El primer y único viaje oficial de Isabel II a España en el que pidió camisetas de Cobi para su nietos en 1988

Cena de gala en palacio, comida con Felipe González, tentempié con la flor y nata catalana y un encuentro privado con su primo, el conde de Barcelona. Recordamos el viaje oficial de los reyes de Inglaterra hace 33 años en el que visitaron Madrid, Sevilla y Barcelona.
LOS REYES DE ESPAÑA JUAN CARLOS I Y SOFIA DE INGLATERRA JUNTO A LA REINA ISABEL DE INGLATERRA Y EL PRINCIPE FELIPE DE...
LOS REYES DE ESPAÑA JUAN CARLOS I Y SOFIA DE INGLATERRA JUNTO A LA REINA ISABEL DE INGLATERRA Y EL PRINCIPE FELIPE DE INGLATERRA CON MOTIVO DE SU VISITA OFICIAL A EDIMBURGOen la foto : felipe de borbon1988EDIMBURGOSFGP

Ochenta y tres años después de la visita oficial al rey Eduardo VII de Gran Bretaña en la queel rey Alfonso XIII conoció a su futura esposa, la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, España se preparaba para recibir a los reyes de Inglaterra en su primer tour oficial a la Península. Era el mediodía del lunes 17 de octubre de 1988 y la reina Isabel II de Gran Bretaña viajaba a Madrid, con su esposo, Felipe de Edimburgo, a bordo de un avión especial de la British Aerospace. El entonces príncipe de Asturias, hoy Felipe VI, fue el encargado de esperar a la pareja real en el aeropuerto de Barajas para acompañarlos al palacio de El Pardo, donde, junto a los soberanos de España, recibieron honores de ordenanza antes de almorzar en la Zarzuela. Allí, las dos reinas vistieron de azul: la extranjera con abrigo Borbón y complementos en negro y la nacional con traje de chaqueta capri y bolso y zapatos en blanco. La primera con sombrero y la segunda sin él (los detesta). 

El príncipe de Asturias, el duque de Edimburgo, la reina de Reino Unido y los reyes de España en El Pardo. 

SFGP/ Gtres

Por la noche, los reyes hispanos (que un par de primaveras antes habían visitado a la prima Lilibeth –sobrina nieta de la citada abuela del emérito– en Londres y habían sido escoltados por sorpresa al final de su periplo por las infantas Elena y Cristina) presidieron una cena de gala en homenaje a sus parientes reales en el palacio real de Madrid. 

En el histórico encuentro, la consorte de Juan Carlos Ivestida de Valentino Alta Costura Primavera/Verano 1988 en blanco y negro– se tocó con la diadema de las flores de lis, la más ostentosa del cofre español, que combinó con los pendientes de brillantes gruesos, también obsequio del rey Alfonso XIII a la reina Victoria Eugenia, y un collar elaborado en las mismas gemas que probablemente recibió como regalo de la invitada Windsor. Esta se coronó con la tiara de las damas de Gran Bretaña e Irlanda y se adornó el escote con el collar bautizado como Cambridge, de esmeraldas y diamantes, también herencia de su abuela paterna, la longeva reina Mary. Vestía, como todavía acostumbra en estos fastos, de blanco inmaculado. 

Para tan señalada ocasión, la infanta Cristina tomó prestada la diadema con la que se casó su madre en 1962, de origen berlinés e inspiración griega, y la infanta Elena lució la floral, que doña Sofía recibió como regalo de bodas del Gobierno  dictatorial español. Ambas de diamantes. Por su parte, la duquesa de Badajoz, hermana mayor de don Juan Carlos, eligió la rusa, entonces propiedad de su madre doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans, de  brillantes y perlas y cuya primera propietaria fue la regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII y madre de Alfonso XIII. Esta y la lucida por doña Sofía son obra de la joyería madrileña Ansorena. La duquesa de Soria, hermana menor del emérito, utilizó la de diamantes y zafiros, también de evocación kokoshnik, que su madre recibió de su progenitora, la infanta Luisa de Orleans, quien ha su vez la heredó de su madre, María Isabel de Orleans, infanta de España y condesa de París. Al ágape también asistió el conde de Barcelona, don Juan de Borbón, hijo y padre de rey, quien, según el diario El País, mantuvo un encuentro privado con su prima, la reina Isabel, probablemente en su chalet de Puerta de Hierro. 

Los reyes de Gran Bretaña y España acompañados del príncipe de Asturias en 1988. 

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El martes por la mañana su majestad, vestida de frambuesa, depositó una corona de laureles en el monumento a los caídos por España, antes conocido como el obelisco o monumento a los Héroes del Dos de Mayo, en la madrileña plaza de la Lealtad, ubicada junto al hotel Ritz (en donde un año antes la princesa Diana había asistido, durante una breve excursión oficial a España, a un desfile de moda británica arropada por la jet de la capital). Después, la reina más fotografiada de la historia, visitó el Ayuntamiento de Madrid, el Congreso de los Diputados y comió en la Moncloa, donde actuó de anfitrión el presidente del Gobierno, Felipe González. De la elaboración del menú se ocupó Juan Mari Arzak, que cocinó como plato principal la enrevesada charlota de paloma torcaz. 

Por la noche, el matrimonio visitante organizó una recepción en El Pardo para 150 invitados, entre ellos, la duquesa de Alba y Jesús Aguirre, su marido. Cayetana e Isabel habían compartido juegos de niñas durante la estancia en Londres de la aristócrata española, con más títulos en su haber que la reina, tras el estallido de la Guerra Civil española en 1936. Juan Carlos y Felipe vistieron esmóquines gemelos con solapa de raso en negro, la esposa del primero un conjunto en plata y la del segundo uno en oro. 

Felipe González y Carmen Romero acompañan a Isabel II y al duque de Edimburgo durante una visita de estado de la reina a España en 1988.

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La turné madrileña se dio por concluida el miércoles 19 con una visita al Museo Municipal de Madrid donde Isabel II inauguró la exposición Wellington y España, la alianza de dos monarquías, 10 minutos antes de lo previsto, un acto en la Universidad Complutense en el que recibió la Medalla de Honor y un festín junto a sus homólogos españoles en El Escorial, que, recordemos, fue ordenado levantar en el siglo XVI por Felipe II de España (quien estuvo casado con la reina inglesa María I) como muestra de poderío de la iglesia católica apostólica y romana frente a la anglicana, capitaneada por Isabel I de Inglaterra, máxima rival del monarca español. 

Para escenificar, cuatro siglos después, la comunión entre ambos reinos, los monarcas viajaron en el mismo coche hasta el municipio de San Lorenzo de El Escorial. Don Juan Carlos condujo el vehículo con Lilibeth de copiloto mientras que en los asientos traseros se acomodaron los parientes helenos (el duque de Edimburgo era primo carnal de Pablo I de Grecia, padre de doña Sofía). Los cronistas de la época narraron que fue en este edificio de estilo herreriano donde la reina inglesa se mostró más dicharachera pese a que es un espacio concebido para el estudio y la oración.  

Al día siguiente, Isabel II, ataviada con un conjunto de cuadros vichy y abrigo de tono albaricoque, se llevó una gran decepción al enterarse de que la exhibición de caballos andaluces programada en la plaza de España durante su expedición a Sevilla había sido cancelada. En los Reales Alcázares de la capital hispalense demostró poco interés por el flamenco y todo el protagonismo recayó sobre su consorte, quien se arrancó a tocar las castañuelas mientras su repollo, como llamaba cariñosamente a su esposa, sonreía como una colegiala.

La reina Isabel y Felipe de Edimburgo en Sevilla durante su viaje de estado en 1988. GETTY

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La última jornada, la del 21 de octubre, estuvo amenizada por el sonido de los cláxones que protestaban por el atasco que la visita real había provocado en el centro de Barcelona. Juan Carlos y Sofía recibieron a sus homólogos británicos en la plaza de Sant Jaume, donde confundieron los petardos encendidos por miembros del movimiento catalanista Crida a la Solidaritat en Defensa de la Llengua, la Cultura i la Nació Catalanes (en un intento de boicotear la presencia de los ingleses en la ciudad) con salvas de bienvenida. 

Aprovechando la coincidencia de que San Jorge es el patrón de Cataluña e Inglaterra, el president Jordi Pujol le hizo entrega a la soberana de una réplica en plata del citado mártir en el salón del Palau de la Generalitat bautizada con el nombre del santo. “Yo también me llamo Jorge”, le exclamó, en inglés, el político, mientras el duque de Edimburgo se entretenía fingiendo sorpresa al conocer la ideología de los representantes de Esquerra Republicana de Cataluña. 

Por expreso deseo de su majestad, la comitiva se dirigió al Museo Picasso, allí la reina Isabel, gran aficionada al arte, se asombró al constatar la capacidad del pintor malagueño para reinterpretar Las Meninas de Velázquez, obra que había contemplado el martes en la pinacoteca del Prado antes de acercarse a la Moncloa. Aquella soleada mañana, la hija de Jorge VI, se mostró particularmente gélida con sus acompañantes. Una actitud que los responsables de comunicación de Buckingham achacaron al resfriado que había pillado durante su estancia en España. 

Con leve retraso, el grupo visitó las obras del estadio olímpico de Montjuïc, donde la monarca británica le pidió al alcalde Pasqual Margall unas camisetas para sus nietos con el dibujo de Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 diseñada por Javier Mariscal. Tras un tentempié celebrado en el palacio de Pedralbes con la flor y nata catalana, una agrupación de sardanistas demostró sus habilidades danzantes acompañados del alcalde y de la mujer del president, Mara Ferrusola

Este viaje de Estado, el único que ha hecho un monarca a británico a España, llegó a su fin con una recepción para 100 invitados a bordo del Britannia, el yate de la familia real inglesa, en el que Isabel y Felipe pusieron rumbo, aquella misma noche, a Mallorca, donde pasaron las dos siguientes lunas en la más estricta intimidad. En la isla se distrajeron los príncipes de Gales acompañados de sus hijos, Guillermo y Harry, los estíos de 1986 y 1987, en los que Carlos y Diana se evitaron con la misma diplomacia con la que en el viaje de la reina Isabel II a la Península se obvió el tema de Gibraltar, al que la monarca británica se refirió únicamente el primer día de su ruta como “el único problema que queda entre nosotros”.