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La mujer que armó un ejército y se convirtió en jefe de Estado

Blanca de Castilla nació en España, ocupó un lugar de importancia en la realeza francesa y fue una de las mayores dirigentes de la historia inglesa.

Hija de Alienor de Inglaterra y de Alfonso el Noble de Castilla, Blanca dio la primera prueba de su enérgica vocación organizando una flota y un ejército en Calais para apoyar a su marido en su desdichada empresa en tierras británicas en 1216. Precisamente a su abuela Leonor se le encomienda la misión de llevar a Francia a una princesa castellana para casarla con el heredero al trono. Elige a Blanca, que, como descendiente directa de la de Aquitania y el rey Enrique II, tiene derechos dinásticos sobre Inglaterra. Un matrimonio con alguien de su estirpe hace que Francia e Inglaterra, en eterno conflicto, puedan alcanzar acuerdos de paz y la esperanza de unir ambas Coronas algún día.

En ese contexto, Blanca llega a Francia en 1200 y con solo 12 años se casa con Luis (futuro Luis VIII), de 13, hijo de Felipe II el Augusto. A su llegada, Blanca es descrita como “candorosa, blanca de corazón y de rostro”. Pero lo que entonces no saben los cronistas es que, aparte de todo eso, Blanca tiene una inteligencia fuera de lo común y una base cultural adquirida en Castilla que seguiría reforzando en París junto a su marido.

Sin embargo, Blanca demostró poseer todas las cualidades necesarias de un jefe de Estado: clarividencia, autoridad y habilidad para hacer concesiones, pero sin renunciar por ello a sus artimañas femeninas. Así supo alentar las esperanzas del conde de Champaña y prestar oídos falsamente complacientes a sus versos amorosos, a fin de mantenerle en sus deberes de vasallo. Su coalición incluyó al rey de Inglaterra, los condes de Bretaña y al duque de Borgoña. Blanco actuó con prontitud y venció por separado a sus adversarios.

En 1208 es asesinado por un esbirro del conde de Tolosa el legado que el papa Inocencio III había enviado para tratar con el conde la expansión de los cátaros en sus dominios. El suceso provoca un cataclismo. El papa declara una cruzada contra los herejes e involucra a Francia en una lucha sin cuartel que comprenderá buena parte de la vida de Blanca. Pero hay otro problema geopolítico que toca más de cerca a la princesa: el de Inglaterra, gobernada por Juan sin Tierra. Juan I de Inglaterra compite con Francia por los territorios continentales, y en 1214 desembarca en territorio de Felipe el Augusto. Allí lo combate el hijo de éste, Luis, quien haciendo sus primeros escarceos guerreros, aplasta a los ingleses y se gana el apodo del León. Entretanto, Blanca supervisó personalmente la educación que recibía su hijo, a quien inculcó la más honda devoción, pero también el gusto de la acción.

La mayoría de los historiadores coinciden en afirmar que se trató de una de las mejores dirigentes de la historia inglesa. Sin embargo, a pesar de semejante virtud, Blanca carga también con un problema clásico: ser mujer, poderosa y brillante en el siglo XIII, lo que a lo largo de los siglos le ha valido los apelativos de “madre posesiva”, “marimacho” o “suegra desabrida”, entre otros motes despectivos, limitando en ocasiones su recuerdo al insulto, sin entrar en el fondo de un personaje estelar de la historia.

Al cumplir 50 años, vivir en un convento es, de hecho, lo que anhelaba una exhausta Blanca, pero los acontecimientos se lo impidieron. Su hijo Luis partió en 1248 a Tierra Santa y nombró a su madre, de nuevo, regente de Francia. Luis sufrió duras derrotas en las cruzadas y Blanca, angustiada, intentó que regresara a ese reino que ella gobierna con firmeza y en el que las cuentas de la Corona seguían equilibradas, pese a la expedición cruzada. Pero la energía de Blanca no fue eterna, y, finalmente, falleció en noviembre de 1252, siendo enterrada en la Abadía de Maubuisson, que había hecho construir diez años antes. Al conocerse la noticia de su muerte, París fue un inmenso llanto. Esa mujer que había gobernado Francia durante décadas había dejado el mejor de los recuerdos y una pregunta grabada a fuego en el cerebro de Luis IX: “¿Qué habría hecho mi madre en esta situación?”. Tanto ella como su hijo fueron canonizados, celebrándose su fiesta el día 1° de diciembre.

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