En 1820, Friedrich Wilhelm III de Prusia cumplió cincuenta años. Quizá el hecho estrenar el año sabiendo que alcanzaría el medio siglo de vida en agosto, puso al monarca, que llevaba diez años lamentando la muerte demasiado temprana de su esposa Luise, en un estado de ánimo profundamente melancólico. A incrementar esa sensación contribuyeron algunas muertes. En junio, falleció su tía paterna Wilhelmina, por matrimonio princesa de Orange y madre del primer Orange proclamado rey en Holanda. En agosto, casi coincidiendo con el cumpleaños, se recibió noticia de la muerte de su medio hermana por parte de padre, Frederica Charlotte, por matrimonio duquesa de York y Albany. Las muertes de sus tías suponían, en cierto
modo, una invitación a reflexionar sobre la fugacidad de la vida cuando él mismo llegaba a una edad que ya se consideraba de tránsito entre la madurez y la vejez.
Friedrich tenía sus motivos para preocuparse por el futuro de sus hijos. Su heredero homónimo, Friedrich Wilhelm, que no era nada guapo y además tenía una voz demasiado aguda, un pelín estridente incluso, aunque sí poseía una mente despejada y mostraba un interés apasionado por la arquitectura y las bellas artes. El año anterior, durante una estancia en Baden-Baden, Fritz (le llamaremos así para distinguirle de su padre...) se había enamorado de una princesa, Elisabeth "Elise" de Baviera. Elise era muy guapa, en parte gracias a sus enormes ojos almendrados. El único "problema" era que Elise, hija de un rey católico y de una reina protestante evangélica, había sido bautizada y educada dentro del catolicismo, religión mayoritaria entre los bávaros. Friedrich Wilhelm había explicado a Fritz que autorizaría con el mayor agrado su boda con Elise siempre que ésta se hiciese evangélica, algo que no debería suponer un trauma para la joven dado que la propia madre de ella, Karoline, nacida princesa de Baden, era evangélica. Sin embargo, Elise se negaba a dar aquel paso sin estar profundamente convencida de ello.
Si Elise de Baviera llevaba de cabeza al kronprinz Fritz, el siguiente príncipe en el orden de sucesión, Wilhelm, también estaba bebiendo los vientos por otra Elise también católica. Sólo que, en su caso, se trataba de Elise Radziwill, una de las hijas del príncipe Antoni Radziwill, el virtuoso del violonchelo a quien ya hemos conocido, y de la princesa Luise de Prusia. Wilhelm se había fijado en la prima Elise en 1815, cuando él tenía dieciocho años y ella solamente doce. Los dos habían bailado juntos en una fiesta palaciega y él se había dado cuenta de que la chiquilla prometía convertirse en una encantadora jovencita, muy dotada para todo lo artístico y particularmente para la música. Hacia 1820, Wilhelm seguía decididamente interesado en Elise Radziwill, aunque aún tardaría meses en hacer saber a su padre que desearía casarse con la muchacha. Afortunadamente, sus hijos menores, Karl y Albrecht, todavía no llevaban a palacio esa clase de problemas. Karl era un disciplinado oficial del ejército prusiano y Albrecht seguiría la misma senda.
Por otro lado, Friedrich Wilhelm podía respirar más tranquilo en lo que concernía a sus hijas. Su Charlotte estaba felizmente establecida en Rusia, en tanto que Alexandrine, la siguiente, era una muchacha dócil que disfrutaba leyendo en sus aposentos y a la que sería fácil comprometer con un príncipe conveniente según el punto de vista de los Hohenzollern. Su otra hija, Luise, era todavía demasiado pequeña para pensar en concertarle una boda ventajosa: contaba doce años en 1820.
El anuncio de que Nicky y Mouffy estaban a punto de presentarse en Berlín sirvió para reanimar a un Friedrich Wilhelm que había conmemorado su medio siglo con un recorrido sentimental. Había visitado Prenzlau, dónde había nacido su madre, Frederika Luisa, hija del landgrave Louis IX de Hesse-Darmstadt y de Caroline de Zweibrücken.
Un retrato retrospectivo de Friedrich Wilhelm III aún niño con su madre, Lischen.
Llamada Lischen entre los suyos, Frederike Luisa había sido una esposa descuidada por su marido y una madre devota para sus hijos. En Prenzlau, Friedrich Wilhelm quiso rendirle un homenaje sentimental. Luego, había decidido irse a Hohenzieritz con sus hijas Alexandrine y Luise. Su esposa Luise, a quien nunca olvidaba, había muerto precisamente en Hohenzieritz.
Ése era, en resumidas cuentas, el panorama familiar que Mouffy se encontró al llegar a Berlín del brazo de su Nicky. Aunque la corte prusiana parecía muy austera en comparación con la opulentísima corte rusa, Mouffy estaba orgullosa de poder mostrarle a Nicky que en lo que se refería a representaciones teatrales y operísticas, Berlín íba muy por delante de San Petersburgo o Moscú. Incluso los miembros de la familia real, contagiados de aquella atmósfera tan creativa, disfrutaban poniendo en escena, en sus palacios,
tableaux vivants previamente ensayados con esmero bajo la dirección, benévola pero exigente, de mismísimo conde Brühl, intendente del Teatro Real. Precisamente al poco de haber llegado Mouffy y Nicky, se afanaron en un
tableau vivant basado en el poema "Lalla Rookh", de Thomas Moore.
"Lalla Rookh" era, a decir verdad, un romance oriental, con todo el encanto que emanaba de su exotismo. Narraba la historia de una princesa hija del Sultán de la India, Lalla Rookh, prometida por sólidas razones dinásticas con Alexis, hijo del Khan de Bukhara. En su viaje hacia Bukhara, la novia Lalla Rookh no puede evitar enamorarse de un miembro de su extensísimo séquito: Feramorz, un apuesto poeta. Los versos de Feramorz despiertan en Lalla Rookh unos anhelos románticos que sabe que tendrá que sacrificar en el altar de su matrimonio, ya acordado, con el príncipe Alexis de Bukhara. Pero la historia tiene un final extraordinariamente feliz: resulta que Feramorz no era otro que Alexis de Bukhara, disfrazado de poeta e incluído en el amplio cortejo de Lalla Rookh precisamente porque deseaba conocer a su novia antes de que ésta llegase a Bukhara a casarse con él en virtud de las conveniencias de los padres de ambos.
Aquella obra se representó en el palacio real de Berlín, la tarde del 27 de enero de 1821. Nuestra Mouffy fue Lalla Rookh, con un vestido formado por un corpiño de tela dorada y falda de varias capas en un blanco impoluto, mientras que Nicky representaba a Alexis/Feramorz. El padre de Lalla Rookh, el Sultán Arungzebe, fue representado por el príncipe Wilhelm, un hermano más joven de Friedrich Wilhelm III, tío paterno por tanto de Mouffy. La esposa de tío Wilhelm, tía Marie Anna, nacida princesa de Hesse-Homburg, representó junto a su jovencísima sobrina Alexandrine, hermana de Mouffy, el papel de hermana del Sultán Arungzebe. Abdallah, el padre de Alexis/Feramorz, fue el papel asignado al duque de Cumberland, de visita en la corte, en tanto que la princesa Luise de Prusia, esposa de Antoni Radziwill, hizo de madre del mozo protagonista.
Esa atmósfera liviana y feliz se vió completada con numerosas excursiones. Mouffy fue dichosa pudiendo mostrar a Nicky algunos de sus lugares predilectos: Postdam, Sans-Souci, Paretz y la isla de los Pavos Reales. Tras ocho meses "en casa", Mouffy se preparó para viajar con Nicky a Bad Ems, el plena Renania-Palatinado, considerado uno de los más benéficos balnearios de la época. La hidroterapia podía remediar la fragilidad de su salud, atribuíble en parte a los tres embarazos en tres años que habían incluído también un episodio de sarampión bastante agresivo. Su padre, Friedrich Wilhelm, sorprendió en cierta ocasión a la joven pareja dejándose caer también por Ems. Semanas después, Mouffy decidió devolverle la sorpresa presentándose en la Residenzschloss de Koblenz en la que él se encontraba.
Al cumplirse diez meses de su llegada a Prusia, se hizo perentorio regresar a Rusia, aunque Nicky y Mouffy emprendieron ese camino de vuelta sabiendo que realizarían una escala en Varsovia, dónde les recibiría el gran duque Constantine, hermano mayor de Nicholas. Después de la estancia polaca, en la que Constantine trató con gran deferencia a Nicky porque él ya se veía fuera de la línea de sucesión al trono debido a que había logrado casarse con su querida Joanna, la pareja prosiguió viaje hasta San Petersburgo, dónde sus dos hijos les esperaban en el regazo de la abuela María Feodorovna...