Ana de Hannover, su complicada etapa como Regente de los Países Bajos

Ana de Hannover, Regente de los Países Bajos

Repasamos los días de la mujer de Guillermo IV, quien sacrificó su vida a la defensa de los derechos de su hijo, Guillermo V, en los Países Bajos

Por hola.com

Ana de Hannover (1709-1759) ha pasado a la Historia principalmente por ser Regente de los Países Bajos desde 1751 hasta su muerte, acontecida nueve años después. Las crónicas suelen referirse a ella como alguien escasamente apegado a su tierra de adopción, los Países Bajos, y sobre todo consagrado a defender los intereses del país del que su abuelo, Jorge I (1683-1760), era Rey, Inglaterra. Sin embargo, un análisis más imparcial de su figura la revela como una mujer de gran personalidad, con una cultura admirable – llegó a ser una pintora relevante y una compositora musical más que notable –, que sacrificó su vida a la defensa de los derechos de su hijo, Guillermo V (1748-1806), último estatúder de los Países Bajos. Hoy pues repasamos la vida de la princesa Ana de Hannover.

Nace Ana en el Palacio de Herrenhausen en Hannover el 2 de noviembre de 1709, siendo hija de Jorge II (1683-1760), Rey de Inglaterra desde 1727 a 1760, y de Carolina de Ansbach (1683-1737). Ya desde la más tierna infancia, la pequeña Ana destacó por su gran inteligencia, aprendiendo francés e inglés antes de llegar a la adolescencia. Asimismo, se destapó como una gran melómana, aprendiendo solfeo de la mano del gran compositor Händel (1685-1759), quien llegaría a alabar las dotes de la Princesa en público.

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Como era de esperar, la princesa Ana se convirtió, apenas aún una muchacha, en idónea candidata a contraer matrimonio con reyes y princesas casaderos del continente europeo. Uno de ellos sería el rey Luis XV de Francia (1710-1774) quien finalmente sería descartado una vez que entre las condiciones impuestas por los negociadores franceses se encontraba la de la conversión al catolicismo de la princesa alemana, algo que fue considerado inaceptable por la Casa de Hannover, profundamente protestante. En ese momento surgió la oportunidad de comenzar negociaciones de matrimonio con el Príncipe de Orange, Guillermo, quien no solo resultaba atractivo desde un punto de vista político, sino también económico, una vez que recientemente había recibido una enorme herencia. Pese a que las conversaciones fueron arduas y duraron varios años, la pareja terminaría contrayendo matrimonio el 25 de marzo de 1734 en la capilla del Palacio de Saint James, en Londres.

La pareja de recién casados apenas se conocía. Pese a que Guillermo padecía de una deformidad física que le afectaba a la espalda y que le producía dificultades a la hora de caminar, la joven Princesa no dudó en ningún momento en dar el “sí quiero”, dando muestras de su gran sentido de la responsabilidad y del respeto que profesaba hacia sus padres y su dinastía.

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Después de pasar la luna de miel en tierras inglesas, el matrimonio puso rumbo a los Países Bajos. La Princesa fue recibida con frialdad por sus nuevos súbditos, quienes la percibían como arrogante y, sobre todo, como una intrusa. Todo apunta a que los primeros años de la Princesa en su país de adopción fueron un auténtico viacrucis. A la hostilidad del pueblo holandés hay que sumar la pésima relación que tenía con su suegra, María Luisa de Hesse-Kassel (1688-1765), quien se sentía desplazada por la esposa de su hijo, y que hizo todo lo posible por desestabilizar a ésta propagando rumores sobre ella y haciéndole desplantes varios en público.

La primera etapa de la princesa Ana en los Países Bajos discurrió en la ciudad de Leeuwarden para, a partir de 1747, cuando su marido fue nombrado estatúder, mudarse a La Haya. En ambas ciudades, la Princesa apenas tuvo vida social, pasando los días recluida en sus aposentos y desarrollando su pasión por las artes, especialmente la música. Sus apariciones públicas eran escasas y cuando se producían, destacaban por la frialdad de la Princesa, absorta en su mundo.

Actualmente los historiadores coinciden que la apatía de la Princesa mucho tenía que ver con la sintomatología de una depresión, que derivaba sobre todo de su incapacidad para engendrar descendencia. En un periodo de diez años, la Princesa sufrió dos abortos y tuvo que soportar el drama de dar a luz a dos niñas ya fallecidas. No sería hasta 1743 cuando la Princesa diera a luz a una niña sana, la princesa Carolina (1743-1787), a quien seguiría cinco años después – tras el nacimiento de Ana quien apenas sobreviviría unos meses de 1746 - Guillermo (1748-1806).

Guillermo IV, aquejado de diversas dolencias, varias de ellas crónicas, moriría en 1751 con apenas cuarenta años. Su esposa, la princesa Ana, sería nombrada Regente de los Países Bajos hasta que su hijo Guillermo alcanzara la mayoría de edad. La Princesa, quien nunca había disfrutado del cariño de su pueblo, hizo de tripas corazón y con el único objeto de garantizar los derechos dinásticos de su hijo, aceptó el cargo. Fueron unos años durísimos. Las críticas a la Regente no se hicieron esperar, siendo acusada de intolerante, autoritaria e ignorante de la realidad de los Países Bajos. En el plano de la política exterior se le achacó ser acusadamente pro-inglesa y una beligerante anti-francesa. En la actualidad, sin embargo, los expertos consideran que la Princesa fue víctima de una brutal campaña de desprestigio por parte de sus enemigos y que, en realidad, fue una mujer de estado notable, con una idea clara del rumbo político que debían llevar los Países Bajos tanto en lo que se refería a los asuntos domésticos como a su posición en el escenario europeo.

La imagen de la Regente fue, no obstante, siempre negativa. Las crónicas de la época la retratan como ambiciosa, calculadora, egoísta y frívola. El enorme esfuerzo de gobernar un país repleto de enemigos y del que solo recibía a cambio hostilidad e ingratitud terminaría por pasar factura. La Regente, agotada, comenzó a sufrir desmayos en público y a perder el apetito. En los últimos tiempos, sus apariciones oficiales comenzaron a ser cada vez más escasas. Finalmente, la Regente fallecería en La Haya el 12 de enero de 1759, a causa de un edema. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Iglesia Nueva de Delft, en Holanda, lugar en el que están enterrados los Jefes de Estado de los Países Bajos.

Tras la muerte de la princesa Ana, la Regencia de los Países Bajos pasaría a manos de María Luisa de Hasse-Kessel, abuela de Guillermo, quien sería nombrado estatúder en 1766, puesto que ocuparía hasta su marcha al exilio en Inglaterra en 1795.