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¿Consagrar Rusia y Ucrania a María?

El acto de consagración al Inmaculado Corazón de María debería dejar boquiabiertos a todos los evangélicos que, en los últimos años, se han emocionado al ver en el Papa Francisco a un “creyente” cercano a la fe evangélica.

24 DE MARZO DE 2022 · 16:21

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Imagen de la Virgen María en Lourdes./Kamil Szumotalski en Unsplash.

Es cierto que la guerra en curso nos empuja a todos a disminuir el tono de polémicas innecesarias en este momento dramático. Sin embargo, esta noticia no puede dejar de suscitar cierta reflexión al menos entre los creyentes evangélicos. Para los miembros de otras familias cristianas (por ejemplo, católica romana, ortodoxa oriental), esto es algo totalmente orgánico en su fe, pero ¿para un evangélico?

Estamos hablando del acto de consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María que el Papa Francisco ha anunciado para el 25 de marzo. Si uno simplemente lee las frases despacio, con sus elementos: “consagrar Rusia”, “al corazón de María”, además de “inmaculada”, por el “vicario de Cristo” (el Papa), se entiende que se tocan sensibilidades profundas de la religiosidad católica romana: la hiperveneración de María, su intercesión por el mundo, su concepción y figura inmaculadas, apariciones marianas contemporáneas, o la figura del Papa como mediador que invoca la mediación de María para el destino de un país.

A estos temas, que han caracterizado la espiritualidad católica romana durante siglos, debemos agregar uno más, más reciente, que agrega una dimensión dramática adicional al resto. La consagración de Rusia al corazón de María es un pedido que surge del centro de “la aparición de Nuestra Señora en Fátima (Portugal)” el 13 de julio de 1917 cuando, según dicen las crónicas católicas romanas, “Nuestra Señora” se apareció a la Hermana Lucía y le dio este mandato.

Después de las apariciones de Fátima, hubo varios actos de consagración al Inmaculado Corazón de María: Pío XII, el 31 de octubre de 1942, incluso consagró el mundo entero, y el 7 de julio de 1952, consagró a los pueblos de Rusia al Inmaculado Corazón de María. Luego le tocó a Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, renovar la misma consagración, hasta llegar a Juan Pablo II. El Papa polaco compuso una oración para lo que llamó el “Acto de Encomienda” el 7 de junio de 1981.

He aquí el texto: “Toma bajo tu maternal protección a toda la familia humana, que te encomendamos, oh Madre, con afectuoso amor”. Similares actos de encomienda a María se repitieron en Fátima el 13 de mayo de 1982 y luego el 25 de marzo de 1984 en la Plaza de San Pedro con esta oración: “Abraza con amor de Madre y Esclava del Señor, este mundo humano nuestro, que te encomendamos y consagramos, llenos de preocupación por el destino terrenal y eterno de los hombres y de los pueblos”.

El acto de consagración del Papa Francisco incluirá esta oración:

Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.

Aquí está el catolicismo romano en plena exhibición. El acto del Papa Francisco, él mismo un Papa muy mariano, no inventa nada nuevo. Se encuentra en la estela de una tradición establecida en el siglo XX por los papas predecesores. Conduce al corazón de la religión católica romana, a saber, la mariología en la que convergen sus más fuertes compromisos doctrinales y emocionales. María es en efecto la criatura pura (preservada del pecado original), madre de la Iglesia, madre del mundo entero, abogada y siempre implicada en todo lo que el Hijo es y será, ha hecho y hará. Cuando se toca a la “madre” se tocan psiquismos empedernidos que la iglesia católica romana ha teologizado e incluso dogmatizado. ¿Quizás en un futuro cercano Roma también reconocerá a María como corredentora?

El acto de consagración al Inmaculado Corazón de María debería dejar boquiabiertos a todos los evangélicos que, en los últimos años, se han emocionado al ver en el Papa Francisco a un “creyente” cercano a la fe evangélica. En realidad, el Papa Francisco está cerca de todos y, en última instancia, solo de sí mismo. Si bien parece estar acercándose a los evangélicos, no se está alejando del marianismo. Mientras habla de “reforma”, retoma tradiciones arcaicas que retroceden. Mientras habla de Cristo, confía el mundo a María. Mientras evoca el evangelio, reitera la tradición. Mientras lee la Biblia, se encomienda a una aparición. Esta no es la fe evangélica. Este es el catolicismo romano, que, al acercarse a todos, sigue siendo el mismo.

Si no entendemos la gravedad de esto, significa que los anticuerpos de la fe evangélica se están volviendo terriblemente débiles, cercanos a su desaparición.

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