El puño de la zarina

El puño de la zarina

Casa real rusa

Un libro de cartas y diarios relata los últimos meses de la familia Románov antes de su ejecución hace 100 años

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El zar Nicolás II con su familia y cosacos de la guardia

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Querido mío, ¡sé firme! ¡Muestra tu mano poderosa, es lo que necesitan los rusos! Tú nunca has perdido la oportunidad de demostrar amor y bondad; ahora dales a sentir tu puño!”. Las frases forman parte de la carta que la zarina Alejandra Fiódorovna escribió a su marido, el zar Nicolás II, el 22 de febrero de 1917, en pleno levantamiento previo a la Revolución de Octubre, días antes de la abdicación del monarca y del confinamiento de la familia en el palacio de Tsárskoye Seló (cerca de Petrogrado, después San Petersburgo). El exhorto de la emperatriz consorte, junto con otros textos suyos y de algunos testigos de excepción, muestra de qué modo trataba de influir en la acción política de su esposo desde una posición especialmente dura y autoritaria.

El escrito de Fiódorovna forma parte de la correspondencia, las memorias y los diarios recopilados en el libro Románov, crónica de un final: 1917-1918, que la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar con motivo del centenario del asesinato de la familia imperial. Los zares, el heredero Alekséi y las cuatro hijas del matrimonio, María, Olga, Tatiana y Anastasia, así como tres sirvientes y el médico de la familia, fueron fusilados la noche del 16 al 17 de marzo de 1918 en Ekaterimburgo, tercer y último lugar de encierro, después de Tsárskoye Seló y Tobolsk (Siberia).

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El zar y su familia, en 1913. De izquierda a derecha, Olga, Maria, Nicolás II, Alejandra Fiódorovna, Anastasía, Aleksei y Tatiana

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Una ejecución que León Trotski consideró “no sólo racional sino indispensable; no para intimidar, aterrorizar o quitar una esperanza al enemigo sino para sacudir a nuestras filas, demostrar que no habría retirada y que por delante sólo estaba la victoria absoluta o la muerte”. Así lo afirmaría en un fragmento de su diario donde recogió un diálogo en el que el líder bolchevique Yákov Sverdlov le habría revelado que la orden de matar a los Románov partió de Lenin, quien “creyó que no podíamos dejar ningún emblema vivo, especialmente en la difícil condición actual” (con el Ejército Blanco acercándose a Ekaterimburgo).

Los documentos reunidos en Crónica de un final evidencian las escasas sospechas que, durante los meses de cautiverio previo a su muerte, los Románov albergaron sobre el destino fatal que les aguardaba. En las cartas, el zar y su mujer expresan obviamente su preocupación e incertidumbre por la situación en que se hallan tras haber perdido el poder y acerca de los acontecimientos en el país.

Pero igualmente dedican largos fragmentos a explicar detalles de la vida cotidiana; a informarse de la evolución de las hijas durante la crisis de sarampión que sufren las cuatro, o de los pequeños dolores que enseguida tumban al pequeño y delicado Aleksei, tan frágil a causa de su hemofilia. También comentan los paseos por jardines o patios de cada unos de los tres lugares de encierro, las partidas de cartas o de backgammon, las largas sesiones de tala y sierra de árboles, las visitas a la iglesia o las lecturas de libros como Estudio en escarlata, de Conan Doyle, o Guerra y paz, de Tolstói.

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Los cinco hijos del zar, con la cabeza afeitada tras un ataque de sarampión, en Tsarkoje Selo, julio 1917

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Las abismales diferencias de talante y temperamento entre Nicolás II y la zarina Alejandra llamaron poderosamente la atención del primer ministro en varias carteras y luego premier del Gobierno provisional instaurado tras la Revolución de Febrero, Alexander Kérensky. En sus memorias, el dirigente recoge sus conclusiones después de mucho escrutar la personalidad de Nicolás II en sus visitas a la residencia-prisión de Tsárskoye Seló: “Al final –dice–, entendí que nadie ni nada interesaba al exzar excepto sus hijos. Su indiferencia hacia el mundo exterior me parecía casi artificial. Nunca quiso luchar por el poder que había caído en sus manos. Se quitó ese poder como quien se quita el traje de ceremonia para ponerse el de casa”.

¿Cómo llegó Kérensky a tal convencimiento respecto al carácter y la actitud del monarca, por otra parte muy en línea con lo que destilan los textos del propio zar? El relato del primer ministro da idea de un concienzudo trabajo de indagación mediante la recogida de testimonios: “Todos los que le conocían en su posición de prisionero admitían que Nicolás II siempre estaba de buen humor y disfrutaba de su nuevo modo de vida. Cortaba leña y la apilaba en el parque. Trabajaba en el jardín, paseaba en lancha y jugaba con sus hijos”, escribe Kérensky. Uno de los testimonios más valiosos que recabó el gobernante fue el de la duquesa y dama de honor de los Románov, Elizaveta Narishkina, a quien el zar dijo lo siguiente tras su abdicación y apresamiento en la jaula de oro de Petrogrado, según la versión del político revolucionario: “Qué bueno que no tengo que estar más en esas recepciones fastidiosas o firmar papeles interminables. Voy a leer, pasear y pasar más tiempo con mis hijos”. A lo que Narishkina apostilló: “Y eso no es una pose”.

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La gran duquesa Tatiana, trabajando durante el confinamiento en Tsárskoye Seló

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Menos feliz que su marido estaba la zarina, a quien el premier describe como una mujer “soberbia, severa y majestuosa” que le saludaba de mala gana.

Alejandra Fiódorovna “pasaba un tiempo difícil por la pérdida del poder y no podía resignarse a su nueva posición. Tenía ataques psicóticos y a veces sufría parálisis facial. Afligía a todos con infinitas conversaciones acerca de sus desgracias y su cansancio, con un enfado irreconciliable. Las mujeres como ella nunca olvidan ni perdonan nada”, señala Kérensky.

Los documentos reunidos en el libro también reflejan las difíciles relaciones de la familia con las nuevas autoridades rusas y sus agentes. Menos de dos meses antes de su fusilamiento, y en uno de sus raros arranques de mal humor, Nicolás II escribe en tono indignado y de mal augurio: “¡Qué repugnante! La relación con los guardias también ha cambiado en las últimas semanas: ¡Los carceleros intentan no hablar con nosotros, como si sintieran algo de preocupación o precaución! ¡No entiendo nada!”

Los escritos retratan además a un matrimonio enamorado y a un clan como una piña. “Creo que era una de las familias más unidas, queridas y leales. Y creo que, cuando sea posible escribir una historia verdadera de la Revolución Rusa y de su figura central, Nicolás II, la personalidad del emperador se presentará ante sus descendientes bajo una luz muy diferente a la de las muchas acusaciones del pueblo ruso”, vaticina en sus memorias el político, arquitecto y ayudante del comisario del Gobierno provisional Pavel Mijáilovich. No le falta razón, al menos en lo relativo la solidez de los sólidos vínculos de los Románov. Unidos hasta la muerte.

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