El fin de la tiranía

La muerte de César, el magnicidio que cambió la historia de Roma

Asesinato Julio César

Asesinato Julio César

Ilustración de Karl von Piloty del asesinato de Julio César en el Senado, en el año 44 a.C.

The Granger Collection, New York / Cordon Press

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El día de los idus de marzo, Marco Junio Bruto espera la llegada de Julio César para participar en la conjura de senadores que lo asesinará a puñaladas. Este es un relato ficticio recreado a partir de relatos y fuentes históricas.  

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Guárdate de los idus de marzo, Cayo Julio César. Son horas graves para la República y los que amamos la libertad y la independencia de nuestra ancestral forma de gobierno tenemos la obligación de actuar contra la tiranía que se cierne sobre Roma. El cielo está radiante, como si los divinos augurios se mostraran conformes con lo que debe suceder. 

Dentro de tres días César partirá hacia oriente para combatir contra los partos y no volverá a Roma en varios años, así que hoy es nuestra última oportunidad. Esta mañana cuando cruce el umbral de la curia de Pompeyo para asistir a la reunión del Senado, el dictador deberá desprenderse de la escolta que lo protege allá donde va y será el momento de actuar.  

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Es un día histórico para Roma. Los senadores patriotas debemos mantenernos más firmes y unidos que nunca para completar nuestra misión sagrada: desenvainar las dagas escondidas bajo nuestras túnicas y asesinar a Julio César para salvar así a la República del gobierno de un tirano. 

Nunca nadie había acumulado antes tanto poder en Roma. Julio César decide el nombre de los magistrados y las políticas a llevar a cabo. El Senado, verdadero propietario de la soberanía de la República, ha quedado convertido en una especie de teatro donde se representa la farsa de que César gobierna con el apoyo de los miembros de las familias más ilustres de Roma. 

Él trata de mantener las apariencias, no nombra directamente a los magistrados, pero sus recomendados son aupados al cargo por un Senado queha aceptado el humillante papel de refrendar los deseos del dictador en vez de recuperar el gobierno de la República que el derecho y la tradición romanos pusieron en sus manos. 

El gobierno recae en realidad únicamente en César y ha sustituido a los senadores por un séquito de colaboradores que nadie ha elegido y que toma sus decisiones en reuniones secretas, al margen del Senado. Hace unas semanas, invitado a casa de Marco Tulio Cicerón, César no se dignó a hablar ni una palabra de asuntos serios. La conversación de la velada fue enteramente literaria, según explicó enojado el propio Cicerón. Qué gran desprecio a uno de los políticos más valiosos de Roma, que hace dos décadas salvó la integridad de la República durante la conjura de Catilina, la conspiración para tomar por las armas el poder absoluto. 

Lo que no pudieron lograr Catilina o antes Lucio Cornelio Sila, imponer el poder de las armas al de las togas de la paz, como lo definió Cicerón, parece haberlo logrado Julio César. Como general victorioso en el campo de batalla ha adquirido un prestigio desmesurado. Ha pasado los últimos 14 años en el campo de batalla, librando una guerra tras otra, en las Galias y contra sus propios adversarios romanos en una cruenta guerra civil en la que derrotó al único romano que se le podía oponer, Pompeyo Magno.  

Ha sometido Egipto convirtiendo el fértil imperio del Nilo en un reino vasallo de Roma, y muchos lo ven aquí como la figura que puede acabar con décadas de inestabilidad y luchas convulsas desde la época de Sila y Mario. Bien es cierto que nadie podrá decir que haya antepuesto sus intereses personales a los de Roma durante estos años. 

Yo mismo debo reconocer haber sido beneficiado por la magnanimidad de César. Me puse al lado de Pompeyo durante la guerra civil y aún así fui perdonado por él, reintegrado a la vida pública de Roma y honrado con cargos y magistraturas. No puedo decir que haya sido maltratado. 

Pero la cuestión no es lo que hace, sino cómo lo hace. Todos esto años de victorias militares, lejos de Roma la mayoría del tiempo, lo han acostumbrado al mando en solitario que exige el ejército, han acentuado su carácter impaciente y su desdén por los procedimientos que requieren las decisiones en la vida civil.  

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Se ha hecho nombrar dictador perpetuo y ahora su poder sobre el destino de Roma no conoce más límite que el del día de su muerte, por ello ésta tiene que suceder más pronto que tarde. El gobierno de un solo hombre rodeado de acólitos es el primer paso para introducir una corte real y para el regreso de la monarquía a Roma, una forma de gobierno detestada por todos los romanos, incluso por los más favorables a César. 

Es el momento de hacer honor a la estirpe de los Junios, que hunde sus raíces en los orígenes de la propia Roma, y que llevamos con orgullo descender del romano que expulsó del trono al último rey de Roma, instauró el gobierno de la República y fue su primer cónsul, Lucio Junio Bruto, cuya imagen es venerada en toda la ciudad. 

Es mi deber casi 500 años después tomar su relevo. Mi linaje y mi fama de hombre ajeno a la ira, a la lujuria y a la ambición, y de ánimo firme e inflexible en las cuestiones honestas me hacen imprescindible para que triunfe esta conjura que reúne a más de sesenta senadores. Si yo me muestro decidido a acabar con el tirano, nadie flaqueará en su ánimo. 

No es plato de buen gusto cometer la ignominia de asesinar a traición a un respetable senador romano, pero debemos hacerlo para evitar una ignominia todavía mayor, un gobierno monárquico que pisotea y humilla a la tradición romana. Por lo que a mí respecta, hoy no se cometerá el asesinato de un tirano, sino la muerte de la tiranía.  

Como dijo el propio César en una ocasión, la suerte está echada. 

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