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Lutero y la Reforma

No se trata de interés por un personaje, sino porque en su cercanía podemos percibir los actos providenciales de nuestro Dios.

12 DE ABRIL DE 2015 · 11:25

Martín Lutero, por Lucas Cranach el Viejo.,
Martín Lutero, por Lucas Cranach el Viejo.

Sirvan estas notas para recordar que ya estamos a un paso del 500 de aquel momento, que se ha dado para colocar el inicio de la Reforma Protestante, cuando Martín Lutero, monje agustino (promesa tras el susto en una tormenta, 1505), doctor en teología, profesor de Biblia en la universidad de Wittenberg, luego de dar lecciones sobre Génesis, un curso en dos años sobre los Salmos (1513-1515), y otro sobre la carta a los Romanos (1515-1516); al poco de haber propuesto unas tesis de discusión contra el modelo escolástico, colocó las 95 famosas contra las indulgencias el 31 de octubre de 1517 (en la iglesia del palacio, dónde y cómo no es importante).

Esas tesis, sin que sean especialmente relevantes en su teología, al difundirse produjeron una dinámica que resultó imparable. En ese sentido, sí puede decirse que en esa fecha se puso en marcha el movimiento de la Reforma, que antes existía, pero que no se integró en la sociedad hasta esta circunstancia. A partir de ese momento, la persona, el personaje, de Lutero y los caminos de la Reforma están vinculados, con todos los aspectos positivos o negativos que esto suponga. Tras su muerte (Febrero de 1546), los caminos de la Reforma siguen, porque no dependía del personaje, pero en las tres décadas desde las tesis, su persona, más aún, su experiencia personal, fueron un referente.

Entender algo de lo que supuso la Reforma Protestante implica conocer a Lutero, aunque con eso no se cierre la página. La Reforma no puede reducirse al personaje, pero tampoco entenderla excluyéndolo. Esos dos extremos se han dado. Algunos nos han presentado el Protestantismo en la imagen de Lutero; otros prescindiendo de él. A ver qué dicen y cómo salimos del V Centenario.

Simplemente unas notas; en otras semanas, d. v., seguiremos con el personaje y su circunstancia. Pues, aunque como explica Heiko A. Oberman, Lutero fue un personaje expuesto siempre a lo público, incluso en lecho de muerte “…Se vio obligado, una vez más, a convertir en acto público el hecho más individual y privado del hombre”; todavía queda en el imaginario de algunos la figura de un Lutero sin realidad concreta. [La biografía de Oberman, trad. 1992, es siempre recomendable; de lectura, queda como muy útil la selección de obras de Teófanes Egido, 1977; también es necesario el trabajo de Joaquín Abellán, Escritos Políticos de Lutero, 1986] De un lado, todavía se puede escuchar a evangélicos que piensan que Lutero se encuentra una Biblia encadenada, y se pone a leerla y descubre el Evangelio. Realmente, aunque muchos no conocían en ese tiempo nada sino supercherías, historias de santos y del diablo, también es necesario recordar que otros sí conocían, y mucho, la Biblia. Pasaba en la orden agustina, y sobre todo en la jerónima. Valga recordar que antes del conflicto de las indulgencias, con sus 95 tesis, Lutero enseñaba Biblia. Génesis no quedó, pero sí su trabajo sobre los Salmos y su comentario a Romanos, nada menos. (Por supuesto, en nuestro suelo había sectores donde el conocimiento bíblico era formidable.)

Otros, en la parte papal, afirman como si tal cosa que se hizo protestante para casarse. Como si para poseer mujer en ese tiempo fuere menester hacer una Reforma; cualquier papa, cardenal, obispo o clérigo, podía mostrar mil formas y ejemplos.

No se trata de interés por un personaje, sino porque en su cercanía podemos percibir los actos providenciales de nuestro Dios. Y debemos atender algunos pormenores, al menos, para no desubicarlo, y con ello desfigurar la propia Reforma. Del personaje existe un dato que parece simple, pero que conviene recordar: quien inicia la Reforma es un fraile. Y no se trata de iniciarla y de inmediato dejar de serlo. Se le liberó de la obediencia, pero no se quitó el hábito hasta final de 1524, siete años después de las tesis. De manera que la vida más fructífera en cuanto a escritos y decisiones, Lutero la vive con hábito. (Se lo quitó un poco antes de casarse, junio de 1525, quizás por eso.)

Desde final de 1525, cuando responde a Erasmo con su famoso De servo arbitrio (otra lectura obligada), y donde aparecen sus respuestas ante el conflicto de los campesinos, hasta su muerte (1546), sigue un Lutero Expuesto a lo público, hasta en las charlas de sobremesa, pero con una modalidad algo cambiada. Se puede percibir a un Lutero adaptado, sin los bríos del principio. Tenemos calificaciones del papado groseras; también contra los judíos. (Unos días antes de morir dictó un sermón contra ellos.) Esta situación debe tratarse para conocer al personaje. Un factor decisivo en esta última etapa de Lutero es precisamente su concepto del tiempo final; tiene una escatología en la que percibe que es el suyo el último estadio, que incluye la destrucción de la iglesia Romana; pero eso no ocurre, de hecho, su Reforma se está quebrando (y menos mal que no vivió para, en pocos meses, ver la derrota de príncipes protestantes). Ya miraremos este aspecto.

Este acercamiento debe enfatizar que Lutero es el personaje de la Palabra, de la Escritura como experiencia de salvación. La Biblia como fundamento de la experiencia de Cristo en el pecador. Su experiencia de salvación, su encontrar la paz con el Dios justo, es un campo muy fértil para todos.

Iremos viendo, d. v., asuntos del personaje y de su circunstancia. Es una manera de entender la Reforma y aplicar principios para hoy.

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