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María Luisa Gabriela de Saboya

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Biografía

María Luisa Gabriela de Saboya. Turín (Italia), 17.IX.1688 – Madrid, 14.II.1714. Reina de España, primera esposa de Felipe V, madre de Luis I y de Fernando VI.

Era la segunda hija de Víctor Amadeo II y Ana María de Orleans. Su hermana mayor, María Adelaida, se había casado en 1697 con el duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, hermano mayor de Felipe. Su boda, como todas las bodas reales de la época, fue por razón de Estado, en su caso para sellar la alianza borbónica con la casa de Saboya. Pero la alianza no sirvió de mucho, pues Saboya cambiaría pronto de bando y se sumaría a la causa del archiduque. Luis XIV fue el autor de este matrimonio, sin contar con el novio, que apenas fue consultado. Además de las razones políticas, la simpatía que el rey francés sentía por la duquesa de Borgoña influyó en este matrimonio. La elección fue un gran acierto para Felipe, como hombre y como Rey.

La boda de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya se celebró en Turín por poderes el 11 de septiembre de 1701. Después de los festejos, la Reina con su séquito partió hacia Niza, para embarcarse con destino a Barcelona. Fue en Niza, el 27 de septiembre, donde se encontraron María Luisa Gabriela y la princesa de los Ursinos, Anne Marie de la Trémoille, elegida por Luis XIV y madame de Maintenon como camarera mayor de la Reina, con la finalidad de que aconsejara al joven matrimonio y velara por los intereses de Francia en la Corte española. Comenzó entonces una gran amistad de importantes consecuencias políticas.

Pero los planes del viaje de la Reina cambiaron debido al mal tiempo. Después de diecisiete días de navegación desde Niza hasta Marsella, adonde llegaron el 14 de octubre, se decidió proseguir el viaje por tierra.

En consecuencia, también Felipe hubo de cambiar sus planes y, en lugar de recibir a su esposa en Barcelona como estaba previsto, se dispuso el viaje real hasta la frontera francesa, a Figueras, población donde habían de reunirse los nuevos esposos. El día 3 de noviembre, el día fijado para el encuentro de la real pareja, Felipe, muy impaciente por conocer a María Luisa, rompió el protocolo y decidió salir a su encuentro de incógnito. Se adelantó a caballo y al encontrar el carruaje en que viajaba la saludó y la acompañó un trecho del camino, aparentando ser un caballero enviado por el Rey. Después se separó de ella y volvió a toda prisa, para recibirla en Figueras como Rey y como esposo. Después de la bienvenida, se trasladaron a la iglesia para el acto de las reales entregas y la revalidación del desposorio.

El matrimonio comenzó con algún problema. Aunque al conocerse quedaron los novios gratamente impresionados, el banquete estuvo lleno de incidentes y la noche de bodas resultó decepcionante. El duque de Saint-Simon en sus Memorias explica la anécdota de que la Reina niña, enfadada y asustada, porque Felipe V, siguiendo órdenes de Luis XIV, la había separado de su séquito saboyano, se negó a recibir a su impaciente esposo en el lecho nupcial. Cuando por fin accedió, la noche siguiente, se consumó el matrimonio.

Este incidente dio lugar, el 13 de noviembre de 1701, a unas instrucciones de Luis XIV, dirigidas a su nieto, para aconsejarle cómo debía tratar a su esposa a fin de no caer bajo su dominio, situación que el monarca francés juzgaba inaceptable, como hombre y mucho más como Rey.

María Luisa tenía sólo trece años cuando contrajo matrimonio, pero daría muestras de una extraordinaria madurez, como mujer y como Reina, en las circunstancias más adversas. Felipe V era un hombre muy inseguro y todos sabían que su esposa estaba destinada a tener un gran ascendiente sobre él.

El tema preocupaba a Luis XIV, que pretendía seguir dirigiendo a su nieto y veía a la Reina como una rival en el control del joven monarca español. El conde de Marcin, el embajador francés, opinaba que siendo indudable que la Reina gobernaría al Rey, se trataba sólo de hacer que lo gobernara bien. Y escribía a Torcy, en 1702, que la Reina gobernaría, y no sólo al Rey, sino también al Estado. La compenetración de la real pareja fue total. Entre los esposos se creó un vínculo complejo, que iba mucho más allá del deber y de la razón de Estado. Para Felipe V la dependencia de su esposa era total. En consecuencia, la servidumbre conyugal de María Luisa Gabriela de Saboya fue igualmente total. Felipe no quería separarse de ella.

Dormían siempre en el mismo lecho, incluso cuando la Reina estaba enferma, embarazada o acababa de dar a luz. Pero, a cambio de esta servidumbre, María Luisa Gabriela logró una gran influencia sobre el Rey, que se tradujo en un gran poder político. Y ella asumió ese poder y lo ejerció con decisión y valentía.

Al poco tiempo de casarse, hubo se separarse de su esposo y asumir personalmente el gobierno. María Luisa Gabriela fue Reina gobernadora durante la ausencia de Felipe V en Italia. Tras despedirse de su esposo en Barcelona el 8 de abril de 1702, marchó hacia Aragón, deteniéndose en Zaragoza, donde presidió la reunión de las Cortes aragonesas. De allí fue a Madrid, para hacerse cargo de la gobernación del reino durante la ausencia de Felipe V. La Gazeta de Madrid informaba el 11 de julio de ese año sobre las actividades de la Soberana: “La Reina N. Señora asiste todos los días a la Junta del Gobierno, con la Gracia que acostumbra en todo: y el primer día les hizo a los Señores un razonamiento breve, discreto, y muy del caso, exhortándolos a la unión, y a los aciertos. El sábado pasó S. M. por Retiro, a Atocha. Fue por el campo, y volvió por la villa con mil aclamaciones, y muy agrada de aquel Real Sitio, y particularmente del nuevo Casón. El domingo bajó al río, y concurrió infinito pueblo a ver a S. M., que volvió muy divertida, y parece que lo repetirá”.

María Luisa Gabriela supo ganarse la confianza de su esposo, pero también la de Luis XIV, que desde la Corte de Versalles guiaba los pasos de su nieto y dirigía el Gobierno español. María Luisa mantuvo con el rey francés una continua correspondencia. Con motivo del viaje de Felipe V a Italia en 1702, la Reina escribía a Luis XIV, situando sus deberes de Reina por encima de sus deseos de esposa: “Amo al rey apasionadamente; así no sabría pensar que me separo de él más que con un extremo dolor; sin embargo, he comprendido que es necesario que yo haga este sacrificio para su gloria y que me quede en España, para mantener el compromiso de sus súbditos, que desean tanto mi presencia para conservar la fidelidad que le deben y para socorrerle en las necesidades que tendrá para sostener la guerra”. Como esposa y como Reina siempre fue la primera en ponerse al servicio de la causa de Felipe y en encabezar la defensa no sólo de los intereses de la Corona y de la dinastía borbónica, sino también del pueblo español que les apoyaba.

Mientras María Luisa Gabriela fue regente durante la ausencia de Felipe V en Italia, su dedicación al Gobierno fue extraordinaria, aunque sólo tenía catorce años. Desde Madrid escribía a Luis XIV: “Las ocupaciones que vos y el rey vuestro nieto habéis juzgado oportuno darme me ocupan tanto que no tengo en verdad tiempo de arrepentirme. Los asuntos van con una lentitud extraordinaria en la Junta. De cincuenta asuntos que allí se llevan, no se finalizan a veces más que la mitad. Al día siguiente se llevan otros tantos y se hace lo mismo. Sé que esto hace quejarse a muchas gentes que querrían saber a qué atenerse de sus pretensiones bien o mal fundadas. Estoy muy enojada; pero no es culpa mía, pues ya di mi opinión sobre esto. Puede ser que mi vivacidad natural y mi poca experiencia me hagan creer que los ministros harían mejor en ir más rápido y tal vez son ellos quienes tienen razón al considerar las cosas con la flema española. Hay días que estoy seis horas en el consejo entre la mañana y la tarde. Dedico otras a las audiencias públicas y particulares y a las damas de la ciudad. Con frecuencia no me quedan horas para tomar el aire; de manera que no tengo más que un momento por la noche después de cenar para divertirme un poco con mis damas. Lo empleo en jugar a la gallina ciega y a ‘la compagnie’, un juego que os gusta, pues la Princesa de los Ursinos me ha dicho que había tenido el honor de haber visto jugar a V.M. hace tiempo en casa de la difunta Madame. Para hablaros francamente, tengo una gran impaciencia porque el rey regrese, después de haber vencido a los alemanes, que retome el cuidado de sus asuntos y que yo no tenga más que gozar del placer de verle y pensar en divertirme”.

Su sentido de responsabilidad fue siempre máximo.

Cuando fue acusada por el cardenal d’Estrées de apartar al Rey de sus obligaciones, en una carta del 18 de febrero de 1703 la Reina se defendía ante Luis XIV: “Decir que quiero perder al rey, decir que lo tengo en una molicie vergonzosa, ¿se puede sufrir esto? yo que, encantada de poseer al más amable príncipe de la tierra, hago consistir toda mi felicidad en su gloria! yo que he disimulado mis lágrimas para no retenerlo cuando se marchó a Italia! yo, en fin que, sabiéndole expuesto a las conjuraciones y a los peligros de la guerra, he ahogado todos mis suspiros, para no descubrirle la desolación en la que me ponía, para no debilitar su coraje!”.

Esencial para la Reina fue el apoyo de la princesa de los Ursinos. Desde su puesto de camarera mayor, esta dama consiguió ganarse totalmente a la pareja real, convirtiéndose en su amiga, confidente y colaboradora, tanto en asuntos privados como en públicos.

Pero su identificación con los reyes españoles la hizo sospechosa ante Luis XIV y las disputas y las intrigas entre los franceses enviados a Madrid, desgastaron su posición. En 1705 la princesa de los Ursinos tuvo que regresar a Francia, a pesar del disgusto que su marcha ocasionó, sobre todo a la reina María Luisa Gabriela.

Gracias al empeño de la Reina, que le fue muy leal y no quería prescindir de ella, la Corte francesa hubo de ceder. La princesa regresó a Madrid y recuperó el protagonismo político. Su amistad con María Luisa Gabriela de Saboya la mantuvo en el poder. En este dúo la Reina representaba el elemento más amable, mientras la princesa atraía todas las críticas.

El compromiso de la Reina con la Monarquía española se hizo todavía más evidente en el enfrentamiento con su familia y su patria de origen al tomar Saboya partido por el archiduque. Y mucho más claro fue ese compromiso con la causa de Felipe V en el distanciamiento de Luis XIV, cuando se vio que los intereses de Francia y España no coincidían totalmente, siendo María Luisa Gabriela la constante valedora y colaboradora de Felipe. No sólo apoyó el valor del Rey, la Reina dio también repetidas muestras de valor personal en las circunstancias más peligrosas de la guerra. Ante la inminente llegada del archiduque a Madrid en junio de 1706, María Luisa Gabriela, que se hallaba sola, no se arredró y, demostrando enorme valentía y tenacidad, consiguió dinero y reclutó milicias para tratar de defender la capital.

Demostró desde el principio un gran instinto político y con el tiempo ganó en experiencia. Un gran encanto personal y una especial amabilidad en el trato la hacían todavía más atractiva, más escuchada y más influyente. Su entrega a la causa borbónica fue generosa.

Además de amar al Rey, sentía un gran amor por su pueblo y fue sinceramente correspondida. Como señala el historiador Carlos Seco, la Reina fue “el lazo más eficaz entre Felipe V y su pueblo”. María Luisa reconocía y agradecía el apoyo popular, como fundamento y garantía del poder de la Corona. Tras la retirada de Madrid del archiduque, el 3 de noviembre de 1706 escribía a madame de Maintenon: “En esta ocasión se ha hecho evidente que, después de Dios, es al pueblo a quien debemos la corona [...], ¡sólo podíamos contar con él, pero gracias a Dios, el pueblo vale por todo!”. La enorme popularidad de que gozaba la joven Reina fue una de las mayores garantías de la consolidación de la nueva dinastía.

María Luisa Gabriela culminó sus deberes como esposa y como Reina al dar descendencia a la Corona, que era la máxima obligación de una Soberana. Para nadie más evidente que para ella el problema que significaba la falta de un heredero. El nacimiento de su primer hijo, Luis Fernando, en Madrid el 25 de agosto de 1707, festividad de san Luis, rey de Francia, en un año de victoria, pues en la primavera las armas borbónicas habían vencido en Almansa, se recibió como un símbolo de esperanza para la causa borbónica y fue celebrado con gran júbilo.

De nuevo en 1710, ante el avance de las tropas aliadas, volvió a dar la reina María Luisa evidentes pruebas de entereza ante la adversidad. Como explica el padre Flórez, a pesar de hallarse enferma de consideración, con su hijito también enfermo, hubo de salir de Madrid y marchar a Valladolid y después a Vitoria y hubo, además, de renunciar a un tratamiento termal en Francia para evitar el desaliento de los seguidores de la causa borbónica, que hubieran podido interpretar la marcha de España como una huida.

El primer hijo del matrimonio de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya había sido un niño. Después siguieron otros, todos varones. En 1709 nació el infante Felipe, pero sólo sobrevivió una semana. En 1712 la Reina dio a luz otro niño, también llamado Felipe, que moriría a los siete años, en 1719. En 1713 nació el infante Fernando. La sucesión parecía asegurada.

María Luisa Gabriela fue esposa de un Rey y doblemente madre de Reyes, pues sus dos hijos que alcanzaron la edad adulta, Luis y Fernando, llegaron a ser reyes de España.

Los contemporáneos dedicaron a María Luisa grandes elogios, por su inteligencia y su valor. La princesa de los Ursinos, al poco de conocerla, afirmaba: “Hace ya de reina maravillosamente. [...] Tiene más espíritu y finura de lo que pueda creerse. Es preciso cuidarla y al mismo tiempo vigilar que no alcance un ascendiente demasiado grande sobre el espíritu del rey”. Ese mismo año 1701, el marqués de Montviel escribía: “La reina tiene el espíritu y la penetración de una mujer de treinta años; tiene una docilidad sin debilidad que la determina a hacer todo lo razonable que se le propone”. En 1702 el embajador francés, el conde de Marcin, opinaba que tenía “infinitamente más espíritu y razón del que corresponde a su edad, o a una edad más avanzada, pareciendo amar mucho al rey su marido y ser muy feliz”. En 1704, el duque de Gramont, el nuevo embajador de Francia en España, coincidía con su predecesor: “La reina de España es lo que se llama entre lo más exquisito una persona muy extraordinaria”. En 1708, madame de Maintenon alababa a María Luisa como mujer y como Soberana: “Una reina que es el honor de su sexo y de las princesas de su rango”. Y en 1710 escribía: “Vuestra gran reina ha sido expuesta desde muy temprana hora a tristes experiencias. Parece que Dios le ha dado un coraje proporcionado a las pruebas por las que Él la quiere hacer pasar”. La misma admiración mostraba Iberville en 1709: “Todo lo que se dice de la comprensión de espíritu de la reina estaba aún por debajo de la verdad”. Igualmente el duque de Vendôme en 1710: “Sobre la reina confieso que está muy por encima de todo lo que había oído decir, no es preciso más que verla un momento para quedar encantado”.

En 1713, el italiano Alberoni alababa su talento como gobernante: “Las ideas de esta reina se salen de lo corriente.

Es una princesa joven, formada en el trabajo y ya con una cierta experiencia; insensible a todas las diversiones, encerrada entre cuatro paredes, aficionada a gobernar y dotada de cualidades eminentes”.

Y en 1714 Alberoni le rendía de nuevo homenaje: “Yo la he conocido bien y a fondo. La he visto y tratado en las horas más difíciles. Y no me he separado nunca de ella sin admirar sus decisiones, que no eran propias ni de su edad ni de su sexo”.

Aquella mujer que tanto había luchado, como esposa, como madre y como Reina, para asegurar la Corona en medio de los desastres de la guerra, murió en plena juventud, a los veinticinco años, cuando llegaba la paz tan anhelada que confirmaba a su esposo en el trono de España. Tras su fallecimiento, el 14 de febrero de 1714, el duelo fue muy grande, tanto en España como en Francia. Todos los partidarios de la causa borbónica lloraron su pérdida. Fue enterrada en el panteón de El Escorial.

 

Bibl.: Gazeta de Madrid, n.º 28, 11 de julio de 1702; Gaceta de Madrid, n.º 35, 30 de agosto de 1707; E. Flórez, Memorias de las reynas cathólicas, historia genealógica de la casa real de Castilla y de León, todos los infantes, trages de las reynas en estampas; y nuevo aspecto de la Historia de España, Madrid, Antonio Marín, 1761, 2 vols.; A. Baudrillart, Philippe V et la Cour de France, Paris, Firmin-Didot, 1889-1898, 5 vols.; L. de Saint-Simon, duc de Rouvroy, Mémoires, Paris, Truc, 1953-1961, 7 vols. (Bibl. de la Pléiade); C. Seco Serrano, “Estudio preliminar”, en V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la Guerra de España e Historia de su rey Felipe V, el Animoso, Madrid, Atlas, 1957 (Biblioteca de Autores Españoles, 99); M.ª V. López-Cordón, M.ª Á. Pérez Samper y M.ª T. Martínez de Sas, La Casa de Borbón. Familia, corte y política, Madrid, Alianza Editorial, 2000, 2 vols.; M.ª Á. Pérez Samper, Poder y seducción. Grandes damas de 1700, Madrid, Temas de Hoy, 2003.

 

María de los Ángeles Pérez Samper

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