Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci: los últimos años del genio del Renacimiento

Los reyes franceses se convirtieron en fervientes admiradores y generosos mecenas de Leonardo, hasta el punto que acogieron bajo su protección al artista que murió, hace 500 años, en la corte gala

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La muerte del genio

Leonardo da Vinci murió el 2 de mayo de 1519 a los 67 años. Según el relato transmitido por Giorgio Vasari, el artista falleció en su cama en brazos del rey Francisco I, quien le profesaba una gran admiración y que fue su protector y mecenas en los últimos años de vida del florentino. La escena, una leyenda inventada por el biógrafo italiano, fue reproducida en 1818 por Ingres en este óleo. Petit Palais, París.

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Una obra de arte viajera

La Mona Lisa es, tal vez, el mayor icono mundial del arte. Leonardo comenzó el retrato de Lisa Gherardini hacia 1503 en Florencia, se lo llevó consigo en su traslado a Francia en 1516 y nunca dejó de trabajar en él. El rey Francisco I lo adquirió poco antes de la muerte del artista y lo incluyó en las colecciones reales. Museo del Louvre, París.

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¿Autorretrato de Leonado?

Este dibujo de un hombre de edad avanzada es reconocido universalmente como un autorretrato de Leonardo da Vinci. La obra fue descubierta en el sigo XIX y, según estudios actuales, habría sido realizada en fechas en torno a la partida del artista a Francia. Aunque no hay dudas sobre su autoría, también se ha identificado la imagen como el estudio de un personaje, un filósofo antiguo o su padre, Piero. Biblioteca Real, Turín.

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En la corte de Milán

Leonardo da Vinci residió en Milán en dos etapas de su vida. Entre 1482 y 1499 estuvo al servicio de la familia Sforza, para la que trabajó como pintor, organizador de fiestas e ingeniero. Más tarde, Durante la dominación francesa, fue el pintor e ingeniero de Luis XII en la ciudad entre 1508 y 1512. En la imagen, el castillo de los Sforza.

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Un mural codiciado

Leonardo pintó La última cena en el refrectorio de Santa Maria delle Grazie, en Milán, entre 1494 y 1498. Cuando Luis XII invadió la ciudad quedó tan admirado de la obra que pensó en descolgarla de la pared y llevársela a Francia.

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Luis XII, rey de Francia

Cuando Luis XII, cuya figura está representada en este sello de oro del siglo XVI, conquistó Milán en 1499 se inició un periodo de dominación francesa en la ciudad que se prolongaría más de una década. El monarca francés, al igual que su antecesor Carlos VIII, quedó admirado por el talento de Leonardo da Vinci, hasta el punto de tentarlo en diversas ocasiones para que se pusiera a su servicio. 

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Florencia, la ciudad de Leonardo

El salón de los Quinientos del palazzo Vecchio de Florencia, sede del gobierno de la República. En 1503, Leonardo comenzó a pintar un mural monumental para decorar una de sus paredes, aunque la técnica experimental que utilizó no dio buenos resultados y se vio obligado a abandonar el proyecto. La reforma de la sala emprendida por Giorgio Vasari a mediados de siglo ocultó definitivamente la pintura.

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Al servicio del Pontífice

En 1513 Leonardo se puso al servicio del papa León X. Leonardo sintió que su arte era poco valorado por el pontífice, que prestaba mayor atención a Miguel Ángel o a Rafael, y pronto abandonó la ciudad. Sobre estas líneas, la basílica de San Pedro.

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León X, papa de Roma

Giovanni di Lorenzo de Médicis, que tomó el nombre pontificio de León X, fue papa entre 1513 y 1521. Arriba su efigie en un camafeo del siglo XVI.  

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Incansable estudioso

Leonardo da Vinci acumuló miles de páginas con notas, dibujos y teorías sobre los temas más variados. La imagen sobre estas líneas muestra una página del Códice Arundel, un legajo con observaciones e ideas sobre Geometría y Mecánica tomadas entre 1478 y 1518. Esta faceta alejada del terreno artístico del florentino fue muy admirada por sus mecenas para los que realizó obras de ingeniería civil y militar y estudios de todo tipo.

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La tumba de Francisco I

Francisco I convenció a Leonardo da Vinci para que se trasladara a su corte en Amboise, donde pasaría sus últimos años de vida. En la imagen sobe estas líneas, un relieve de la tumba del rey francés, en Saint Denis, lo muestra cargando al frente de sus tropas en la batalla de Marignano (1515), decisiva para la reconquista de la Lombardía.

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Luisa de Saboya

La madre de Francisco I jugó un papel decisivo en la llegada de Leonardo da Vinci a la corte francesa. Admiradora del artista igual que su hijo, deseaba que el florentino le ayudara a ampliar y renovar el señorío que le había legado su difunto marido, el conde de Angulema. Busto en terracota de Luisa de Saboya. Museo del Louvre, París.

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El castillo de Amboise

En lo alto de un promontorio que domina el río Loira se alza este magnífico castillo, una de las residencias reales favoritas de Francisco I. En sus inmediaciones se levanta la mansión de Clos Lucé, donde Leonardo se alojó durante los tres últimos años de su vida.

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Cloux, la morada francesa de Leonardo

Leonardo da Vinci vivió en el antiguo castillo de Cloux, hoy Clos Lucé, que Carlos VIII adquirió en 1490 como residencia de verano.

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La vida del genio

El arquitecto Giorgio Vasari (1511-1574) se ha hecho célebre por recoger las biografías de los más importantes artistas del Renacimiento en su libro Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, entre ellas la de Leonardo da Vinci. Sobre estas líneas, la portada de la biografía de Da Vinci en la segunda edición de la obra (1568), revisada y ampliada.

"Le atacó luego un paroxismo, presagio de la muerte, y el rey se acercó y le sostuvo la cabeza para ayudarlo y demostrarle su favor, así como para aliviar su malestar. Entonces el divino espíritu de Leonardo, reconociendo que no podía gozar de mayor honor, expiró en los brazos del rey". Con esta escena grandiosa y conmovedora, el gran biógrafo Giorgio Vasari concluyó su vida de Leonardo da Vinci, imaginando –porque la narración, ciertamente, está lejos de la verdad histórica– que el 2 de mayo de 1519 Francisco I acogió el u��ltimo aliento de ese hombre excepcional, que tres años atrás se había puesto a su servicio. Esta fascinante anécdota, que tres siglos más tarde inspiró un célebre cuadro de Ingres, no es sino una leyenda. Pero sí es cierto que Da Vinci se había trasladado a Francia gracias a la estima por su persona que había madurado en diferentes soberanos franceses, de los que Francisco I fue el último.

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Entre Milán y Florencia

Leonardo había nacido en Vinci, cerca de Florencia, y se crio en esta última ciudad, donde se formó en las artes, las técnicas y la observación de la Naturaleza en el taller de Andrea del Verrocchio, bajo la protección de Lorenzo el Magnífico. En 1482 acudió a la corte milanesa de Ludovico Sforza el Moro, y allí le sorprendió la invasión de Italia por Carlos VIII de Francia en 1494. El objetivo del soberano francés, aliado de el Moro, era apoderarse del reino de Nápoles. Leonardo se relacionó enseguida con los notables franceses; quizá no con el monarca, sino con funcionarios reales. Así parece sugerirlo el llamado "memorándum de Ligny", en el Códice Atlántico (un conjunto de textos y dibujos de Leonardo). En una de sus hojas aparece esta nota enigmática: "Localiza a Ingil y dile que le esperarás en Amor y que irás con él a Ilopan". Los tres nombres, escritos al revés, corresponden a Luis de Luxemburgo, conde de Ligny (Ingil) y primo del rey, a Roma (Amor) y a Nápoles (Ilopan, Napoli en italiano).

Leonardo estuvo al servicio de Ludovico Sforza, en Milán, entre 1482 y 1499 donde se relacionó con notables franceses de la corte de Carlos VIII y Luis XII

Puede, sin embargo, que la nota date de unos años después, cuando el nuevo soberano francés, Luis XII, invadió Italia, pero esta vez con el propósito de apoderarse de Milán. El 6 de octubre de 1499, el rey entraba en Milán, de donde había huido el Moro. Leonardo recibió de este soberano peticiones cuyo contenido desconocemos, pero que le impidieron aceptar nuevos encargos cuando estaba en Florencia, adonde había marchado en diciembre. Por entonces, Da Vinci estaba pintando un cuadro para Florimond Robertet, ministro galo de finanzas: la Virgen del huso.

El rey francés quería tener a Leonardo para él. Encargó al gobernador de Milán, Carlos II de Amboise, que lo hiciese volver allí, y éste presionó insistentemente a la República florentina con tal propósito. Finalmente, Leonardo abandonó La batalla de Anghiari, dejó Florencia en 1508 y se puso al servicio de Luis XII como Nostre paintre et ingénieur ordinaire, "Nuestro pintor e ingeniero de plantilla". Debía terminar para el rey una Santa Ana con la Virgen y el Niño en la que trabajaba desde hacía muchos años con su proverbial lentitud, y la segunda versión de la Virgen de las rocas (hoy conservada en la Galería Nacional de Londres), que el monarca necesitaba para sustituir la pintura original y quedarse con ella, lo que finalmente consiguió (de ahí que se conserve en el Museo del Louvre, en París). Leonardo había pintado esta obra para la iglesia de la Hermandad de la Inmaculada Concepción en Milán.

Leones para dos reyes

En 1509, con ocasión de una nueva estancia de Luis XII en esta ciudad, Leonardo proyectó, para un espectáculo en su honor, un león mecánico que, erguido sobre sus patas, se abría el pecho y extraía bolas azules con flores doradas de lis, el emblema de la monarquía francesa. Pero la estancia de Leonardo en Milán y la protección del monarca galo se interrumpieron cuando los Sforza recuperaron la ciudad en diciembre de 1512. En septiembre del año siguiente, Leonardo marchó a Roma, donde volvió a sentirse protegido por miembros de la familia Médicis: el papa León X y su hermano Giuliano, que ya lo habían favorecido cuando era joven. Sin embargo, Leonardo no encontró allí la "colocación" que ambicionaba. Con las sibilinas palabras "li medici mi creorono e desstrussono", anotadas en el Códice Atlántico, confiaba al papel su profunda insatisfacción. Pero no sabemos si por los Médicis (con mayúscula) que, tras haberlo "creado" o formado profesionalmente lo abandonaron, o bien por los médicos (con minúscula) que, tras haberlo traído al mundo, ahora que era anciano y estaba enfermo deterioraban su salud con curas equivocadas.

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Cuando el siguiente rey de Francia, Francisco I, reanudó la guerra con los milaneses, Leonardo volvió a gozar de las atenciones de la corona gala. En julio de 1515, el soberano se detuvo en Lyon camino de Italia, y allí los representantes de Florencia le ofrecieron un banquete donde le rindió homenaje otro león mecánico inventado por Leonardo: este animal (símbolo tanto de Florencia como de Lyon), cuyo pecho se abría para dejar caer flores de lis, también caminaba. En octubre,

Francisco I entró en Milán, ya ocupada por sus tropas, y allí probablemente contempló La última cena, que había impresionado a su predecesor hasta el punto de haber pensado en trasladarla a Francia. Fue poco después, en diciembre de aquel mismo 1515, cuando Leonardo, como miembro del séquito del papa León X, conoció en Bolonia al soberano galo, con quien el pontífice se entrevistó.

Desilusionado por el trato que le había dispensado el papa León X, Leonardo aceptó la invitación de Francisco I para trasladarse a su corte

La última etapa

Desilusionado por su escaso éxito en Roma y preocupado por su futuro tras la muerte prematura de Giuliano de Médicis en marzo de 1516, Leonardo aceptó la invitación que Francisco I y su madre Luisa de Saboya le habían hecho el año anterior; el soberano, yerno de Luis XII, admiraba tanto como este último el trabajo de Leonardo. En una vida de peregrinajes, aquel traslado a Francia sería el definitivo, e implicaba transportar sus bienes a través de los Alpes. Además de animales de carga con baúles colgando de sus flancos, debió de necesitar un carro para los cuadros más grandes, pues con Leonardo viajaron sus pinturas inacabadas: Santa Ana, San Juan Bautista y quizás el San Juan-Baco, así como su inseparable Mona Lisa, todas las cuales se conservan en el Louvre.

El viaje fue fatigoso para él, que ya tenía 64 años y quizá sufría las secuelas de un probable ictus cerebral que había comprometido la movilidad de su mano derecha. Una nota del Códice Atlántico del 22 de mayo de 1517 revela que se había establecido en Amboise, en el plácido valle del Loira; con él también estaban sus fieles colaboradores Francesco Melzi y Salaì. El soberano le había cedido la finca de Clos Lucé, a quinientos metros del castillo de Amboise, la residencia real. Leonardo y Melzi recibieron un salario de Francisco I, que estimaba enormemente a Leonardo, y gustaba de su presencia y su conversación hasta el punto de pasar un tiempo con él todos los días. Esta familiaridad ha dado lugar a la leyenda del "pasaje secreto", un túnel entre el castillo de Amboise y Clos Lucé que habría facilitado sus encuentros y que, al parecer, nunca existió.

Leonardo encontró en el soberano algo que hasta entonces no había hallado: un mecenas que le pagaba un generoso estipendio sin la obligación de ejecutar ninguna obra en concreto, lo que le liberaba de toda presión. Puso entonces su inventiva al servicio del monarca como escenógrafo de la corte y montó cuatro espectáculos, dos de los cuales fueron especialmente celebrados. En mayo de 1518, para conmemorar la batalla de Marignano (que tres años antes había dado a Francisco el control del Milanesado), se escenificó el asedio y la toma del castillo de Amboise, con gran estruendo y humareda; culebrinas y bombardas disparaban "globos que rebotan al caer en la plaza, para gran placer de todos y sin causar daño alguno a los presentes: un invento muy novedoso y magníficamente ejecutado".

Cuando llegó a Amboise, el artista tenía 54 años y sufría las secuelas de un probable ictus cerebral

Poco después, en junio, tuvo lugar la celebración más fastuosa y sorprendente: la "Fiesta del paraíso", que Leonardo ofreció a su mecenas en los jardines de Clos Lucé. En ella, el artista retomó una representación celebrada en Milán para Ludovico el Moro en 1490, casi treinta años atrás, basada en textos del poeta Bernardo Bellincioni. Una cubierta de tela azul con estrellas doradas, imitando el firmamento, cubría casi 700 metros cuadrados y se extendía sobre el estrado donde se sentaron los invitados. Éstos, con la noche convertida en día gracias a cientos de antorchas, asistieron extasiados a una representación que incluía actores disfrazados de planetas y un portento mecánico: un orbe que se abría mostrando el paraíso. Fue la última fiesta que Leonardo organizó.

La visita del cardenal

El 10 de octubre de 1517, Leonardo había recibido al cardenal Luis de Aragón y su secretario Antonio de Beatis, en misión diplomática; y fue precisamente De Beatis quien, en su informe del viaje, habló de la parálisis de la mano derecha del artista, que le impedía pintar aunque, como era zurdo, todavía podía dibujar. Enseñó tres cuadros a los visitantes: "Uno de cierta mujer florentina, hecho del natural, a instancias del fallecido magnífico Giuliano de Médicis, el otro de san Juan Bautista joven, y uno de la Virgen y del Niño que están en el regazo de santa Ana, todos perfectísimos". Y, además, una infinidad "de volúmenes, y todos en lengua vulgar [en italiano, no en latín], los cuales, si llegan a ver la luz, serán provechosos y muy amenos". De Beatis se refiere a los manuscritos de todo tipo –estudios sobre el vuelo, anatomía, óptica, máquinas, aguas, un tratado de pintura–, que habían ido con Leonardo a Francia. En cuanto a los cuadros de santa Ana y san Juan Bautista, son los que hoy están en el Louvre. Queda sin resolver la identidad de la dama florentina, que muchos (no todos) consideran que es la Mona Lisa.

El final del camino

El 23 de abril de 1519, cuando se aproximaba la muerte, Leonardo hizo testamento –ocho días después de cumplir 67 años–. Dispuso su sepultura en la iglesia de Saint-Florentin de Amboise; durante su funeral, sesenta pobres a los que se pagaría por ello debían llevar otros tantos velones; y en su memoria se debían decir tres misas mayores y treinta menores. En cuanto a su legado, a Francesco Melzi, su ejecutor testamentario, le dejó ropa, dinero y, sobre todo, libros, documentos, dibujos "sobre su arte e industria de pintor"... Un tesoro inestimable de hojas encuadernadas y sueltas, cuya dispersión empezó muy pronto. La viña que poseía en Milán fue dividida entre Salaì (que se había construido una casa en aquel terreno) y un joven sirviente de Leonardo, Battista de Villanis. A Maturina, cocinera de Clos Lucé, el artista le dejó dos ducados y piezas de ropa. A sus hermanastros, con quienes, en el pasado, había habido disputas y querellas legales, les dejó 400 escudos en depósito en Florencia, en el Hospital de Santa Maria Nuova. Los cuadros, que ya se habían vendido al rey, quedaban fuera del testamento, y contribuyeron a hacer de París la ciudad con la mayor concentración de obras de pintura del genio florentino en el mundo.

Para saber más

Leonardo. El vuelo de la mente. Charles Nicholl. Taurus, Madrid, 2010.

Leonardo da Vinci. Walter Isaacson. Debate, Barcelona, 2018.