60 años del ‘sí, quiero’ de Juan Carlos y Sofía: una noche de bodas atípica y una luna de miel internacional

Hace 60 años los reyes eméritos emprendieron un periplo repleto de citas privadas y encuentros políticos

Doña Sofía y don Juan Carlos el día de su boda.

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La luna de miel de los reyes Juan Carlos y Sofía empezó, como la mayoría, la noche de bodas. La suya fue más aparatosa (si acaso tierna) que romántica. El 14 de mayo de 1962 los eméritos pernoctaron en la lujosísima suite principal del Creole, el velero de 63 metros propiedad entonces del riquísimo armador griego Stavros Niarchos. Original de 1927, la embarcación fue bautizada por unos como “el velero más hermoso de los mares” y por otros como “el maldito”. Actualmente es propiedad de la familia Gucci. Otros cronistas sitúan el escenario del encuentro en Eros, una goleta, más discreta, propiedad también del mismo empresario.

En el camarote nupcial de moqueta blanca, el matrimonio, según algunas versiones, no se entretuvo en “hacer dinastía”, como se refería la reina Federica de Grecia –madre de la novia– al acto más íntimo entre los amantes reales. Días antes don Juan Carlos se había roto la clavícula izquierda practicando kárate y judo con su cuñado Constantino, heredero al trono heleno, y llevaba el brazo escayolado. Lo llevó en cabestrillo hasta que partió hacia la catedral de San Dionisio. Al anochecer, el yeso se le había pegado a la piel, entonces en carne viva, y su esposa, que había estudiado puericultura, se lo estuvo arrancando a pedacitos. 

Don Juan Carlos y doña Sofía días antes de su enlace. El rey presume de brazo en cabestrillo. 

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Tal y como relata en sus memorias la reina Federica, don Juan Carlos y doña Sofía pasaron las jornadas siguientes en Spetsopoula, la isla privada del generoso Stavros en la que ocho años después murió su tercera esposa, Eugenia Livanos, por una sobredosis de barbitúricos. “Al cabo de unos días (la familia real griega) cometimos una terrible insensatez. Los recién casados quisieron que fuésemos a verlos antes de emprender su luna de miel en España primero y luego alrededor del mundo. Sabíamos que sería un error, pero lo hicimos. Visitamos a Sofía y a Juanito en la bellísima isla del matrimonio Niarchos, puesta amablemente a su disposición. Fuimos muy felices compartiendo algún tiempo su dicha, pero al tener que separarnos todos lloramos literalmente durante tres horas, incluso Juanito, que quiere mucho a su mujer y no puede verla llorar”. Describió la consorte del rey Pablo I

Los tórtolos navegaron hasta Corfú, donde un año antes, Juanito, como lo conocían entonces las familias reales, le había pedido matrimonio a la princesa griega lanzándole un anillo de oro amarillo, diamantes y un par de rubíes de corte cabujón al grito de “Sofi, cógelo”. En sus aguas, el gobierno griego lo había prohibido en tierra, renunció doña Sofía a la religión ortodoxa discretamente, sin ruido ni publicidad para no herir sensibilidades y abrazó la fe apostólica romana. A diferencia de la reina Victoria Eugenia, abuela de don Juan Carlos, la griega no fue obligada a adjurar ni fue bautizada. Bastó con una firma ante el arzobispo católico de Atenas, monseñor Pristeni. La mujer de Alfonso XIII siempre recordó su ceremonia de conversión del anglicanismo al catolicismo en la capilla del Palacio de Miramar de San Sebastián como uno de los trances más penosos de su existencia. 

No sorprende el apego al Mediterráneo de los penúltimos reyes de España, pues como reconoció el propio don Juan Carlos a José Luis de Vilallonga en unas conversaciones hechas libro: “En verano, durante nuestras vacaciones en Mallorca, (la reina Sofía) comparte con su hermano el rey Constantino y conmigo su pasión por el mar. Toda la familia llevamos el mar en la sangre. Solo nos sentimos realmente libres cuando nos encontramos a bordo del Fortuna. De no haber sido rey, seguro que hubiera sido marino”.

El rey Juan Carlos I y Sofía de Grecia disfrutando de un día en barco en Atenas en 1961.

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Por mar continuaron hasta Roma, donde se alojaron en el geométrico Palacio Torlonia cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI. Sus anfitriones fueron los inquilinos y propietarios de esta edificación renacentista, el príncipe de Civitella- Cesi Alessandro Torlonia y su esposa, la infanta española Beatriz de Borbón y Battenberg, tíos de don Juan Carlos y abuelos del televisivo Alessandro Lequio.

Los padres de Felipe VI aprovecharon la parada en la capital italiana para saludar, el 4 de de junio, al papa Juan XXIII, sin cuya inteligente aportación, “dos ceremonias, dos ritos, pero solo un sacramento”, jamás se hubiese celebrado la unión de una ortodoxa y un romano. A aquel encuentro vaticano asistió la reina Sofía, por primera vez, vestida de luto y con peineta y mantilla españolas. Entre tanto azabache destacaba el collar de seis hilos de perlas de la reina Victoria Eugenia que le había prestado la infanta Beatriz. La consorte de Alfonso XIII recibió esta joya como regalo de boda de su suegra, la reina-regente María Cristina Habsburgo-Lorena, en 1906.

El entonces príncipe Juan Carlos y la princesa Sofía de Grecia en el Palazzo Torlonia de Roma.

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Los jóvenes viajaron desde la Ciudad Eterna hasta Madrid para entrevistarse con el dictador Francisco Franco en el Palacio de El Pardo. Una escala que no le hizo ninguna gracia a Juan de Borbón y Battenberg, padre del recién casado, que aún albergaba esperanzas de ser nombrado por el tirano como su sucesor a título de rey. Cabe señalar que en aquellos días los tórtolos todavía no habían decidido dónde residirían después de su luna de miel. El conde de Barcelona abogaba por el exilio en Estoril, la familia de doña Sofía defendía la idoneidad de establecerse en Grecia, donde a trompicones seguían reinando y Franco sugirió la conveniencia de que se estableciesen  España. Cerca de él, en los montes de El Pardo, el gobierno les había acondicionado el pabellón de caza conocido como Palacio de la Zarzuela. La mujer del autócrata, Carmen Polo, ejerció de decoradora. 

Antes de abandonar el Viejo Continente, don Juan Carlos y doña Sofía visitaron a los príncipes Rainiero y Grace de Mónaco en Montecarlo, donde disfrutaron de las mismas mieles que los miembros de la jet set internacional, entre ellos coincidieron con el cantante Frank Sinatra, pero sin preocuparse de pagar la cuenta de sus consumiciones. La reina Victoria Eugenia había sido una de las primeras royals en acoger entre sus brazos a Grace Kelly, que antes de emplearse como princesa había sido actriz de Hollywood.

Los reyes Juan Carlos y Sofía durante su luna de miel en Mónaco junto a los príncipes Rainiero y Grace y Frank Sinatra.

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Después de la gira europea el matrimonio emprendió una intercontinental. En la India conocieron al primer ministro Nehru Jawaharlal y a su hija, Indira Gandi. Esta visita provocó el descontento del gobierno de Portugal, pues solo hacía un año que el país se había anexionado Goa, colonia portuguesa desde 1510. En Nepal los eméritos fueron homenajeados por el antidemócrata rey Mahendra, en Tailandia por el soberano Rama IX y su consorte, Sirikit Kitiyakara, con la que doña Sofía siempre se ha mostrado muy cariñosa. En Filipinas fueron atendidos por el recién estrenado presidente Diosdado Macapagal y en Japón por el príncipe heredero Akihito.

Pese a su lesión, el rey cargó al hombro con una cámara súper-8 durante los casi seis meses que duró la luna de miel. La biógrafa oficial de la reina Sofía, Pilar Urbano, reconoció en una artículo en XL Semanal que la mujer de Juan Carlos I le había confesado que tenía muchas ganas de coger una gripe para repasar todas las cintas. Mientas él filmaba, ella se dedicó a comprar muebles y souvenirs. En el mismo texto, la periodista también señaló que la madre de Felipe VI y las infantas Elena y Cristina le había confiado: “Yo nunca me había hecho las maletas, era princesa. Él había estado en las academias militares y vivía solo en Madrid, así que sabía hacer maletas perfectamente. Ya no las hace, claro”.

Don Juan Carlos y doña Sofía con John F. Kennedy en la Casa Blanca, 1962.

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Aún con su futuro sin decidir, los eméritos se entretuvieron en Estados Unidos hasta el 3 de septiembre, donde conocieron Hawái, California, Nueva Inglaterra y Florida. En el aeropuerto de Los Ángeles aterrizaron con pasaportes falsos a nombre del señor y la señora Brown. Durante su turné por Washington fueron recibidos en la Casa Blanca por el presidente John F. Kennedy, apenas 20 días después de la muerte de su presunta amante, Marilyn Monroe. En el libro El precio del trono, su autora, Pilar Urbano, recoge: “El príncipe quiso patentizarle su auténtica situación: ‘Mi padre, aunque no reina, es el rey, la única cabeza admisible de la monarquía española. Yo me limito a obedecer políticamente lo que mi padre decida’”. 

Tras una breve estancia en el Reino Unido, sus altezas reales se desplazaron hasta Estoril, cumpliendo así con el deseo de don Juan. En febrero de 1963, se mudaron definitivamente a la Zarzuela, donde continúa viviendo doña Sofía. 

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