Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


ArribaAbajo

María Estuardo

Friedrich Schiller

PERSONAS
ISABEL, reina de Inglaterra.
MARÍA ESTUARDO, reina de Escocia prisionera en Inglaterra.
ROBERTO DUDLEY, conde de Leicester.
JORGE TALBOT, conde de Shrewsbury.
GUILLERMO CECIL, baron de Burleigh, gran tesorero.
EL CONDE DE KENT.
GUILLERMO DAVISON, secretario de Estado.
AMIAS PAULETO, caballero, carcelero de María.
MORTIMER, su sobrino.
EL CONDE DE L'AUBESPINE, embajador de Francia.
EL CONDE DE BELLIÈVRE, enviado extraordinario de Francia.
OKELLY, amigo de Mortimer.
DRUGEON DRURY, segundo carcelero de María.
MELVIL, mayordomo de, la casa de María.
BURGOYN, su médico.
ANA KENNEDY, su nodriza.
MARGARITA KURL, su camarera.
El Sherif del condado.
Un oficial de guardias de Corps.
Caballeros franceses e ingleses. -Guardias, -Criados de la Reina de Inglaterra. -Hombres y mujeres al servicio de la Reina de Escocia.


ArribaAbajo

Acto I

Una sala del castillo de Fotheringhay.



Escena primera

ANA KENNEDY, nodriza de la Reina de Escocia, disputando con viveza con PAULETO, que se empeña en abrir un armario. -DRUGEON DRURY, con una palanqueta de hierro.

     ANA.- Qué hacéis, sir? �Qué nueva indignidad!... Dejad este armario.

     PAULETO.- �De dónde proceden estas joyas arrojadas del piso superior para seducir al jardinero? �Maldita sea la astucia mujeril! A pesar de mi vigilancia y mis atentas investigaciones, todavía encuentro objetos preciosos y tesoros escondidos. (Echa abajo las puertas del armario.) Sin duda, hay otros aquí.

     ANA.- Retiraos, temerario. Aquí se guardan los secretos de mi señora.

     PAULETO.- Que es precisamente lo que busco.

                                                                (Saca algunos papeles.)

     ANA.- Papeles insignificantes, ejercicios de escritura para hacer más llevadero el triste ocio de la prisión.

     PAULETO.- En el ocio, suele tentarnos el enemigo malo.

     ANA.- Son escritos en francés.

     PAULETO.- Peor que peor; esta es la lengua de nuestros enemigos.

     ANA.- Éstos son borradores de cartas a la Reina de Inglaterra.

     PAULETO.- Yo se los remitiré: pero �qué veo brillar aquí? (Aprieta un resorte secreto y saca una joya de un cajoncito oculto.) �Una diadema real con piedras preciosas y adornada con las flores de lis de Francia! (La entrega a su segundo.) júntala a los demás objetos, Drury, y guárdala. (Drury se va.)

     ANA.- �Tan afrentosa violencia se nos fuerza a soportar!

     PAULETO.- Mientras algo posea, algo podrá hacer en nuestro daño, porque todo se convierte en arma en sus manos.

     ANA.- Sed compasivo para con ella, sir, y no le arranquéis el último ornato de su existencia. La desgraciada se regocija aún de cuando en cuando a la vista de las insignias de su antiguo poder; pues cuanto tenía se lo habéis arrebatado.

     PAULETO.- Se halla en buenas manos, y os será devuelto a su tiempo.

     ANA.- �Quién diría, al aspecto de estos muros, que aquí vive una reina?... �Dónde se halla el dosel, que la cobijó en su trono? �Cómo su delicado pie, habituado a hollar blandos tapices, podrá acostumbrarse al duro suelo? Se le sirve a la mesa con grosera vajilla de estaño, que desdeñaría la más humilde esposa del último gentil-hombre.

     PAULETO.- Así trataba ella a su marido en Sterlyn, mientras bebía en copas de oro en los brazos de su amante.

     ANA.- �Ni un espejo tenemos siquiera!

     PAULETO.- Mientras le sea dado contemplar su vana imagen, abrigará en su pecho esperanza y osadía.

     ANA.- Ni un libro para entretenerse.

     PAULETO.- Le hemos dejado la Biblia, para corregir su corazón.

     ANA.- �Hasta el laúd le habéis quitado!

     PAULETO.- �Cómo se servía de él, para entonar canciones amorosas!

     ANA.- �Esta es la suerte que reserváis a quien fue educada con delicadeza, reina desde su cuna, crecida entre los placeres de la corte brillante de los Medicis? �No basta haberle arrebatado su poder, y hay que envidiarle sus humildes pasatiempos? En la desgracia, los nobles corazones vuelven al recto camino, pero es siempre muy triste hallarse privado de las menores comodidades de la vida.

     PAULETO.- Sólo sabéis convertir su corazón hacia la vanidad, cuando debiera ponerse sobre sí y arrepentirse; la voluptuosidad y el desorden se expían con las privaciones y la humillación.

     ANA.- Si cometió alguna flaqueza en su juventud, sólo a Dios y a su alma debe dar cuenta de ella. No existe en Inglaterra quien pueda juzgarla.

     PAULETO.- Pues se la juzgará en los mismos lugares en que fue culpable.

     ANA.- �Culpable!... �Si sólo ha vivido aquí entre cadenas!

     PAULETO.- Y sin embargo, entre cadenas tiende aún la mano al mundo, agita la tea de las discordias civiles, y arma contra nuestra Reina, que Dios proteja, cuadrillas de asesinos. �Por ventura, desde esta su cárcel, no impelió al execrable regicidio, a Parry y a Babington? �Fueron obstáculo los hierros de esta verja, a que sedujera el noble corazón de Norfolk? Por ella cayó bajo el hacha del verdugo la mejor cabeza del reino, sin que este deplorable- ejemplo atemorizara a los insensatos que se disputaban el honor de precipitarse en el abismo por ella. Levantase sin cesar el cadalso para las nuevas víctimas que se sacrifican por ella. Y esto no tendrá fin, hasta que ella sea también castigada, ella, la más culpable de todos. �Oh! Maldito sea el día en que la hospitalaria costa de nuestra isla recibió a esta nueva Helena.

     ANA.- �Y qué hospitalidad ha recibido en la isla? �Desgraciada! Apenas llegó a este país, desterrada e implorando el auxilio de su parienta Isabel, fue detenida contra el derecho de gentes y la dignidad real; y en un calabozo, entre lágrimas, se consumen los mejores años de su juventud. Y ahora, después de haber sufrido cuantas amarguras trae consigo la prisión, vedla obligada a comparecer ante un tribunal, como un criminal vulgar, vilmente acusada de un crimen de Estado... ella... una reina!

     PAULETO.- Llegó a estas comarcas, perseguida de su pueblo, por homicida, arrojada de su trono que manchó con horribles acciones; llegó aquí, después de haber conspirado contra la felicidad de Inglaterra, aspirando a renovar el sangriento reinado de la española María, a convertirnos al catolicismo, a entregarnos a los franceses. �Por qué se negó a firmar el tratado de Edimburgo, y abdicar con él sus pretensiones al trono inglés y abrirse con un rasgo de pluma las puertas de la prisión? Prefirió seguir prisionera y expuesta a malos tratos, antes que renunciar al vano esplendor de un título. �Por qué ha obrado así? Porque espera conquistar, con sus astucias y culpables conspiraciones y artificios, a Inglaterra entera, desde el fondo de su calabozo.

     ANA.- Os mofáis, sir Pauleto; a la crueldad añadís la amarga ironía. �Cómo alimentará semejantes sueños, ella, sepultada en vida entre estas paredes, sin que llegue a sus oídos ni una sola frase de consuelo, de su cara patria? Ella, que de mucho tiempo no vio otra figura humana que el sombrío rostro de su guardián, y desde que vuestro arisco pariente se encargó de custodiarla, ha visto aumentarse los cerrojos.

     PAULETO.- Ninguno de ellos basta a defendernos de sus astucias. Ignoro siempre, si durante mi sueño liman los hierros de sus ventanas; si este suelo, estos muros sólidos al parecer, están minados para dar paso a la traición. �Maldito cargo el mio! �Custodiar a esta mujer hipócrita, que cavila sin cesar funestos proyectos! El terror me arroja a veces del lecho; durante la noche, vago, como alma en pena, para asegurarme de la resistencia de los cerrojos, o de la fidelidad de mis guardias; despierto cada día, sobresaltado, creyendo realizados mis temores. Pero por fortuna, espero que esto acabará pronto. Preferiría velar a las puertas del infierno custodiando a una turba de condenados, a ser el guardián de esta Reina artificiosa.

     ANA.- Ella sale.

     PAULETO.- Con el crucifijo en la mano, y el orgullo y la lascivia en el corazón.



Escena II

MARÍA, Cubierta con un velo, y un crucifijo en la mano. -Dichos.

     ANA.- ( Yendo a su encuentro.) �Oh, Reina! nos pisotean; la tiranía y crueldad con que nos tratan no tienen límites, y cada día viene a acumular sobre vuestra real cabeza nuevos ultrajes, nuevos padecimientos.

     MARÍA.- Cálmate, y dime qué ha pasado de nuevo.

     ANA.- Ved, han forzado este armario, nos han quitado vuestros papeles, el último tesoro salvado con tantos esfuerzos, y el último resto de vuestros adornos nupciales de Francia; estáis completamente despojada... nada os queda de vuestra dignidad real.

     MARÍA.- Tranquilízate, Ana; mi dignidad real no consiste en estas niñerías. Pueden tratarnos con vileza, nunca envilecernos. He aprendido a sufrir en Inglaterra, y puedo soportar lo que me dices. Sir, os habéis apoderado con violencia de lo que precisamente quería hoy mismo entregaros, una carta hay entre mis papeles, destinada a mi real hermana de Inglaterra: os suplico que me deis palabra de remitirla fielmente a sus propias manos, y no al pérfido Burleigh.

     PAULETO.- Pensaré lo que debo hacer.

     MARÍA.- Puedo revelaros su contenido, Pauleto. Pido en ella un gran favor; una entrevista con la Reina en persona, a quien no he visto jamás. Se me ha obligado a comparecer ante un tribunal de hombres que no conozco por iguales míos, y no me resigno a comparecer ante ellos. Isabel es de mi familia.... igual a mi en jerarquía.... de mi sexo. Como hermana, como reina, como mujer, sólo en ella puedo poner mi confianza.

     PAULETO.- Señora, con harta frecuencia habéis confiado el honor a hombres que eran menos dignos de vuestra estimación.

     MARÍA.- Pido además una segunda gracia, que sería inhumano rehusarme. De mucho tiempo acá, me veo privada en este calabozo de los consuelos de mi religión y del beneficio de los sacramentos. Quien me arrebató la corona y la libertad, quien amenaza hasta mi existencia, no querrá cerrarme las puertas del cielo.

     PAULETO.- El capellán del castillo atenderá vuestras súplicas.

     MARÍA.- (Interrumpiéndole con viveza.) Nada quiero de él; yo quiero un sacerdote de mi religión. Quisiera también a mi servicio un escribano, un notario a quien dictar mi testamento. Minan mi vida el pesar y los prolongados padecimientos, y temo que mis días están contados; me contemplo a mi misma como a una agonizante.

     PAULETO.- Hacéis bien; estas son ideas adecuadas a vuestra situación.

     MARÍA.- �Quién sabe si una mano rápida acelerará la obra lenta de la pena!... Quiero hacer mi testamento y disponer de cuanto poseo.

     PAULETO.- Podéis hacerlo; la Reina de Inglaterra no quiere enriquecerse con vuestros despojos.

     MARÍA.- Me han separado de mis camareras, de mis criados... �dónde están? �cuál es su suerte, puedo prescindir de sus servicios, pero necesito saber para mi tranquilidad, que mis fieles servidores no padecen, no sufren privaciones.

     PAULETO.- Hemos cuidado de ellos. (Hace que se va.)

     MARÍA.- �Os vais, sir? �Me abandonáis de nuevo, sin aliviar de los tormentos de la duda a mi inquieto y amedrentado corazón? Estoy separada del mundo entero gracias a la vigilancia de vuestros espías, ninguna noticia llega hasta mí a través de los muros de mi cárcel; mi suerte se halla en manos de mis enemigos. Ha trascurrido lenta y penosamente todo un mes, desde el día en que mis cuarenta jueces-vinieron a sorprenderme en este castillo y se constituyeron con inconveniente precipitación en tribunal. Sin preparación ninguna, sin abogado que me defendiera, contra toda regla de justicia, fui llamada a responder a severas y artificiosas acusaciones, sorprendida y turbada como me hallaba, sin haber tenido siquiera tiempo para poner en orden mis recuerdos. Entraron aquí como fantasmas y desaparecieron del mismo modo. Desde entonces, todo ha enmudecido para mí. En vano intento leer en vuestra mirada si ha prevalecido mi inocencia y el celo de mis amigos, o los malvados consejos de mis enemigos. Romped en fin vuestro silencio; decidme qué debo temer o qué debo esperar.

     PAULETO.- (Pausa.) Arreglad vuestras cuentas con Dios.

     -MARÍA.- Confío en su misericordia, y cuento con la rigurosa justicia de mis jueces de la tierra.

     PAULETO.- Se os hará justicia, no lo dudéis.

     MARÍA.-�Ha terminado mi proceso?

     PAULETO.- Lo ignoro.

     MARÍA.- �He sido condenada?

     PAULETO.- Lo ignoro, señora.

     MARÍA.- Aquí gustan de obrar con rapidez. �Se presentarán de improviso los verdugos como los jueces?

     PAULETO.- Figuraos siempre que así será y os hallarán en mejores disposiciones.

     MARÍA.- Nada puede sorprenderme; me figuro qué sentencia puede pronunciar el tribunal de Westminster, gobernado por el odio de Burleigh y los esfuerzos de Hatton. Sé también de qué es capaz la Reina de Inglaterra.

     PAULETO.- Los soberanos de Inglaterra sólo respetan su conciencia y su Parlamento. El fallo de la justicia se ejecutará sin temor, a la faz del mundo.



Escena III

Dichos. -Sale MORTIMER, sobrino de PAULETO, y sin hacer caso de la Reina, se acerca a su tío.

     MORTIMER.- Tío, os llaman. (Se retira como salió.)

     (La Reina le mira manifestando desagrado y se dirige a Pauleto que se va.)

     MARÍA.- Pauleto... otra súplica. Cuando tengáis algo que decirme... de vos puedo soportar muchas cosas, porque respeto vuestras canas, pero no me siento con fuerzas para sufrir la insolencia de este joven; os suplico que me evitéis el espectáculo de sus groseros modales.

     PAULETO.- Precisamente lo que en él os repugna, le da precio a mis ojos; no es por cierto uno de aquellos hombres débiles e insensatos, a quienes enternecen las mentidas lágrimas de una mujer. Ha viajado mucho; llega de París y de Reims, pero su corazón ha permanecido fiel a la vieja Inglaterra. Todos vuestros artificios serán vanos con él. (Vase.)



Escena IV

María.- Ana Kennedy.

     ANA.-�Cómo se atreve a hablaros así ese grosero? �Oh! �esto es cruel!...

     MARÍA.- (Abismada en sus reflexiones.) En los días de esplendor, prestamos el oído complaciente a la lisonja; justo es que ahora, mi buena Kennedy, soportemos la voz austera de la reprobación.

ANA.- �Cómo se muestra hoy tan humilde y resignada la señora... antes tan alegre! �Si me consolabais a mí, y antes hube de reprocharos la indiferencia que el abatimiento!

     MARÍA.- �Ah! la reconozco... la sombra ensangrentada de Darnley que deja irritada la tumba para turbar mi reposo, hasta colmar la medida de mis tormentos.

     ANA.- �Oh!... �qué ocurrencias!

     MARÍA.- Tú lo has olvidado, Ana, pero mi memoria es más fiel. Hoy es el aniversario de esta fatal acción y lo solemnizo con el ayuno y el arrepentimiento.

     ANA.- Dejad en paz este funesto recuerdo; harto habéis expiado esta acción con tantos años de arrepentimiento, y tantas pruebas a que os sujetó la desgracia. La Iglesia que por cada falta tiene una absolución, la Iglesia y el cielo os han perdonado.

     MARÍA.- A pesar de este perdón, alcanzado tanto tiempo ha, esta falta surge todavía de la entreabierta tumba, con manchas de sangre, que se diría reciente. Ni el son de la campana, ni la mano poderosa del sacerdote, pueden hundir en la huesa la sombra de un esposo pidiendo venganza.

     ANA.- No fuisteis vos quien le mató; otros son los autores de este crimen.

     MARÍA.- Pero yo sabía que iba a cometerse y dejé que se cometiera yo le atraía con suaves palabras hacia el lazo donde debía hallar la muerte.

     ANA.- Los pocos años os disculpan. Erais tan niña...

     MARÍA.- Tan niña, y apenas empezaba, echaba sobre mi vida el peso de un crimen.

     ANA.- �Apuró de tal modo vuestra paciencia este hombre con sus sangrientas injurias, y su conducta insolente! él, sacado de la nada como por divina mano, traído por vos a vuestro lecho nupcial, al pié del trono, él, a quien prodigasteis vuestros hechizos, a quien disteis vuestra corona. �Podía olvidar que debía a la generosidad de tal amor su brillante carrera? �Pues lo olvidó... el indigno! Os ultrajó con sospechas injuriosas, ofendió vuestra delicadeza con sus groseros modales; se hizo insoportable. Desvanecido el encanto que os había fascinado, os vimos huyendo colérica de los brazos del infame, y librarle al desprecio. �Intentó por ventura reconquistar vuestro favor? �Os pidió perdón? �Se arrojó arrepentido a vuestras plantas con propósito de enmienda? �Ah! �no... cruel! Por el contrario,... desafió vuestro poder, y quien fue vuestra hechura,... �pretendía ser tenido por soberano! Hizo matar en vuestra propia presencia al hermoso trovador Riccio... �Ah!... no hicisteis mas que vengar con su sangre este horrible crimen.

     MARÍA.- Y será vengado a su vez con sangrienta condenación. Cuando pretendes consolarme, pronuncias mi sentencia.

     ANA.- Ocurrió el hecho, en época que no erais dueña de vos. Y el delirio y ceguera de la pasión os hizo esclava de un terrible seductor, el desgraciado Bothwel. Su arrogante voluntad os dominó con el terror; extravió vuestra mente con filtros mágicos e infernales artificios.

     MARÍA.- No hubo otra magia que su firme voluntad y mi flaqueza.

     ANA.- No, repito; llamó en su auxilio al espíritu de perdición y cogió en sus redes vuestra alma inocente. Sorda a los consejos de la amistad, olvidada de los preceptos del decoro, abjurasteis la púdica reserva, y en aquel rostro, que veló hasta entonces casto rubor, llameaba el fuego de las pasiones. Arrojasteis el manto del misterio; así triunfaba de la timidez la insolente lascivia de un hombre; así con altiva frente disteis vuestra deshonra en espectáculo. Permitisteis que aquel hombre, aquel asesino, paseara por las calles de Edimburgo la real espada de Escocia, seguido de las maldiciones de la multitud. El Parlamento fue sitiado por vuestras tropas, y allí, en el mismo templo de la justicia, forzasteis a los jueces, gracias a una insolente farsa, a que absolvieran del crimen al culpable. Hicisteis más todavía... �Dios!...

     MARÍA.- Acaba. Le di mi mano en el altar.

     ANA.- �Oh! sepultad esta acción en eterno silencio, por atroz, por repugnante... digna de una perdida... y sin embargo, no lo sois. Os nutrí y eduqué desde niña, y os conozco perfectamente; vuestro corazón es débil, pero no desprovisto de pudor;... la ligereza es vuestro único delito. Pero hay seres malvados que en cuanto ven un alma sin defensa, se establecen en ella un instante, la empujan al crimen, y después huyen al infierno dejándola sumida en el horror de la mancha del pecado. Nada censurable habéis hecho desde aquella época, que cubrió con sombrío velo la vida de María;... he sido testigo de su conversión. Así, pues,... �valor!,... reconciliaos con la propia conciencia. Ni sois culpable en Inglaterra, sean los que fueren vuestros remordimientos, ni Isabel y su Parlamento tienen derecho a juzgaros. Sois víctima de la opresión, y debéis comparecer ante este tribunal ilegal con el valor que da la inocencia.

     MARÍA.- �Quien llega?                                        (Sale Mortimer.)

     ANA.- El sobrino de vuestro carcelero. Retiraos.

Arriba

IndiceSiguiente