Corte francesa

La peluca de Luis XIV conquista Europa

Introducida para ocultar la calvicie, la peluca se convirtió en signo de distinción para los hombres de clase alta.

Luis XIV (a la derecha, con una peluca oscura) recibe al príncipe elector de Sajonia en Fontainebleau, en 1714.

Luis XIV (a la derecha, con una peluca oscura) recibe al príncipe elector de Sajonia en Fontainebleau, en 1714.

Foto: Bridgeman / ACI

A mediados del siglo XVII, Francia se erigió en referente absoluto en materia de moda. Las novedades de la corte francesa llegan a París y de allí se expanden al resto de Europa, de modo que el francés se convierte en el traje de sociedad durante todo el siglo XVIII. En España el nuevo atuendo masculino se denominó traje «a la francesa» o «a lo militar» ya que su origen provenía del uniforme de las tropas del rey Sol. La peluca constituyó una parte esencial de la reciente vestimenta.

Desde principios del siglo XVII, la moda de que los hombres llevaran el pelo largo como signo de autoridad y virilidad proporcionó a la peluca su oportunidad para convertirse en un aditamento postizo de uso generalizado. Primero fue una solución para los caballeros que perdían el pelo por la edad o por una alopecia precoz. La calvicie no estaba bien considerada, no sólo por el prejuicio que la asociaba con el declive físico del hombre, sino también porque en numerosas ocasiones era una consecuencia de la sífilis, enfermedad venérea que causaba estragos por aquellos tiempos.

Otro motivo que impulsó el uso de la peluca fue la falta de higiene en una época en la que era rara la práctica del baño por inmersión, ya que se consideraba nocivo para la salud. La infestación por piojos estaba a la orden del día, por lo que afeitarse la cabeza para colocarse la peluca se convirtió en una solución razonable. Evidentemente los piojos anidaban en las pelucas, pero éstas se podían hervir.

Un rey no puede ser calvo

En Francia, el iniciador de la moda fue el rey Luis XIII. Pensando que su muy prematura calvicie podía dañar su imagen pública, decidió ocultarla por medio de una cabellera artificial, lo que provocó la emulación de sus cortesanos. Lo mismo sucedió unas décadas después con Luis XIV. Aunque en su juventud pudo presumir de una bonita melena, tras una enfermedad empezó a perder pelo por lo que decidió utilizar pelucas fabricadas con pelo natural. El Rey Sol tuvo a su servicio cuarenta fabricantes de pelucas y se estima que usó unas mil a lo largo de su vida.

Una barbería con los clientes probándose pelucas. Grabado por Thomas Rowlandson. Siglo XVIII.

Una barbería con los clientes probándose pelucas. Grabado por Thomas Rowlandson. Siglo XVIII.

Foto: Wellcome Collection

Una vez instaurada en la corte, la peluca se convirtió en objeto de deseo entre otros grupos sociales, como magistrados, clérigos, financieros, comerciantes, artesanos de prestigio, servicio doméstico bien posicionado y los mismos peluqueros que las fabricaban. Todos ellos buscaban conferirse cierto grado de dignidad imitando a sus superiores. Todo francés que se la pudiera permitir tenía una peluca. La moda prendió rápidamente fuera de Francia. En Inglaterra la introdujo el rey Carlos II cuando volvió al país en 1660, después de vivir largo tiempo exiliado en Francia.

Había diferentes tipos de pelucas según fuera la actividad a desempeñar. El largo de melena adecuado para los apéndices capilares masculinos debía ser de unos 70 centímetros, por lo que se requería una gran cantidad de material. Los peluqueros franceses compraban pelo por toda Europa. En cuanto a la calidad del cabello, era especialmente valorado el holandés y el normando, siendo el más cotizado el de las jóvenes campesinas.

Pelucas regias

El ampuloso gusto de la corte de Versalles imponía unas enormes pelucas de pelo largo y rizado denominadas in folio, en las que una copiosa melena se derramaba por el pecho y la espalda. Una cabellera de tales dimensiones podía requerir pelo procedente de hasta diez cabezas. En un principio sólo los caballeros más encumbrados pudieron permitirse este ornamento por su altísimo coste.

También era común utilizar pelo de cabra y caballo, e incluso de personas fallecidas. Así, el cronista inglés Samuel Pepys explicaba que en 1665, año de la gran peste de Londres, desconfiaba de las pelucas por si estuvieran fabricadas con pelo de personas muertas a causa de la citada epidemia. El escritor español Juan de Zabaleta hacía referencia al mismo asunto al burlarse de un caballero calvo que recurría a la peluca: «Hombre: a la oreja te están hablando unos cabellos o de un muerto o de un enfermo o de un desengañado. Mírase y remírase en el espejo y queda muy consolado con que tiene cubierta la calva».

Mozart de niño con una peluca. P. A. Lorenzoni. 1763.

Mozart de niño con una peluca. P. A. Lorenzoni. 1763.

Foto: Scala / Firenze

La producción de pelucas supuso una gran fuente de riqueza para Francia. En 1659 se fundó en París el gremio de «Barberos fabricantes de pelucas». De esta época data la inauguración de los primeros salones de peluquería regentados por hombres y mujeres. El número de maestros peluqueros se multiplicó por cuatro en cien años.

Los anuncios en la prensa jugaron un importante papel en la difusión de este ornamento. La primera gaceta de moda fue Le Mercure galant, publicada desde 1672, y avanzado el siglo XVIII ya había un significativo número de periódicos que podían alcanzar hasta los 200.000 lectores donde los fabricantes anunciaban sus productos y servicios. Con ello promovieron nuevos valores de consumo, además de ir informando de las mejoras que iban introduciendo en sus creaciones, tales como una mayor comodidad, agarre y ligereza. El cabello falso ahora parecía verdadero.

La era de la comodidad

A partir de 1715 se introdujeron nuevas clases de pelucas, más pequeñas y ligeras, en correspondencia con una nueva era en la que la comodidad había reemplazado a la teatralidad barroca. En 1760, un fabricante anunciaba pelucas especiales para abogados, clérigos, hombres de negocios, caballeros que salieran a cazar el zorro, médicos y militares; las había de todas las calidades y adaptadas a todos los bolsillos. Curiosamente, peinarse la peluca en público se convirtió en un uso social para los esclavos de la moda, aquellos que llevaban su peine en una bonita caja y lo sacaban en sitios públicos muy concurridos, como el teatro.

Entre estas nuevas tipologías de peluca cabe citar la de «cola trenzada», con una melena recogida en una trenza (los ingleses la llamaron de «cola de cerdo»). La peluca «de campaña» o «de nudos» estaba formada por tres coletas unidas por un nudo; usada por los militares en la guerra de Sucesión (1702-1714), pasó más tarde a la indumentaria civil. En la peluca «de bolsa» el pelo se introducía en una bolsa negra cerrada en la nuca; se cree que tuvo su origen en una costumbre del servicio doméstico francés.

En el siglo XVIII, las pelucas eran más pequeñas y ligeras, y buscaban la comodidad

Los profundos cambios sociales que se produjeron a finales del siglo XVIII precipitaron el final de la moda de la peluca. En 1793, la Convención Nacional Francesa estableció la «libertad de vestimenta». Y aunque los líderes de la Revolución francesa todavía las llevaron, pronto fueron consideradas como un símbolo del Antiguo Régimen y quedaron restringidas a determinadas profesiones. En el Reino Unido, siempre tan pragmático, las pelucas fueron abandonadas en 1795 como consecuencia de un nuevo impuesto que gravaba el polvo para el cabello.

Los nuevos tiempos pregonaban valores como la naturalidad y la comodidad, de tal manera que los líderes del gusto apostaron por mostrar su propio pelo, costumbre que ha llegado hasta el siglo XXI.

----

Carlos II. Detalle de una estatua ecuestre de G. B. Foggini.

Carlos II. Detalle de una estatua ecuestre de G. B. Foggini.

Foto: Album

Cabellera artificial

La peluca se introdujo en la corte española cuando Carlos II la adoptó al perder el cabello. En España se las llamaba «cabelleras». En 1711, un caballero sevillano tenía al casarse «dos cabelleras muy ricas» valoradas en 640 reales, cifra bastante elevada para la época.

----

Todo el día con la peluca puesta

La peluca formaba parte de la vida cotidiana de Luis XIV. Cada día, tras afeitarse y rasurarse la cabeza, se encasquetaba una peluca corta que a veces llevaba durante toda la mañana. También decidía entonces la peluca formal que iba a llevar durante el resto de la jornada. Llamada à la royale o in folio, esta peluca monumental, muy pesada, se componía de mechas organizadas en pisos que caían sobre los hombros, con dos puntas cónicas en la coronilla que la realzaban. Durante el día el rey y los cortesanos se podían quitar brevemente la peluca para refrescarse, pero nunca delante de una dama. Por la noche, el monarca se ponía un gorro mientras las pelucas se guardaban en una estancia especial del palacio de Versalles: el «gabinete de las pelucas».

----

Los cinco órdenes de pelucas tal y como fueron llevados en la última coronación medidos arquitectónicamente.

Los cinco órdenes de pelucas tal y como fueron llevados en la última coronación medidos arquitectónicamente.

Foto: Scala / Firenze

La peluca, nueva manía inglesa

En 1761, el inglés William Hogarth publicó este grabado titulado Los cinco órdenes de pelucas tal y como fueron llevados en la última coronación medidos arquitectónicamente. El artista, célebre por sus mordaces sátiras sobre los usos sociales de su época, hace un paralelismo entre los cinco órdenes de la arquitectura clásica –dórico, jónico, corintio, compuesto y toscano– y las diferentes tipologías de pelucas masculinas, desde las más sencillas a las más decadentes. Con un innegable sentido del humor, Hogarth dispuso las pelucas en fila como si se tratara de un tratado de arquitectura.

Este artículo pertenece al número 206 de la revista Historia National Geographic.

Artículo recomendado

jardines de versalles

Versalles, un día en la corte de Luis XIV, el Rey Sol

Leer artículo