Los Médici, el ascenso de unos banqueros a gobernantes de Florencia

Los Médici, el ascenso de unos banqueros a gobernantes de Florencia

La increíble historia de cómo los Médici pasaron de ser simples prestamistas a dominar la política, la economía y la cultura de la Florencia renacentista.

Los Médici, el ascenso de unos banqueros a gobernantes de Florencia (Roberto Piorno)

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Florencia no reunía las condiciones para ser una próspera metrópoli del Renacimiento; mucho menos aún para convertirse en uno de los epicentros del poder políticoeconómico en el Viejo Continente. Ubicada en el corazón de un condado con una posición estratégica poco ventajosa, con escasez de recursos y de materias primas, discurría a ambos lados del Arno, un río innavegable durante buena parte del año. Por otra parte, el gobierno de la urbe, la Signoria, vivía sumido en un caos crónico. Las magistraturas y consejos recaían exclusivamente en manos de los inscritos en los diferentes gremios profesionales. Dos tercios de la población estaban totalmente excluidos de la toma de decisiones políticas. Pero, además, Florencia vivía en un proceso enquistado, en una pelea interna hasta la última gota de sangre entre las familias más notables de la nueva burguesía adinerada y los clanes de la vieja aristocracia terrateniente, reacia a dar la batalla por perdida, por el control de las magistraturas y los oscuros resortes de poder de la ciudad. 

El banco crediticio de Europa

El de Florencia era, a todas luces, un modelo oligárquico en el que las familias más pudientes luchaban por el poder. Sin embargo, a pesar del caos político y de la escasa generosidad del entorno natural, era la ciudad más rica de Europa, con una renta que superaba holgadamente a la de toda la Inglaterra de Isabel I. Y es que en la Florencia de finales del siglo XIV y comienzos del XV se daba una revolución social y económica en toda regla, merced a la cual la vieja aristocracia de la tierra estaba siendo literalmente barrida por la nueva aristocracia comercial. Ya no era la posesión de 88 tierras la medida de todas las cosas; era el dinero. Y en este capitalismo germinal, ningún lugar en Europa estaba tan bien posicionado como la capital toscana, por una sencilla razón: no había otro rincón en Europa donde hubiera tanto dinero. Buena parte de las monarquías europeas dependían del dinero florentino para subsistir. Florencia era el banco de crédito con mayúsculas, y esa excepcional dependencia del florín toscano se traducía en poder y fortuna para la modesta metrópoli. 

A finales del siglo XIV y comienzos de la centuria siguiente, el clan Albizzi manejaba a sus anchas –desde la sombra, a la manera florentina– los resortes políticos y económicos de la urbe. Pero una nueva época estaba a la vuelta de la esquina y una nueva familia de banqueros se asomaba en el horizonte para disputarle el “trono” a los Albizzi. Se trataba de un clan que solo había despuntado en los siglos precedentes por los “servicios” prestados a la ciudad, ocupándose de la brutal purga de miembros del Partido Blanco en favor de sus archienemigos del Partido Negro. Gracias a estos discutibles méritos, los Médici, liderados por Averardo, comenzaron a hacer fortuna. El primero en recoger los frutos fue Giovanni de Médici, elegido gonfaloniero (alférez) de Justicia en 1421 para regocijo de sus pares, que daban por hecho una política continuista y no recelaban aún de una dinastía demasiado débil como para ser un peligro para los Albizzi. 

Los Médici, el ascenso de unos banqueros a gobernantes de Florencia

Los Médici, liderados por Averardo, comenzaron a hacer fortuna. Créditos: Wikimedia Commons

Un fabuloso patrimonio

Pero Giovanni tenía su propia agenda y se ganó el odio eterno de la aristocracia comercial y financiera florentina con la polémica aprobación de un impuesto del 7% sobre el capital. El Banco Médici amasó una fortuna y se convirtió en uno de los motores económicos de la ciudad y, más importante aún, en uno de los factores determinantes en la redefinición de la política. A su muerte en 1428, el patrimonio de la casa Médici se situaba ya en el umbral de los doscientos mil florines: era ya una de las primeras familias de la República. No tardaría en convertirse en la primera, la dinastía hegemónica y el clan banquero por antonomasia. Las finanzas de los Médici y la suerte de su futuro inmediato estaban más que seguras en manos del hijo de Giovanni, Cosme. 

El nuevo patriarca de la familia aprendió de su padre que la mejor manera de ejercer el poder era desde bambalinas; por eso, apenas desempeñó una magistratura menor como miembro del Consejo de los Diez, operativo solo en tiempos de guerra. Cosme era mucho más hábil moviéndose desde la sombra, tejiendo redes de influencia que le permitieran situar a sus partidarios en los puestos clave del gobierno sin mancharse directamente las manos con la cruenta política florentina. El dinero todo lo puede, y Cosme supo utilizarlo en su provecho. Financió en primera persona, y sin recurrir a un solo florín del Estado, la guerra contra la vecina Lucca. Venció y se convirtió en un héroe para el pueblo, y de paso en el acreedor de la Signoria y en su salvador. El ascenso de los Médici en Florencia era ya imparable, y por eso los Albizzi intentaron una última maniobra desesperada, acusando a Cosme abiertamente de ambiciones monárquicas y procedimientos dictatoriales. 

Enemigos derrotados

Las maniobras de los Albizzi, que seguían siendo muy influyentes, tuvieron éxito: Cosme fue arrestado y, posteriormente, condenado a muerte por un Parlamento reunido excepcionalmente en la Piazza della Signoria. Cosme reaccionó con la calma y el aplomo que le caracterizaban y se limitó a comprar a base de florines la voluntad del gonfaloniero, que finalmente le impuso solo diez años de destierro. Años que pasó parcialmente en Venecia, uno de sus mejores clientes, hasta que finalmente pudo regresar a Florencia como un héroe, aclamado por la plebe, con su peor enemigo, la familia Albizzi, exiliada por voluntad propia y consciente de que la proverbial paciencia de Cosme había otorgado una victoria definitiva a los Médici. 

Obra de Rafael Sanzio

El segundo hijo varón de Lorenzo el Magnífico llegó a ser pontífice con el nombre de León X en 1513. Obra de Rafael Sanzio.

Cosme siguió ejerciendo el poder desde bambalinas, refugiado en la creencia, evidentemente falsa, de que es hacerlo abiertamente lo que corrompe el alma y el cuerpo. Delegó en otros el trabajo sucio, copando con su gente todos los puestos de responsabilidad en las instituciones de la ciudad, pero en la práctica era dueño y señor de Florencia sin derramar sangre, gracias a la mejor arma del momento: el florín. A Cosme no le entusiasmaba ser el foco de atención: siempre fue un hombre extraordinariamente discreto, que apenas se concedió la libertad de concebir un hijo ilegítimo con una criada, todo un escándalo para un hombre tan recto, austero y ponderado. 

El primer gran mecenas

Sus florines no solo servían para comprar poder: era mucho más que un excepcional diplomático y un inversor agudo e infalible. El hombre fuerte de los Médici invirtió hasta cuatrocientos mil florines, una suma astronómica para la época, para rodearse de los mejores artistas del período, ejerciendo de protector y financiando las obras de Brunelleschi, Donatello, Botticelli, Lippi o a filósofos de la talla de Alberti o Pico della Mirandola. Todos acudían a Florencia al abrigo de Cosme, el primer gran mecenas de las artes de la casa Médici. Invirtió mucho dinero en adquirir valiosos manuscritos originales procedentes de Atenas, Constantinopla o Alejandría, y su compromiso con la promoción del pensamiento clásico se materializó con la fundación en Florencia de la Academia Platónica, dando así un impulso decisivo al saber laico y dotando a la filosofía de una magistratura al margen de los dogmas de la teología. 

Todo ello le valió ser rebautizado entre los suyos como “Padre de la Patria”, un modelo para futuras generaciones. En la práctica, la dinastía Médici funcionaba ya de facto como una monarquía hereditaria y, a la muerte de Cosme, lo sucedió su hijo Piero, apodado el Gotoso por ser víctima, de manera especialmente cruda, de una enfermedad que afectaba a todos los varones de la casa: la gota. Piero hubo de enfrentarse a la hostilidad de las familias más poderosas de la ciudad, que vieron en la muerte del gran Cosme una oportunidad de oro para desplazar a los Médici. Heredó la fortuna de su padre, pero no sus habilidades diplomáticas ni su excepcional destreza para instrumentalizar cualquier revés a su favor. 

Lorenzo, el gran heredero

A pesar de todo, logró preservar la hegemonía de los Médici hasta su muerte en 1469. Cosme había sido muy consciente de las limitaciones, a causa fundamentalmente de su delicada salud, de su primogénito, y por eso invirtió tanto en la educación de su sobrino, Lorenzo, que tomó clases de filosofía de Marsilio Ficino y de griego de Giovanni Argiropulo. 

Su talento estaba fuera de toda duda y al morir su padre, aún sin haber cumplido los 21 años, asumió el control de los intereses económicos del clan y, aunque en un principio se mostró reacio a inmiscuirse en la vida política de la urbe, sus partidarios acabaron por convencerlo de asumir el rol de primer hombre de la República con todas las consecuencias. 

Lorenzo era físicamente poco agraciado, pero con un carisma irresistible. Se casó con la princesa romana Clarisa Orsini, de la que no estaba enamorado, pero entendió los múltiples beneficios que comportaría a la familia emparentarse con una de las casas más distinguidas y ricas de Roma, y a pesar de que la mujer de su vida fue su amante, Lucrezia Donati, se esforzó por ser buen marido. 

Con el fin de asegurarse el control político de la ciudad, se inventó una nueva institución de dirección colegiada: el Consejo de los Setenta, cuyos miembros vitalicios eran mayoritariamente afines y “clientes” de la familia Médici. A pesar de todo, Lorenzo era aún un joven impulsivo y no tenía el aplomo diplomático de Cosme. Por eso, intentó anexionar la ciudad de Imola a la República Florentina, entrando en conflicto directo con el papa Sixto IV que, airado, arrebató a los Médici el protagonismo en la gestión de las financias pontificias en beneficio de otro enemigo ancestral de la familia: los Pazzi. Fue un duro revés: el clan Médici perdió así a uno de sus mejores clientes. 

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En plena ceremonia, Lorenzo y su hermano Giuliano fueron abordados por un selecto grupo de conspiradores. Créditos: Wikimedia Commons

Los Pazzi contra los Médici

Desde entonces se ganó la enemistad del papa y se convirtió en un elemento incómodo, peligroso e indeseable en los equilibrios de poder de la Italia renacentista. Así, en el Sábado Santo de 1478 se urdió una conspiración para acabar con su vida en la catedral de Santa María del Fiore. En plena ceremonia, Lorenzo y su hermano Giuliano fueron abordados por un selecto grupo de conspiradores, que contaban con la simpatía del papa, entre los que se encontraban, por supuesto, sus archienemigos, los Pazzi. Fue uno de ellos precisamente, Francesco, el que asestó varias puñaladas mortales a Giuliano; Lorenzo logró escapar malherido, pero los Pazzi y sus aliados parecían tener la sartén por el mango. 

Salieron así a la plaza al grito de “¡Libertad!”, pero el pueblo no creía en los verdugos y se alineó con Lorenzo. Los Médici habían sobrevivido a la conspiración y la purga fue atroz, con más de ochenta implicados ajusticiados después de sufrir horribles tormentos. Sixto IV estaba indignado, pero aún le quedaba una baza por jugar: el rey Fernando de Nápoles, que aliado con el pontífice lanzó un ultimátum a la Signoria: o Lorenzo se entregaba al papa o su ejército invadiría la Toscana. Sabiéndose contra las cuerdas, Lorenzo decidió entregarse voluntariamente pero, una vez en Nápoles, su carisma salió a relucir: sedujo por completo a su captor, conquistando su amistad y logrando que intercediera a su favor ante Sixto IV, que selló la paz a regañadientes con el Médici poco tiempo después. Lorenzo, llamado por sus contemporáneos el Magnífico, había demostrado una capacidad de supervivencia inaudita. Entretanto, el líder de los Médici dejaba hacer al Consejo de los Setenta mientras él se ocupaba de cosas más elevadas. Al igual que Cosme, fue un excepcional mecenas de las artes. Era él mismo un discreto poeta, pero su sensibilidad para las bellas artes y su buen gusto estaban fuera de toda duda. 

Protector de Miguel Ángel

Consciente de lo importante que era, desde el punto de vista propagandístico, el embellecimiento de su ciudad y la visualización de su poder, protegió a artistas notables, financiando las obras de Lippi, Botticelli, Pollaiolo, Verrocchio y, sobre todo, una de sus grandes apuestas personales, un jovencísimo Miguel Ángel, al que el Magnífico trató como un hijo propio desde el principio. Todos se reunían con su mecenas, trabajaban e intercambiaban impresiones en el Jardín de San Marco, convertido por Lorenzo en la primera academia de arte de la historia. El Médici quería hacer de Florencia, y lo logró, una suerte de nueva Atenas. Sabía que el éxito de sus artistas era el suyo propio e incrementaba el prestigio de su apellido y el de la ciudad; por eso pintores, escultores y arquitectos pasearon su talento por otras cortes como Milán, Roma o Venecia dejando altísimo el pabellón toscano.

Abruptamente, el 8 de abril de 1492, Lorenzo el Magnífico fue víctima del gran enemigo del clan: la gota, que terminó con su vida. 

Un reemplazo muy difícil

La desaparición de un líder tan carismático para la familia dejaba inevitablemente un vacío muy difícil de llenar. Su primogénito Piero no reunía las condiciones necesarias para asumir la carga dejada por el padre, y dos años después emprendió el camino del exilio. Los Médici tardaron casi dos décadas en recuperar posiciones y legitimidad suficiente como para volver a Florencia. Lo hicieron en 1512 de la mano de Giuliano, duque de Nemours, el hijo pequeño de Lorenzo. Por entonces el foco de atención de la familia era Roma. Giuliano asumió el control de la ciudad del Arno a la sombra de su hermano, el cardenal Giovanni, que en 1513 se convirtió, bajo el nombre de León X, en el primer pontífice Médici de la historia. Este carecía por completo de las virtudes y del talento de Cosme o Lorenzo, pero compartía con ellos su obsesión por el mecenazgo artístico, su única verdadera preocupación en un momento en el que el mapa religioso de Europa se incendiaba alrededor del luteranismo. 

Reinas y papas

La suerte de la familia cada vez dependía más y más del espinoso contexto internacional. El clan entró en contacto y alianza con la corte francesa cuando, en 1516, Lorenzo, duque de Urbino, contrajo matrimonio con Madeleine de la Tour d’Auvergne, hija del poderoso conde de Auvergne. La pareja murió muy joven, pero dejaron una hija, Catalina, que desposó a Enrique, el delfín de Francia, hijo del rey Francisco I. Este acabaría ocupando el trono y gobernó como Enrique II, haciendo a Catalina reina de Francia. Los Médici ya no solo tenían papas entre sus filas, ahora también presumían de sangre real.

Con todo, el idilio mediceo con Roma no había llegado a su fin. A la muerte del duque de Urbino, el control y el gobierno de los asuntos del clan recayó en manos del cardenal Giulio, hijo bastardo de Giuliano, hermano del Magnífico, muerto acuchillado en el Duomo florentino. Se convirtió en papa con el nombre de Clemente VII, y fue definido como “el más desgraciado de los papas”. Y lo fue porque le tocó lidiar con un contexto internacional diabólico: la guerra entre Francisco I y Carlos V en la que, entre otros asuntos, se dirimía la hegemonía española o francesa en una Italia que iba progresivamente perdiendo autonomía. Clemente hubo de gestionar también las consecuencias del Saco de Roma en 1527, victoria decisiva del bando hispano (y de la causa imperial). Este hecho selló también el destino de Florencia como república independiente. Convertida ya en un satélite del poder español, sus destinos fueron regidos fugazmente por Alessandro il Moro, nombrado duque por el propio Carlos V, y el último Médici de la facción dominante de la dinastía: los Cafaggiolo. Desde entonces el clan Médici quedó bajo el control de los Popolani, descendientes no de Cosme el Viejo, sino de su hermano Lorenzo. 

Catalina de Médici

Catalina de Médici –hija de Lorenzo II y de Madeleine de la Tour d’Auvergne– contrajo matrimonio con Enrique, delfín de Francia, luego coronado como Enrique II, entrando así en la monarquía gala. Créditos: Wikimedia Commons

Una lenta decadencia

La Florencia medicea, con todo, vivió aún un último destello de esplendor bajo el mando del último gran estadista de la familia: Cosme I, duque de Florencia, que tras las conquistas de Siena y Montalcino en 1555 y 1559, respectivamente, se convirtió en el primer gran duque de Toscana. Cosme desposó a Eleonora Álvarez de Toledo, hija del virrey de Nápoles don Pedro Álvarez de Toledo, sellando así las buenas relaciones del duque con la corona española que, en la práctica, era la propietaria del ducado. Un ducado que sobreviviría aún doscientos años, si bien en una inercia de lenta decadencia que vio poco a poco extinguirse al ilustre apellido florentino hasta que en 1743 murió Anna Maria Luisa de Médici, la última de la dinastía que había cambiado el curso de la historia de Italia, de Europa y del mundo.

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