Todos somos armenios, todos somos Hrant Dink

Rakel Dink: «Quieren que las armas hablen, que la gente no hable. De nuevo, imponen su propio lenguaje, pero no seamos nosotros quienes apaguemos la esperanza»

Por Angelo Nero

Un 19 de enero de 2007, hace ahora 16 años, Hrant Dink fue asesinado con un tiro en la cabeza en Estambul, mientras regresaba a su casa, a las puertas de la redacción de Agos, el diario bilingüe turco-armenio, que él había fundado 25 años atrás, y del que era redactor-jefe. El periodista se había significado en la defensa de los derechos humanos y de las minorías que habitan en Turquía, e incluso se atrevía a reivindicar la memoria del Genocidio Armenio, algo que el estado turco siempre ha negado, y que le llevó ante la justicia por “insulto a la identidad turca”. Su funeral marcó un verdadero hito en la sociedad turca, al reunir a cien mil personas bajo la consigna: “Todos somos armenios, todos somos Hrant Dink”.

En su último artículo, titulado “Asustadizo como una paloma” Hrant Dink escribía:

“Cuando me enfrento a lo que sé y a lo que siento, hay sin lugar a dudas una imagen que puede resumirse en pocas palabras: algunas personas decidieron que de ahora en adelante Hrant Dink se estaba volviendo demasiado incómodo y que convenía darle a conocer sus límites. De modo que pasaron a la acción.

Concibo desde luego que esta tesis se centra demasiado exclusivamente en mi persona y en mi identidad armenia. Se puede decir incluso que exagero. Pero esta es precisamente la imagen que mejor representa lo que percibo… Y los datos de los que dispongo, así como todo lo que siento no me dejan otra opción que esta tesis. Por eso es preferible que les cuente lo que vivo a diario y lo que pasa por mi mente. Después, siéntense libres de juzgar como crean conveniente.

Voy a empezar por aclarar lo que significa la expresión: “Hrant Dink está de más”. Hrant llevaba tiempo llamando la atención y empezaba a molestarles. Desde que comenzó a publicar Agos a principios de 1996, evocando las dificultades de la comunidad armenia, defendiendo sus derechos y exponiendo sus problemas, y , refiriéndose a la historia, defendiendo posiciones que no estaban en conformidad con las tesis oficiales. Había que admitir que había franqueado muchos límites.”

Dink sabía que estaba en el punto de mira por sus artículos en Agos, y en el diario de izquierda BirGün, en los que intentaba tender puentes entre la comunidad turca y armenia, y en los que abogaba por la democracia, la secularización del estado y el respeto a los derechos humanos,  en la Turquía que Recep Tayyip Erdoğan insistía en dirigir hacia todo lo contrario, llenando las cárceles de miles de opositores de todas las tendencias políticas y especialmente de los que tenían origen kurdo o armenio.

Rakel Dink, su viuda, que sigue su legado desde la presidencia de la Fundación Hrant Dink, señaló el día que se cumplían los 15 años de que, en la misma puerta del diario Argos, donde Ogün Samast, un nacionalista turco de 17 años, le arrebató la vida –aunque la trama, en la que también fue condenado Yasin Hayal como instigador, no se haya desvelado al completo-, acusó al régimen de Erdoğan: “Quieren que las armas hablen, que la gente no hable. De nuevo, imponen su propio lenguaje, pero no seamos nosotros quienes apaguemos la esperanza. Cuando te enterré, la voz de rebelión y de protesta que de aquí se elevó no cesó, no será silenciada. Un día se unirán de nuevo y se convertirán en una inundación. Algunos están desconsolados, nos preguntan dónde estaba cuando sucedió. No queríamos ser así, intentaremos agregar una voz a sus voces tanto como podamos. Tu voz está en nuestros oídos, nuestra palabra es nuestra palabra”.

En el estado turco no han mejorado las cosas para los periodistas, quince años después del asesinato de Dink, tal como ha denunciado Reporteros sin fronteras: “La caza a los medios de comunicación críticos emprendida por el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan culminó con el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016. El estado de emergencia permitió a las autoridades cerrar de un plumazo decenas de medios de comunicación, reduciendo el pluralismo a un puñado de publicaciones de bajo tiraje que subsisten acosadas. Turquía es de nuevo la mayor prisión del mundo para los profesionales de los medios de comunicación. Pasar más de un año detenido antes de ser juzgado se ha convertido en la norma; cuando son sentenciados, pueden ser condenados hasta a cadena perpetua. Los periodistas encarcelados y los medios de comunicación cerrados no pueden recurrir a ningún recurso legal: el Estado de derecho no es más que un recuerdo en una República hiperpresidencial, donde incluso las decisiones de la Corte Constitucional ya no se aplican sistemáticamente. La censura en Internet y en las redes sociales, alcanza niveles inéditos.”

Hrant Dink pagó con su vida la osadía de los hombres libres, la de aquellos que no se callan, que no se pliegan ante las amenazas, que se crecen en los juicios, y que se hacen gigantes en las cárceles. Recordarlo es también un ejercicio de libertad, contra aquellos que quisieron callarlo con una bala, recuperamos como homenaje las palabras con las que cerraba su último artículo:

“Quedarme a vivir en Turquía es por un lado nuestra voluntad, pero es también una señal de respeto hacia nuestros amigos, hacia nuestros compañeros y hacia aquellos que no conocemos, que nos apoyan y que luchan por la democracia en Turquía. Por lo tanto, nos quedaríamos y lucharíamos. Pero si un día nos viésemos obligados a partir. Entonces, como en 1915, nos pondríamos en camino,  como nuestros ancestros, sin saber realmente a dónde ir, a pie, por los caminos que marcasen nuestros pasos, en el dolor y en la pesadumbre. Entonces abandonaríamos nuestro país. Guiados no ya por nuestros corazones sino por nuestros pies. O lo que sea…

Espero sinceramente que nunca tengamos que experimentar semejante partida. De hecho, tenemos esperanzas y motivos suficientes como para desestimar algo así. He presentado hoy una reclamación ante el Tribunal de Estrasburgo. No sé cuántos años más va a durar esta historia. Lo que sí sé y me tranquiliza hasta cierto punto es que seguiré viviendo en Turquía hasta que acabe el juicio. Si dictasen un fallo en mi favor obviamente sería una inmensa alegría. Significaría que no tendría que abandonar el país.

El 2007 se presenta aún más complicado que los anteriores. Los juicios continuarán. Otros comenzarán. ¿Quién sabe cuántas otras injusticias tendré que afrontar? Pero al mismo tiempo, esta realidad será mi única garantía: sí, percibo la preocupación y la angustia de una paloma, pero yo sé que en este país la gente no toca a las palomas.

Las palomas pueden vivir en el corazón de las ciudades, al calor de las multitudes.

¡No sin temor, desde luego, ¡pero en plena libertad!”

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