Reino de Baviera

Luis II de Baviera, el rey soñador

Obsesionado por las sagas medievales alemanas y por las óperas de Wagner, el monarca bávaro abandonó los asuntos políticos para recluirse en sus palacios y vivir en un mundo imaginario

Luis II en barca

Luis II en barca

Luis II pasea en una embarcación en la cueva de Venus del Palacio de Linderhof. Grabado por Robert Assmus. 1886.

Foto: AKG / ALBUM

Cronología

El rey esteta de Alemania

1845

El 25 de agosto nace el príncipe Luis, primogénito de Maximiliano y María, herederos de la Corona bávara.

1864

Maximiliano II muere tras una breve enfermedad. Su hijo sube al trono con el nombre de Luis II. En mayo conoce a Wagner.

1866

Tras firmar una alianza con Prusia, el poder de Baviera se debilita y Luis se compromete con Sofía, hermana de Sissi.

1867

Luis traza los primeros planos para el palacio de Neuschwanstein tras visitar la Exposición Universal de París.

1886

Luis es destituido como rey. Su tío Leopoldo asume la regencia. Muere en el lago de Starnberg el 13 de junio.

Si enigmática fue su muerte en el lago de Starnberg, mucho más lo fue su vida en las altas montañas de Baviera. Incomprendido por sus coetáneos, la posteridad ha acabado haciéndole justicia y Luis II de Baviera es recordado hoy por su gran amor y defensa de las artes, que gracias a su mecenazgo alcanzaron en Alemania niveles desconocidos hasta entonces. Testimonio de esa pasión artística son los magníficos edificios que ordenó construir, en los que historia, música, literatura y arquitectura forman un todo, reflejo de una vida vivida única y exclusivamente por y para la cultura.

Luis II de Baviera

Luis II de Baviera

Luis II de Baviera en su juventud. Retrato por Wilhelm Taubner. 1864. Museo de arte Luis II, Castillo de Herrenchiemsee.

Foto: Bridgeman / ACI

Luis II, que se consideraba «un enigma para sí mismo y para los demás», fue el primero de los hijos del príncipe heredero de Baviera, Maximiliano, y de su esposa, la princesa María de Prusia. Desde pequeño, Luis se mostró solitario y soñador, rasgo en el que algunos han visto una herencia genética familiar sembrada de caracteres misántropos y depresivos, incluso de severos trastornos mentales.

De lo que no hay duda es del interés excepcional que desde su juventud, incluso desde su infancia, mostró Luis por las cuestiones artísticas. Siendo aún un niño leía con gran interés historias bíblicas y los dramas de Schiller y Shakespeare. En el palacio de Hohenschwangau, reconstruido por su padre, pudo contemplar las pinturas que evocaban las gestas heroicas de sus antepasados. Pero la pasión definitiva se hizo presente en 1861, cuando tenía 16 años y pudo asistir por fin, en Múnich, a la representación de Lohengrin, una ópera de Richard Wagner. El futuro rey se halló a sí mismo en aquel drama, y desde entonces su pasión wagneriana, su entusiasmo romántico y su ímpetu artístico no conocieron límites. «El día que escuché por primera vez el Lohengrin empecé a vivir», escribiría años después a Cosima von Bülow, amante y luego esposa del compositor. A partir de entonces, esta obra se convertiría para él en una iniciación en los elevados misterios del arte.

Palacio de Nymphenburg

Palacio de Nymphenburg

Palacio de Nymphenburg. Luis II nació en este fastuoso palacio, cerca de Múnich. Entre sus numerosas estancias se cuenta la sala de Piedra (a la izquierda), realizada en estilo rococó en el siglo XVIII por François de Cuvilliés. Los frescos del techo son obra de Johann Baptist Zimmermann.

Foto: Stefanno Politi / AVIL IMAGES

Pasión por Wagner

Aquella experiencia supuso para Luis de Baviera el inicio de una estrecha relación con el músico alemán que duró toda su vida. Obsesionado con su obra, en 1864 Luis invitó a Wagner a la corte de Múnich. Para el compositor, que acababa de abandonar Austria acribillado por las deudas y no encontraba ningún teatro dispuesto a representar sus revolucionarias y costosas óperas, fue una auténtica salvación. El rey le cedió una residencia en el campo y una casa en la ciudad, pagó todas sus deudas y le dio todas las facilidades para que desarrollase su genio. Luis II se obsesionó con Wagner y en numerosas ocasiones llegó a asegurarle que se sentía unido a él en la vida y más allá de la muerte. El compositor comprendió que lo que aquel monarca buscaba en su música era, en realidad, su identidad como persona y como rey, y supo responder a ello construyendo un mundo utópico en el que la idealización del regente absoluto capaz de redimir al mundo ocupaba siempre el lugar principal.

Wagner

Wagner

Richard Wagner. Fotografía del famoso compositor alemán tomada en 1877.

Foto: Biblioteca británica / Album

Ese mismo año de 1864, Luis II subió al trono tras la inesperada muerte de su padre. Con apenas 18 años, debió enfrentarse a una situación política compleja. La existencia misma de Baviera como Estado independiente se veía amenazada por el ascenso del reino de Prusia, que bajo el gobierno del canciller Bismarck pretendía llevar a cabo la unificación de todos los Estados alemanes. En 1866, Luis apoyó a Austria en su guerra contra Prusia, pero su implicación militar fue escasa y se libró de la derrota sin paliativos que sufrieron los austríacos. Luis se reconcilió con Prusia y en 1870 apoyó públicamente la creación del nuevo Imperio alemán. A cambio esperaba obtener para Baviera una serie de privilegios que no se hicieron realidad. Ante el creciente dominio de Prusia, especialmente en la política exterior, Luis se retiró cada vez más de los asuntos políticos, refugiándose en sus ensueños de realización artística.

En 1867 ocurrió un hecho significativo en su vida personal. En un intento de asegurarse su posición como rey, se había prometido en matrimonio con su prima, la duquesa Sofía Carlota de Baviera, hermana de la famosa emperatriz de Austria, Sissi. Luis y Sissi habían mantenido siempre una relación muy estrecha, debido seguramente a lo similar de su naturaleza, pues ninguno de los dos soportaba la vida en la corte y preferían vivir en la soledad de sus propios mundos de ensueño. Sofía, diez años menor que Sissi, compartía con Luis su adoración por Wagner. No era tan atractiva como su hermana, pero supo ganarse las simpatías del rey con su talento para la ópera. Sin embargo, al final Luis decidió romper el compromiso y se refugió en Hohenschwangau, un magnífico castillo reconstruido por su padre, donde encontró un «paraíso en la Tierra, que pueblo con mis ideales y en el que por ello me siento dichoso».

Luis II se obsesionó con Wagner y en numerosas ocasiones llegó a asegurarle que se sentía unido a él en la vida y más allá de la muerte.

Luis el constructor

En su retiro, Luis II decidió embarcarse en un proyecto que sobrepasara en imaginación y como demostración de poder todo lo conocido hasta entonces. Fue así como empezó a forjar los planes para la construcción de sus palacios. No le bastaba con construir en Hohenschwangau una suntuosa estancia dedicada al poeta italiano Tasso. Buscaba proyectos más grandiosos, nuevos palacios capaces de deslumbrar a sus contemporáneos.

Llegada de Lohengrin a Amberes

Llegada de Lohengrin a Amberes

Llegada de Lohengrin a Amberes. Escena de parsifal. Óleo por August von Heckel. 1882-1883. Castillo de Neuschwanstein.

Foto: Bridgeman / ACI

En 1868 concibió su proyecto más emblemático: el castillo de Neuschwanstein, construido en las proximidades del de Hohenschwangau en un entorno extraordinario: una peña sobre el desfiladero del río Pöllat, con una cascada al sur y unas increíbles vistas del valle al norte. En esta empresa, la imaginación romántica del rey se combinó con los nuevos avances de la ingeniería. El hierro y el cristal se utilizaron como materiales de construcción, se introdujeron las máquinas de vapor y la electricidad, así como agua corriente en todos los pisos (y caliente en la cocina y el baño), calefacción central de aire en todas las salas y dos teléfonos. Su exterior debía recordar los castillos de los cuentos románticos, mientras que su interior quedó decorado por completo con frescos relacionados con el legendario pasado germánico y, más precisamente, con temas de las óperas de Wagner, como las sagas de Sigurd y Gudrun y las leyendas de Tannhäuser, Lohengrin y Tristán e Isolda.

En la sala de los Cantores de Neuschwanstein, el rey recreó exactamente el mismo espacio en el que había tenido lugar una famosa disputa medieval entre trovadores en el castillo de Wartburg y lo decoró con frescos de la leyenda de Parsifal, la historia del joven educado en soledad por su madre, la reina Herzeloide. Wagner había comenzado a trabajar en una ópera sobre este asunto, y el rey había ido identificándose cada vez más con la figura de este caballero que, gracias a la pureza y a la fe, se convirtió en rey del Grial y, con ello, en salvador de su antecesor, un gran pecador. Con esta idea en mente, Luis II decoró la sala del trono como Sala del Grial, donde habría de tener lugar la redención del mundo. El conjunto respondía a los gustos y a la personalidad del rey, que en Neuschwanstein excluyó por completo de su entorno la realidad social
y política, que tanto le disgustaba.

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El palacio preferido

La genialidad arquitectónica desplegada en Neuschwanstein contrasta sobremanera con el estilo del palacio de Linderhof. Situado en Ettal, en el valle de Graswang, en aquel entonces el último lugar poblado antes de llegar a la frontera con el Tirol, Linderhof es, en realidad, un pequeño Versalles de estilo rococó.

Palacio de Linderhof

Palacio de Linderhof

Palacio de Linderhof. La disposición de esta residencia situada 100 km al suroeste de Múnich evoca el Petit Trianon de Versalles. En el recinto Luis II erigió un pabellón morisco y tenía previsto construir un palacio bizantino y otro chino de verano.

Foto: Reinhard Schtd / Fototeca 9x12

Por último, el rey construyó otro gran palacio en una isla del lago Chiem, en el sureste de Baviera. En 1872 había encargado a su ministro Franz von Löher que le buscara el sitio ideal donde retirarse tras una posible abdicación, un lugar donde pudiera vivir como un rey absolutista del pasado. Löher viajó a las Canarias y a las islas griegas, recorrió Chipre y Creta y planteó al rey la posibilidad de instalarse en América del Sur, Filipinas, Persia, Afganistán y Somalia. Al final, el rey encontró un lugar más próximo: una isla en el lago Chiem, donde erigió el palacio de Herrenchiemsee, un templo de la fama construido también siguiendo el modelo del palacio de Versalles de su admirado Luis XIV.

Aquel furor constructivo acabó pasando factura al rey. Como el dinero de su asignación personal que invertía en la construcción de sus palacios no era suficiente, Luis II empezó a utilizar los fondos del reino de Baviera. En 1884, cuando las deudas acumuladas ascendían a 7,5 millones de marcos, el ministro de finanzas solicitó un préstamo bancario, con lo que al año siguiente el déficit superaba los 14 millones de marcos. Vista la situación, algunos de los principales representantes políticos bávaros intentaron convencer a un tío del rey, Leopoldo, de que se hiciera cargo de la regencia. Tras un primer rechazo, al final Leopoldo aceptó. Basándose en el dictamen del consejero médico del rey, el doctor Bernhard von Gudden redactó un atestado en el que se declaraba a Luis II incapacitado para gobernar. El monarca fue destituido por el gobierno bávaro el 9 de junio de 1886.

Dormitorio real

Dormitorio real

Esta estancia del castillo de Neuschwanstein fue el dormitorio de Luis II. La habitación está ricamente decorada con referencias al mito de Tristán e Isolda. Ambos personajes se representan en tallas y pinturas.

Foto: Bob Krist / Getty Images

Esa misma noche, una comisión fue a buscarlo a Neuschwanstein. No contaban con la resistencia del pueblo airado, que no quería que se llevasen a su rey y que mantuvo encerrados en el castillo durante toda la noche a todos los miembros de la comisión. Una segunda delegación se desplazó hasta allí dos días después y esta vez logró trasladar al rey al palacio de Berg, donde debía quedar internado bajo el cuidado del doctor Gudden.

El final del monarca

La humillación de la destitución, el arresto y el posterior traslado supuso el hundimiento existencial del rey, que no veía ninguna salida a su situación. El último día de su vida cenó bien y bebió vino, cerveza y aguardiente. Poco después salió con el doctor Gudden para dar un paseo. Como a las ocho no habían regresado aún y llovía sin cesar, los gendarmes marcharon en su busca por el parque de palacio, que llevaba directamente al lago. A las diez y media encontraron en la orilla el sombrero del rey y, en el agua, su abrigo y su chaqueta. Un pescador los llevó en su bote lago adentro y diez minutos después encontraron los cadáveres del soberano y del médico, a 16 metros de la orilla. Luis estaba en mangas de camisa y el médico llevaba el abrigo puesto. Todos los intentos por reanimarlos fueron en vano.

Esta trágica muerte creó en torno a Luis de Baviera un mito que aún perdura. Sus castillos continúan atrayendo a legiones de admiradores de su legado, y su vida ha sido objeto de numerosas reescrituras literarias, teatrales y cinematográficas. Sus deudas han sido sobradamente pagadas con los enormes ingresos que generan sus castillos desde que fueron abiertos al público en 1886. Su magnífico programa cultural ha sobrevivido sin fracturas a las catástrofes de los últimos 150 años, al tiempo que ha creado legiones de admiradores, fascinados por la vida y la obra del «único rey verdadero de este siglo», como lo definió el poeta francés Paul Verlaine.

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Un rey que vivía en las nubes

En 1866, el párroco de la corte, el doctor Ignaz von Döllinger, se lamentaba de la siguiente manera ante la inacción y la falta de interés de Luis II por los asuntos de gobierno: «Nuestra Real Majestad no deja de vivir y de pensar siempre en los reinos de la leyenda, la poesía, la música y el drama. El teatro es su mundo, para él la encarnación de todo lo sublime. Del resto del mundo, de la prosa de la vida, no quiere saber nada. […]. ¡Y precisamente ahora, a la vista de cómo se están desenvolviendo los acontecimientos, necesitamos un monarca con juicio y voluntad!».

Caricatura

Caricatura

Caricatura que muestra a Luis II ante las vacías arcas del estado. Revista satírica Kikeriki, 1886.

Foto: Bridgeman / ACI

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Destino trágico

Lohengrin, la ópera de Wagner, cuenta la historia de un caballero que llega en una barca guiada por un cisne al reino de Brabante para salvar a la princesa Elsa, acusada de fratricidio por un noble malvado. Lohengrin vence a éste en un duelo y se casa con Elsa, pero la unión no llega a consumarse porque la princesa comete un acto imperdonable: preguntar a su salvador cuál es su nombre. Luis II vio en Lohengrin un modelo de rey providencial, pero también se identificó con su desventura amorosa, tan parecida a la que él vivió con Sofía Carlota de Baviera, a la que durante su noviazgo llamaba Elsa.

Luis II y Sofía Carlota de Baviera

Luis II y Sofía Carlota de Baviera

Luis II y Sofía Carlota de Baviera en una fotografía de la época de su noviazgo.

Foto: Mary Evans / Scala, Firenze

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Paseos nocturnos

Afectado de insomnio y de constantes dolores de cabeza y de muelas, que intentaba calmar con pastillas y alcohol, Luis de Baviera adquirió la costumbre de realizar viajes nocturnos en carroza o en trineo por los alrededores de sus residencias. Su comitiva pasaba como una exhalación por aldeas y bosques, sin que ni el frío ni la nieve arredraran al monarca. En alguna de estas correrías Luis II puso en riesgo su vida, como una noche de tormenta en la que el escolta a caballo perdió la antorcha y estuvieron a punto de caer por un precipicio.

Viaje nocturno

Viaje nocturno

Viaje nocturno en trineo de luis II por los Alpes de Ammergau. Óleo por Richard Wenig. Palacio Nymphenburg, Múnich.

Foto: Enrich Lessing / ALBUM

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Doble muerte en el Lago Starnberg

La causa de la muerte del rey es algo que hasta hoy no ha podido aclararse, pues la casa Wittelsbach se ha negado siempre a la exhumación del cadáver. Ello ha generado numerosas especulaciones. Frente a la tesis muy aventurada, y nunca demostrada con pruebas, de que fue asesinado por razones políticas, otros piensan que en realidad el rey quería suicidarse en el lago y que su médico, al tratar de impedirlo, se habría enzarzado con él en una pelea que tuvo consecuencias fatales para los dos. Se afirma igualmente que Luis II habría podido morir fácilmente de una congestión provocada por la abundante cena que había tomado y las frías aguas del lago.

El cuerpo de Luis II

El cuerpo de Luis II

El cuerpo de Luis II expuesto en su capilla ardiente en Múnich. 1886.

Foto: BKP / Scala, Firenze

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Este artículo pertenece al número 196 de la revista Historia National Geographic.