es que el 12 de noviembre sea aprobado el plan de transición ‘a la neutralidad de carbono para 2050″. El mundo espera, todos esperamos porque ya no podemos seguir dando plazo.

El presidente Duque junto a Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido y Joko Widodo, presidente de Indonesia, fueron los encargados de inaugurar el evento “Acción sobre los bosques y el uso de la tierra”. Allí el mandatario de los colombianos hizo una promesa: declarar el 30% del territorio nacional como área protegida para el 2022. ¿Cómo estamos hoy? Nos lo contaba María Mónica Monsalve, nuestra enviada especial: “De los 59 Parques Nacionales Naturales que existen, y que representan el 12% del territorio, 35 tienen ecosistemas en algún grado de amenaza. Solo en 47 hay un plan de manejo actualizado y vigente”. Duque manifestó: “Mi invitación es que para proteger los bosques tropicales de Colombia y el mundo, necesitamos empezar a pagar por servicios ambientales”. Pero hay muchas críticas soportadas en datos que evidencian la realidad del país en la materia y que no dejan muy bien parada la labor del gobierno hasta el momento. Para leer todos los detalles, les recomiendo este texto que no solo trae la noticia sino los soportes a las críticas.

En el tercer día de la cumbre cerca de treinta países (incluidos los mayores contaminantes del mundo) se unieron a un pacto internacional para reducir las emisiones de gas metano para 2030, que es el que causa el 25% de la crisis climática mundial, de acuerdo con el último informe del IPCC. La idea es que sean unos 90 países los comprometidos. El reto es que este gas viene de la agricultura industrial, más exactamente de los gases que genera el ganado, así que el reto aquí tiene que ver con lo que muchos, desde el otro lado de la balanza, creen que es intocable y eso es la seguridad alimentaria para una población creciente, que busca proteína animal para unos 10.000 millones de habitantes, lo que implica que la demanda de carne aumente un 70% para 2050.

Y aunque en medio de todo esto lo que se busca es reducir las emisiones de gases efecto invernadero, se supo que una de las industrias que más contaminan ya hizo su propio aporte, pero esta vez nada positivo, pues el número de aviones que aterrizaron en Glasgow superó los 400. Registramos el papel de Colombia en el corredor marítimo de Galápagos que busca crear un espacio libre de pesca de más de 500.000 metros cuadrados, contamos los detalles de la donación con foco en los pueblos indígenas y también las pullas políticas entre los presidentes de EEUU y China:

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El tono cambió por el lado de los bancos e instituciones financieras. Como está claro que la base de esta discusión es económica, quién más que los que ponen la plata para hacer parte de los compromisos públicamente asumidos. ¿Qué papel podrían jugar? El aparentemente más obvio: limitar recursos para aquellas empresas dedicadas a, por ejemplo, negocios de combustibles fósiles o agroindustrias que necesitan deforestar para cumplir con sus objetivos del propio modelo de su negocio. Por eso cae tan bien el anuncio de este miércoles en Glasgow: más de 450 instituciones financieras de 45 países prometieron limitar emisiones de gases efecto invernadero o, dicho en otros términos, el “Glasgow Financial Alliance for Net Zero (GFANZ), significará que para 2050 todos los activos gestionados por las instituciones involucradas estarán alineados con emisiones netas cero”.

Hasta ahí el anuncio pinta muy bien, pero los asistentes a COP26 pidieron que sean los estados mismos, donde operan esas entidades financieras, los que trabajen para que se cree regulación dentro de su política pública que permita hacer seguimiento a estos compromisos bancarios. “Los bancos pueden estar preparándose para aumentar la inversión en actividades ‘verdes’, pero este anuncio no dice nada sobre las inversiones de las firmas financieras en nuevos proyectos de combustibles fósiles. Los estados deben introducir restricciones contra las nuevas inversiones en combustibles fósiles si queremos tener la oportunidad de mantener vivo el 1C”, dijo Simon Youel, del grupo de campaña Positive Money.

Y hablando de créditos, el presidente Duque informó que el país firmará uno con el BID por US600 millones con foco en adaptación climática, justo el mismo tema en el que se había pedido trabajar desde la cumbre de Paris y que, para no ir tan lejos, es una tarea pendiente en nuestro país. No hay que olvidar una variable importante: son créditos, no donaciones. Sobre más recursos, Duque agregó que “el BID está acompañando un fondo protección para la Amazonia y creando una unidad que puede movilizar más de US$ 100 millones de intervenciones que ayuden a conservar nuestra Amazonía”.

Se espera que con los anuncios y compromisos hechos en Glasgow y con el mundo entero como testigo, Colombia logre acciones contundentes pues la organización Climate Action Tracker había realizado, a mediados de octubre, un análisis de los objetivos que presentó el país para hacerle frente al cambio climático, también conocidos como NDC, y concluyó que eran “altamente insuficientes”. O puesto en números: los compromisos climáticos de Colombia nos llevarían a un mundo un 4° C más caliente.

Mientras tratamos de registrar la mayor cantidad de anuncios, porque este tipo de cumbres se destacan por muchos anuncios pero cuando se hacen los balances, los números se quedan en rojo; se hizo más que pública la realidad que está viviendo África, el continente que emite poco CO2 pero ya está sufriendo una verdadera crisis climática. “Mientras que en el sur de Madagascar una sequía está empujando a más de un millón de personas al borde de la hambruna, las lluvias torrenciales de Sudán del Sur, Uganda, Kenia, Senegal y otros países de África desplazaron a 1,2 millones de personas el año pasado”. ¿Qué se puede hacer? Una vez más, la palanca está en manos de los líderes de los países más desarrollados, las grandes economías del mundo. Por eso, para entender esta gravísima realidad, les dejamos este buen análisis de Efe verde.

Entre los anuncios que se esperaban llegó uno que, de verdad verdad, puede cambiar la balanza. India -recordemos que ya lo había hecho China-, se comprometió públicamente a alcanzar la neutralidad de carbono en el 2070. Aunque India tiene el porcentaje de emisiones per cápita más bajo del G20, el tamaño de su población lo convierte en el último de los grandes emisores de gases del que se esperaba este compromiso. China dijo que lo logrará en el 2060, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea ya habían anunciado que su objetivo es el 2050.

Necesitamos, con urgencia, pasar a la ejecución, a los hechos. Todos. Ya, incluso, vamos en temas como que en salud mental el cambio climático incrementó sentimientos negativos en un 155%, también en que Colombia en uno de los 11 países más vulnerables a la crisis climática, o que en Madagascar está a portas de vivir una hambruna como consecuencia de la sequía. Falta una semana larga de anuncios, así que les recomendamos seguir toda la información de esta cumbre en https://www.elespectador.com/ambiente/ y de la mano de María Mónica Monsalve . Ah, y no olviden leer esto: Las razones por las que 700 organizaciones no quieren acuerdos de carbono neutral”.

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Edwin Bohorquez Aya

Por Edwin Bohorquez Aya

Comunicador social-periodista. MBA Inalde Business School. Premio Iberoamericano de Periodismo Económico IE Business School, Madrid (España). Premio a Mejor trabajo periodístico de Analdex, categoría prensa@EdwinBohorquezAebohorquez@elespectador.com

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