Liechtenstein: la última monarquía absoluta de Europa

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Europa

Liechtenstein: la última monarquía absoluta de Europa

8. Liechtenstein
Este país puede verse en un fin de semana e inaugurará, a finales de mayo de este año, una ruta senderista panorámica de 75 kilómetros que pasa por 11 municipios. Atravesará viñedos, páramos, montañas, ruinas medievales y maravillas naturales. Otra de las grandes maravillas es que este país puede recorrerse en bicicleta. Otra buena opción es visitarlo en invierno, pues es el único país situado en los Alpes.

8. Liechtenstein Este país puede verse en un fin de semana e inaugurará, a finales de mayo de este año, una ruta senderista panorámica de 75 kilómetros que pasa por 11 municipios. Atravesará viñedos, páramos, montañas, ruinas medievales y maravillas naturales. Otra de las grandes maravillas es que este país puede recorrerse en bicicleta. Otra buena opción es visitarlo en invierno, pues es el único país situado en los Alpes.

Foto:iStock

Tiene una de las economías más sólidas del continente y unas condiciones de seguridad excepcionales.

En una oscura noche de marzo, hace 15 años, 170 soldados del ejército suizo, vestidos con ropa de camuflaje y armados —aunque sin municiones— entraron en el territorio del Principado de Liechtenstein. Era la primera vez que los militares suizos volvían a poner los pies fuera de territorio nacional, tras una breve ocupación de la Franche-Comté después de la caída de Napoleón, en 1815.
Obviamente, la ‘invasión’ de marzo de 2007 no era una operación planificada por los altos grados del ejército suizo para conquistar el pequeño principado situado al este de la Confederación. La maniobra de los militares suizos se trató de un simple error.
En todo caso, con poco menos de 40.000 habitantes, Liechtenstein no tiene fuerzas armadas desde hace más de 150 años. Los 40 kilómetros de frontera que comparte con Suiza, casi todos atravesados por el Rin, a excepción de una decena de kilómetros de altas montañas y menos de dos kilómetros de falsa planicie, están completamente inhabitados. Es fácil comprender entonces que penetrar en su territorio no es para nada complicado, sobre todo si es de forma involuntaria.
El hecho pasó tan inadvertido que fue finalmente Suiza quien señaló la violación a su vecino. El comandante de la escuela de Infantería de Montaña se excusó personalmente ante el alcalde de Balzers, comuna del principado que fuera víctima de la ‘invasión’. Por su parte, las autoridades de Liechtenstein ni siquiera se habían dado cuenta, así como ninguno de sus habitantes remarcó entonces la presencia de tropas extranjeras en su país.
Como Liechtenstein sigue una política de neutralidad, es uno de los pocos países del mundo que no mantiene ejército. Las fuerzas armadas fueron suprimidas poco después de la guerra austro-prusiana de 1866, en la que el país contó con un ejército de 80 hombres, aunque no participaron en ningún combate. El último soldado que sirvió bajo los colores de Liechtenstein murió en 1939 a los 95 años.
Por su parte, la Policía Nacional de Liechtenstein está compuesta por 87 agentes de campo y 38 funcionarios civiles, que suman un total de 125 empleados. Todos los agentes están equipados con armas ligeras. El país tiene uno de los índices de criminalidad más bajos del mundo, mientras que la prisión alberga pocos reclusos, si es que hay alguno. Los que tienen sentencias de más de dos años son transferidos a la jurisdicción austriaca.
Además de prestarse a sonrisas, el episodio de la ‘invasión’ involuntaria habla claramente de la personalidad de ese ínfimo y secreto país —el sexto más pequeño del planeta—, enclavado entre Suiza y Austria, caja fuerte dirigida por un poder absoluto, que cultiva en forma persistente el arte de la diferencia.
La cumbre más alta de Liechtenstein, el monte Grauspitz, culmina a 2.599 metros. En el corazón de los Alpes, no se trata del techo del mundo y, sin embargo, alrededor, es casi como si así lo fuera. A pesar de sus dimensiones liliputienses (160,5 km cuadrados de superficie, 11 comunas y solo 39.000 habitantes; 5.000 de ellos residentes en la capital, Vaduz), el principado se percibe como ‘por encima’ del resto del planeta. En todo caso, puede vanagloriarse de una economía excepcional.
Al ser el segundo país en el mundo con el mayor PIB per cápita detrás de Mónaco, Liechtenstein no tiene hospital para dar a luz ni terminal ferroviaria ni aeropuerto. Pero su tasa de desempleo es de apenas del 1,3 % (en mayo de 2023), y goza de una situación económica insolente.
Los liechtensteinianos pueden, en efecto, considerarse afortunados ya que el salario promedio bruto anual se eleva a 180.000 dólares. Para explicarlo, basta mirar en detalle el tejido económico del país. Vaduz es ante todo una plaza financiera con movimientos bursátiles florecientes. Bancos privados y fondos de inversión encontraron allí un auténtico edén.
Liechtenstein también posee un alto nivel de industrialización, con empresas de nicho (electrónica, óptica, productos farmacéuticos, etc.) que exportan su tecnología a Europa y a Estados Unidos en particular.
Una cifra resume lo atractivo del principado: 74.000 multinacionales poseen una dirección en Liechtenstein, aun cuando, en su mayoría, solo sean postales. ¿Por qué razón? El impuesto a las sociedades es absolutamente ventajoso, con una tasa máxima de 18%, cuando la media europea gira en torno al 30%.
Antiguo paraíso fiscal, el país fue retirado por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde) de la lista de los Estados “no cooperativos en materia fiscal” en 2009.

Monarquía absoluta

El último punto de tranquilidad para los inversores es la familia reinante que dirige esa perla montañosa y domina el valle desde su castillo de Vaduz. Esta es una de las más ricas de Europa, con una fortuna estimada en más de 3.000 millones de euros.
Con seguridad el siguiente argumento no caerá bien a los defensores de la república y la democracia, pero no es solo la fortuna de la casa reinante la que tranquiliza a los inversores: también cuenta mucho que el minúsculo principado constituye hoy la última monarquía absoluta de Europa.
Fue el emperador Carlos VI quien, en 1791, hizo de ese resto del Sacro Imperio Romano Germánico un Estado independiente. Desde hace cuatro siglos, la misma familia sigue en el trono, y si bien en 2004 el príncipe soberano Hans-Adam II dejó la regencia a su hijo Luis, la Casa de Liechtenstein mantiene una continuidad inamovible en cuanto a sus poderes absolutos.
El soberano puede destituir y nombrar un nuevo gobierno si así lo quiere, disolver el Parlamento, oponer su veto a cualquier ley y escoger a los jueces. Y se beneficia con una inmunidad total. En el terreno internacional, Liechtenstein también difiere del resto del mundo. Si bien es miembro de Naciones Unidas, el Consejo de Europa y el Espacio Económico Europeo (EEE), nunca se adhirió a la Unión Europea y conserva un fuerte lazo con Suiza, su vecino, amigo y socio comercial privilegiado.
Desde 2004, el príncipe heredero Alois von und zu Liechtenstein (Luis) dirige los destinos de la primera fortuna monárquica de Europa, según la clasificación de la revista Forbes. Su familia no solo es propietaria del principado —sí, ‘propietaria’, a través del Liechstenstein Group—, sino que además posee una considerable colección de obras de arte estimada en más de 1.000 millones de euros, dos palacios en Viena (el Gartenpalais y el Stadtpalais) y también el banco LGT, que cuenta con 3.000 empleados y gestiona más de 200.000 millones de francos suizos de activos.
El príncipe Luis, conde de Rietberg, nació el 11 de junio de 1968 en la ciudad suiza de Zurich. Hijo mayor del príncipe soberano Hans-Adam II y de la condesa Marie Kinský von Wchinitz und Tettau, considera que la originalidad de su país no reside en la solidez financiera, su histórica neutralidad o su situación geográfica sino, principalmente, en su sistema político.
Democracia parlamentaria fuertemente marcada por la monarquía, el poder de la familia reinante está enmarcado por una 'Hausgesetz' —suerte de pacto de familia— revisado por última vez en octubre de 1993. Ese conjunto de disposiciones no solo define las reglas que rigen la pertenencia al trono y a la dinastía, también permite garantizar el equilibrio del poder.
“Por ejemplo, el artículo 8 codifica las medidas disciplinarias que se aplican a los miembros de la Casa Real y el artículo 16 enmarca la moción de censura contra el príncipe. Es decir, existe en Liechtenstein un instrumento jurídico para destronar al monarca”, precisa el heredero.
Una posibilidad que está lejos de representar una amenaza para el príncipe Luis. Según un estudio realizado por el Allensbach Institute en 2019, cerca de 89 % de la población de Liechtenstein confía en la actual monarquía hereditaria constitucional que la gobierna.
A pesar del poder absoluto del monarca, el pueblo de Liechtenstein goza de la posibilidad de participar activamente en la política de su país. A imagen de su vecino suizo, los liechtensteinianos pueden influir directamente en la promulgación de una ley o de la constitución a través de una iniciativa popular o de un referendo. Y ese sistema político goza de una inmensa aprobación que refuerza los poderes y la popularidad de la casa reinante.
Ningún partido político —el país tiene cinco agrupaciones principales— pone en tela de juicio la legitimidad del príncipe o su política. En 2012, los militantes a favor del aborto organizaron un referéndum para reducir los poderes de la monarquía que fue rechazado por 75 % de la población.

Un país conservador

Este último ejemplo permite abordar otro punto específico de la casa reinante: su conservadurismo. Liechtenstein es uno de los últimos países de Europa donde está prohibido el aborto, aun cuando sus habitantes puedan hacerlo en el extranjero.
Practicarlo está penado con un año de prisión. Dos referendos, uno en 2005 y el otro en 2012, no consiguieron convencer a los liechtensteinianos. De todos modos, en la segunda ocasión, el príncipe reinante había advertido que, en caso de resultado positivo, opondría su veto, impidiendo la adopción del texto.
Liechtenstein también fue el último país de Europa que legalizó el derecho al voto de la mujer, en 1984, mientras que la pena de muerte fue abolida en 1989 para permitir la entrada del país al Consejo de Europa. Ultraconservador, en materia de apertura y progreso social, Liechtenstein no es, claramente, un modelo.
También es el único país del mundo que jamás reconoció a un país comunista.
Vaduz se negó incluso a entregar a Stalin los soldados y civiles que combatieron con la Wehrmacht contra la URSS, dándoles asilo y armas en la hipótesis de una invasión comunista. En 1945, los entonces 12.000 habitantes del país alojaron, alimentaron y pagaron la travesía e instalación de aquellos soldados rusos anticomunistas hacia Argentina, donde tendrían seguridad.

Perfil internacional

Desde que Luis asumió la dirección de la Casa Real, su país ha aumentado considerablemente su participación en la escena internacional. Miembro desde 1990 de Naciones Unidas, en 2022, Liechtenstein presentó, por ejemplo, un proyecto de resolución que obliga a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad a justificar la utilización del veto.
“En momentos en que la inacción del Consejo de Seguridad es cada día más criticada, la Asamblea General adoptó esa histórica resolución que responsabiliza a los cinco miembros permanentes cada vez que recurren al veto. Con esa decisión, los países que lo utilicen deberán justificarlo ante los 193 Estados miembros de la ONU dentro de los diez días siguientes”, explica el príncipe.
Pero la monarquía de Lichtenstein también tiene buen humor cuando se trata de hacer fructificar su minúsculo principado.
“País en alquiler. Único propietario. Muy cuidadoso”, rezaba el proyecto locativo del Gobierno, publicado en la plataforma Airbnb, en 2021.
A excepción del trono del príncipe Hans-Adam II (que abdicó en el 2004), quienes estuvieran interesados podían disponer de todas las instalaciones del principado por 70.000 dólares la noche (con un mínimo de dos noches). La llave del país sería entregada por el Parlamento nacional. La propuesta incluía la posibilidad de cambiar (temporalmente) los carteles públicos de señalización, crear moneda propia y tomar una copa con el jefe de Estado.
El anuncio ha dejado de existir. Este permitía alojar entre 450 y 900 personas y utilizar más de 500 habitaciones y 500 salas de baño. Lo que significaba menos de 80 euros la noche si el inquilino se presentaba con 899 amigos. Un negocio ‘en oro’, como todo lo que concierne al minúsculo principado.
LUISA CORRADINI
LA NACIÓN (ARGENTINA) - GDA
PARÍS
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