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LOS CUARENTA DÍAS DEL MUSA DAGH – Franz Werfel

«¡Turquía para los turcos!», clamaban algunos en dicho país, a principios del siglo XX (un siglo después, también). La consigna, variación de una fórmula repetida en la larga lista de crímenes del nacionalismo, inspiraba por entonces aquella otra, pavorosamente familiar, de la necesidad de «solucionar el problema armenio». Una y otra consignas se amalgamaban en la política genocida emprendida en 1915 por los jefes del gobierno turco, el ministro del Interior Mehmet Talaat y el ministro de Guerra Ismaíl Enver, quienes se aprovecharon de la guerra mundial en curso para implementar una política de eliminación de los cristianos armenios, a quienes consideraban el enemigo interno por antonomasia; según explicaron al gobierno alemán, su aliado en la guerra, «el trabajo que había que hacer –el exterminio-, había que hacerlo ahora; después de la guerra sería demasiado tarde». El asesinato en masa resultante de esta perversa urgencia conmocionó profundamente a Franz Werfel, escritor de nacionalidad austríaca y de origen judío que concibió la idea de redactar una novela sobre el tema durante una estancia  en Damasco, en 1929. Publicada por primera vez en 1933, Los cuarenta días del Musa Dagh es la historia de la resistencia ofrecida al ejército turco por unos pocos miles de civiles armenios a mediados de 1915, en el Musa Dagh, el Monte de Moisés (ubicado al borde del Mediterráneo oriental, cerca de Antioquía).

Ya antes los armenios habían sido víctimas de matanzas, orquestadas a fines del siglo XIX por el gobierno del sultán Abdul Hammid II. Esta vez se trataba de algo peor. Las matanzas podían durar unos cuantos días y extinguirse tan pronto se saciaba la sed de sangre de los victimarios, por lo general soldados librados brevemente a la violencia. Las matanzas «se producían en el desorden y morían en el desorden»,  dice un personaje de la novela. En 1915 y los años que siguieron, en cambio, operaba un sistema, y el instrumento fundamental de este sistema fue la deportación. Se acarreaba a los armenios en grandes cantidades y en condiciones extremas desde sus lugares de residencia hacia campos de deportación, los que en su mayoría se hallaban en el desierto, en las proximidades del río Eufrates. Los que no morían en el trayecto, y fueron muchos los que sucumbieron, morían en los campos.  La deportación, prosigue el referido personaje, «no se alejaba como un terremoto que dejaba siempre en pie algunas casas y hombres a salvo. La deportación se prolongaba hasta que el último hombre de un pueblo caía traspasado por la espada, moría de hambre en el camino, de sed en el desierto o a consecuencia del  cólera o el tifus». No se trataba de embriaguez sanguinaria transitoria, sino de un orden con un fin perverso: la sistemática eliminación de una minoría étnica a la que se consideraba un elemento perturbador para  la perfecta armonía de la nación turca. Lo señala otro de los personajes: el exterminio de los armenios, decidido por Enver y Talaat, «es la guinda de su política nacionalista».

Tenemos, pues, a los armenios, aparentemente condenados a la impotencia y a una eterna sumisión; condenados a tender el cuello cada vez que el hacha asesina del fanatismo se cierne sobre su destino. Esta vez, en medio de la descomunal operación de exterminio, alrededor de 4500 armenios deciden oponer una resuelta resistencia, fortificándose en la mencionada montaña. Se trataba de simples aldeanos, habitantes de las siete villas armenias emplazadas en las proximidades del Musa Dagh –que ya desde antes proveía refugio a un puñado de desertores y forajidos–. Gentes que, en calidad de nativos del lugar, conocen a la perfección cada vericueto y cada pliegue del terreno, y que a esto añaden el coraje de la desesperación. Pueden así infligir varias derrotas a los turcos, vulnerando el orgullo de la que suele tenerse por una «raza guerrera» (¡y los que pisotean ese orgullo no son más que campesinos y comerciantes!). No obstante, saben que su futuro esta sellado y su única, loca esperanza, es que algún buque británico o francés de los que fondean en Chipre acuda en su auxilio.

Por descontado que las poco más de 800 páginas de la novela ofrecen al lector una nutrida galería de personajes, en general de trazas muy verosímiles; algunos de estos personajes, rayanos en lo pintoresco, añaden una dramática nota de color en lo que de otro modo podría haber sido una masa gris de individuos indiferenciados. Destaca por méritos propios un personaje histórico, el orientalista y misionero protestante alemán Johannes Lepsius (1858-1926). Verdadero ángel guardián del pueblo armenio, Lepsius se comprometió en su defensa desde  las matanzas hammidianas de 1896. Horrorizado por las noticias relativas al exterminio emprendido por el gobierno turco, intercede a favor de los armenios frente al ministro de Guerra, Enver Pashá, con quien sostiene una breve e infructuosa entrevista. Cuando desespera de todo éxito para su ímprobo empeño, es conducido clandestinamente ante un selecto grupo de turcos que encabezan una orden religiosa musulmana, contraria al nacionalismo y a la masacre de los armenios; esta cofradía de derviches proporciona la única luz que pueden ver los asediados en el Musa Dagh, precisamente en el momento de su mayor zozobra. Sin duda, las contadas intervenciones de Johannes Lepsius representan algunos de los momentos álgidos de la narración.

El protagonismo recae inequívocamente en Gabriel Bagradian, personaje presumiblemente ficticio. Bagradian encarna las tensiones espirituales del desarraigo y el reencuentro con las raíces. Vástago de una familia armenia de acaudalados comerciantes, cuenta 35 años de edad al desencadenarse los acontecimientos, la mayoría de los cuales los ha vivido en París. Educado como occidental, casado con una francesa de familia acomodada, Julieta, Bagradian es arqueólogo e historiador del arte, asiste a las lecciones de filosofía de Bergson y publica eruditos artículos en revistas de gran sofisticación. Sus 23 años europeos, su exquisita formación intelectual, su familia europea (tiene un hijo de 12 años, Esteban) y sus relaciones sociales europeas hacen de él un armenio sólo en teoría. La enfermedad de su hermano mayor, responsable de las empresas familiares, lo obliga a retornar a Turquía justo cuando el espectro de la guerra amenaza Europa, en julio de 1914. No tiene muchas razones para exhibir un ardiente patriotismo, mucho menos si se trata de luchar en el bando enemigo de Francia, pero el sentido del deber se impone y, ya desatado el conflicto, se presenta ante la autoridad militar competente (Bagradian es oficial de reserva del ejército turco agregado a un regimiento de artillería). Curiosamente, cuando la marcha de la guerra dista bastante de ser favorable al imperio otomano, su ejército no parece tener necesidad de oficiales: el comando de la división prescinde de los servicios de Gabriel, y un tiempo después se ve obligado a entregar su pasaporte y su teskeré (pasaporte interno). La medida abarca a todos los armenios por igual; por muy occidentalizado que esté, Gabriel Bagradian no debe esforzarse mucho para presagiar lo que sigue a semejantes medidas.

Una vez resuelta la resistencia en el Musa Dagh, Bagradian debe conformarse con asumir el mando militar; el mando supremo recae en el sacerdote del lugar, Ter Haigassun, hombre adusto y respetado por todos. Gabriel descubre en sí insospechadas condiciones para la jefatura y la organización, y será principalmente por el riguroso ejercicio de sus facultades y sus constantes desvelos que los asediados –entre los cuales se cuentan mujeres, ancianos y niños– se apuntarán una breve sucesión de triunfos. Ahora bien, es su hijo Esteban quien debe sufrir lo peor del estigma del extranjero, del que no pertenece a la comunidad; los chicos de su edad se lo hacen saber continuamente. Por más que se esfuerce en ganarse su afecto y su respeto –y vaya que comete locuras para lograrlo–, siempre habrá una barrera infranqueable entre él y los indígenas del valle del Musa Dagh: «No eres de los nuestros», parecen decir sus gestos, incluso sus omisiones. La situación carga con el signo de la fatalidad.  ¿Será lo mismo para todos los asediados?

Franz Werfel (Praga, 1890 – California, 1945) fue uno de los más eximios cultores del estilo expresionista de la literatura germana, vigente aproximadamente entre 1910 y 1930. Su adhesión a esta corriente quedó plasmada en una celebrada obra poética y de teatro; a fines de los años veinte, Werfel comenzó a distanciarse de las tentativas experimentales asociadas con el expresionismo, volcándose gradualmente hacia un estilo más convencional. La novela que reseño, en efecto, remite al mejor realismo del siglo XIX, y nada en ella parece testimoniar la estirpe vanguardista de su autor. Da la impresión de que Werfel hubiese optado por desembarazarse de las sofisticaciones y búsquedas formales que uno puede atribuir a su período expresionista, privilegiando la fuerza de una historia en sí misma impactante. El resultado es una narración tan sobria como contundente, la que, antes que el heroísmo de las grandes proezas, enaltece la dignidad de la condición humana frente al intento de suprimirla.

Los restos de Franz Werfel yacen en el denominado Dzidzernagapert, el Monumento al Genocidio Armenio sito en Yerevan, capital de Armenia. Ahí reposan también las cenizas de Johannes Lepsius.

– Franz Werfel, Los cuarenta días del Musa Dagh. Losada, Buenos Aires, Argentina. 2004. 838 pp.

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13 comentarios en “LOS CUARENTA DÍAS DEL MUSA DAGH – Franz Werfel

  1. ARIODANTE dice:

    Mira por dónde no tenía ni idea de que a Werfel, al que situaba más por el lado poético y musical, hubiera escrito este tipo de novela histórica. Pasmoso. Lo que se aprende contigo, Rodri! Todos los días, algo nuevo.
    Interesantísimo, todo un descubrimiento.

  2. Rodrigo dice:

    Y tan musical, este Werfel. Fue el tercer y último marido de la célebre Alma Mahler.

    Antes de leer esta novela sólo lo conocía por Una letra femenina azul pálido, novela breve muy en otra cuerda, más bien intimista, impregnada del tono melancólico y como de fin de época característico de una hornada de escritores centroeuropeos. Según las referencias que he encontrado, Ario, la fama de Werfel se basa especialmente en Cuarenta días…, mucho más que en toda su obra poética y vanguardista.

    Sobre la novela, bueno, precisar que al interés intrínseco del contexto histórico, el genocidio armenio y la resistencia en el Musa Dagh, se suma el interés literario de los personajes y una serie de subtramas que se van urdiendo conforme avanza la narración del tema central. Aparte lo del memorable Lepsius, personaje histórico, hay la (acaso) inevitable subtrama romántica a dos bandas, la que obviamente involucra al matrimonio Bagradian. Lo crucial en esta parte es el motivo del “choque cultural” y la identidad dividida: por un lado Gabriel, zarandeado en lo personal por su “yo” francés y su “yo “armenio” (un judío austríaco como Werfel debía saber de estas cosas); por el otro Julieta, su esposa, que nunca acaba de encajar entre los armenios y no se resigna sufrir un destino que le es del todo ajeno. Gabriel, claro, se enamora de una joven armenia que lo ha soportado todo en su huida de los turcos (y entiéndase ese “todo” como lo peor), mientras que Julieta se desahoga con un petimetre medio griego, medio yanqui, que ha caído ahí en la montaña por accidente. Menudo culebrón.

    La galería de personajes da para mucho pero no tiene sentido referirse a todos. Muy destacable resulta, en todo caso, un sujeto al que llaman “el ruso”, esto por haber estado unos años en Rusia (como estudiante de seminario, como obrero y como presidiario). Flaco y seco como una vara, sin embargo muy resistente, también impasible e indiferente a todo. Personaje enigmático, de alguna manera asoma como el líder de los proscritos y desertores que se habían refugiado en el Musa Dagh antes de desencadenarse el genocidio. Gabriel Bagradian, tan atildado y capaz de imponerse con naturalidad a todos los demás, vacila ante el “ruso”, cubierto de harapos pero imponente por su desparpajo y su sangre fría.

    Un dato de interés es que la parte de la entrevista entre Enver Pasha y el alemán Lepsius se basa en las notas que éste escribió.

    Por ahí me enteré de una película basada en la novela, realizada en los 80 –creo- y poco conocida fuera de Armenia. Al parecer un estudio hollywoodense adquirió los derechos hace tiempo pero el proyecto de hacer la peli nunca se ha concretado.

  3. ARIODANTE dice:

    Justamente conocí la existencia de Werfel cuando leí la autobiografía de Alma Mahler-Werfel, e incluso tengo una novela suya que se llama La novela de la ópera. Por eso se me hace raro que trate este tema, aunque no deja de ser interesantísimo lo que planteas. La duplicidad que viven los judíos, que siempre son judíos-y-otra-cosa, es algo que les une a todos aquellos marginados por causas raciales.
    Me gusta que de vez en cuando reseñes novelas, Rodri.
    De la película que mencionas no tengo idea.

  4. Rodrigo dice:

    Mmm, no conozco el libro que mencionas, La novela de la ópera. Investigaré.

    A todo esto, la novela Una letra femenina azul pálido se inspira en las dificultades matrimoniales de Werfel con Alma. Creo que te gustaría leerla, fue publicada hace un tiempo por Anagrama.

    Si mal no recuerdo –no tengo el libro a la mano-, el autor del prólogo, el historiador argentino de origen judío Osvaldo Bayer, señala que Cuarenta días… tuvo un efecto inspirador entre los judíos del gueto de Varsovia. Exageraciones más o menos, se comprende muy bien.

  5. ARIODANTE dice:

    Me interesa muchísimo la que dices, porque Alma me resultó un personaje subyugador, y sus relaciones aunque eran bastante complicadas, no sé, son temas que me atraen poderosamente. Las relaciones de las mujeres de los artistas/literatos, que siempre muestran elementos cuando menos, curiosos, para comprender sus movimientos por la vida y el arte.

  6. Publio dice:

    Buena reseña, Rodrigo, de un tema que siempre me ha interesado y del que he podido leer menos de lo que quisiera. La pena es que por ahora no tengo este libro accesible así que, tendré que esperar.

    La película a la que te refieres es concretamente del año 1982.

  7. fcrosas dice:

    Es una extraordinaria novela en sí misma y también muy recomendable porque es uno de los pcoos textos que hasta la fecha recrean el primer genocidio del siglo XX, el de los armenios a manos de los turcos. Hasta hace nada era políticamente incorrecto reconocer que existió ese exterminio planeado y sistemático, por razones fundamentalmente de raza y religión. un negro oreludio para el siglo más oscuro de la Historia de la Humanidad.
    Werfel es un narrador de primera cate´goría. me he leído casi todo lo que está traducido (no leo alemán): Escuchad la voz, Los que no nacieron, Una letra femenina azul pálido, El cielo a buen precio, La canción de Bernardette, La novela de la ópera, reunión de Bachileres… Nunca me ha defraudado.
    http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=1855

  8. Rosalía de Bringas dice:

    Yo único que puedo expresar es mi admiración por el conocimiento y la curiosidad que las reseñas de Rodrigo suscitan.
    Muchas gracias por regalarnos tan buenos comentarios¡, de verdad.

  9. Rodrigo dice:

    Gracias, estimados contertulios.

    Reviso el libro La cultura de Weimar, de Peter Gay, en que las referencias al expresionismo literario y a Franz Werfel son frecuentes, y encuentro un par de datos interesantes. Sucede que La novela de la ópera, también conocida como Verdi, marcó la ruptura de Werfel con el vanguardismo y su vuelco hacia una literatura de tipo objetivo, más convencional. En palabras de Gay, “el Verdi de Werfel es como un despertar del expresionismo para regresar a la realidad”. Lo otro es que Werfel tuvo un papel destacado en el capítulo de la rebelión filial, suerte de leit motiv de la literatura alemana de la época de Weimar, del que Gay saca partido justamente para caracterizar el espíritu del momento, la atmósfera moral y cultural del período (en esencia, el conflicto entre generaciones, entre los padres afincados en el pasado y los hijos con la mirada puesta en el futuro). Werfel publicó en 1920 una novela o relato sobre la rebelión del hijo titulado El culpable es la víctima, no el asesino; los nazis se encargaron de descontextualizar y tergiversar la frase y la convirtieron en un perverso aforismo.

  10. Nicolás dice:

    Ante todo un saludo a todos los lectores del blog, así como a sus creadores. Es curioso cuando he encontrado la reseña de éste libro porque me ha venido a la memoria su lectura hace bastantes años, al final me he puesto a buscar y lo he encontrado en una edición nada menos que del año 1956 ( que era de mi padre), y realizada por José Janés Editor, desconozco si es algún antecesor de la editorial Plaza y Janés actual, yo no quiero entrar en ningún análisis ni del libro ( que en su momento me pareció muy bueno) ni del autor porque eso ya lo han hecho antes que yo en sus comentarios personas mucho más preparadas que yo, pero si quiero agradecer enormemente los recuerdos que me ha traído la lectura de ésta reseña, y la sorpresa de algunos libros que se editaban en éste país en esos años.

  11. Rodrigo dice:

    Saludos y bienvenido a Hislibris, Nicolás.

    Llegué a creer que de esta novela no había más edición en castellano que la de Losada. Se agradece el dato.

  12. javier dice:

    Habeis leido la guerra del fin del mundo de Vargas Llosa?
    No le encontrais un gran paralelismo?

  13. Luis Pancorbo dice:

    Confirmo la noticia de Nicolas ya que yo tengo un ejemplar del libro editado por José Janés y publicado en el «Club de los lectores» 1ª edición julio 1956.

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