Cernuda, el crítico implacable | Cultura | EL PAÍS
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Cernuda, el crítico implacable

Se reedita 'Estudios de poesía contemporánea', controvertido libro de 1957 por sus severísimos juicios de poetas como Juan Ramón Jiménez, Alberti, Salinas o Lorca

Desde la izquierda, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca, hacia 1927.
Desde la izquierda, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca, hacia 1927.

De Luis Cernuda (Sevilla, 1902 - Ciudad de México, 1963) no solo ha llegado su honda poesía meditativa, fruto de un profundo descontento vital, sino un carácter personal intransigente para unos, inadaptado para otros y, en cierto modo, resentido con un mundo que nunca creyó comprenderle. Tal vez porque se definía a sí mismo como "un naipe cuya baraja se ha perdido", se permitió Cernuda escribir y publicar, en 1957, Estudios de poesía contemporánea desde la más absoluta distancia con los autores que enjuiciaba, muchos de ellos compañeros de su misma generación, en una crítica que dio la vuelta a la comunidad poética española por sus comentarios implacables, que no dejaban títere con cabeza.

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Con la aparición de este ensayo que acaba de reeditar la editorial Renacimiento, el poeta sevillano fue tildado de despiadado: disparaba contra todo y contra todos y no ocultaba sus enemistades personales en un ensayo literario en torno a los poetas que transitan desde la Generación del 98 hasta la que él llamó, carente entonces de perspectiva histórica, como "Generación del 25" (en referencia a la del 27). Aún capaz de reconocer la enorme valía de la mayoría, la poesía de Alberti le parece "plana", al Romancero gitano de Lorca le afea su "costumbrismo trasnochado" y a Juan Ramón Jiménez, su "actitud inhumana", ejemplificada, dice Cernuda en un pasaje del libro, por su costumbre de vivir enclaustrado, "replegado sobre sí mismo como un Buda sobre su ombligo".

"Sopla un viento inmisericorde" fue la primera reacción que provocó en la crítica la publicación del libro. Así lo recuerda James Valender, yerno de Paloma Altolaguirre –en cuya casa de Ciudad de México falleció el poeta en 1963– y uno de los mayores expertos en la obra del sevillano. "Resulta evidente que, en algunos momentos de la redacción de su libro, Cernuda sí se dejó influir por motivos personales. No cabe duda de que los capítulos sobre Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Jorge Guillén, por ejemplo, no los hubiera escrito con la misma vehemencia de no haberse enemistado en su vida personal con ellos", asegura Valender en el prólogo del libro.

De Machado dice: "No es seguro que el prestigio del que hoy goza su obra resista intacto el paso del tiempo"

No obstante, el experto cree que al igual que "sería absurdo no reconocer la presencia en el libro de motivos extraliterarios, también sería injusto reducirlo todo a cuestiones de esta índole. Cernuda hace un auténtico esfuerzo por formular una visión coherente del desarrollo de la poesía española desde Campoamor hasta Miguel Hernández", manifiesta Valender.

Entre sus perlas, sobre la predilección de Antonio Machado por el "arte popular" escribe despectivo: "Que Machado se extasíe ante cualquier coplilla andaluza es un ejemplo extremo de los disparates en que pueden incurrir hasta las gentes más razonables y sensatas". Incluso, más adelante, tacha los gustos del poeta de Soledades de "manías folcloristas", escribe Cernuda con muy pocas dotes proféticas, puesto que se atreve a manifestar que "no es seguro que el prestigio del que hoy goza la obra de Machado resista intacto el paso del tiempo".

A Lorca le echa en cara el "costumbrismo trasnochado" de 'Romancero gitano'

Con Juan Ramón Jiménez es con quien saca Cernuda su estilete más afilado. Sus primeros libros, publicados entre 1900 y 1913, los critica porque "había en ellos una poesía semimodernista, sentimental en exceso, con afectado aire de inocencia", además de "una complacencia del poeta para consigo mismo que subsistirá lo largo de toda su obra". Cuando su poesía se acerca a la inquietud religiosa la considera "blasfema", por no hablar de su aislamiento vital, que consideró "inhumano". Pero va más allá incluso cuando habla de los versos del de Moguer como "poemitas". A Gómez de la Serna, con el que se muestra mucho más elogioso, le critica, sin embargo, su "locuacidad sin freno": "Es el defecto principal de este gran escritor, con sus dos consecuencias lamentables: la dispersión y la precipitación", explica en relación con la escasa capacidad de reflexión del creador de las greguerías.

A toda la Generación del 25 la acusa en bloque de perseguir la "moda necia de las metáforas", aunque también carga contra cada uno de ellos individualmente. El capítulo dedicado a Pedro Salinas –quien fuera su profesor en la facultad de Derecho de Sevilla y al que nunca perdonaría la crítica negativa que le hizo a su primer poemario, Perfil del Aire– Cernuda comienza tildándolo con desdén de "poeta burgués". "Su obra es conforme a la sociedad", escribe el sevillano, que anota a pie de página: "Recuerdo que en cierta ocasión, al mostrar a Salinas un trabajo mío donde afirmaba que el poeta es siempre un rebelde, este me replicó que esa era la única parte del trabajo con la que no estaba de acuerdo".

Sobre la poesía de Rafael Alberti comenta: "Solo presenta dos dimensiones: largo y ancho, faltándole la tercera, que es precisamente la que le da alma: la profundidad"

A Lorca lo valora como "un hecho en la vida contemporánea española", pero, como a Machado, le critica el "costumbrismo trasnochado" de Romancero gitano: "Al decir esto sé que voy contra la opinión general, que llama virtud en Lorca lo mismo que yo llamo defecto", escribe Cernuda que valora del de Fuentevaqueros el nuevo rumbo emprendido en poemarios como Poeta en Nueva York.

Y así continúa Cernuda con sus compañeros más populares de generación, como es el caso significativo de Rafael Alberti, cuya poesía, escribe en el libro, "solo presenta dos dimensiones: largo y ancho, faltándole la tercera, que es precisamente la que le da alma: la profundidad". A pesar de reconocerle un "virtuosismo poético sorprendente", cree que tuvo un "prestigio desmesurado" en el ambiente literario madrileño de los años 30... Quizás nunca pudo perdonar Cernuda algunas otras virtudes que su carácter hermético impedía vislumbrar: "La simpatía humana que despiertan se antepone quizá a la consideración del valor poético".

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